Si recorremos los mitos que han dejado los diferentes pueblos de la Humanidad sobre los orígenes y evolución del hombre, son verdaderamente sorprendentes las coincidencias con que nos encontramos, incluso en pueblos tan lejanos los unos de los otros como pueden ser Mesopotamia y Sudamérica. En este artículo vamos a señalar las más notables de dichas coincidencias, a fin de intentar reconstruir el lejano pasado de la Humanidad según nos lo describe la mitología universal.
Puede parecer que tal intento carece de sentido, si nos aferramos a la concepción habitual de los últimos siglos de que los mitos no son más que cuentos de pueblos infantiles, o incluso a la noción más reciente de que si tienen un valor, este es solo por su contenido psicológico. Sin embargo, hay abundantes ejemplos, como en el caso de las leyendas del rey Arturo o la guerra de Troya que, aunque la imaginación y el sentido poético las hayan adornado con elementos fantásticos, siguen reflejando de alguna manera una realidad histórica.
Por ello, no será demasiado atrevido si en base a los mitos más comunes, aquellos casi universales, intentamos completar y aun corregir lo que nos dice la historia “científica”. La mitología puede servir en este caso como un punto de partida para reconstruir una hipótesis de la prehistoria de la Humanidad, que luego será susceptible de ser comprobada y ampliada por las investigaciones científicas en sus diversas disciplinas.
La más notable de dichas coincidencias míticas, que salta a la vista de cualquiera que haga un estudio somero sobre el tema, es la tradición de un diluvio universal. Los occidentales conocemos este mito bajo su forma bíblica en la religión hebrea, que narra cómo Dios, enojado por la maldad de los hombres, decidió enviar un diluvio para destruirles, anunciándolo primero a uno de los pocos hombres buenos que quedaban –Noé– y aconsejándole que construyera una nave a fin de salvarse a sí mismo, a su familia y a una pareja de animales de cada especie, para que después de la catástrofe el mundo pudiera renovarse. Así lo hizo, salvándose de la destrucción mundial, y cuando se apaciguó la tormenta y bajaron las aguas, Noé envió un pájaro a buscar tierra firme. Cuando este volvió con una rama de olivo en el pico, decidió mandar otro algún tiempo después, el cual no volvió. Buscaron entonces un lugar donde desembarcar, que fue el monte Ararat, lugar sagrado desde entonces como símbolo del renacer del mundo.
Aunque seguramente esta historia es bien conocida por todos, la hemos referido aquí para resaltar algunos de sus detalles, que también se verán reproducidos en los mitos de otros pueblos.
Se han destacado a propósito ejemplos del continente americano para subrayar la universalidad de esta leyenda, pues según la prehistoria actualmente concebida no hay conexión histórica entre los pueblos de Oriente Medio y los de América.
Sin embargo, casi todas las culturas, tanto occidentales como orientales, tienen mitos semejantes. Ofreceremos otros dos ejemplos, uno de India y otro de Grecia.
Siendo el mito del diluvio universal, ¿no implica ello que se refiere a un evento histórico real, que impactó de tal modo en la conciencia de la Humanidad que ha quedado registrado por todas las tradiciones? Si tal es el caso, ¿por qué no ha quedado registrado este hecho en los libros de la Historia o, mejor dicho, de la Prehistoria? La cuestión es precisada por Max Fauconnet: “Quiere decir (esta repetición del mito del diluvio universal) que la humanidad fue una vez reducida a un pequeño grupo de individuos que luego se difundieron por toda la Tierra, llevando consigo sus leyendas, que iban alterando a través de los siglos de acuerdo con nuevos climas y nuevas costumbres. ¿Son todas estas leyendas un relato confuso de grandes eventos en escala planetaria que contemplaron aterrorizados al mismo tiempo hombres esparcidos por todas las partes del globo?” Tal interrogante debe inclinarnos a mirar con ojos menos escépticos la tradición esotérica de la existencia y destrucción del continente conocido como Atlántida.
¿Cuál fue el motivo del diluvio? En la mayoría de los mitos se atribuye a una creciente maldad de los hombres que provocó la ira de Dios o de los dioses. Tal es el caso del relato bíblico, el de Egipto (aunque este no se refiere precisamente a un diluvio, sino a una destrucción de la Humanidad por Sekhmet, la leona sedienta de sangre, enviada por Ra para vengarse de los hombres), y el de muchos otros, tanto de la tradición europea como de la americana. Otra versión entre los indios tupi de Brasil, afirma que fue causado por una lucha entre magos blancos y negros, lo que coincidiría tanto con la mencionada tradición esotérica como con otros mitos de luchas entre seres fantásticos con armas mágicas. Tal es el caso de la mitología celta, donde luchan las dos razas de los Tuatha de Danaan y los más antiguos Formorios, ligados a las fuerzas del mal, el Mahabharata, donde hay relatos de guerras con armas “mágicas” que destruyeron ejércitos enteros con una facilidad terrible, y la rebelión de los Titanes en la mitología griega, que vamos a analizar a continuación.
