En los últimos años comprobamos un interés a nivel mundial sobre la necesidad de armonizar al hombre con la Naturaleza. Viejos prejuicios “religiosos”, unidos al crecimiento deforme de nuestra civilización materialista degenerada en una adoración aberrada de lo técnico –artificial y de un subjetivismo deshumanizado, nos han llevado a este momento histórico altamente conflictivo y asfixiante, sumamente peligroso y con presentimientos de un futuro apocalíptico.
Es de desear que no sea demasiado tarde.
Obviamente, hemos seguido un camino de desarrollo equivocado, que nos lleva a los bordes de un precipicio.
El problema es grave.
La solución no puede esperarse de “paños tibios”.
Esto lo sabe, de alguna manera, una interesante parte de la Humanidad… los jóvenes. Los ancianos y gentes maduras lo entienden, pero tan solo lo “sienten” los jóvenes, con las excepciones que confirman toda regla.
Hoy existen “brigadas verdes” que combaten, en ocasiones hasta físicamente, la caza indiscriminada de ballenas, la extinción de bellas especies de pájaros, la preservación de “los pulmones” del planeta, sus bosques y selvas.
Asimismo, lo que soñó el “futurismo” del siglo XX al querer reemplazar ropas, medicamentos, muebles y casas hechos con elementos naturales, se ha demostrado peligroso para la salud individual y colectiva. En muchos países avanzados se han prohibido las fibras sintéticas en la confección de vestimentas y ropas de cama, para dar un ejemplo, pues se han descubierto insanas, altamente combustibles y menos estéticas que los elaborados con materiales naturales, como son la lana, el algodón o el lino. Los colorantes químicos y los mismos alimentos enlatados están siendo sometidos a una revisión crítica, por el momento nada favorable.
Se habla y se escribe mucho sobre contaminación y polución. Así como de empobrecimiento de los elementos naturales sometidos a una sofisticación que resta mucho sus propiedades benéficas. Hoy sabemos que el aire que proyectan los acondicionadores, está descargado de iones negativos imprescindibles para la salud y que el agua tratada y reciclada es francamente peligrosa.
Esta sensibilización de la opinión pública es altamente positiva, pero se encaran los problemas por separado y se pone el acento, hasta exagerar, en lo estrictamente material. El profesor austriaco Wilhelm Gabler llega a afirmar que la caída del Imperio Romano se debió, exclusivamente, al excesivo uso del plomo. Tal vez su teoría sea cierta, pero solo puede serlo en parte, pues muchos otros imperios no usaron –o por lo menos no abusaron– del plomo e igual han caído. Es obvio que han entrado en coalición otros muchos factores desestabilizadores, no todos de carácter físico. Lo psicológico, lo mental y lo espiritual pueden haber tenido mucho que ver; así como el factor o dimensión tiempo, que lleva a todas las formas y manifestaciones por el ineludible camino del nacimiento, esplendor, decadencia y muerte.
Una idea global del problema nos acerca más a la realidad.
Hay muchas cosas contaminadas y falseadas que no son ríos o aires.
El folclore, otrora espejo de las tradiciones de los pueblos, está hoy manipulado y retorcido por la politiquería. El charango en Bolivia o la gaita en Galicia se utilizan, frecuentemente, para portar “mensajes” de tipo pseudosocial y llamadas a la violencia de todos contra todos.
El arte, en general, sufre ese mismo proceso: una aparente humanización simbólica ha desembocado en la deshumanización más artificial. Fuerzas ciegas, misteriosas, casi “diabólicas”, se trasuntan a través de esas manifestaciones que se encajan por las buenas o las malas en un culto a la fealdad, a lo chocante y enervante.
La ciencia también sufre de contaminación, ya que los científicos se han puesto a disposición de intereses creados, en la industria de guerra, y de todo aquello que dé buen dinero en el menor tiempo posible. Estos procesos llegan a veces hasta el crimen, pues un inventor que lograse una fórmula que abaratase notablemente la gasolina, correría la misma suerte de Diesel, cuando “se cayó” del barco en que viajaba, siendo portador de la idea de un motor aún más revolucionario y ahorrativo que el que nos dejó.
