Empecemos por decir que en griego la palabra crisis significa, además de problema, cambio. Así que hoy Occidente está no sólo ante problemas, sino también en un periodo de cambio.
Para poder superar esta etapa de crisis, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que nuestra civilización occidental no es única. A través de la historia han existido otras civilizaciones que tuvieron también sus crisis y sus problemas. A nosotros, en general, nos pasa como a un joven, que cuando tiene problemas cree que nunca nadie tuvo esos problemas; no piensa que su padre, que su abuelo, también los tuvieron. Es bueno, a veces, consultar a los padres, a los abuelos, para ver cómo los resolvieron.
Hoy, en Occidente, a veces pensamos que esta era gente primitiva porque no tenía aviones ni coches, o porque no tenía luz eléctrica; pero hay que pensar que cada uno tiene una alienación diferente. Por ejemplo, Kant se dedicaba a la filosofía y Curie a la ciencia. Vale tanto una cosa como la otra; son distintas formas de encarar la realidad. Estas civilizaciones antiguas, Egipto, Grecia, etc. no eran inferiores a la nuestra, simplemente habían encarado la realidad de una manera diferente.
Hecha esta introducción, tenemos que encarar ahora nuestra crisis del mundo occidental.
Es evidente que estamos en crisis, pero es un largo proceso. Ahora vemos el gran problema, pero no es actual, sino que es el resultado, la plasmación de algo que viene desde muy lejos. A través de toda la historia de lo que llamamos Occidente, desde la caída del Imperio Romano, el hombre occidental ha buscado reencontrarse otra vez por distintos caminos, y uno de los grandes errores cometidos ha sido llegar a un cartesianismo que ha dividido las cosas unas de otras. La ciencia, la religión, la política, el arte, todos siguen caminos diferentes. Entonces, los hombres empiezan a pensar que todo es múltiple, que hay muchas cosas, pero eso no es una visión de la realidad, una cosmovisión. Por ejemplo, lo podemos ver en el campo de la química. En el siglo XIX se pensaba que había elementos completamente diferentes, hoy sabemos que hay 105 elementos[1]. Sin embargo, esos elementos no son esencialmente diferentes; su carga electrónica les da una característica diferente, pero tras esas diferencias hay una igualdad. Esto nos retrotrae a la idea de la «piedra filosofal», de un elemento total, del a-tomos griego, de lo que no se puede separar. Occidente ha perdido el sentido de unidad, y ese es el grave problema del enfrentamiento de las distintas disciplinas.
La crisis en Occidente se va manifestando a medida que pasan los siglos. Después del cartesianismo hay una serie de experimentos científicos, políticos y económicos, y el hombre occidental cae en el error de creer que cada una de sus afirmaciones es absoluta, cuando en este mundo todas las cosas son relativas. Por ejemplo, si decimos que este edificio es viejo, es antiguo, lo será en comparación con otro más nuevo; pero comparándolo con la pirámide de Keops es nuevo. Podemos decir que este salón es grande, junto a otro que es más pequeño; pero es pequeño al lado de otro que es más grande. Entonces, lo antiguo, lo grande, lo blanco, lo negro, lo bueno, lo malo, entra dentro de cierta relatividad, y cuando no se reconoce esa relatividad, estalla el conflicto.
Después de la Revolución Francesa, por ejemplo, aparecen una serie de fenómenos laborales y económicos en toda Europa. Ese cambio que había sido hecho para que la gente viviese mejor, por el contrario, le llevó a vivir peor. Había niños, ¡niños de 6 años!, que trabajaban quince y dieciséis horas por día en los telares de las fábricas de tejidos del siglo XIX, y la jornada de los trabajadores era de 13 horas diarias. Las máquinas, que se pensaba que iban a liberar al hombre, le han esclavizado más, dejándolo sin trabajo y haciendo las cosas todas iguales.
El mundo empieza a sentir una especie de aburrimiento de estar vivo, porque ya no tiene creatividad. Yo he visto en Pompeya, en esa ciudad sumergida por la lava, en Italia, pequeños panecillos que tenían el sello de quien los había hecho. Cuando nosotros comemos un pan o cuando usamos una silla o cualquier cosa, no sabemos quién lo hizo, no está personalizado, sino todo lo contrario, ha sido despersonalizado.
