Cuando se inició 2020, no sabíamos todavía el alcance de los momentos difíciles que nos tocarían vivir. Al cabo de poco tiempo se expandió una pandemia que afectó a la mayoría de los países – si no a todos – del mundo, demostrando que en estos casos las que nosotros consideramos diferencias, no existen. Todos somos seres humanos, todos somos vulnerables a la enfermedad y a todos nos afecta el dolor.
Diariamente vemos con asombro y pánico la cantidad de personas afectadas por el coronavirus, el número creciente de muertos, y aunque por suerte muchos se recuperan, el número de quienes han perdido la vida es sobrecogedor. Es tan grande que a veces no vemos más que cifras y olvidamos el dolor de quienes se marchan en la soledad de un hospital o en peores sitios, en la tristeza de quienes no pueden acercarse ni despedirse de sus seres queridos.
Evidentemente, son momentos difíciles, y sobre todo, momentos especiales que ponen a prueba nuestros valores interiores.
Saber sufrir no es fácil, pero si hay fortaleza, el sufrimiento se convierte en una potencia enorme que desconocíamos y ni sabíamos que podíamos desarrollar. Hay formas de sufrimiento que ennoblecen, y no tenemos más que tomar en cuenta la gran cantidad de maravillosas obras de arte que surgieron bajo el influjo del dolor. Sin embargo, son expresiones de dolor que nos transportan a esferas elevadas de conciencia, produciendo más que consuelo, un sentido de infinitud que nos funde con el universo entero.
Deberíamos recurrir diariamente a la belleza, que nos devuelve la dignidad y nos hace sentir más grandes y mejores.
Detrás del dolor hay un significado, y aunque cuando estamos atrapados por el dolor, no comprendemos el sentido de la vida, deberíamos hacer un esfuerzo por llegar a causas más profundas que las simplemente evidentes. Esta profundización nos ayudaría a llegar a otras causas, a otras respuestas que no son tan evidentes, pero no por ello menos verdaderas.
Sé que es fácil utilizar palabras para explicar, palabras para consolar, palabras… Sin embargo, a falta de otro medio de comunicación más íntimo y sutil, no tenemos más opción que usar palabras. Si recordáramos viejas enseñanzas, de esas que el tiempo se ha tragado en beneficio de modalidades más superficiales e insignificantes, retomaríamos el sentido oculto que se esconde detrás de las palabras. Cada una de ellas encierra un concepto, una idea. Y debería bastar el sonido de esa palabra para que su sentido interno volviera a nosotros.
Recomendamos «fortaleza» y no sabemos muy bien qué queremos indicar con ello. ¿Es aguantar el dolor sin que se advierta? ¿Es esconder las lágrimas? ¿Es demostrar frialdad cuando ardemos por dentro? ¿Es caer en la apatía y la falta de sentimientos? ¿Es recurrir a la agresividad para desahogar lo que no podemos mostrar?
Por desgracia, esas formas de aparente fortaleza tienen corta duración y tarde o temprano se pierden, dando lugar a modalidades mucho más groseras o más impropias del ser humano. Entonces, desconfiamos de la fortaleza y de cualquier otro valor moral que se le parezca.
Mientras esperamos que las palabras adquieran un sentido especial, creemos que la fortaleza tiene algo de fuerza, naturalmente, pero necesita otros elementos que la completan y la convierten en un valor vital.
La verdadera fortaleza necesita voluntad, que es decir, un valor permanente fundamentado en nuestros principios y en lo que queremos hacer en la vida. Es una valentía que no se destruye ante las adversidades, sino que, al contrario, crece y se hace más potente y refinada. Es capacidad de decisión y de hacerse cargo de los errores para reemprender la vida misma una y mil veces con afán de perfeccionamiento.
La verdadera fortaleza necesita inteligencia, no razonamiento. La inteligencia busca el porqué de las cosas, es capaz de ver detrás de las apariencias, y captar de manera inmediata, como un chispazo, lo que se esconde detrás de cada situación, de cada persona, detrás de uno mismo.
La verdadera fortaleza necesita amor. Lejos de esta virtud está la dureza de carácter, la frialdad y el mal trato. Al contrario, el más fuerte es el que más comprende y más ama, comprende a los demás, y se ama a sí mismo concediéndose oportunidades, lejos del orgullo y la vanidad.
La verdadera fortaleza necesita unión. Solos podemos hacer muchas cosas, pero unidos de corazón con quienes convivimos, podemos hacer casi milagros. La unión concede una fuerza que multiplica millones de veces la nuestra, multiplica la voluntad, la inteligencia y el amor.
Fortaleza y Unión son medicinas únicas en los momentos difíciles y especiales.
Créditos de las imágenes: Vicky Sim
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Fortaleza imprescindible para afrontar el día a día debe salir a flote , unirnos ,contagiarnos de confíanza con todo el impulso y buen hacer que podamos , así no iremos a la deriva .
Fortaleza para animar , motivar y la esperanza e ilusión ganen al desánimo.
En estos momentos especiales que estamos viviendo. En nuestro espíritu la paciencia y el sosiego darán fortaleza a nuestra alma .
No podemos olvidar el amor por nuestros semejantes y la vida toda