La humildad es la mejor piedra de la corona de las virtudes y no podemos concebir a un hombre o una mujer que hayan pasado justamente a la Historia sin el aderezo de la humildad.
“Meditaciones sobre la humildad”. Jorge Ángel Livraga
La técnica nos ha llevado hasta la Luna. Toca ahora a la Filosofía llevarnos hasta nosotros mismos.
“La Era Espacial”. Jorge Ángel LivragaY si cada religión dio tanto a tantos en su momento histórico, ¿qué no dará una mística fuerte y libre en esta Era Espacial? No basta con que el Hombre sea poderoso; hace falta que sea mejor. No basta con que conquiste nuevos mundos; urge que se reconquiste a sí mismo. No basta con que considere como hermano a alguna extraña forma de vida, de algún lejano planeta, es imprescindible que se lleve armoniosamente con su padre, con su hijo, con su compañero, con su gobernante.
“La Era Espacial”. Jorge Ángel LivragaEsta es la América que amamos, tan diferente de la América que combate en Vietnam
“El Primer Hombre: La vida de Neil Armstrong”. James R. HansenMientras haya libros de historia el nombre de Neil Armstrong será referido en los mismos
Charles Bolden, antiguo astronauta y administrador de la NASADespués de un comentario de Neil acerca de los beneficios económicos del programa espacial, un escritor le preguntó rápidamente: “¿Quiere decir, entonces, que vamos a la Luna solo por razones económicas, para salir del pozo dispendioso de una economía de crecimiento lento? ¿No le ve ninguna razón filosófica que explique por qué estamos yendo?”. “Creo que vamos a la Luna –respondió Armstrong pausadamente- porque forma parte de la naturaleza del ser humano enfrentar desafíos. Forma parte de la naturaleza de lo más íntimo de su alma. Nos sentimos obligados a hacerlo del mismo modo que el salmón tiene que nadar contra la corriente.”
James R. Hansen, op. cit., capítulo 20
“One step for (a) man, one giant leap for humanity”
“Un pequeño paso para un hombre, un salto gigante para la humanidad”
Y creo pertinente recordar las palabras de este gran filósofo de la historia que fue el profesor Jorge Ángel Livraga (1930-1991), el fundador de la Organización Internacional Nueva Acrópolis en 1957. Comienza el artículo “La Era Espacial” con esta reflexión:
“Evidentemente, la presente generación de este asombroso siglo XX, ha tenido el privilegio de asistir a la colocación del Hombre en la Luna. Decimos privilegio, pues aunque nuevas hazañas empalidezcan muy pronto el evento[2], este tiene tal dimensión, que necesitaremos años para comprenderlo en su debida grandeza, y valorarlo”
Neil Armstrong nació el 5 de agosto de 1930 en Wapakoneta, una pequeña ciudad del estado de Ohio, EEUU. Su madre, extrema y sinceramente piadosa, le leía libros y libros desde la más tierna edad, haciendo que su hijo amase la lectura. Durante el primer año en la Escuela Primaria, Neil leyó más de cien libros, que despertaron poderosamente su imaginación. Comenzó así desde niño a amar la aventura y el trabajo en equipo, con los boy scouts[3], al mismo tiempo que se desarrolló en él un amor por la construcción de maquetas de aviones, haciendo artesanales túneles de viento para probar sus capacidades de vuelo. Al mismo tiempo realiza todo tipo de trabajos para ahorrar y entrar en la universidad y para pagar lecciones de vuelo, que lo convierten en piloto con 15 años. Enamorado asimismo de la música, entra en la banda de su Escuela Secundaria tocando un fliscorno barítono. Debajo de su fotografía en el Anuario de esta Escuela se leía la frase: “Él piensa, actúa y ya está hecho”
Con 16 años ingresa en la Universidad de Purdue para estudiar Ingeniería Aeronáutica, su gran pasión, pues él siempre reconocería que era más ingeniero que piloto, y siendo piloto, podía experimentar y poner a prueba lo que él mismo diseñase. Con 19 años ingresa como piloto de la Marina de EEUU y combate en la guerra de Corea, realizando un total de 78 misiones, muchas de ellas de alto riesgo y quedando en una ocasión herido levemente al tener que eyectarse del avión. Volvió de esta guerra con varias condecoraciones[4].
