–¿Cuál es su idea sobre el individuo, la sociedad y el Estado?
–Voy a ceñirme a las ideas de Platón, con las cuales coincido en líneas generales. Para Platón, el individuo es el ser humano, lo que hoy entendería la psicología como «persona». Los antiguos identificaban la palabra persona con su raíz latina, «máscara», es decir, lo exterior, lo que se muestra, no lo interior. La moderna psicología, en cambio, llama persona a aquello más interior que nos diferencia a los unos de los otros. Platón afirma que el individuo es la parte interior e indivisa de cada uno de nosotros. Así, el individuo es la chispa de voluntad, la parte de realidad y de Dios que llevamos dentro de nosotros mismos. No hay dos personas iguales; no hay dos individuos iguales. Para Platón, el gran éxito consistiría en lograr que el aspecto superior del sujeto pudiese ordenar y gobernar a las demás partes, para crear una armonía natural en todo el ser.
En esa sociedad empieza por haber un intercambio, se empieza a pensar en un interés común y no solo personal. De ahí que el fabricante de zapatos los fabrique para todos, y que igual hagan el fabricante de ropas y el de utensilios. Así, todos podrían tener los mejores zapatos, las mejores ropas y los mejores utensilios.
Esto no se lograría jamás si los individuos viviesen simplemente unos junto a otros. Para Platón, esto es, entonces, sociedad, una situación transitoria entre el individuo y el Estado.
La sociedad no es un momento estable de las relaciones humanas, sino transitorio, para pasar a la sublimación de esas relaciones, que es la constitución del Estado. Porque Platón afirma que así como en lo material algunos podemos hacer mejores zapatos que otros, ropas mejores o vehículos mejores, también en lo moral o espiritual, en aquello intangible y metafísico, algunos tendrían posibilidades que otros no tienen. Habría alguien que podría ser más justo que los demás con referencia a las circunstancias que le rodean y en los casos que se le presentasen. Y sería también egoísta que ese hombre extremadamente justo retuviese esa justicia para sí; lo bueno sería que la sociedad lo aprovechase en beneficio de todos, en nombre de todos, y que dicho individuo no fuese solamente un elemento autoconsultivo, sino que le pudiesen consultar todos sus miembros. Ese individuo se convertiría en juez. La sociedad le otorgaría la posibilidad de juzgar, en reconocimiento de su justicia. Y así, de igual modo, con todos los demás valores espirituales.
Aquel que estuviese más cerca de Dios, podría de alguna forma hacer participar a los demás de ese especial estado de gracia. Sería sacerdote para todos. Y lo mismo en todas las demás funciones de gobierno y conducción de la sociedad.
Una sociedad correcta y armónicamente conducida por sus mejores hombres, por sus mejores componentes, por aquellos que están más cerca de la realidad, sería, para Platón, un Estado.
–Cuando usted habla de un nuevo individuo, una nueva sociedad y un nuevo Estado, ¿se refiere para el momento presente, a elaborar algo totalmente nuevo, claro está, o tal vez a retomar esquemas del pasado, platónicos en este caso, para traerlos al momento actual?
–Sabemos que, filosóficamente, nada es totalmente nuevo. Todas las cosas, de alguna forma y manera, han existido alguna vez. Es obvio que hay diferencias entre una cuadriga romana y cualquier coche que pueda circular hoy por nuestras calles; pero en el fondo es un vehículo similar. No hay nada absolutamente nuevo.
Lo que proponemos es un regreso, una vuelta; y regresar no siempre es malo, sobre todo, cuando se está en caminos equivocados. Es un regreso a aquel prototipo platónico de Estado; una aproximación, dentro de nuestras capacidades humanas, a aquel arquetipo de Estado, no una evolución de las estructuras actuales.
En mi criterio, las estructuras sociopolíticas actuales han llegado a todo lo que podían dar. Nada evoluciona eternamente, sino que lo hace hasta un punto del que no puede pasar.
El carro puede evolucionar y pasar de tener dos caballos a cuatro, a veinte, puede ser liviano o tener las ruedas de una aleación especial, pero ese carro de tracción animal no puede transformarse en un automóvil o en un avión. Tiene su límite, y luego ha de dejar paso a otra forma superior con una capacidad diferente.
