El mundo vive una crisis económica que en realidad oculta una crisis mucho más profunda, que cuestiona todos los paradigmas, las maneras de pensar y de actuar. Es quizás tiempo, como lo preconiza la filosofía, de instaurar verdaderos valores para un mundo duradero y más justo para el ser humano.
El Apocalipsis financiero no ha terminado. Se transforma en recesión global y todo indica que avanzamos hacia una gran depresión a nivel planetario.
Todos estos aportes a nivel mundial conducen a la restricción de créditos a las empresas y a los particulares con consecuencias muy negativas sobre la economía real.
Por su dimensión “inédita” esta crisis pone fin al periodo neo-liberal, basado sobre las teorías monetaristas de Milton Friedman, que han dominado durante las tres últimas décadas el campo capitalista y deslumbrado la social-democracia internacional.
El desmoronamiento de todos estos credos deja a la mayoría de los dirigentes políticos desamparados, obligándoles a veces a renunciar a sus dogmas para actuar de manera opuesta a sus creencias, sin llegar sin embargo, a resolverse en verdaderos cambios de modelo.
Vivimos un momento histórico. No se trata solo de un desmoronamiento de un modelo de economía, sino también de un estilo de gobierno y de gobernanza. En particular de la posición de líder de los EE.UU. en el mundo y de su hegemonía económica. Sus finanzas dependen hoy más que nunca de las aportaciones de una gran cantidad de inversiones de capitales extranjeros, y los países de los cuales procede el dinero, China, Rusia, la industria petroquímica del Golfo, van a condicionar su futuro a partir de ahora. Actualmente, del 15 al 20% de las industrias y servicios americanos pertenecen a empresas extranjeras; los EE.UU. tienen ahora nuevos asociados influyentes en el interior de su propio territorio.
En 2006, China y el Cercano Oriente han financiado a partes iguales el 86% del déficit de los países industriales. En 2013, los excedentes chinos podrían exceder la totalidad del déficit de los países industriales, y esto da a Pekín un rol decisivo en el mantenimiento del sistema financiero internacional. Es más que probable que a cambio, China reclame concesiones geopolíticas respecto de Taiwán y de Tíbet.
No hemos reflexionado en Occidente hasta qué punto la guerra de Irak por su costo haya podido provocar una transferencia de riquezas de los EE.UU. hacia sus propios competidores. El centro de gravedad del mundo se desplaza de Occidente hacia Oriente y tanto los EE.UU. como Europa están perdiendo poder, no solo económico sino también civilizatorio. La guerra de los imaginarios, es decir de lo que hace soñar a los pueblos con respecto a su futuro y a los individuos sobre lo que quieren llegar a ser está cambiando. Los valores de Occidente y su propia cultura están perdiendo velocidad y hacen soñar mucho menos a los pueblos que están en sus fronteras, que tienen cada vez menos miedo de la “potencia” del primer mundo.
Cuando los bárbaros hacían frente al Imperio romano decadente, para dar credibilidad a su propio poder naciente se apropiaron las insignias del poder imperial y las adaptaron a sus propias creencias y valores. Uno de los signos distintivos del “primer mundo” es el de la moneda y las finanzas.
La crisis actual debería hacernos reflexionar profundamente sobre todo esto.
El modelo capitalista, concebido para los Estados del Norte, para mayor beneficio de los países ricos, ha muerto. La nueva arquitectura de la economía social de mercado está definida desde la reunión del G20 del 15 de noviembre 2008 en Washington, no solo por sus mismos integrantes sino también, por primera vez en la historia, por las potencias del Sur, como Argentina, África del Sur, Brasil, India y México.
El analista Daniel Pinto nos recuerda que la crisis financiera que sacude los mercados desde hace un año se está convirtiendo en una crisis de identidad para un capitalismo occidental que ha perdido sus referencias.
Esta crisis en efecto es una crisis sistémica y estructural, que va más allá de los mercados financieros.
Para explicar la actualidad, hay que comprender el trabajo del profesor americano O. E. Williamson. Según su enfoque, existen cuatro niveles de fuerzas activas en todo proceso económico e histórico.
Se trata de factores que forjan y mantienen la identidadde una colectividad.