Aunque no dejó de quejarse de cómo las naciones, abrumadas por el desarrollo de la técnica, habían perdido el espíritu de caballería de los primeros combates aéreos. En una entrevista puntualizó:
“Crecí admirando lo que consideraba el espíritu de caballería de los pilotos de la Primera Guerra Mundial: Frank Luke, Eddie Rickenbacker, Manfred von Richthofen y Billy Bishop. Sin embargo, en la Segunda Guerra Mundial el espíritu de caballería aéreo parecía haberse evaporado (…) La guerra se estaba haciendo muy impersonal. Los vuelos que habían establecido récords (…) en la travesía de los océanos, sobre los polos y en todos los lugares inhóspitos de la Tierra habían sido realizados. Y esto me dejaba resentido. En conclusión, para alguien que estaba sumergido en el vuelo, fascinado por el vuelo y dedicado al vuelo, quedé decepcionado con el engaño de la historia que me hizo aparecer una generación más tarde. Había perdido todos los mejores momentos y aventuras de vuelo”.
¡Evidentemente Neil no podía sospechar aún que sería el piloto más famoso de la historia de todos los tiempos!
Con 24 años entra como ingeniero y piloto de pruebas en vuelos de alta velocidad en la NACA (National Advisory Committee for Aeronautics) que después se convertiría en la NASA. No solo tenía que volar, sino como ingeniero hacer las modificaciones necesarias para ir superando los límites en velocidad o de cualquier tipo. Uno de sus colegas en las pruebas con el X-15[5] diría que “Neil comprendía lo que contribuía para un estado de vuelo. Tenía una mente que asimilaba las cosas como una esponja y una memoria que las recordaba como si fuesen fotografías. Eso le distinguía de los meros mortales.”
Con 32 años entra en el segundo grupo de astronautas de la NASA. Como siempre, es el más joven de los pilotos, y contando ya con un curriculum de vuelo -y también como ingeniero- de vértigo. Hace su primer vuelo espacial como comandante de la Gemini VIII, consiguiendo en marzo de 1966 el primer acople en la historia entre dos naves en órbita. Al hacerlo el sistema quedó descontrolado, girando la nave -ahora compuesta- una vuelta por segundo y Armstrong estuvo a punto de desmayarse, consiguió abortar la misión y retornar de emergencia a Tierra. De esta aventura, retransmitida a tiempo real, es la famosa foto en que su esposa Janet está de rodillas “pegada” a la televisión.
En el Apolo 8, la primera nave tripulada americana que orbitó la Luna y retornó, fue comandante de relevo, lo que dada la rotación de turnos de los astronautas en las diferentes misiones, lo colocó en la Apolo 11.
Si creemos o experimentamos que la vida tiene un sentido, que hay un propósito y significado para todo, que nada es casualidad, no hay más remedio que preguntarse, o reflexionar, que bien especial debiera ser el personaje escogido por el Destino, con mayúsculas, para coronar el viejo sueño de llegar a la Luna. Y también, en cierto modo abrir la puerta de un tiempo nuevo, a una nueva visión del mundo, a la conciencia “visual” de la Tierra como un todo y por tanto, de la Humanidad como una familia, como un solo pueblo, los pasajeros de esta “nave viva” que es al mismo tiempo nuestra “madre”.