El globo puede haber inspirado a los modernos aviones, pero en ningún caso puede pensarse que estos sean una evolución de aquel. El nuevo Estado podría tener su origen en estos antiguos principios filosóficos y metafísicos platónicos, pero no sería una evolución, no tendría contactos directos consecutivos con las formas que nosotros conocemos en la actualidad en cuanto a sociedad y Estado. No sería una evolución de lo actual, sino algo que se presentó ya como arquetipo y de alguna forma existió hace miles de años, pero no existe en la actualidad. Por ello, para la gente sería completamente nuevo; sus efectos también lo serían, y también serían nuevos sus peligros. Lo mismo ocurriría con sus logros.
–Usted habla de renovación, aunque sea tomando en cuenta viejos ideales que pueden actualizarse. ¿No suena esto a catastrófico, ya que el hablar de renovación nos hace entender que lo actual no sirve? No todos lo ven tan mal… ¿Cuál es su posición al respecto? ¿Cómo ve al Estado, a la sociedad, al individuo, para hablar de una renovación?
–En general, los seres humanos siempre vamos a ver las cosas de diferente manera. Todas las cosas tienen varios aspectos. Yo no pretendo unificar criterios; pretendo únicamente aportar criterios nuevos.
Muchos de nosotros hemos sido víctimas de esta especie de pseudocomunismo espiritual, en el que se piensa que todos los hombres hemos de tener el mismo criterio, que toda la gente tiene que gustar de las mismas cosas, y que aquellos a los que no les gusta lo que me gusta a mí, son mis enemigos, o que aquellos que no ven las cosas como yo las veo, son seres despreciables. No se puede llegar a eso. Eso ha llevado a los enfrentamientos que hoy existen en el mundo en todas las escalas.
En cuanto a que todo esto suene a catastrófico, y sé que muchas personas piensan que nuestras posiciones filosóficas son a veces catastrofistas, hemos de decir que no lo es. Cuando se corta el cordón umbilical entre el niño y la madre, no es una catástrofe, sino que se produce el nacimiento de un nuevo ser. Pero para que ese nuevo ser pueda vivir realmente per se, de forma individual, y llegar a ser alguna vez un hombre o una mujer, hay que cortar esa conexión que sirvió un tiempo, pero que luego ya no sirve más.
Las estructuras que hoy estamos viviendo pudieron ser útiles y válidas en un tiempo, pero hoy ya no lo son.
Cuando Ford instaló las primeras líneas de montaje industrial a gran escala, estas fueron un gran beneficio para muchas personas. Tanto es así que los primeros automóviles que de allí salieron disminuyeron hasta diez veces su precio, muchos pudieron comprar coches y miles de obreros obtuvieron trabajo. Pero hoy, las líneas de montaje automatizadas y los robots, que están reemplazando a miles de obreros, no tienen ya ventajas, porque los obreros se quedan sin trabajo y los automóviles no bajan de precio, sino que aumentan.
En la época de Ford, ese sistema mecanizado de montaje rendía y era bueno, pero hoy no sirve. Hoy este sistema fracasa, porque ni da trabajo a quien lo necesita, ni abarata las mercancías.
–En caso de renovación indispensable y no catastrófica, ¿cuáles son los errores fundamentales que en el hombre, en la sociedad y en el Estado, motivarían este cambio?
No podemos pensar siquiera en aproximarnos a todos, ya que no existen una, dos o tres causas, sino que todo esto es el resultado de miles de causas que se han venido acumulando históricamente.
No puede pensarse que lo que está pasando hoy se ha gestado en diez años ni en un siglo, sino que viene de mucho más atrás, y las causas son múltiples.
Para tratar de clarificarlo un poco, en el ejemplo del individuo, la primera causa que lleva a error es el desconcierto del propio individuo, que carece de conocimientos sobre sí mismo, y cuando no se conoce algo no se puede manejar. El hombre que no sabe es como el hombre que no ve; tropieza con todo. Al no conocerse, tropieza consigo mismo, porque no conoce su propia constitución interna, porque no sabe hasta dónde es su cuerpo el que le está reclamando algo, hasta dónde es su parte psicológica, hasta dónde es su parte mental, hasta dónde es su parte espiritual.