Estas fuerzas son de evolución lenta, del orden de un siglo o más. Para que una colectividad humana se transforme a nivel de su identidad, hay que imaginar ciclos de 100 años o más. Este estrato es el fundamento que sostiene la sociedad.
Son las estructuras de una sociedad que determinan las reglas del juego en un grupo humano. Esto se traduce por un sistema legal, la manera de ejercer sus derechos, etc…
Para instalar o modificar un sistema institucional, hacen falta entre 10 y 100 años.
Las instituciones permiten que se formalice la identidad, que se construya dentro de marcos concretos. Cuando las instituciones se derrumban, esto significa que ya no hay reglas del juego, ni juego social.
Permite instalar todo, explica y determina cómo se juega en función de las reglas.
Las reglas son una cosa, la manera de jugar es otra. Según la manera de jugar, se puede perder o ganar. Las reglas son las mismas para todos, pero todos los jugadores no juegan de la misma manera.
Se trata por ejemplo de la contabilidad, de la fiscalidad, de los mecanismos de supervisión y de control.
Instalar un sistema de gobernanza, o reformarlo, toma entre uno y diez años.
Pero hay que tener una cultura y reglas del juego ya adquiridas. La gobernanza eficaz consiste en respetar y hacer respetar la ley. Esto permite transformar las reglas institucionales en comportamiento moral.
El tiempo del Mercado es instantáneo, cambia constantemente. Es la traducción inmediata de las situaciones engendradas por el conjunto de los niveles superiores.
Cuando una crisis llega al nivel del Mercado, el lado visible de iceberg, esto significa que todos los demás planos no han desempeñado bien su función; implica que la identidad, las instituciones, los mecanismos de gobernanza se han visto afectados.
Es decir que ha habido averías al nivel de los sistemas de la cultura, de los valores o de las creencias, que las instituciones han tenido deficiencias y que ha habido desperfectos en la gobernanza. El sistema económico es el que se refleja en lo cotidiano y cuando algo llega al plano económico es que hay una ruptura en la coherencia del sistema global.
La crisis ha hecho caer un cierto número de criterios intelectuales y el paradigma está cambiando. Una crisis sistémica cuestiona los paradigmas y modos operativos del pasado.
El dogma de la “mano invisible del Mercado”, de la autorregulación del capitalismo, de la liquidación del Estado, del dejar hacer al mercado acaba de estallar.
Por ello hay crisis, pues es sistémica y estructural. Sistémica pues todos los componentes que deben interactuar no logran hacerlo. Los mecanismos de gobernanza, la línea de verificación y control han fallado.
Todo el mundo pensaba (con la creencia de la auto-regulación del mercado) que el sistema económico podía tener algunas quiebras, pero que no serian graves. Hasta ahora, las crisis habían estallado sobre todo en la periferia del sistema (Asia, Argentina, Rusia…). La presencia global de las multinacionales de los países emergentes es tres veces superior que hace un cuarto de siglo y es responsable del 15% de las inversiones extranjeras, frente al 8% en 1990.
Una crisis sistémica significa que hay crisis de identidad, institucional y de gobernanza. Estamos ante una crisis real. El mercado señala con su fiebre la infección ya presente en el organismo.
La dictadura de la « creación de valor » a corto plazo, instaurada en 1990, desajustó al capitalismo. Las élites directivas del mundo han estado fuertemente implicadas en esta deriva del capitalismo financiero y se han visto recompensadas ampliamente en esta febril huída hacia adelante.
En los Estados Unidos, el 1% de las personas más ricas han captado el 23% de la renta nacional en 2006, prácticamente un retorno a la proporción de antes de la crisis de 1929 (24% de la renta nacional en 1928) contra solo 8% en los años 1970.
Estos excesos han llevado a la especulación descontrolada sobre los productos agrícolas, inmobiliarios, etc., produciendo una sociedad cada vez más desigual e inestable, que se ha controlado con el crédito. Por ello, el principal desafío hoy es la iliquidez y no la solvencia.
El monto acumulado de la deuda americana ha pasado del 163% del PIB en 1980 a 346% del PIB en 2007. Sabemos que en 2008 ha aumentado fuertemente pero los datos finales no han sido publicados en el momento en que escribimos.