Poco menos de un mes antes del lanzamiento del Apolo 11, Neil Armstrong escribió solicitado por la revista Life, la siguiente reflexión tan profunda como profética[6]. Se hace evidente la conciencia histórica que él tenía de la misión. No era simplemente un excelente piloto, era el personaje destinado:
“Sería una presunción de mi parte escoger un único aspecto de lo que la historia identificará como resultado de esta misión. Con todo, diría que iluminará a la especie humana y nos ayudará a comprender que somos una parte importante de un universo mucho mayor de aquello que habitualmente conseguimos divisar desde la puerta de entrada. Me gustaría que ayudase a los individuos, en todo el mundo, a pensar con la perspectiva adecuada acerca de las varias diligencias de la Humanidad como un todo. Tal vez ir a la Luna y regresar no sea así tan importante por sí solo. Sin embargo, es un paso suficientemente grande para proporcionar a las personas una nueva dimensión en su manera de pensar, una especie de iluminación. Pues finalmente, la Tierra es ella misma una nave espacial. Es una extraña variedad de nave especial dado que transporta su tripulación en el exterior en vez de en el interior[7]. Mas es bastante pequeña. Y viaja en una órbita alrededor del Sol. Viaja en una órbita alrededor del centro de una galaxia que recorre una órbita desconocida, en alguna dirección desconocida, a velocidad no determinada, pero con un valor tremendo de variación, y posición y ambiente inciertos”.
Es difícil distanciarnos lo suficiente de este escenario para ver lo que realmente está sucediendo. Si se está en medio de una multitud, la multitud parece extenderse en todas las direcciones, todo lo que podemos abarcar. Es preciso dar un paso atrás y mirar desde lo alto del monumento a Washington, o algo semejante, para ver que se está muy cerca de la periferia de la multitud y que la perspectiva general es algo diferente de aquello nos parece cuando estamos en medio de toda esta gente.
Desde nuestra posición en la tierra es difícil observar dónde está situada la Tierra y hacia dónde va, o cuál puede ser su rumbo futuro. Con alguna suerte, al distanciarnos un poco, tanto en el sentido real como en el figurado, seremos capaces de hacer que algunas personas mediten y reconsideren su misión en el universo, que piensen en sí mismas como un grupo de personas que constituye la tripulación de una nave espacial que atraviesa el universo. Si se va a pilotar una nave espacial, hay que ser muy cauteloso en la manera de usar los recursos, de disponer la tripulación y de cuidar de la nave.
Tengamos esperanza de que los viajes que hagamos en las dos próximas décadas nos abran un poco los ojos. Cuando se mira hacia la Tierra desde la distancia de la Luna, la atmósfera no es observable a simple vista. La atmósfera es tan fina y una parte tan reducida de la Tierra que no la percibimos. Esto es algo que debería causar impresión a toda la gente. La atmósfera de la Tierra es un recurso diminuto y valioso. Vamos a tener que aprender a conservarlo y usarlo con sensatez. Aquí abajo, en medio de la multitud uno siente la atmósfera y parece adecuada, por eso no nos preocupamos mucho con ella. Y sin embargo, desde un punto de vista diferente, tal vez sea posible comprender fácilmente por qué debemos estar preocupados”
Poco después de ser pronunciadas estas palabras, y hasta ahora, las agresiones más peligrosas para la humanidad han venido, precisamente de la contaminación de la atmósfera, que es un bien común de todos: el plomo de las gasolinas, los productos químicos que devoran la capa de ozono, las más de 2000 bombas nucleares detonadas, algunas de ellas con una potencia mil veces superior a las de Hiroshima y Nagasaki, la acumulación de gases de efecto invernadero y sus consecuencias fatales en el calentamiento de la Tierra, etcétera… lo que no ha evitado que sigamos contaminándola y haciendo experimentos que pueden ser fatales para tan delicada estructura.