Creíamos también que cuando se hizo la Enciclopedia en Francia, se había hecho por primera vez una enciclopedia con miles de nombres que podían señalar las diferentes cosas, Pero hoy la historia nos enseña que los chinos de la dinastía Sung, hace más de mil años, habían hecho ya una enciclopedia de mil tomos, ¡mil tomos!, y que en esa época va a haber toda una evolución intelectual. ¿Por qué cae entonces el imperio chino en manos de los manchúes más allá del periodo Ming? Porque esa intelectualidad había fraccionado a los hombres, los había enfrentado entre sí; había creado una cultura meramente intelectual que no llegaba realmente al corazón del hombre y no podía realmente plasmar lo que cada hombre quería.
Uno de los grandes errores de este momento, y de otros anteriores, ha sido la masificación de las personas. Buscando protegerlas, con buena intención, se ha llegado a masificarlas. Es el problema actual de los sindicatos. Un sindicato está hecho para proteger a las personas que trabajan, pero está de tal forma politizado y digitado, que llega a masificar a las personas, no pudiendo expresarse libremente, y empiezan a pagar con «monedas de libertad» la protección que se les da. El hombre es cada vez menos libre en su creación, se ve sujeto a una serie de modas, de elementos que la propaganda va haciendo inevitables.
El hombre pierde la capacidad de poder plasmar en pintura una rosa o una mujer. Ahora, para pintar una rosa, una mujer, una montaña, una estrella, se hace un triángulo o un cuadrado o un punto. Tiene que haber una interpretación intelectual para saber qué quiso pintar ese pintor. En cambio, cuando vemos esos cuadros antiguos, aunque no sepamos nada de pintura, entendemos lo que está representado. Pero el arte en la actualidad está tan intelectualizado, tan subjetivizado que no podemos entender todos lo que es la belleza en el arte. Lo mismo sucede con la música, esa música que nos eleva el corazón, que penetra en nosotros, que nos da paz y armonía. Hoy se hace una música extraña, rara, una música que tenemos también que interpretar.
La ciencia también ha cometido errores. Por ejemplo, la hipnosis había estado prohibida en la medicina hasta hace pocos años, pues se pensaba que era una superstición que había quedado de época primitiva. Hoy, sin embargo, se está utilizando y sabemos que es una realidad; al igual que la parapsicología, que también había sido despreciada y hoy vemos que es una realidad: que los hombres, además de nuestros sentidos comunes tenemos otros, que podemos tener sentidos telepáticos o una intuición de lo que va a venir.
Hemos perdido el sentido humano de las cosas, y eso es muy importante. Hoy, le hemos dado tanta importancia a la máquina que, en lugar de utilizarla, nos está utilizando ella a nosotros, y sentimos esa presión dentro de nuestro corazón, sentimos que estamos presionados por la máquina.
Las distintas posibilidades que se han dado, ya sea materialismo capitalista o materialismo dialéctico, no han podido solucionar este problema. Seguimos inmersos dentro de este mundo material. Nuestros mejores sueños los tenemos que dejar de lado, nuestros mejores versos no los podemos escribir. Lo mejor que tenemos en nosotros, por lo general, no lo podemos decir, no lo podemos conversar. Nos hemos vuelto completamente mecánicos, carentes de una fuerza interior que nos permita expresarnos. Hoy, en este mundo de crisis donde los valores están todos en una situación de fraccionamiento, la gente no tiene fe ni en la religión ni en la familia ni en la política ni en la ciencia.
Esto quiere decir que estamos en un momento de grandes cambios, lo que sería un «gozne de la historia», o sea, donde la historia hace una curva, un giro. Y, precisamente, los materialistas son los que más se alejan del sentido de la historia, porque su propio peso específico, su propia materia, su impulso hace que sean despedidos y que vayan a un grado de subjetividad, o sea, a una especie de grandes teorías pero que no pueden ser aplicadas en la práctica, que no tienen nada que ver con el hombre en sí. Nosotros no solamente necesitamos teorías, no solamente necesitamos abrigo y comida. Se han olvidado de algo fundamental: necesitamos soñar, necesitamos tener un ideal, un entusiasmo, una fuerza interior.