Dos sectores son los principales responsables: los hogares cuyo endeudamiento pasó del 50% del PIB en 1980 a 83% en el 2000 y a 100% en 2007 y el sector financiero cuyo endeudamiento pasó de 21% del PIB en 1980 a 83%en el 2000 y 116% en 2007.
Después del 11 de septiembre 2001 y el estallido de la « burbuja de Internet », el secretario del Tesoro Alain Greenspan temió que la conjunción de los dos eventos provocase una recesión. Decidió una política económica totalmente laxa, de tasas de interés muy bajos y aceleró el proceso explosivo.
Los americanos siguieron gastando y consumiendo, como si continuasen siendo tan ricos como antes. Resistieron momentáneamente a la explosión de las desigualdades de la renta, gracias al crédito obtenido por la venta creciente de bonos del Tesoro americano principalmente a China que tiene el 15% de la deuda americana. En julio 2008 ya poseía 518 billones de dólares de bonos, y Japón tenía en esas fechas 593,4 billones en bonos. Hoy las dos potencias asiáticas poseen la fabulosa suma de 1842 billones de dólares y 1015 billones de dólares de resevas de cambio respectivamente incluyendo los bonos del Tesoro Americano. La crisis les ofrece una rara oportunidad de consolidar sus haberes comprando a bajo precio activos estratégicos de la potencia americana y aumentar su influencia sobre el coloso. ¿Pero hasta cuándo las economías de los países emergentes podrán invertir en los empréstitos del Tesoro para financiar su déficit?
Los gestores del sistema se comportaron hasta el último momento con la arrogancia de los nuevos ricos, creyéndose revolucionarios. Fueron cegados por la avidez, que les privó del sentido de la responsabilidad.
Estas cifras y otras que mencionaremos demuestran la inconsistencia del sistema y su artificialidad. El valor del trabajo y de la responsabilidad fue dejado de lado en las últimas décadas, en beneficio de la especulación y la vida fácil. Nadie quiso salir del espejismo porque les convenía en lo inmediato. Acostumbrados a que siempre son otros los que pagan, nadie creyó que esta vez sería el epicentro del sistema el primero en verse afectado.
La aceleración creciente de nuevos multimillonarios creó un frenesí y apoyó la creencia en el enriquecimiento para todos. Los países emergentes también fueron atraídos por el mesianismo del sistema. Hay 123.000 millonarios en India, 415.000 en China… Pero en realidad solo 100.000 (0,00016% de la población mundial) personas disponen, según Merryl Lynch, de haberes equivalentes al cuarto del PIB mundial, 10.601 billones de Euros. Jamás se conoció en la historia una tal desproporción en la distribución de la riqueza.
A fines del año 2008 el economista Patrick Artus había evaluado en 34.000 billones de dólares la pérdida de patrimonio a nivel mundial, desde la crisis de las subprimes de la primavera del 2007, el equivalente del 54% del PIB mundial anual. Esta suma cubre la desvalorización de los créditos bancarios, de las obligaciones emitidas por las empresas y la caída de sus acciones en la Bolsa. En el año 2008 las Bolsas perdieron la mitad de sus capitalizaciones, 25.000 billones de dólares, el equivalente a dos veces el PIB de los EE.UU.
Confrontadas a este desastre, las familias caen en la tentación de gastar menos, las empresas de invertir menos, etc. Estas respuestas espontáneas pueden exacerbar y amplificar la crisis y activar los reflejos proteccionista y de repliegue sobre sí mismo mucho más amplios que durante los peores momentos de 1930.
La codicia hizo caer las relaciones de confianza y de contrato, la racionalización de los instintos humanos que el capitalismo de los orígenes quiso aportar a la sociedad cedió su lugar a un increíble « mecanismo Panglosiano ». Pangloss es el héroe cándido, descrito por Voltaire, que cree que “todo va para lo mejor en el mejor de los mundos” y vive brutalmente la experiencia contraria. El Señor Pococurante demuestra que se puede poseer todo lo que se necesita para ser feliz y no serlo. Al final de la historia, un viejo turco le enseña la moral de esta triste historia « el trabajo nos aleja de tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad ».
Los traders y los financieros ganaron en los tres últimos años unos 100 billones de dólares y provocaron 1000 millones de pérdidas.