Respecto a que el Destino haya elegido a Neil Armstrong para representar a la humanidad en su sentido más profundo y moral, como condición, no solo como suma de todos sus integrantes, el autor de su biografía James R. Hanse -que investigó a fondo su vida, entrevistando a los que convivieron y trabajaron con él y que pudo incluso reunir 55 horas de entrevistas a este personaje- escribe en ellas unas palabras muy esclarecedoras:
“Durante toda su vida, en todo aquello que hizo Neil personificó las cualidades esenciales y los valores nucleares de un ser humano superlativo: empeño, dedicación, fiabilidad, sed de conocimiento, autoconfianza, robustez, poder de decisión, honestidad, innovación, lealtad, actitud positiva, respeto por sí mismo, respeto por los otros, integridad, prudencia, discernimiento y mucho más. Ningún miembro de la especie humana que descendiera a otro cuerpo celeste podría de algún modo haber representado lo mejor de la Humanidad. Y ningún ser humano podría haberse enfrentado al brillo cegador de la fama internacional o de la transformación instantánea en icono histórico o cultural mejor que Neil. Era propio de la personalidad humilde y modesta de Neil evitar publicidad, y centrarse en la actividad concreta de la profesión de ingeniero por la cual optó; no era él, simplemente, el tipo humano que busca los beneficios inmerecidos de su nombre o reputación.”
En este primer alunizaje de la historia, los aspectos de más interés eran los técnicos. Lo que se quería era, sobre todo, llegar, pero dio tiempo para hacer algunas experiencias, por ejemplo, de medidas de impactos del viento solar. También era de extrema importancia la recogida de muestras geológicas de la Luna, diferentes tipos de piedras, en lo posible. Para ello Armstrong recibió formación geológica, a la que como ingeniero vio como una ciencia un poco confusa. De todos modos, los expertos consideraron que las mejores rocas traídas de la Luna fueron las del Apolo 11 por Neil Armstrong[8].
Neil Armstrong era increíble, nada más terminar su primer paseo lunar, le piden que haga una descripción geológica del escenario, y les dice a Houston que esperen, que a la mañana siguiente se lo explica, después de ordenar las ideas. Y esta es la descripción, simplemente perfecta en términos geológicos:
“Houston, la Base de la Tranquilidad va a elaborar algunos comentarios en relación a la cuestión geológica de la noche pasada.
Nos posamos en un campo relativamente suave de cráteres secundarios alargados… [corrigiendo sus propias palabras] circulares, la mayor parte de ellos con bordes salientes independientes de su tamaño. Pero no todos son así. Algunos de estos pequeños cráteres no tienen alrededor un borde diferenciado. El suelo de aquella zona está constituido por arena muy fina que, en algunos casos, parece limo. Me atrevo a decir que a lo que más se parece en la superficie de la Tierra es al polvo de grafito. Este suelo muestra una gran variedad de formas, tamaños y texturas de rocas –redondas y angulares- con diferentes consistencias. Como ya dije antes, vi lo que me pareció ser basalto simple y basalto vesicular. Otras rocas sin cristales, algunas con pequeños fenocristales blancos, probablemente entre 1 y menos del 5 %.
Y estamos en un campo de piedras cuyo tamaño es, en general, de hasta 60 centímetros, aunque haya algunas un poco mayores. Ahora bien, algunas de estas piedras están sobre la superficie, algunas están parcialmente expuestas y algunas están muy poco expuestas. Recorriendo esta área –y sobre todo trabajando con la pala-encontramos piedras que estaban enterradas, probablemente a varios centímetros de la superficie. Creo que el origen de este campo de pedruscos puede estar en parte relacionado con el cráter de grandes dimensiones y de bordes macizos y aristas vivas por el cual pasamos al final del descenso… [y sigue y sigue]”
¡Perfecta capacidad de observación y descripción, para quien estaba sometido a tal stress, con tantas tareas para hacer en dos horas y media, y el corazón disparado a unas 160 pulsaciones por minuto!
Cuando ya estaban retornando de su misión en la Luna, desde el Apolo 11, y siendo retransmitido en televisión, en el mejor horario, cada uno de sus tripulantes hizo un comentario de su experiencia, a modo de colofón de esta asombrosa proeza[9].
