Como el arquero que, para lanzar su flecha hacia delante, necesita previamente hacerla retroceder y tomar puntería; como toda cosa que es efecto de la que le precede y causa de la que le sigue, creemos prudente, para interpretar la nueva década que nos espera, echar un rápido vistazo sobre las que de manera inmediata le han precedido. Los límites de espacio nos obligan a la síntesis. Tal vez sea mejor así.
Después de la Segunda Guerra Mundial, pasada la ingenua alegría del triunfo del “bien” sobre el “mal”, y aunque los que se habían aliado contra el enemigo común, a su vez, se dividen y estalla la “Guerra Fría”, un fuerte impulso de reconstrucción material y expansión económica se apodera del mundo occidental.
En lo ideológico, el proceso no es tan pujante y surgen numerosas contradicciones. Una dialéctica del materialismo pone en duda toda la estructura mental anterior. El subconsciente deseo de supervivencia hace que el “existir” prevalezca sobre el “ser”. Hay hambre de descarnarlo todo hasta la última fibra. Se da por sobreentendido que todo pasado, especialmente el inmediato, era algo que urgía dejar atrás y, si fuese posible, olvidarlo, salvo en aquellos factores negativos puramente fenoménicos que sirviesen como antídotos del ayer.
Los antiguos “aliados”, especialmente Inglaterra, deben desmontar su imperio para pagar deudas y compromisos de guerra. Nace un enjambre de nuevos países beodos de esperanza.
Los filósofos proclaman: “Hoy, aquí y ahora”; y desde esa base se lanza Occidente hacia un futuro que parece de color rosa. USA y la URSS compiten con sus primeros satélites espaciales y pocos dudan que el año 2000 estará surcado de cohetes interplanetarios y que el hambre y la miseria serán erradicados de la Tierra. Se reaprovechan los inventos de los vencedores y vencidos en la guerra, con miras a una carrera técnica a la cual no se le ve fin. La técnica desborda la ciencia; la máquina se impone al hombre y los sistemas triunfan sobre todo lo humano.
Los “hongos” de las pruebas de la bomba “H” son filmados, temidos y admirados.
Las finanzas promueven la “megaeconomía” y a pesar de guerras localizadas y de incipientes fracasos en los planes de alfabetización y erradicación del hambre y de las enfermedades de todo el mundo, este sigue su marcha optimista.
La dicotomía hombre-máquina impacta a millones de jóvenes y logran importancia mundial los “movimientos de protesta”. USA y Europa occidental viven y saborean una euforia económica que permite a muchos vivir bien con poco esfuerzo. Tras las “cortinas[1]” de “acero” y de “bambú” se oyen ruidos extraños y sordas explosiones. Nace el “Tercer Mundo” en una mezcla de repulsión por el capitalismo norteamericano, por los restos del poderío colonial europeo, y de admiración –a gusto de cada cual– por las crecientes fuerzas de la URSS y por conceptos entresacados del marxismo, nacionalismo a ultranza y de la seguridad psicológica de que la miseria es solo “falta de desarrollo”, más o menos fácil de superar.
“No hagamos la guerra, hagamos el amor”, es un “slogan” que traspasa la juventud. Y para acallar las conciencias, una sed de pseudomisticismo trae a “gurús” de la India y a “yudocas” del Japón. India necesita comida y Japón publicidad. Desde esas riberas se empuja la ola y hay masivos intercambios. El que estas líneas escribe ha visto con sus propios ojos a miles de jóvenes, en California, entonar “mantras” que terminaban con “Hare Krishna, Hare Rama, Hare, Hare… Marihuana”.
Inglaterra se consuela de la pérdida de su imperio lanzando conjuntos musicales y modas estridentes. Francia, viendo los progresos económicos de Alemania, se pregunta si vale la pena ganar guerras. El “Tercer Mundo” entra en ebullición; el cantado “desarrollo” no era tan fácil como parecía. La “línea dura” de Stalin agoniza en Rusia y la “línea blanda” de Kennedy es abatida a tiros.
Surge la confusión y algunos analistas se empiezan a preguntar seriamente si no se está marchando hacia un nuevo abismo. Pero el hombre ha pisado la Luna y el río de riquezas sigue corriendo.
Estalla una “rebelión de los jóvenes” que se cristalizan en París, en mayo de 1968. “Joven, apresúrate, el pasado te persigue”, gritan millones de gargantas en todo el mundo. Se aceleran los tiempos, empieza el vértigo. Pero los innegables avances técnicos acallan pronto el intento de reforma profunda y todo queda en una teatralización de la “no violencia”. Los ánimos se abaten, pero la inercia “triunfalista” puede más. Los injertos de órganos, especialmente corazón, y la hibernación, prometen la inmortalidad física o, por lo menos, una insospechada longevidad. El mundo de los jóvenes está fabricando, por paradoja, cada vez más viejos. Se empiezan a sentir los primeros efectos de la superpoblación incontrolada. Pero se acortan las faldas de las damas y todo el mundo se disfraza de joven. Se opta por el no pensar y el no prever… Mañana siempre será mejor.