Paul Krugman, profesor de Princeton, ha descrito muy bien la espiral del « mecanismo panglosiano ». A partir del momento en que los agentes del sistema financiero se enriquecen con el dinero de los otros y que no arriesgan su propio capital para montar sus operaciones, engendran un mecanismo perverso.
Si el crédito genera beneficios, lo comparten con los inversores y pueden reembolsar sus deudas. Si juegan sobre 100, embolsan un beneficio de 10%. Si juegan sobre 1000, ganan 100. Este es el fenómeno de espiral que aspiró a todos. El problema es que si la inversión se realiza sobre un « crédito infectado », las pérdidas serán para el que prestó y no para el inversor financiero que hizo la operación.
Mientras el financiero no esté sometido ni obligado por una reglamentación a aportar su propio capital, considerará que vive en el mejor de los mundos. Este es el mecanismo panglosiano, ignorar racionalmente el riesgo, porque el sistema de remuneración es asimétrico. El especulador ignora las pérdidas, gana siempre y si pierde, solo perderá eventualmente su carrera pero no lo ganado y no se sentirá responsable de las pérdidas astronómicas que engendró porque…. era el juego… Será el Estado, en el mejor de los casos, el que reembolsará y los contribuyentes.
Como lo ha hecho notar de manera excelente Daniel Cohen, profesor de la ENA, estamos frente a un naufragio intelectual que todo el mundo niega y se ilusiona creyendo que la auto regulación se hará por la gracia del mercado omnisciente. Es un error creer que el mercado se moralizará solo después de la crisis.
El filósofo Espinoza nos recuerda que “es mejor contar con las leyes que sobre una improbable evolución rápida de la naturaleza humana para regular el destino de las naciones”. Sí, pero las leyes son eficaces si son sostenidas por una fuerza moral que las aplique. La crisis es moral y ha demostrado que finalmente lo injusto se revela ineficaz.
Para resolver esta crisis, se actúa actualmente sobre lo urgente ante todo. Pero luego, hay que ir más lejos. Hay que analizar los disfuncionamientos en el sistema de gobernanza, en las instituciones y las dificultades de identidad cultural que impiden modificar las cosas.
Por esto, la situación actual es grave, porque hacen falta individuos que al nivel de la gestión de esta crisis sean capaces de ver un plazo de un siglo. Es decir, de replantearse el modelo de sociedad en la que queremos vivir a través de nuevos paradigmas. Porque los precedentes ya no son capaces de resolver los nuevos problemas y desafíos. Estamos viviendo una época intermedia entre dos sistemas, el que entró en convulsión y llegó a sus límites y el del futuro, que se está preparando en el momento presente.
Muchos quieren reparar la situación mirando hacia el pasado, sin darse cuenta de que las necesidades y las aspiraciones han cambiado y pueden retrasar el proceso de la innovación hacia otras formas de vida económica, social y mental. Cabe preguntarse cuánto tiempo durará esta fase intermedia entre dos épocas.
Este tiempo es valioso porque debe engendrar elementos de renovación de cara al futuro, para que nuevas formas de cultura y civilización puedan renacer, gracias a la oportunidad que nos aporta esta gran crisis Mundial. Pero el temor a lo desconocido puede llevar a querer volver al pasado y querer reparar lo irreparable o simular que todo sigue igual.
La historia nos enseña que conservar las apariencias acelera el proceso de autodestrucción. El general godo Demetrios ya gobernaba Roma a mediados del siglo V y los Emperadores, aunque latinos, ejercían un poder de pacotilla. La implosión interna aceleró la caída de la Ciudad de los Gemelos.
El medioevo no surgió de la nada, ya se había insinuado por capilaridad un siglo antes a través de varias crisis. La « caída » de Roma solo indica un momento irreversible de un cambio de época, una era provisional entre dos formas de concebir el mundo. La palabra medioevo « entre dos épocas » es perfectamente adecuada para analizar nuestra situación actual.
Como sugiere Jacques Attali, es verdad que: “lo que se llama crisis no es más que una larga y difícil reescritura que separa dos formas provisionales del mundo”, y que estamos hoy en un momento bisagra que nos obliga a repensar nuestra visión del mundo.