Armstrong, siendo comandante, hizo de presentador:
Buenas noches. Os habla el comandante de Apolo 11. Hace cien años, Julio Verne escribió un libro sobre un viaje a la Luna. Su nave espacial, Columbia, partió de Florida y amerizó en el océano Pacífico después de completar un viaje a la Luna. Nos parece oportuno compartir con vosotros algunas reflexiones de la tripulación, mientras la nave Columbia de nuestros días se prepara para concluir la aproximación al planeta Tierra y a dicho océano Pacífico mañana. En primer lugar, Mike Collins
Mike Collins:
“Bien. Este viaje que hicimos a la Luna os puede haber parecido simple o fácil. Os puedo garantizar que no ha sido nada así. El cohete Saturno V que nos ha puesto en órbita es una máquina extremamente complicada y no hubo una sola pieza que no funcionase a la perfección. Este ordenador encima de mi cabeza tiene un vocabulario de treinta y ocho mil palabras, cada una de las cuales ha sido escogida de modo a ser de la mayor utilidad para nosotros, para la tripulación. Este interruptor que tengo ahora en la mano es uno de los trescientos semejantes, solo en el módulo de comando… Siempre tuvimos confianza en que todo este equipo iría a funcionar, y funcionar correctamente, y continuamos teniendo confianza de que va a continuar funcionando durante el resto del viaje. Todo esto solo ha sido posible con la sangre, el sudor y las lágrimas de muchas personas. En primer lugar los operarios norteamericanos que montaron estas máquinas en la fábrica. En segundo lugar, el trabajo minucioso ejecutado por varios equipos de trabajo que probaron todo durante y después del montaje. Y, finalmente, el personal del Centro de Naves Espaciales Tripuladas (MSC)… Esta operación es como el periscopio de un submarino. Solo nos están viendo a los tres, pero bajo la superficie, se encuentran miles y miles de personas más, y a todas ellas quiero dirigir un profundo agradecimiento.”
Buzz Aldrin, de una inteligencia ágil y alegórica, dijo:
“Buenas noches. Me gustaría presentaros algunos aspectos más simbólicos del viaje de nuestra misión, Apolo 11. Cuando hablamos de los acontecimientos que se desarrollaron a bordo de la nave en estos últimos dos o tres días, llegamos a la conclusión de que ha sido mucho más que un viaje a la Luna emprendido por tres hombres; habrá sido más, incluso, que el esfuerzo del gobierno y de los profesionales del sector; más aún que el esfuerzo de un país entero. Creemos que constituye un símbolo de la curiosidad insaciable de la Humanidad en explorar lo desconocido. Pienso que la afirmación de Neil el otro día, cuando pisó por primera vez el suelo lunar, “Es un pequeño paso para el hombre, mas un gran salto para la Humanidad”, es una síntesis excelente de estos sentimientos. Aceptamos el desafío de ir a la Luna; era inevitable que aceptásemos tal desafío. Creo sinceramente que la relativa facilidad con que llevamos a cabo nuestra misión se debe a la intemporalidad de esta aceptación. Hoy me parece que somos perfectamente capaces de aceptar un papel aún más activo en la exploración del espacio… Personalmente, al reflexionar en los acontecimientos de los últimos días, me vino un versículo de los Salmos a la cabeza: “Cuando contemplo los cielos, obra de Tus manos, la Luna y las estrellas que Tú creaste: ¿qué es el ser humano para que Te acuerdes de él?”
Después habló el mismo Neil Armstrong, con su enfoque siempre humilde y profundo:
“La responsabilidad de este viaje pertenece en primer lugar a la historia y a los gigantes de la ciencia que nos precedieron en este esfuerzo; después, al pueblo norteamericano, que manifestó con su voluntad, su deseo; después a cuatro gobiernos y a sus Congresos, por haber puesto en práctica esta voluntad; finalmente, a la agencia espacial y a los profesionales del sector que construyeron nuestra nave espacial: el cohete Saturno, la nave Columbia, el Eagle y el pequeño EMU, el traje espacial y la mochila, que fue nuestra pequeña nave espacial ahí fuera, en la superficie lunar. Me gustaría dirigir un agradecimiento especial a todos los norteamericanos que diseñaron y construyeron la nave espacial y que se dedicaron, de alma y corazón y con todo su talento, a estas tareas. Esta noche enviamos un agradecimiento especial a todas esas personas. Y a todas las otras que nos están oyendo y viendo esta noche, que Dios os bendiga. Buenas noches desde Apolo 11.”