El motivo de la rebelión de los ancestros de la Humanidad actual contra los dioses es de una difusión muy generalizada. En la Biblia hebrea aparece en la leyenda de la torre de Babel, torre que los humanos de dicha época intentaron construir para llegar al cielo y ser como los dioses. Es interesante señalar que idéntica tradición se halla en Grecia, bajo una forma ligeramente diferente, en donde los gigantes (ancestros del hombre actual según los antiguos griegos), intentaron llegar al Olimpo amontonando montañas unas sobre otras. Otra versión semejante encontramos, en el libro de Platón titulado El Banquete en el cual Aristófanes narra una historia cómica de unos hombres esféricos (ancestros nuestros), que se volvieron tan orgullosos de su fuerza que los dioses se decidieron a partirles en dos, dando lugar a los dos sexos actuales, y motivando, según Aristófanes, el amor entre una y otra persona.
Entre paréntesis, cabe destacar otro detalle del mito de la torre de Babel que aparece entre otras culturas muy lejanas. Es el tema de la división y confusión de las lenguas. Aparece el mismo concepto entre los, mayas y aztecas de Centroamérica, donde se dice que después del diluvio la Humanidad perdió el idioma único y universal que tenía, para dar lugar a una multiplicidad de lenguas que ya no se entendían entre sí.
Abundan también los mitos que hablan de una guerra terrible, casi cósmica en sus proporciones, en donde unos gigantes, magos o dioses, según las versiones, luchan por la soberanía del mundo, quedando vencidos algunos que luego son condenados a vivir debajo del mar, o debajo de la tierra (¿sumergidos bajo el diluvio?). Tales son los titanes de la mitología griega, derrotados por Zeus y arrojados a los abismos de la tierra, o, entre los pericúes de Baja California, los rebeldes exiliados a una caverna subterránea.
Se destaca también, en la misma tipología, el mito de Atlas, (¿referencia a la Atlántida?) condenado a soportar el mundo sobre sus hombros, provocando terremotos cada vez que lo mueve de un hombro a otro. Y existe un mito idéntico entre los chibchas de Sudamérica, con el Demonio Chibchacum haciendo el papel de Atlas.
Es importante también, en relación con estas narraciones, el tema de unos ancestros gigantes de la Humanidad, reflejo de otra de las tradiciones esotéricas. Se encuentran referencias a gigantes en muchísimas mitologías, por ejemplo:
Aquí podemos plantear otro interrogante: habiendo tantas referencias a unos antepasados gigantes, ¿por qué no aparecen mencionados, ni tan siquiera como hipótesis de trabajo, en la “prehistoria oficial”? ¿Será pura fantasía, o tal vez haya muchas cosas que la ciencia actual aún no haya descubierto?
Estos mitos primordiales nos han hablado de los eventos relacionados con el hecho fundamental del diluvio universal, suerte de pivote para toda la historia mítica de la Humanidad. Pero será interesante también ver qué nos dice la mitología sobre los tiempos anteriores y posteriores al diluvio, para que podamos obtener una imagen completa en el tiempo.
Así, volviendo al más remoto pasado, vamos a ver que los mitos comienzan muchas veces con el tema de una Edad de Oro, cuando los hombres estaban en estrecho contacto con los dioses. En la mitología asirio-babilónica, por ejemplo, se cuenta que antes del diluvio fueron los dioses quienes reinaban sobre los hombres desde el cielo. En la mitología griega se dice que, en la época de Cronos, los dioses y los hombres convivían en una armonía que después se perdió, el dolor no existía e incluso la muerte no era como es ahora, motivo de pena, sino como el sueño que se apodera del cuerpo de una manera dulce y suave. En la Biblia tenemos el mito del paraíso del Edén, donde tampoco existía la muerte ni el dolor.
En general, aparece en la prehistoria mítica el tema de una sucesión de edades o de razas que van evolucionando, o en otros casos degenerando, hasta llegar al actual estado de la Humanidad, tradiciones que, una vez más, reflejan de una manera confusa, la historia esotérica de la evolución.