Es obvio que los tiempos han cambiado. Hoy no vamos a ir a conquistar otros continentes a través del océano. Hoy nos tenemos que conquistar a nosotros mismos, poder conocernos. Sabemos muy poco, no solamente de este mundo, sino también de los mundos sutiles. Por ejemplo, cuando un hombre está enfermo y va a morir, se le dice: «Bueno, tú debes tener fe en Dios, vas a morir; ten fe en Dios», pero no hay una instrucción, no hay una enseñanza. ¿Qué nos espera más allá de la muerte? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Es que estamos hechos tan sólo de materia física? ¿O también tenemos otros cuerpos, otros vehículos con los que poder captar experiencias? Esas preguntas debemos hacérnoslas para los tiempos nuevos. Preguntas abiertas que puedan permitirnos conocer no solamente el mundo que pisamos, sino también el que vamos a pisar en el futuro, y conocernos a nosotros mismos. ¿Por qué reaccionamos de una forma o de otra? ¿Cuáles son nuestras emociones? ¿Cómo funciona nuestra mente? ¿Cómo funciona todo nuestro aparato psíquico? Esas son las nuevas ciencias que se van acercando a nosotros para solucionar nuestro problema.
Por otra parte, en el mundo existe la alienación de que todos podemos hablar de todo, por ejemplo, de política. Eso no es cierto. La política es una ciencia como cualquier otra. Si ahora yo me caigo y me lastimo una pierna, hay que llamar a un médico, o sea, alguien que haya estudiado medicina. Con la misma lógica, si un país, si una nación se cae, hay que llamar a alguien que haya estudiado política, porque la política es una ciencia y, por ello, no se puede improvisar. Pero la vanidad de la gente hace que muchos piensen que todos pueden hablar de política. Si uno le pregunta a una persona: «Señor, ¿usted me puede decir cuántas valencias tiene el carbono?». Esta dice: «Yo no soy químico. A mí no me lo pregunte.» Pero si se le pregunta: «¿Cómo tendrían que manejar sus asuntos Rusia o Estados Unidos?», entonces habla y habla. Todos creen saber política, cuando en realidad también hay que estudiarla. Este es otro aporte para los tiempos nuevos: estudiar las relaciones entre los hombres, estudiarlas profundamente, de manera científica.
Otro aporte para los tiempos nuevos es poder recrear en nosotros un cierto espíritu de individuo, no dejarnos masificar, poder tener cada uno de nosotros nuestra personalidad, no dejar que la propaganda nos lleve para cualquier parte. Debemos entender que cada uno tiene derecho a ese poquito de libertad para poder elegir nuestra forma de vivir, y también tiene derecho a un poco de dignidad, a un poco de honor. Necesitamos ser respetados como seres humanos. No somos solamente números en una libreta o en un papel, somos seres humanos con toda nuestra singularidad. No somos iguales, somos equivalentes, pero no iguales. Todos los que estáis aquí sois diferentes de rostro, vestís diferente, pensáis diferente. No existen dos seres iguales en todo el mundo. La igualdad entre los seres humanos es un mito. Entonces, lo que tenemos que buscar no es una igualdad, sino una concordia, estar corazón con corazón, poder entender profundamente a la gente y a nosotros mismos. Ese es también otro aporte para los tiempos nuevos.
En Nueva Acrópolis proponemos hacer algo nuevo, una acro-polis, una ciudad alta, pero no de ladrillos o piedra, sino una ciudad moral, espiritual.
La actual crisis de Occidente no es energética, sino moral y espiritual. Cuando nuestros antepasados necesitaban algo material salían a buscarlo y lo conseguían. Por ejemplo, si nosotros necesitamos petróleo ¿por qué no salimos a buscarlo?, ¿por qué no lo conseguimos? Porque ya no tenemos esa fuerza interior como para poder cruzar esos océanos de dificultades, para solucionar nuestros propios problemas. La educación actual nos ha enseñado a evadir los problemas, no a enfrentarlos.
Por ejemplo, el fenómeno de los ovnis -verdadero o no verdadero, no importa-, psicológicamente demuestra que estamos buscando una solución desde afuera, que nos venga de las estrellas, cuando la solución a nuestros problemas está en cada uno de nosotros, en nuestra voluntad de perdurar aquí y ahora, en nuestros brazos, en nuestro pensamiento, en nuestra imaginación, en nuestra posibilidad de concebir un mundo no solamente nuevo sino mejor; un hombre que sea nuevo, distinto, que no sea egoísta, que sea diferente de los animales y de las plantas, que sea ecológico, que se reconozca parte de la naturaleza y que no crea que es la cúpula, el techo de toda la evolución.