Pocos después de terminar la cuarentena de su llegada desde la Luna, en una cena de gala con 1.440 convidados ilustres, incluyendo al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon; Neil Armstrong discursó, de modo espontáneo, sin papeles y con lágrimas en los ojos (esto último completamente inusual en él, dado su carácter tan flemático y su serenidad habitual en las circunstancias más difíciles):
“Tuvimos el privilegio de dejar en la Luna una placa firmada por el Señor Presidente, en que se lee: “Para toda la Humanidad”. Tal vez en el tercer milenio un forastero rebelde lea la placa en la Base de la Tranquilidad. Vamos a dejar escrito en la historia que fue en aquella época cuando conseguimos esta hazaña. Hoy por la mañana, en Nueva York, quedé impresionado con un cartel que alguien agitaba con orgullo, y en que estaba escrito lo siguiente: “A través de vosotros, llegamos a la Luna”. Ha sido para nosotros un gran privilegio servir a nuestro país. Creo que las vivencias más calurosas y genuinas que hemos tenido han sido causadas, quizás, por los aplausos y por los gritos, y, por encima de todo, por las sonrisas de nuestros compatriotas. Es nuestra esperanza y convicción de que esta gente comparte esta creencia de que se trata del inicio de una nueva era –del inicio de una era en que el hombre entiende al universo que le rodea, de una era en que el hombre se entiende a sí mismo.”
En el artículo “La Era Espacial” el profesor Jorge Ángel Livraga hace una importante reflexión, sobre las transformaciones que experimentará el ser humano a raíz de los viajes espaciales. Una importantísima es considerar a la humanidad como un todo, y a nuestra casa celeste nuestra común responsabilidad, o sea el primer despertar en la historia del mundo de una incipiente conciencia global –el viejo concepto de “ciudadano del mundo” de los estoicos y del Imperio Romano- y de una conciencia ecológica:
“Todos estos eventos [los viajes espaciales] repercutirán de alguna manera en las estructuras mentales, psicológicas y objetivas de las organizaciones humanas. Es probable que muchas cosas que parecen hoy muy importantes a los hombres, ya no lo sean tanto, y que nuevos campos se abran inesperadamente al interés humano. Lo único seguro es que sobrevendrá un cambio, aunque sea difícil definirlo.”
Volviendo a la idea de lo importante que ha debido ser aquel a quien ha elegido el Destino para llegar por primera vez a la Luna, en toda la historia de la Humanidad, dejando esta operación muy atrás las proezas de un Colón al descubrir América o de un Charles Lindberg al cruzar el Atlántico en avión –los dos héroes para Neil Armstrong- todos concuerdan en que él era un personaje “fuera del molde”, y de una capacidad de liderazgo tan asombrosa como humilde y natural.
El escritor estadounidense Norman Mailler (1923-2007), dos veces premio Pullitzer fue uno de los periodistas que acompañó toda la carrera espacial, y especialmente el primer alunizaje, reuniendo esta investigación en su libro “Un Fuego en la Luna” (1970), con textos que han ido apareciendo en los libros de fotografías de aniversario de dicho evento, editados por Taschen, con el título Moonfire. Este “enfant terrible” de la literatura americana, que ha sido el creador de una nueva forma, mucho más directa, de hacer periodismo, quedó estupefacto con el personaje de Neil: todo un reloj perfectamente ajustado, toda la pirámide de esfuerzos de casi medio millón de personas solo podía ser coronada por la piedra angular de alguien como Neil Armstrong. Según describe James R. Hansen en su libro, The First Man:
“Mailer se quedó intrigado con el hecho de que Armstrong irradiase una cualidad tan “extraordinariamente remota”, casi mística, que lo hacía parecer diferente de los otros hombres (en su libro de 1970 acerca del Apolo 11, Fire on the Moon). Tal como destacó Mailer: Él era una figura en la sala, con tanto de espíritu como de hombre. Difícilmente conseguiríamos saber si era el espíritu de las corrientes térmicas de lo alto o aquel espíritu de neutralidad que asciende a la cima en situaciones burocráticas, o ambos… En verdad, las contradicciones se depositan sutilmente en él (…) De todos los astronautas, Armstrong parecía ser “el hombre más cerca de ser un santo”. Mailer continuó investigando obstinadamente el enigma que Armstrong supuso para él en la conferencia de prensa organizada en exclusivo para los periodistas de revistas y después en el estudio en que la NBC filmó la entrevista con los astronautas. A medida que los periodistas hacían esfuerzos para que la tripulación de la Apolo 11 revelase sentimientos y emociones personales, Mailer vio como Armstrong “se atrincheraba cada vez más hondo en su manto protector de ingeniero, la armadura de “un resplandeciente caballero de la tecnología”. Armstrong respondió en un “tono suave y honesto” a una pregunta sobre el papel de la intuición en su vuelo destacando que la intuición “nunca fue mi punto fuerte” y afirmó, como un positivista lógico, según Mailer reparó, que la mejor manera de abordar cualquier problema era “interpretarlo correctamente, y después, atacarlo”.