Estalla la crisis. Las metas fáciles no se han alcanzado. La violencia perdura y se fragmenta. Los “injertos” de órganos revelan mecanismos de rechazo biológico y un nuevo “humanismo”, con la percepción de que existen leyes en la naturaleza prácticamente infranqueables, se torna en angustia, ya no filosóficamente “existencial”, sino real y cotidiana. Se dispara la inflación. Todo se encarece.
Por mutua debilidad, las dos “superpotencias”, USA y URSS han terminado con la “Guerra Fría” y China empieza a horrorizarse de su propia “Revolución Cultural”. El “Tercer Mundo”, que no ha podido salir de la miseria, arremete ahora directamente contra los países ricos, muy industrializados y dueños de las mayores reservas alimenticias del mundo… pero que no tienen petróleo suficiente para mantener su nivel de vida. Se frena disimuladamente el “Plan Espacial”. Ya no se sueña con ir a las estrellas y se cree, más bien, que desde las estrellas vendrán a nosotros. Toma auge exagerado la visión colectiva de “cigarros” y “platillos” voladores.
La búsqueda del Nirvana de los jóvenes se convierte en una mezcla de sexomanía y el paraíso fácil y equívoco de las drogas. La llamada “Civilización Occidental” cruje y sufre parciales derrumbes. El “mundo marxista” entra en crisis de revisionismo. El “Tercer Mundo” se devora a sí mismo y, como toda escapatoria, halla la agresión. La “guerrilla” florece, y, de nuevo, la humanidad toma contacto directo con la muerte, con sus propios límites y con su propia vileza. Todo se pone en duda; nada vale en realidad.
La máquina se ve ahora como una enemiga contaminante de la Naturaleza. Los “hippies” vuelven a sus casas, viejos y vencidos, buscando algún empleo remunerativo e hijos que jueguen entre sus rodillas.
La Psicología entra en revisión. Se descubre que los que fueron niños durante la guerra, quedaron menos traumados que los que nacieron después, entre abundancias y seguridades.
Nuevos descubrimientos sobre el universo hacen concebir al hombre su propia ignorancia y cómo lo que se afirmó científicamente ayer, hoy no vale. Se inicia una dialéctica de preguntas, con los llamados “nuevos filósofos”: “Si nos han engañado en tantas cosas… ¿no nos seguirán engañando?” Renacen formas antiguas, desde las modas hasta las concepciones generales del Universo y del Hombre. La fragilidad evidenciada por las administraciones sin ideología, inclinan a buen número de personas, especialmente jóvenes, hacia un retorno a la Naturaleza y se expanden los movimientos ecológicos. Hay un rechazo a todo lo contaminante, a lo artificial y a lo complejo. Renacen los bardos, pero sin protestas agresivas sino más bien nostálgicas.
Subconscientemente se afirma la idea de que hemos seguido un camino equivocado y antinatural. La noción aceptada de “lo bueno” y “lo malo” se diluye en una duda no enfrentada que lleva a la búsqueda de raíces profundas en la Historia y el pasado. Miles de libros sobre las “civilizaciones perdidas” invaden el mercado. Muchos van cayendo en la cuenta de que la forma de civilización actual no es mejor, sino tal vez peor que otras anteriores.
Los “separatismos” regionales y las lenguas locales cobran importancia. Se registra una psicología de pánico colectivo que allana el camino a formas políticas más sólidas, más pragmáticas y menos fantásticas. Aparecen los extremismos de derecha ideológica y de izquierda radical. Se nota una creciente abstención en las votaciones, pues la gente ya no tiene una fe ciega en los sistemas donde prima solamente el número. El hombre, y por lo tanto el “líder”, se reafirma frente a la mecánica de las mayorías. Muchos conceptos que fueron un grito de esperanza en la década de los 60, son ahora motivo de risa. Se tiende a la burla de todo el pasado más o menos inmediato en beneficio del pasado mediato.
Millones de personas vuelven a caminar, cabalgar o trasladarse en bicicleta, impulsados por la crisis de los combustibles y también por una fuerza atávica que no comprenden. Un cierto espíritu “medioeval” se alza en el confuso horizonte. Vuelven las artesanías y el amor por los elementos naturales, por la acupuntura y por las curas de hierbas.
La crisis de autoridad, en un verdadero gozne entre valores pasados y valores futuros, vuelve al mundo amoral. En realidad no se sabe qué hacer ni cómo hacerlo. Se quiere conocer el futuro y la astrología interesa a más gentes. El pueblo pide a la vez amnistías y penas de muerte. Los gobiernos tienden a endurecerse pues notan que los pueblos se les van de las manos. Aumentan los crímenes y los suicidios.
Una nueva necesidad de mística y religión se acentúa en la juventud. Las sectas orientalistas se desacreditan, pero el esoterismo interesa cada vez más. Muchos occidentales creen en la reencarnación. La Iglesia católica recobra fuerza vital al dejar atrás su experiencia del “Concilio Vaticano II” que le emparentaba más a lo social que a lo espiritual.
