Desde sus remotos ancestros el Hombre quiso volar. Y sabemos que del querer al poder hay un trecho corto o largo, pero que termina inexorablemente con la satisfacción del deseo. Este es un axioma de la Naturaleza que así brinda toda clase de oportunidades y experiencias a sus criaturas.
Si la Humanidad es tan vieja como nos lo dicen los libros de la Antigüedad y los recientes descubrimientos paleoantropológicos confirman, es probable que haya pasado por diferentes formas y etapas en que la alienación tecnológica que hoy vivimos pudo haberse dado en otros puntos de la espiral evolutiva.
Las tradiciones hindúes, que son las que mejor conocemos, nos hablan a través de los Puranas, de civilizaciones perdidas, de grandes islas sumergidas y de naves aéreas llamadas “Vimanas”, impulsadas por “remos” que lanzan chorros de fuego a la manera de cohetes impulsores y sostenidas en el aire con la ayuda de una fuerza derivada de la transmutación de la energía en materia, a la que llamaban “Marmash”. Otros fragmentos nos cuentan que había naves en forma de ave, que ponían “huevos” que al caer podían “matar a un millón de hombres”, lo que nos sugiere un bombardero portador de un terrible artefacto explosivo de probables características atómicas.
Parecidos anales se nos muestran en los estratos más viejos de la civilización china, por ejemplo, en donde se mencionan carros que transportan a sus príncipes por los aires, dejando tras de sí estelas de humo y fuego. Pero la fuente histórica más precisa es la que menciona la paloma voladora que, aunque pequeña, se elevaba en los aires ante miles de personas en la Grecia clásica y en los salones del Palacio Real de Siracusa en los siglos IV y III a.C. Sabemos que Dionisos II encargó a la Escuela de Arquímedes modelos más grandes, que pudiesen llevar 119 hoplitas, guerreros pesadamente armados, desde Siracusa hasta Atenas en vuelo sin escalas, aunque el experimento fracasó.
No obstante, las “palomas voladoras” siguieron haciendo las delicias de las multitudes en los circos de Roma y Alejandría. Con el advenimiento de la Edad Media el secreto de su fabricación se perdió, como aquellos otros del motor a reacción basados en la “Máquina de Herón”, que al parecer fueron aún usados de manera puntual en las guerras que sostuvo la naciente Constantinopla, a la manera de lanzamisiles y lanzallamas.
Hasta hace pocos años, estas tradiciones de la Antigüedad no pasaban de aquí ante los ojos de los científicos contemporáneos: relatos sin posibilidad práctica de comprobación y sin testigos arqueológicos factibles de estudio. Pero en 1898, en las proximidades de Saqqarah, al sur de El Cairo, Egipto, en las excavaciones de tumbas atribuidas en ese entonces al siglo II a. C. –y que en la actualidad se clasifican en el II milenio a. C.–, se encontraron unos exvotos de madera de sicomoro en forma de ave, probablemente imágenes del Dios Horus o de la golondrina que representa la segunda envoltura de Atmú, el Espíritu humano. Una de ellas era particularmente curiosa y fue archivada bajo el número 6.347 del Museo de El Cairo; presentaba características muy atípicas. En ese entonces aún no se habían experimentado los aviones de los hermanos Wilbur y Orville Wright, planeadores impulsados cuyas líneas aerodinámicas estaban por debajo de la concepción del pequeño objeto egipcio. De tal forma se guardó como una extraña ofrenda, sin darle mayor trascendencia.
En los adjuntos esquemas podemos apreciar una fotografía de frente y desde abajo; asimismo un reconstrucción teórica donde las flechas indican el alerón faltante.
El prototipo 6.347 estaba en febrero de 1981 en lo alto de la vitrina 7 de la sala 27 del Museo de El Cairo. El autor de este artículo, en octubre de 1982 lo buscó en ese sitio, pero la remodelación interna del Museo hace que la mencionada sala 27 esté totalmente reformada y el presunto aeromodelo no pudo ser observado, dada la condición caótica en que en la actualidad se hallan gran cantidad de piezas, cientos de las cuales pasaron a depósitos.
