Ciencia

Las arqueobacterias

Forma parte de la tradición universal esotérica el que nuestro planeta haya tenido grandes transformaciones en el correr de miles de millones de años, y que las formas de vida, sujetas a inexorables ciclos, hayan sufrido aceleraciones y desaceleraciones mutacionales, que en el siglo XIX, al percibirse los parámetros más cercanos, dieron origen al concepto evolucionista.

El demencial orgullo positivista vició lamentablemente un conocimiento que hacía casi 2000 años que estaba perdido. Así aparecieron cuadros y diagramas, dibujos y reconstrucciones no siempre acertadas, pero que se enseñaban con la misma fe con que algunos siglos antes se había afirmado cuál era la forma de vida en el infierno y el sexo de los ángeles.

De estas creencias nacieron hipótesis que rápidamente se volvieron teorías, para terminar siendo dogmas cuya repetición se hizo obligatoria en todas las universidades del mundo. Uno de ellos se refería a las condiciones imprescindibles para que la vida se manifestara. Aunque el descubrimiento de las bacterias anaerobias hizo caer el “tablado” de la necesidad de una atmósfera que contuviese oxígeno, y el descubrimiento de ciertos líquenes en la Antártida dio un duro golpe a los creyentes en la hibernación forzosa de los seres vivos sometidos a muy bajas temperaturas, se mantuvo hasta nuestros días el concepto de la esterilización a los 100 grados centígrados, enseñado por Pasteur.

Recientemente, un microbiólogo de la universidad de Rastibona ha comprobado que tal “ley” no siempre se cumple.

Como tantos otros descubrimientos, este se hizo de manera casual, o por lo menos no intencionada. A mediados de 1.981 el joven profesor Karl Otto Stetter fue a disfrutar de sus vacaciones a la isla de Vulcano[1], donde manantiales submarinos de aguas calientes dan a la flora y fauna subacuática características de especial belleza. Con su equipo de buceo, cerca de Porto Levante, y a pocos metros de profundidad, se asombró de las altas temperaturas con que surgía el agua de los mencionados manantiales. Regresó muñido de gruesos guantes de goma y de tubos que le permitieron apresar esa agua tal cual salía de las rocas.

En su bote de goma llevaba siempre un laboratorio básico de análisis, pues Karl ama verdaderamente su profesión y una de sus distracciones es ir analizando muestras, a la vez que bucea o toma el sol. Tan rudimentarios elementos le sirvieron, sin embargo, para realizar el asombroso descubrimiento de que en las aguas recogidas a más de 100 grados, había microorganismos de forma plana.

Ya en su laboratorio de microbiología, en Rastibona, al agua añadió azufre, hidrógeno y ácido carbónico, y elevó la temperatura de los 80 a los 110 grados. Comprobó que el crecimiento de esos seres permanece estancado en temperaturas inferiores a los 80 grados, pero al llegar a este punto de calor empiezan a entrar en actividad y a reproducirse; se duplican en 550 minutos a los 85 grados; en 220 minutos, si el agua entra en estado de ebullición –o sea, a 100 grados–, y si se eleva la temperatura a 105 grados tardan tan sólo 110 minutos en duplicar su número. Estas bacterias, como se comprobó luego, viven en un medio sobrecargado de hidrogeno y ácido carbónico, a altas temperaturas, en las corrientes de agua que surgen de volcanes sumergidos. En presencia de oxígeno, sus vidas se acortan hasta durar pocos minutos.

El científico alemán cree que se trata de «arqueobacterias» sobrevivientes en un medio especial y que provienen de épocas remotas, cuando la composición y temperatura de la Tierra eran distintas.

Otras investigaciones han dado muestras de diversas arqueobacterias en las muy saladas aguas del Mar Muerto, en escombreras de carbón y en ciertas aguas cenagosas. Es curioso que las arqueobacterias están, por su constitución, más cercanas a formas superiores de vida que a las bacterias que hasta ahora conocíamos. ¿Es que, además de la evolución simple, existirían períodos de involución, y así las formas de vida no marcharían ciegamente hacia delante, sino que ejecutarían una serie de misteriosas maniobras…? Los huesos de Darwin deben estar temblando en su tumba.

Otro enigma es cómo estas complejas células vivientes logran que las proteínas que componen su protoplasma no se coagulen, sino todo lo contrario, por encima de los 40 grados centígrados.

El profesor Stetter profundizó también en las bacterias metanógenas, que pueden descomponer la materia orgánica con producción de metano (CH4) y otras sustancias conocidas hoy como «biogases».

Mientras yo recibía y estudiaba estas informaciones de la universidad de Rastibona, estaba dictando un cursillo de Filosofía en Venezuela. Uno de mis jóvenes alumnos me alcanzó un ejemplar bajo forma de revista de una muy conocida enciclopedia. Era vergonzoso comprobar el grado de politización de sus páginas y la pobreza de su información extraída de publicaciones francesas del siglo XIX. Se publicaba en colores un cuadro que mostraba la evolución como algo lineal, y que en su salto fácil de algunos millones de años llevaba del ammonite al ser humano. Junto a ello, un dibujo romántico de Marx vestido como un lord inglés de hace 130 años, sepultado en papelotes que cubrían una preciosa escribanía victoriana, y la página siguiente una dudosa fotografía de cuando unos soldados chilenos retiran el cadáver de Allende del palacio de la Moneda, en Santiago de Chile.

¿Que tenían que ver tan disímiles cosas? Obviamente nada y tan solo estaban unidas por el común denominador de la politiquería para jóvenes. Es muy triste comprobar estos fenómenos de aberración de la cultura frente a las noticias de los descubrimientos recientes, como el que citamos más arriba.

Esperemos que en mejores épocas futuras, la investigación y la publicación científica y pedagógica se actualicen, y se puedan aprovechar en bien de la sociedad tantos talentos desatendidos y mal pagados. Que profesores, a la manera del alemán Stetter tengan su oportunidad de profundizar en el misterio de la Vida y publicar sus investigaciones libremente y con la ayuda de todos, pues el no apoyar a los sabios es una forma de amordazarlos. Mientras esto escribo, el Ministerio alemán de investigación y Tecnología ha recomendado a los científicos de Rastibona una nueva y bien financiada investigación sobre la flora microscópica que aparece en los óxidos de los metales. Si se logra individualizar ciertas bacterias, esto permitiría que, con un sencillo tratamiento, se pudiesen quitar los óxidos con simple agua a presión, lavándolos. Deseamos la mayor fortuna a esta prodigiosa investigación.

 

Notas

[1] Isla perteneciente al archipiélago de las islas Eolias, en Sicilia (Italia).

Créditos de las imágenes: Michael Schiffer

JC del Río

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