Al no conocerse, comete errores, injusticias, aun sin querer, maldades, y es víctima de su propia ignorancia; se desespera y se angustia por la muerte y la vejez, ya que no tiene conocimiento real de los procesos de nacimiento y muerte.
El individuo, en la actualidad, está totalmente despojado de toda ayuda real, entendiendo por esta aquella espiritual y psicológica que nos puede permitir la felicidad. Y felicidad no es tan solo una jubilación o un seguro de desempleo, sino que es también saber qué hacer con esa jubilación o ese seguro, y es conocer aquellas otras cosas que puedan darnos la felicidad real.
Esto sería en cuanto al individuo: desconcierto y falta de conocimiento de sí mismo.
Puesto que la sociedad, de acuerdo con los esquemas clásicos, sería una suma de individuos, padecería el mismo proceso. Hoy la sociedad está completamente desconcertada. Entre el productor y el consumidor, hay una larga cadena de intermediarios. Cierto número de intermediarios puede ser imprescindible, ya que dadas las actuales condiciones sociales, no podemos pretender que el que produce y el que consume estén siempre en contacto directo, pero no en la cantidad actual.
Estos intermediarios existen, en parte, porque no tienen trabajo, porque no pueden hacer otra cosa, pero también existen en gran parte por ese desconcierto a nivel colectivo. La sociedad, en sus intercambios, está también conmocionada por una serie de intereses creados. El sistema de oferta y demanda está basado en el egoísmo, ya que un elemento vale más o menos según el número de similares disponibles y la demanda que haya de los mismos, pero no tiene un valor per se. Por eso surge el desconcierto. Y el desconcierto colectivo es la traba de nuestra actual sociedad. El haber fomentado también una especialización excesiva, y el haber convertido estas especializaciones en formas tribales, como son en general los sindicatos y las asociaciones similares, en las que las personas se juntan para autodefenderse contra otras personas, va fragmentando el espíritu fundamental de unidad que nos llevaría al Estado.
De ahí que yo no creo que en la actualidad estemos viviendo dentro de esquemas de lo que es un Estado a la manera platónica. Estamos viviendo simplemente en sociedades que no llegan a tener el nivel de Estado, porque no hay valores permanentes y superiores. Hay cosas que en el espacio de unos años cambian radicalmente, y puede haber personas que, saliendo de la inercia, se pregunten por lo que es válido, si lo anterior o lo posterior a su generación. Estamos en una sociedad que, para lograr la felicidad de un grupo, crea la infelicidad de otro individuo o de otro grupo, y así nos encontramos ante una sistemática social pero no de Estado, puesto que no deriva hacia una situación de justicia. La justicia actual cambia con los vientos políticos y con los intereses económicos y sociales. Y lo prohibido hace diez años, hoy es legal, y viceversa. Para un observador histórico, esto crea una incógnita: ¿qué será lo permitido y lo prohibido dentro de diez años? Y los más jóvenes deben de sentir un interés muy vivo, ya que han de preguntarse acerca del mundo en el que vivirán.
Ante esta suma de desconciertos, y según mi criterio, no hemos llegado al nivel de Estado.
–Como síntesis, y una vez planteados los problemas, ¿podría sugerirnos algunas soluciones o enfoques en cuanto a educación, ciencia, arte, economía o trabajo que permitieran llegar al nivel de Estado?