Demostraciones intentadas con réplicas del objeto, simplemente lanzado con la mano, a la manera de un planeador de juguete, han demostrado que, como tal, no está capacitado para volar. Pero debemos considerar la probabilidad de un motor impulsor, a pesar de sus alas altas, pues así las llevan en la actualidad, incluso, los grandes transportes de la URSS movidos por turbohélice. Asimismo eran los primitivos aviones “Parasol”, utilizados en la Primera Guerra Mundial; y un Bleriot 110, de esas características, unió sin escalas New York y Siria en 1933.
Por otra parte, las actuales representaciones de aviones en escala menor, que se colocan en el mercado de juguetes y de réplicas, lanzados a la manera de planeadores, tampoco vuelan. Esto sugeriría que el llamado “Planeador de Saqqarah” hallado en una tumba, es tan solo una representación en pequeño que no tuvo jamás otra finalidad que la votiva. La pregunta obligada es: ¿existió en Egipto, o en alguna otra parte, la versión real de esta maqueta? Y si existió, ¿llegó a volar alguna vez? ¿Debemos pensar en una forma de avión contemporánea a la maqueta, o esta es una representación aproximada de máquinas de vuelo que han existido hace decenas de miles de años? La última suposición no debe descartarse fácilmente. Los egipcios, según Herodoto, guardaban en Hermópolis estadísticas sobre la crecida de las aguas del Nilo que abarcaban 17.000 años. Si pensamos que la actual civilización en que nos movemos tiene estadísticas hidráulicas del Lago Leman de menos de 500 años como su máxima expresión, podemos llegar a apasionantes concepciones.
Lo extremadamente curioso es que el “Planeador de Saqqarah” no es la única maqueta aérea que conocemos.
Las fotografías que reproducimos dan una idea clara de su forma.
Uno de los fotógrafos, intrigado por el objeto que no parecía representar ningún animal conocido, hizo de él una diapositiva y la proyectó hasta llegar a grandes dimensiones. El minúsculo objeto tomó entonces toda la apariencia de un moderno avión de caza con las alas en “Delta”, con timones de profundidad suplementarios y hasta con cabina protegida por un escudo detector. Se juzgó necesaria la presencia de un experto y se remitió la diapositiva y los calcos a Arthur Young, famoso diseñador aeronáutico y creador del helicóptero “Bell”. Su informe fue fascinante, pues la forma general y la de la cola vertical en especial, le hizo descartar la representación de un pájaro o insecto. Aseguró estar frente a la representación de un avión de muy alta velocidad, dada la curvatura hacia abajo de sus alas y las características de su fuselaje, que hacían pensar en un “caza” supersónico, a reacción. Notó, sin embargo, que por error del artista o por otra causa desconocida, las alas estaban emplazadas algo por detrás de lo conveniente.
El acuerdo no fue total, pues hubo biólogos que opinaron que se trataba de una interpretación artística de un pez volador. Otros, que de una raya marina. Como las culturas de Sinú, Tolima, Calima, Quidio, Magdalena, no son suficientemente conocidas, y la mayor parte de sus obras tienen probablemente más de 1500 años, el problema es complejo. Más tarde se han identificado otros pequeños objetos de oro o de tumbaga (aleación de fórmula perdida, basada en el cobre y metales preciosos) que hacen sospechar otras maquetas de aviones. Reproducimos algunas de ellas.
Tal vez el enigma dure muchos años, siglos, milenios y podría hasta ser olvidado. Pero hoy lo tenemos aquí. Ninguna teoría es suficientemente válida. Tan solo podemos utilizar hipótesis de trabajo y aceptar algo que se hace cada vez más evidente: el Hombre es mucho más antiguo que lo que la ciencia de carril, materialista y decimonónica sostiene; la nuestra no es la corona de las civilizaciones, sino una más en una inconmensurable cadena de altas culturas de las que solo nos han quedado mínimos vestigios.
Créditos de las imágenes: Dawoudk
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Vaya, Dionisos II tenía planes muy estrictos, debían ser 119 hoplitas, lo que con todas sus armaduras daría casi, exagerando, para un Airbus actual. Imagino que ha debido haber algún error en la transmisión de ese texto pues 119 guerreros me parece excesivo, no me extraña que no lo consiguiesen. Quizás con 11 habría más probabilidades de éxito, tipo Caballo de Troya.
Más allá de la ironía, el artículo es, como siempre, los del profesor Jorge Ángel Livraga,, excelente por sus ideas, precisión, argumentación y poesía. Un tesoro.