Vivimos en un mundo polucionado y nos hemos acostumbrado a ello. Sobre todo en las grandes ciudades el nivel de la contaminación ambiental crece día a día, pero como no podemos abandonarlas, porque allí siguen ancladas nuestras obligaciones, simplemente nos fuimos adaptando a esta situación. Nuestros organismos han creado anticuerpos y, casi naturalmente nos acostumbramos a lo antinatural.
Sin embargo el proceso es más complejo: la situación no se reduce al medio ambiente físico sino que se expande a los planos psicológicos y mentales enrareciendo las vivencias humanas hasta puntos insospechados.
Al principio provocan grandes sufrimientos- y los siguen provocando- pero si antes uno se preguntaba hasta dónde era posible aguantar si estallar, nos hemos creado anticuerpos para defendernos y seguir adelante como se pueda.
Ciertamente nos acosa la inseguridad, el temor, la indefensión, pero los anticuerpos han generado una forma de indiferencia que lo parece, pero no es tal. Esa frialdad con que aceptamos las mayores crueldades- con que desayunamos día a día, gracias a los medios de información, es una manera de resistir, un decirse a sí mismo “a mí todavía no me tocará, o me tocará mucho más adelante, o tal vez nunca…”
¿Y qué hacer con la corrupción que se presenta inesperadamente en cualquier rincón hasta en los que considerábamos conocidos y a buen recaudo? Otra vez la indiferencia, esquivar el bulto, seguir caminando como si no hubiésemos visto nada, porque intuimos que nuestra protesta, además de estéril, resultaría dañina para nuestra seguridad. Hay quienes entran en el juego, justificándolo, ; otros se hacen a un lado tratando de no enfermarse. De una u otra forma los anticuerpos nos hacen ver como algo casi normal lo que en conciencia, nos espantaría de vergüenza.
Las ideas que predominan en la actualidad están atacadas por diversos virus. En principio no es corriente tener ideas, pensar antes bien, hay un conjunto bastante escaso de objetos reconocidos por la opinión pública, hábilmente manipulada, y a falta de otra cosa, eso es lo que todos creen pensar.
Ante la enfermedad, una vez más han aparecido los anticuerpos- asimilar esas ideas si es que merecen llamarse así y rechazar cualquier otra que se le oponga. En el fondo esta pasividad no es saludable es apenas un reconocimiento subconsciente de que no hemos aprendido a razonar por nuestros propios medios y de que, aunque intentáramos hacerlo, nos señalarían como locos.
Estamos mutados. Aunque los anticuerpos nos ayuden a vivir en cierto modo, esta forma de vida no es natural. Si de pronto dejáramos nuestras sociedades contaminadas y nos marcháramos a algún lugar paradisíaco donde todo fuera diferente y mejor, al regresar descubriríamos hasta qué punto nos hemos acostumbrado a respirar en medio de la inmundicia.
En tal situación nos quedan dos opciones: resignarnos a la mutación encadenando generaciones humanas cada vez más artificiales y adaptadas a la polución deformante, o rechazar la polución buscando los remedios para limpiar el aire, los sentimientos y las ideas: esta última tarea es harto difícil; si hubiéramos empezado antes, el trabajo sería menor, pero ahora hay que enfrentarse a una pestilencia que nos ahoga y que, en muchas ocasiones, nos resta fuerza para abrirnos paso en su seno. Pero vale la pena. No se trata de crear anticuerpos sino de vivir con cuerpos sanos; no se trata de vivir defendiéndose contra mil ataques, sino de vivir creando más y mejores posibilidades para el ser humano. A la luz de la Filosofía, los campos de la ecología son infinitos.
Créditos de las imágenes: Volodymyr Hryshchenko
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