Hesíodo, el poeta griego, habla de cuatro edades de una decadencia sucesiva –de oro, plata, bronce y hierro–. Los musulmanes tienen una tradición de siete razas que fueron diseñadas por los ángeles, fabricándolas de siete clases de tierra de distintos colores. En la mitología persa, la primera pareja humana, engendrada de la semilla del primer hombre, dio a luz siete parejas. De una de ellas procedió otra pareja de la cual descendieron las quince razas de la Humanidad. En la mitología irlandesa (celta) hay una sucesión de cuatro o cinco razas que son destruidas sucesivamente por catástrofes, pestes y guerras. Entre los pueblos de Méjico, existía la tradición de los cuatro soles o cuatro mundos sucesivos, cada uno poblado de una Humanidad de diferentes características que luego fueron destruidas por no mantener la suficiente perfección. Algunas de esas razas fueron convertidas en monos.
Como ya hemos visto, hacia el medio o final de este ciclo, sobreviene, según las tradiciones, una era de crisis, de conflicto y de guerra, sea entre dioses y ángeles o una rebelión de los hombres o los gigantes contra el orden celeste. Por otra parte, existen las múltiples tradiciones de un diluvio, o de una catástrofe enviada sobre la Humanidad, como ya hemos analizado en sus detalles.
La última fase de esta evolución, antes de entrar en la época histórica, se caracteriza por la aparición de unos seres heroicos y divinos que ayudan a la Humanidad post-diluviana a reconstruirse un futuro y a sobrevivir y evolucionar sin la presencia de los dioses con los que antes contaba. Estos héroes instruyeron a los hombres en la agricultura, la política, las artes e incluso la magia. Estas tradiciones de héroes fundadores, divinos ayudantes o reyes divinos son casi tan universales como las del diluvio.
Es así que en Egipto tenemos abundantes referencias a esa raza de reyes divinos que instituyeron la agricultura, la religión y la civilización en general, existiendo incluso una referencia al dios-rey Osiris, de quien se dice que después de haber civilizado Egipto viajó por todo el mundo difundiendo los principios de la civilización. Existe una figura muy semejante a Osiris en la mitología persa, llamada Husheng. Tal como Osiris, es el primer rey, que lleva los dones de la civilización a su pueblo. Luego, como Horus (hijo de Osiris en la mitología egipcia), venga la muerte de su padre que había sido matado por un demonio (cual Seth egipcio). Y después marcha para civilizar el mundo entero. Este tema de una misión civilizatoria mundial es muy interesante, pues no resulta probable que apareciera si no estuviese basado en alguna realidad histórica. Además, existe otra versión del otro lado del mundo, entre el pueblo maya de Centroamérica. Allí existe la leyenda del héroe Cukulkán, que vino del oeste con 19 compañeros. Se quedaron durante diez años en Yucatán, plasmando las bases de la civilización maya. Cukulkán consignó sabias leyes y luego partió en un barco, desapareciendo en la dirección del sol naciente.
En Grecia es el dios-héroe Prometeo quien, apiadándose de la situación desamparada de los hombres, lleva a cabo la famosa hazaña de robar del Olimpo el fuego celeste para darlo a los hombres, hecho por el cual fue condenado por Zeus al suplicio en el monte Cáucaso, hasta que fue liberado por el héroe humano Herakles.
Este fuego celeste simboliza al mismo tiempo el conocimiento del fuego físico y todo lo que puede aportar a la civilización (posibilidad de forjar herramientas, armas, etc.) y fundamentalmente esa chispa de inteligencia que nos separa de los animales, no solo aquella que nos hace más astutos, sino fundamentalmente esa otra que nos permite reconocer en nosotros mismos el alma, la conciencia divina, así como la posibilidad de –algún día– convertirnos en dioses. Es por esa razón que, tal como Jehovah castiga a la serpiente (viejo símbolo de la sabiduría y de la conciencia despierta) por haber incitado al hombre a comer del árbol del conocimiento, Zeus castiga a Prometeo por haber otorgado al hombre ese don prohibido.
En este mito tan importante encontramos uno de los aspectos más valiosos que posee el mito en general, y es su capacidad de aportar conocimientos sobre la evolución de la conciencia de la Humanidad. No nos dice todo, pero incita al que anhela saber a investigar más profundamente.