Si hemos de hacer caso a la astrología, se nos presenta como verdaderamente difícil, conflictiva y cruel. La tan soñada “Era de Acuario” tiene un comienzo de “hielo”; un comienzo duro e hiriente. Los aficionados a las llamadas “Ciencias ocultas” no las han profundizado bastante, y como están siempre a la espera de un “mesías” y de “cielos fáciles”, han ignorado las primeras partes de dicha era, que comprende una forma de “edad media” y aun una “microglaciación” con graves disturbios en el planeta.
Todo apunta, efectivamente, hacia una Edad Media. El avance tecnológico sigue, pero como en el caso del famoso avión “Concorde”, sus logros no pueden ser aprovechados según las planificaciones de los años de mayor abundancia, pues la escasez lo encarece todo. Unida a la crisis de energía, podemos deducir una falta de alimentos para muchas zonas del planeta, superpobladas y con deficiente organización. La merma de alimentos va a ser, seguramente, mucho más dramática que la del petróleo.
Aunque muchas de las posiciones de los ecologistas son utópicas, algunas de ellas se verán realizadas, con un retorno de la gente al campo, a partir de las grandes ciudades. La crisis de sistemas paralizará por bloqueo esquemas diversos, desde los distributivos de información hasta los políticos. Los cambios por ocurrir en los años 80 pueden llegar a ser considerables.
Podemos prever un traslado del polo económico que hoy está en el Cercano Oriente, al Lejano Oriente, sobre China y Japón, siendo evidente que, de cualquier manera, la fragmentación explosiva de los grandes núcleos humanos, descentralizará y desatará a los pueblos y a los intereses, los unos de los otros. Esto provocará la consiguiente reacción de características insospechadas, sin excluir guerras importantes.
Una de las grandes víctimas de la década de los 80 será la URSS, dados sus crecientes problemas internos y el fracaso económico del marxismo. China absorberá gran parte de sus fuerzas.
Los EE.UU. y Europa, para sobrevivir, tendrán que cambiar muchos principios políticos y socioeconómicos ahora en auge. El cada vez más mermado progreso industrial dará lugar a un reflorecimiento de sistemas agrícolas. Un exceso de desempleos y de “horas libres” tenderá a convertir el ocio en actividad artesanal.
La juventud, vencidas las primeras etapas de indiferencia y desconcierto, se sentirá inflamada por nuevos ideales.
La “esperanza de vida”, como promesa, tenderá a bajar.
Veremos una disminución, en interés y medios, de la proyectada “carrera espacial”, lo que no excluye ciertos éxitos puntuales. El “Tercer Mundo” sufrirá cambios profundos que no le darán, sin embargo, el protagonismo esperado, pues su lanzamiento se ha efectuado demasiado tarde. También serán graves problemas la superpoblación, la alimentación y la mediación en esas áreas.
Los transportes seguirán encareciéndose hasta un cambio radical en sus conceptos, en los cuales la velocidad perderá importancia ante la necesidad de una disminución de costes. Cambios de clima y fenómenos telúricos elaborarán una psicología colectiva de temor a medida que se acerque el tercer milenio de la era cristiana.
Como en todo período difícil el hombre volverá sus ojos a Dios, aunque las religiones conocidas no crezcan en acólitos.
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Queremos recalcar que todo lo arriba expuesto no se basa en predicciones ni presagios, sino en el simple cálculo de posibilidades a partir de lo que ahora conocemos. Teniendo a la vista las semillas, no es demasiado difícil dar las características generales del árbol. Pueden existir elementos inesperados y sorpresivos que varíen vectores, pero, en líneas generales, estos se cumplirán siguiendo el encadenamiento de causas y efectos.
También aclaramos que no es la nuestra una visión catastrofista del mundo, ya que aquel en el cual vivimos al escribir estas líneas está muy lejos de ser idílico y perfecto. Simplemente las dificultades y las ventajas serán diferentes. Y la fuerza humana y la valoración de la Naturaleza cobrarán otra dimensión.
Los hombres y las comunidades, justas y laboriosas, que sepan adaptarse sin perder sus naturalezas intrínsecas, conocerán, como en todas las épocas, momentos felices. La Humanidad es muy vieja; mucho más de lo que hoy acepta la “ciencia de carril” y ha sobrevivido y sobrevivirá aún millones de años.
No temamos al futuro. Este no será muy diferente a muchos otros momentos del pasado. El Río de la Vida sabe cantar sobre las piedras… y seguir su curso.
Jorge Ángel Livraga
Notas
[1] “Cortina de hierro” o “telón de acero” son expresiones derivadas del alemán Eiserner Vorhang y del inglés, Iron Curtain. Ambos hacen referencia a la frontera política, ideológica, y en algunos casos también física, entre la Europa Occidental (bloque capitalista) y Europa Oriental (bloque comunista), tras la Segunda Guerra Mundial. La Cortina de Bambú (Take no Katen) fue la demarcación política de la Guerra Fría entre los estados comunistas del este de Asia, particularmente la República Popular de China, y los estados capitalistas y no comunistas del este, sur y sudeste de Asia.
Créditos de las imágenes: CatJar
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