No podemos tardar en realizar con filosofía una profunda revisión de nuestras prioridades y decidir opciones duraderas para nuestro futuro. Por otra parte, la palabra crisis en griego significa “decisión” y para los chinos, “oportunidad”. ¡Atrapémosla! La crisis debe ser considerada como una oportunidad de reequilibrar la mundialización que se ha vuelto injusta e incapaz de introducir un desarrollo sostenible, respetuoso con el medio ambiente.
La crisis financiera y económica que el mundo conoce actualmente tiene raíces intelectuales y morales. Las consecuencias son económicas, pero la decadencia es moral. Esta crisis prueba finalmente que lo injusto es ineficaz. Para nosotros, filósofos, el tema de los valores y de los principios se vuelve de nuevo prioritario.
El filosofo Robert Dufour ha comprendido muy bien que “todas las grandes economías humanas han sido afectadas” llevando a una mutación del psiquismo: a nivel de la economía política, la “corporate governance”, o dictadura de los accionistas, la desaparición de la autoridad del pacto social para la satisfacción de los consumidores. Mutaciones de la cultura por las alteraciones semióticas, toda forma de autoridad, incluso laica es rechazada y la ley del mercado autorregula todo.
Con respecto a lo psíquico, hemos entrado en un marco post neurótico, donde predominan la perversión, la depresión y la adicción La economía de lo viviente esta muy enferma, víctima de una contradicción mayor, el capitalismo que apunta a la producción infinita de riquezas y la finitud de los recursos vitales. Esto se traduce en la reducción de la diversidad de las especies, el riesgo creciente de pandemias, el agotamiento de los recursos naturales, contaminaciones irreversibles, inexorable recalentamiento climático, superpoblación.
Los liberales, después de haber exigido la privatización de los beneficios, suplican ahora por una socialización de las pérdidas.
Hay que terminar con la creencia de que los intereses egoístas se armonizan por una autorregulación espontánea. Es urgente recuperar el espíritu de responsabilidad contra esta avidez sin límite, que ya denunciaba Max Weber. Como podemos constatar, la avidez y la indiferencia promovieron una « religiosidad económica », basada en un sistema de creencias, como que la mano invisible del mercado lo regula todo y siempre tiene razón.
Aunque los hechos y las cifras son flagrantes, como en todos los medioevos, el gran desafío es recuperar la razón.
La historia del siglo XX se desenvolvió en torno a la lucha a muerte entre la libertad y el totalitarismo.
En 1989, cuando cayó el muro de Berlín, todos pensaron que el reino de la libertad y el renacimiento de una sociedad de derecho mundial se ponían en marcha. Ebrio de alegría y sin discernir la complejidad del mundo nuevo que estaba surgiendo, el bando “ganador” creyó poder imponer su propio modelo económico, pensando que con él se había derrumbado la muralla totalitaria.
La euforia fue tal que no permitió ninguna revisión ni puesta en cuestión del capitalismo como tal, ni tampoco de su ambigua relación con el pensamiento marxista en el mundo bipolar pasado que, aunque lo había criticado, partía de las mismas bases, con soluciones diferentes.
Los “grandes” del mundo creyeron que la solución económica era la respuesta que esperaban todos los pueblos para vivir en paz y en verdad, en los años 90, el “sueño americano” inspiró en buena parte a la otra mitad del mundo.
El 11 de septiembre del 2001 sorprende por lo inesperado y brutal del acontecimiento y anuncia el nuevo desafío al cual debe hacer frente esta vez el siglo XXI, el de la razón contra la violencia de las pasiones.
Como hemos visto, los dirigentes americanos y su sociedad no estaban moralmente preparados para este enfrentamiento y su comportamiento ante esta crisis aceleró el proceso de desgaste irreversible del sistema. En vez de ver la realidad como era y compartirla con sus Aliados, rearmándose moralmente y actuando de manera responsable, reaccionaron de la misma manera que económicamente, con el apoyo tácito de muchos de sus Aliados: la huida hacia adelante. No tuvieron en cuenta el despertar de las religiones y de los nacionalismos, ni el resentimiento y voluntad de revancha contra el Occidente declinante.
Los nostálgicos de los Imperios caídos (Rusia) y las nuevas teocracias (Irán), comprendieron inmediatamente el interés de la situación. Desde ese momento las fuerzas del caos tienden a imponerse sobre las dinámicas de integración, provocando fracturas, separaciones, enfrentamientos y agresiones.