La literatura no escapa tampoco y menos aún el periodismo de carril. La radio y la televisión están asimismo en manos deformantes que “tiñen” cuanta información pasa a través de ellas, o directamente la mutilan. En fin: que el problema de haber roto la relación armónica entre los hombres y de éstos con la Naturaleza y con Dios, es complejo y no promete nada bueno.
Si con Platón, consideramos la suma de las actitudes humanas englobadas en la política, o ciencia que se resuelve en el arte de conducir a los pueblos, vemos que lo necesario es atacar el mal en su conjunto y en sus causas y no en sus efectos parciales. O sea, que lo primero que tenemos que respetar es la ecología política.
La política actual, tanto en Occidente como en Oriente, está altamente contaminada y deformada por formulaciones hipotéticas que no han sido extraídas de la Naturaleza, sino de los intereses de grupos y elementos de poder.
A la luz de la Filosofía natural, llama la atención que los políticos del momento hagan política contra natura. Se desprecia la ley de los más aptos; la de piramidalidad, la que contempla la dinámica de los cuerpos; los principios mismos de la vida. Por el contrario, se potencia el número sobre la calidad; la inflexibilidad fanática sobre la concurrencia armónica de las corrientes de la vida; la ética se inclina ante la fuerza bruta y el derecho a la existencia se inmola en el gran holocausto de las guerrillas cancerosas. Las ciudades se han convertido en verdaderas trampas “cazabobos” en donde los físicamente débiles son masacrados, violados, insultados. En el campo se arrojan las cosechas a la mar antes de venderlas en un mercado podrido por los intermediarios.
La educación enseña sin educar y así los niños crecen impregnados de egoísmo, de intoxicaciones, de instintos animales a flor de piel. Ni los cementerios son respetados y tampoco los templos, pues en sus muros se hacen pintadas llamando a la próxima huelga fratricida empujada por piquetes de verdaderos gánsteres que cuentan con la impunidad de la indiferencia general. Los ricos aplastan a los pobres y los pobres asesinan a los ricos.
Las reservas se dilapidan. La juventud se corrompe con películas de cinematógrafo pornográficas. La vejez es estafada en sus ahorros y los héroes auténticos se persiguen, hasta en sus nombres, mientras se lleva a la macrofotografía, a los posters, a los asesinos y a las prostitutas. Los criminales gozan –a expensas del erario público– de celdas con televisión en color y de comidas traídas desde lejanos lugares, mientras que honrados trabajadores roen sus tristes pitanzas en sus chabolas o hacinados con sus familias en desconchados cuartos en donde no entra el sol.
La contaminación de la política es la causa fundamental de todas las contaminaciones. De la económica, de la moral, de la estética, del simple vivir diario. Si no logramos descontaminar la política y moralizar a los políticos, todo otro esfuerzo será inútil. Serán simples chispazos individuales en medio de la noche de estos tiempos. Y serán ahogados brutalmente por los poderosos de moda, padres de todas las tinieblas.
Urge que la política sea descontaminada; que sea una ciencia y un arte, en el mejor sentido de estas palabras, y no una máquina robotizadora que proclama igualdades inexistentes y aplica diferencias artificiales. Debemos superar esta sociedad-vampiro, robotizada, consumidora de una energía que no produce y que quema las reservas naturales e históricas acumuladas con los siglos.
De nuestra Humanidad truncada por la tala irracional debe surgir el verde retoño de un hombre nuevo, de un mundo nuevo. La polución debe desaparecer de nuestros espíritus envenenados de violencia e injusticia. La podredumbre debe ser barrida por los vientos nuevos, renovadores de la vida y portadores de la semilla de la bondad. De lo contrario, esta forma de Humanidad será destruida por la justicia ecuánime de la Naturaleza. Hagamos un esfuerzo fuerte y continuado; unamos nuestras voluntades purificadoras. Que vuelva la luz en un nuevo amanecer, pletórico de perfumes y de frescor. Volvamos a la Naturaleza, empezando por una política natural, portada por una nueva Humanidad natural.
Créditos de las imágenes: Marco Oriolesi
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