–Creo que, contrariamente a lo que se ha pensado y hecho en los últimos decenios, no tenemos que buscar sistemas salvadores del conjunto. Esos sistemas, en general, han fracasado. En el nombre de la libertad se ha llegado a quitar la libertad. En el nombre de la riqueza de los pueblos se ha llegado a empobrecerlos. En el nombre de la dignidad humana, encontramos que, generalmente, el hombre carece de dignidad. En el nombre de todo lo bueno, hemos llegado a casi todo lo malo. En un camino cerrado, cuando no se puede seguir, es mejor tomar otro camino totalmente diferente. En lugar de partir de sistemas, de cosas escritas que luego se aplican a martillazos a la gente, es mejor partir del individuo de una manera pedagógica, reconstruyéndolo. Si queremos hacer una pared sólida, vamos a necesitar, antes que nada, buenos ladrillos. Para hacer una nueva sociedad, hacen falta nuevos individuos. Para gestar una buena sociedad que llegue a ser un Estado, hacen falta hombres nuevos que tengan características completamente diferentes y superiores a las que hoy concebimos. Fundamentalmente, hace falta un hombre que se conozca a sí mismo, un hombre que no tema a la vida ni a la muerte, que sepa básicamente cómo está constituido, no solo por fuera sino también por dentro, ya que eso le hará responsable de sus actos, porque cuando se equivoque podrá él mismo retornar al buen camino o no, pero será un hombre responsable y no un hombre arrastrado por las circunstancias. Será un hombre con voluntad propia, al que no le importarán las adversidades externas porque las podrá vencer.
También es necesaria una renovación completa de la sociedad que lleve a un acercamiento real entre las fuentes de producción y las fuentes de consumo.
Dadas las características de superpoblación y los problemas referentes a la energía que encontramos en la actualidad no solamente en cuanto a su obtención, sino también en cuanto a los medios de distribución o estructura de dicha energía, va siendo necesario retornar al campo, sin por ello dejar la industria. La Comunidad Económica Europea ha arrojado hace poco muchas toneladas de leche en polvo al Mar del Norte, mientras millones de personas mueren de hambre en el norte de África. Esta no es una Humanidad realmente buena y libre. Es una Humanidad egoísta, deformada, asesina y antropófaga, que se alimenta de otros hombres. Es una Humanidad que para dar felicidad por un lado, crea muerte y destrucción en el otro.
Tenemos que entender que, si bien la guerra ha existido siempre, ya que es algo propio de la Naturaleza y no es un invento del hombre, hay que terminar con las eternas guerrillas que están desangrando el mundo. Y no solamente hay guerrillas, sino también sabotajes económicos y psicológicos.
Tenemos que superar y volver a gestar una nueva ciencia que no sea una amenaza, sino algo realmente útil al servicio del hombre.
Es paradójico que, mientras en nombre de la paz se están paralizando las centrales atómicas en todo el mundo, cada vez hay más proyectiles atómicos en la Tierra. Pero estamos tan acostumbrados a verlo en los medios de comunicación, que se nos ha hecho natural.
También debe ser cambiado el concepto de clases humanas, que no es más que una forma de racismo que, en vez de basarse en el color de la piel o en el lugar de nacimiento, se basa en los elementos laborales o económicos. En una nueva sociedad que pueda llevar a un nuevo Estado, no deben existir clases sociales, sino solo hombres y mujeres libres que no se enfrentan entre sí, sino que enfrentan la adversidad, la miseria, el miedo y la ignorancia, que son los verdaderos enemigos.
En ese nuevo mundo, aquel que quiera tener el derecho moral de comer, deberá trabajar, deberá producir de alguna manera. Todo el mundo deberá producir, pues si no, se llegaría a una inflación total en la que siempre se gastaría más de lo que se obtiene, lo cual siempre es fuente de nuevas angustias.
Y así se podrá arribar a un nuevo Estado, a un sistema de justicia donde los más sabios, los que están más cerca de Dios, puedan beneficiarnos a todos. Porque también hemos caído en algo que, aunque está muy de moda, no deja de ser una negación filosófica: es el opinar de todo, el creer que todos sabemos de todo, y decidir por mayoría. Estamos un poco locos, y esa locura nos está arrastrando a una miseria colectiva. Hay que cambiar las cosas de raíz, pero no en el papel sino en el corazón humano. De ahí que no creemos que se puedan cambiar las cosas con violencia, somos contrarios a la violencia, sino que se deben cambiar con educación, con el ejemplo, es decir, formando hombres nuevos que puedan crear ese mundo nuevo.
Créditos de las imágenes: Isabell Winter
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