A nivel económico, la caída de la burbuja especulativa engendra la crisis y a su vez, el capitalismo se disocia de la libertad, como se ha visto en China y aunque en menor escala, en Rusia. Esta ideología ya no es una promesa de libertades y derechos.
En el plano social, la cohesión de las naciones se ve cuestionada por las crecientes desigualdades y las tensiones comunitarias.
A nivel político, los Estados se han debilitado y aunque quieran retomar hoy su antigua autoridad, sus medios son escasos.
A nivel estratégico, la violencia prolifera, como hemos visto en 2008 en Tibet, Georgia, Congo o Zimbawe. El terrorismo extiende sus dominios.
El mundo se está desgarrando, a través del enfrentamiento de principios antagonistas que lo llevan hacia lo desconocido bajo la amenaza de rupturas radicales. Surge un mundo multipolar fragmentado, volátil e inestable – medieval – donde la razón se enfrenta a la pasión bajo múltiples formas.
El filósofo Pascal ya había tratado el tema, hablando de la guerra interior de la razón contra las pasiones. Explicaba que aquellos que buscaron la paz se dividieron en dos sectas, la de los que quisieron renunciar a las pasiones y transformarse en dioses, y la de los que quisieron renunciar a la razón y transformarse en “brutos” no pensantes.
Como los primeros se han comportado las elites mundiales financieras o la tecnocracia europea, separados de la historia y de los pueblos. Como los segundos, los terroristas, cuya sola religión real es la de la violencia fanática, en nombre de un pueblo, una vocación imperial o una religión.
El individualismo, engendrado por la mundialización y el sistema financiero, se enfrenta a las pasiones colectivas de los pueblos enardecidos. El extremismo se enfrenta a la pérdida del sentido del compromiso de las sociedades de la abundancia.
Con la crisis, estos enfrentamientos se están introduciendo, poco a poco, dentro de las propias sociedades occidentales. ¿Por qué al amanecer del siglo XXI somos tan vulnerables a la política del miedo?, se interroga el ex vicepresidente Al Gore. Parecería que hemos perdido la capacidad para distinguir entre las amenazas imaginarias y aquellas que son legítimas. El poder político y los medios de comunicación, insiste Al Gore, se han apropiado de este nicho y nos llevan a las epocas feudales, cuando ciertos “señores” se apoyaban sobre la ignorancia del pueblo para manipularlo.
El ser humano y las sociedades humanas no pueden salir adelante sin integrar la razón y el corazón. Esta integración es la fuente de los múltiples Renacimientos de la civilización humana, como lo demostraron las filosofías plurimilenarias.
No podemos ceder, como decían los antiguos egipcios, a la inercia, la sordera mental y la avidez que han provocado este combate que fragmenta las conciencias y nos lleva, en su dinámica, hacia una edad oscura.
La puesta en movimiento del corazón y de la conciencia es indispensable para poder escuchar las verdaderas necesidades y razones que reclama nuestra época. Salir de la avidez nos otorga lucidez, discernimiento para dar un espacio a los otros y no solo a nosotros mismos. Permite desarrollar la solidaridad y el sentido de la responsabilidad, para poder cambiarse a si mismo y a la sociedad.
La crisis financiera no solo nos está dando señales de la llegada de un nuevo medioevo. Su comprensión nos da las claves de la victoria del ser humano sobre la avidez materialista.
El siglo XXI será testigo de uno de los mayores combates del ser humano para conquistar su propia humanidad. Los tiempos son propicios para los buscadores de su propio destino.
Baverez, Nicolas (2008): En route vers l’inconnu, Ed. Perrin
Bourguinat, Henri et Briys, Eric: L’arrogance de la finance,, Ed. La Découverte
Gore, (2008): La raison assiégée, Ed. Le Senil
Gréau, Jean Luc: La trahison des économistes, Ed. Gallimard. L’avenir du capitalisme. Ed. Gallimard
Minc, Alain (1993): Le nouveau Moyen Age, Ed. Gallimard
Todd, Emmanuel (2008): Après la démocratie, Ed. Gallimard
Le Moyen-Age est-il de retour ?, revue Nouvelle Acropole n. 129, 1993
Fernand Schwarz
Créditos de las imágenes: Wikimedia Common
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