Si entendemos la humildad como la carencia de vanidades, como una no sobrevaloración de este mundo pasajero, como una actitud de vigilia y respeto hacia todos los seres vivos, especialmente hacia aquellos más virtuosos y sabios que nosotros, la humildad es, sin lugar a dudas, una característica distintiva de las Almas inclinadas a todo lo noble y, sobre todo, a la existencia viva de Dios. Así entendida, la humildad es la mejor piedra de la corona de las virtudes y no podemos concebir a un hombre o una mujer que hayan pasado justamente a la Historia sin el aderezo de la humildad.
Pero, como todo en exceso termina en una aberración que niega lo mismo que dice afirmar, existen muchos “humildes” que han hecho de su falsa humildad una máscara, bella y sofisticada de su inmensa vanidad interior. Así, el que pudiendo vestir normalmente y pasar desapercibido en una reunión, lo hace con ropas pobres o por demás sencillas, subconscientemente busca tan solo destacarse y humillar a los demás. Quien, en una conversación amistosa, donde se habla muy naturalmente, emplea términos rebuscados o palabras en latín, griego o sánscrito para sus ejemplos y desarrollos temáticos, es la antítesis misma de la humildad, pues pronto logra destacarse en medio de todos y hacer que le admiren, aunque no le comprendan.
Quien, en fin, hace tema de todos los días la humildad y rinde culto público a los humildes, y se dice –en voz bien alta– identificado con los que menos tienen y menos son, con los viciosos, depravados, débiles y fracasados, lo hace por vanidad, habiendo encontrado un camino fácil para que se le admire con el menor riesgo para consigo mismo. Si les ponéis personalmente a prueba, notaréis de inmediato que lo que parecía caridad es una sutil forma de reafirmación de sí mismo, pues, privadamente, esas gentes no se abstienen de nada y gastan enormes sumas en cosas ajenas a la ayuda del desvalido. Anteponen sus fantasías a las crueles realidades del mundo y suelen mover la lengua más frecuentemente que los brazos, comen bien y duermen mejor.
Otro peligro de esta fingida actitud de humildad es la exaltación verbal de lo peor de la sociedad; el desconocimiento de la Gloria y del Sacrificio directos. Con el tiempo, la farsa retorcida se torna monstruosa realidad, pues la autosugestión es la forma primitiva de la hipnosis. Entonces, quien se dice humilde sin serlo, confunde lo raquítico con lo enjuto; lo cobarde con lo prudente; lo miserable y deleznable con lo pequeño; el lenguaje zafio con el sencillo y directo; y, finalmente, a las personas insignificantes con humildes santidades que reflejasen en esta Tierra las virtudes queridas de Dios.
Debemos, entonces, saber distinguir entre la verdadera y la falsa humildad; entre el humilde de corazón y el humilde teatral que utiliza su parodia en beneficio de lo que cree y, a falta de argumentos, fuerza las puertas de las ajenas razones con las ganzúas de la sensibilidad y la piedad de los otros.
La falsa humildad es la imagen invertida y descolorida de la verdadera, que nos da el gran espejo de la ilusión de los sentidos. Filósofo: vale más un hilo de verdadera humildad que un manto de pesados cañamazos de la falsa.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Publicado en Revista Nueva Acrópolis núm. 71. Madrid, Abril de 1980.
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Interesante reflexión aunque hay un pasaje que no está muy claro como por ejemplo donde dice
"sobre valoración de este mundo pasajero" ???
eso no lo entiendo...
si pudieran ampliar...
Saludos
Alem L.
El autor se refiere a que ser humilde es no sobrevalorar la vida que vivimos. Es no creerse vanidoso y pensar que lo que tenemos es lo máximo. Y es también un respeto por el resto de los seres vivos; de esta forma no nos creemos el centro del mundo, lo más importante de la creación. Esa es la verdadera humildad.
Espero que te haya servido esta "humilde" explicación
J. Carlos
la humildad consiste en no vanagloriarse de nuestra virtudes mas bien dejando a los demas descubrirlas. Es un gran trabajo interno, para muchos de nosotros, ya q estamos domesticados, criados para competir en la vida con nuestro semejante, al igual q la sociedad, globalizacion tecnologicam y espiritualmente podrida de esta era nos acerca y nos tapa los ojos hundiendonos en una cueva dond nos domina las organizaciones y dueños del mundo actual.
¡Qué cierto lo que dice el profesor Jorge Angel Livraga en estas líneas! Y cuánta falta de humildad en los diferentes escenarios de la vida social. De hace largos años recuerdo la inauguración -la primera que, con toda ilusión y sólo 18 años asistía- del curso académico en una Universidad "de cuyo nombre no me quiero acordar". Comenzaron los discursos oficiales y simplemente no entendía nada de lo que decían, me parecía como si fuera un extraterrestre o algo así, por la enormidad de palabras complejas o cultismos que usaban. Después descubrí que, siendo los discursos leídos, se tratada de un "concurso de erudición". Que cuánto más humillasen nuestra ignorancia, más enaltecían, pensaban, lo que ibamos a aprender en "luengos" años. Y más altos, soberbios quedarían desde su Olimpo de intelectualidad. Y no es que fuesen los términos necesarios y exactos de una ciencia en que como la Medicina o la Física o Matemática, no se puede divagar. No, seguro que todo lo que decían se podría haber dicho de la forma más simple y amable, si no hubiesen leído el discurso, o si hubiesen pensado en los que iban a escuchar estos soliloquios de flores sin perfume, de flores de papel.
Sí, esto debe ser como los textos en latín, o sea, los latinajos, que aparecen en el libro de Umberto Eco, "El Nombre de la Rosa", que ni él ni los editores tuvieron la delicadeza de traducir para el lector, con lo cual nos quedamos todos "in albis"