Por la misma importancia de este mito del fuego, es que lo encontramos también en India, donde es Matarisvan quien tomó el rayo del cielo y entregó a los mortales el secreto del elemento ígneo. Asimismo, entre los mayas, ese fuego les fue otorgado por el dios-héroe Tohil, quien se lo dio durante su estancia en Tullan, adonde habían viajado para aprender sobre los misterios divinos. Fue después de recibir el fuego, aparentemente, que se dividió la lengua para hacerse múltiple, así que “los ancestros ya no se entendieron…”
Siguiendo con ejemplos de los héroes civilizatorios y reyes divinos, los chinos afirman que en los primeros tiempos la gente vivía en cuevas (¿alusión a la edad de piedra?), pero después los “emperadores celestes” llegaron para enseñarles a fabricar herramientas y construir casas.
En Australia fue un espíritu femenino llamado Serpiente del Arco Iris quien enseñó a sus hijos –los humanos– a hablar y a entender, a buscar entre alimentos y escoger los que había que comer. Entre los pueblos de las selvas de Amazonia (los yanomami) fue otra serpiente –la Anaconda Cósmica– quien enseñó al pueblo a sembrar cultivos. Nótese una vez más las referencias a la figura de la serpiente. Recordemos también que en la India había unos seres llamados los “reyes Naga”, o sea los reyes-serpiente, célebres por su sabiduría, que vivían en cavernas subterráneas y eran capaces de otorgar grandes conocimientos a los hombres que los merecieran.
En América, la figura del héroe divino que trae la civilización aparece en casi todos los pueblos. Se puede mencionar entre ellos a los chibchas de Colombia, que atribuyen a Bochica, dios solar, la creación de la civilización y de todas las artes. A los incas, que dicen lo mismo de Pachacamac, que renovó el mundo transformando a los hombres creados por Viracocha (el dios creador) y enseñándoles las distintas artes y ocupaciones. También solar, se le conocía como “Hijo del Sol” y, como ya se comentó, “Señor de los gigantes”.
Después de esos impulsos originales, las distintas culturas se desarrollaron y florecieron dando lugar a las civilizaciones y culturas históricas que más o menos conocemos. Así, la época mítica que dio paso a la histórica, o sea, “lo que no se sumerge en el pasado remoto y por ello se recuerda más claramente”, como podríamos definirla, mientras que el mito se refiere a las épocas que se pierden en el tiempo y por ello los hechos tienden a mezclarse y deformarse. De esta manera, el concepto de mito se ha teñido, en nuestra época, tan obsesionada por hechos fácticos, de mentira y falsedad. Pero no es así. El mito, por lo menos en una de sus múltiples claves, siempre se refiere de alguna manera a hechos históricos, además de los fenómenos psicológicos y espirituales.
Resumiendo el esquema que nos aporta el estudio de la mitología universal, podemos analizarlo en las siguientes fases:
Al llegar a este punto, sería interesante averiguar si los mitos nos dijeron algo sobre el presente y, más aún, sobre el futuro. La verdad es que nos dicen menos que sobre el pasado, como es de esperar, pero no dejan de sugerir algunas cosas muy interesantes.
Los persas, por ejemplo, decían que “al agotarse el tiempo, y al acercarse el fin del mundo, la tierra se haría más plana, la gente sería más semejante entre sí y, efectivamente, mejor. Los antiguos héroes, volviendo otra vez a la vida, se esforzarían para el bien común. Muchos ayudantes futuros, muchos salvadores, los Saoshyants, suprimirían la maldad. El Salvador final sería –según una versión– una reencarnación del primer hombre”.
Muchas otras leyendas narran hechos semejantes, como por ejemplo las del rey Arturo, el soberano durmiente que se despertará con sus caballeros y volverá a arrasar la maldad del mundo y restablecer la justicia. Señalan una ciclicidad en el devenir histórico, que no solo trata de la alza y baja de civilizaciones como de una marea sin fin, sino, a mayor escala, de un retorno al principio de las cosas, una vuelta cíclica en el tiempo para que vuelvan a aparecer los héroes, los reyes magos y divinos, y por fin volverá a existir ese tipo de fraternidad entre los hombres y esa convivencia con los dioses que caracterizaba a la añorada Edad de Oro.
Así, los mitos nos dicen algo muy importante sobre el futuro, y es que, aunque el mundo actual sea una “edad de hierro”, podemos anticipar una re-evolución de la conciencia humana que nos llevará inexorablemente a otra edad de los héroes, y por fin al restablecimiento de la edad de oro. Tener esa visión es como tener un arma mágica que nos anima a trabajar por ese futuro con paciencia y entusiasmo.
Créditos de las imágenes: Jacquemart de Hesdin
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