Sí, pero con toda su armadura de ingeniero, y siendo como era un workaholic, o sea, “adicto al trabajo” (¿y qué personaje que haya pasado justamente a la historia no lo ha sido?, no creo que sea necesario enumerar un centenar de ellos a modo de ejemplo), declara abiertamente que es más importante la amistad que el conocimiento técnico, y cuando le preguntan si será posible alguna vez vivir en la Luna, y aunque responde que es posible que se construya una base de investigación, como la de la Antártida, continúa diciendo que “(…) hay una cuestión más importante si saber si el hombre será capaz de vivir en la Luna. Debemos preguntarnos si seremos capaces de vivir juntos aquí en la Tierra.”
Poco después de él pisar la Luna y varias expediciones Apolo más, el fervor por los viajes espaciales se apagó, y no se volvió a encender nunca más, y aunque la NASA ha vivido después momentos de gloria, por ejemplo el del telescopio Hubble, y ahora se quiere excitar de mil maneras la imaginación y a la opinión pública para que vayamos a Marte, nunca más se ha vivido el entusiasmo que supuso toda la carrera espacial, y el “éxtasis” de la llegada del primer hombre a la Luna. J. F. Kennedy, en plena Guerra Fría –y movido, ciertamente, por ella-anunció al mundo, fuera de todo pronóstico –y siendo prácticamente imposible desde el peldaño en que estaban, mucho menos avanzados que los rusos-que antes que terminase la década, un americano llegaría a la Luna y volvería sano y salvo. Y así fue, varios meses antes del fin de la misma, ¡una profecía y el acto de voluntad de un verdadero líder! que electrizó al país entero y anunció lo cierto, como el rey del Principito que manda salir al Sol cuando es el momento exacto, y no antes ni después. George W. Bush, en el año 2004 anunció el retorno, pero el Senado no estuvo muy dispuesto a gastarse más de 100 mil millones de dólares en ello, y menos después Obama. Trump parece empeñado en desempolvar los trajes espaciales (el de Neil Armstrong se está literalmente deshaciendo) y que se vuelva… como paso intermedio para ir a Marte, quizás. Pero no sé, no sé… En Toledo hay una catedral “gótica” que se comenzó a construir justamente cuando ya había desaparecido el fervor por las catedrales góticas, y ahí quedó, sin terminar, o “terminada” de la manera más basta y sin entusiasmo posible. ¿Iremos? ¿Con la suficiente seriedad y eficacia, o sea, sin corrupción, para llegar con éxito y gloria? ¿Quién sabe? Es una pregunta curiosa pensando que pronto habrán ya transcurrido 50 años de la quizás mayor proeza tecnológica de la historia humana. Y sin embargo, perdido el interés, perderemos también la ciencia, esa ciencia en concreto. Y si, como muchos historiadores dicen nos adentramos en la oscuridad de una nueva Edad Media, cuando la humanidad despierte de ese periodo de sueño, sus Ideales quizás sigan un rumbo muy diferente de los que han electrizado el siglo XX, y su progreso marque otra dirección que no la tecnotrónica que hoy ya nos apabulla.
Pero nada de ello erosionará la gesta, la hazaña heroica de Neil Armstrong, que siempre será, hasta el fin de los tiempos, “el primer hombre que pisó la Luna”.
[1] Con su mirada física, porque con la interna, o con los ojos de la inteligencia ya habían visto los clásicos griegos y romanos a la Tierra como un punto infinitesimal en el espacio. Vemos, por ejemplo, la descripción de Séneca en el prólogo de sus Cuestiones Naturales:
“La plenitud y consumación de la felicidad para el hombre consiste en alejarse de todo lo malo, elevarse y penetrar en el seno de la naturaleza. ¡Cuánto agrada desde en medio de los astros entre lo que vaga su pensamiento, mirar con desprecio las grandezas de los ricos y la tierra entera con todo su oro (…) Para desdeñar esos pórticos, esos artesonados resplandecientes de marfil, esos bosques recortados, esos ríos obligados a pasar por palacios, necesario es haber abarcado todo el ámbito del mundo, y dejado caer desde lo alto una mirada sobre este pequeño orbe terráqueo, cuya mayor parte cubren los mares, y la que sobresale, helada o abrasada, ofrece espantosas soledades. ¡He aquí, se dirá el sabio, el punto que tantos pueblos se disputan con el hierro y el fuego! ¡Qué ridículos son los confines humanos! (…) Un punto es este en que navegáis, en que trabáis guerras, en que distribuís imperios, exiguos, aunque no tengan otros límites que los dos Océanos. Allá arriba existen espacios sin término, a cuya posesión se admite nuestra alma, con tal de que solamente lleve consigo la parte más pequeña posible de su envoltura material, y que purificada de toda mancha, libre de toda traba, sea bastante ligera y bastante parca en sus deseos para volar hasta ellos.”
[2] Lo que no fue el caso, en la ciencia del espacio, sí quizás en el desarrollo de los computadores, internet y derivados.
[3] Extraemos los siguientes datos del libro de James R. Hansen: “De los 294 individuos escogidos como astronautas entre el año 1959 y el 2003, más de 200 fueron boy scouts (…) de los 12 hombres que caminaron en la Luna, once fueron boy scouts, incluyendo a Neil y a su colega de la tripulación del Apolo 11, Buzz Aldrin.”
[4] La Medalla del Aire por sus primeros 20 vuelos de combate aéreo, la Estrella de Oro por los 20 siguientes, la Medalla de Servicio en Corea y la Estrella de Combate.
[5] Cohete avión que alcanzaba la velocidad de Mach 6 y que salía en el aire desde un bombardero.
[6] A largo plazo quizás. Porque ahora estamos viviendo los estertores de una forma de vida que cae, que se consume, que es tragada por las fauces del tiempo, en medio de una pavorosa descomposición moral. Él profetizó, quizás, solo lo mejor de lo que estamos viviendo, fibras del Hilo de Ariadna de lo que nos permitirá salir del Laberinto, o lo que será la dote del futuro para la Humanidad, redimida por el Karma y por sus propios esfuerzos.
[7] En esto se equivoca Neil Armstrong, y en general la opinión común. Si consideramos sustancia a la atmósfera (y la presión atmosférica es buena prueba de ello), e imaginamos la Tierra como un ser vivo, esta atmósfera sería el equivalente a su piel y nosotros estamos en el interior de la Tierra, tal y como explica el mito de Er de Platón. Si la Tierra es una “nave espacial”, estamos en su interior, no en su exterior.
[8] Según lo dice James R. Hansen en su biografía, repitiendo las palabras de Harrison “Jack” Smith, geólogo formado en Harvard y después piloto del módulo lunar del Apolo 17.
[9] Del libro ya citado de James R. Hansen.
Créditos de las imágenes: History in HD, Kanijoman
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