Ese hombre tiene una juventud interior. No importa la edad que tengamos, sino la juventud que tenemos dentro. Hay jóvenes de veinte años que ya son viejos, lo único que tienen son recuerdos, añoranzas; en cambio, hay personas mayores que tienen firme voluntad para hacer las cosas. Lo que necesitamos entonces para conformar ese hombre nuevo, no son aportes milagrosos, sino una buena administración de lo que ya tenemos en lo material, en lo psicológico y en lo espiritual.
La crisis de Occidente no es una catástrofe, es una oportunidad de cambio. Tenemos que poder desarraigarnos del problema para lanzarnos hacia la solución; en ese sentido proponemos ese cambio. No un cambio masivo, cambiar todo para que todo siga igual. No, se trata de un cambio interior, un ser diferente, que cuando uno se levanta por las mañanas vea los árboles, huela el perfume de las rosas, vuelva a sentir el amor, el aire, el canto de las golondrinas, de los pájaros.
Necesitamos un hombre que vuelva a ser un hombre realmente; que no le tenga miedo a la lluvia; que no le tenga miedo a los ríos; que no le tenga miedo a otro hombre; que no le tenga miedo a la muerte -la muerte no existe, es simplemente un cambio, es como el nacimiento-; un hombre que pueda investigar libremente en las antiguas civilizaciones y en las ciencias nuevas; que sea capaz de hacer un arte nuevo, de hacer una música nueva, que no se base en las modas, en la propaganda, sino en lo que siente dentro de su corazón. Ese hombre es el que nosotros buscamos en esta crisis de Occidente, en este advenimiento de los tiempos nuevos.
Por lo general, nosotros no tenemos una idea, sino muchas; todos tenemos muchísimas ideas. Lo que nosotros queremos aportar es una voluntad de perseverancia, de conquista espiritual que se refleje en todas las cosas. Queremos aportar una juventud interior que nos permita renovar este mundo que se va cayendo a pedazos, y tener la fuerza para levantar de nuevo las paredes de nuestro mundo, tener la fuerza de levantar otra vez templos a Dios. Lo que nos diferencia de los animales, de las bestias, es nuestra fe en Dios. El hombre que no cree en Dios -en un Dios cualquiera: Dios, Mente Cósmica, Aquello, lo que sea-, es como un animal, o sea, vive para comer, para vestirse y nada más. Entonces, se animaliza, se empequeñece y cada vez tiene más miedo; tiene miedo cuando está despierto y tiene miedo cuando está dormido. Va al psicoanalista porque tiene problemas, toma pastillas …
Hace falta recrear un hombre más natural, no tenemos que hacer algo nuevo en el sentido de inventar, sino recoger todo lo bueno que hubo en el mundo, ponerlo en nuestro corazón, y poder decir: «lo tengo en mi corazón». Hace falta también tener el valor de investigar estas cosas, de preguntarnos realmente: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿yo estuve otra vez en este mundo? ¿Se reencarna?, ¿hay una ley de causa y efecto, lo que los orientales llaman karma?, ¿existe?, ¿no existe? Tenemos que preguntarnos y atrevernos a pensar esas cosas, atrevernos a pensar sobre las distintas formas de la realidad.
En definitiva, lo que nosotros queremos aportar, mis amigos, es una nueva forma de enfocar la vida. Cada uno de vosotros la conoce, todos la conocen. Yo lo único que hago es recordarlo, hacer que cada uno lo recuerde y vuelva a encontrarse consigo mismo, con su hermano, con su padre, con su amigo.
Entonces, podremos hacer lo que hicieron tantas civilizaciones: pasar este momento de crisis y lanzarnos hacia adelante para que los jóvenes, para que los que vengan después puedan sonreír, puedan ser felices, puedan vivir realmente la vida, puedan tener las manos no solamente repletas de alimentos o de agua, sino que puedan tener las manos limpias, con honor, el corazón tranquilo, la mente quieta e inteligente. Los pies en la tierra y los brazos hacia el cielo, como un gran abrazo a toda la humanidad.
Gracias.
Pregunta: A mi entender, para superar esta crisis de Occidente parece que hay que buscar la espiritualidad de Oriente, pues todos los grandes conceptos como reencarnación, karma, universo vivo, etc., vienen de allí.
Respuesta: El concepto de macrobios, por ejemplo, o sea, el de un universo vivo y nosotros dentro de él, también estuvo en Occidente, en la escuela de Pérgamo y en la de Alejandría. El filósofo Marción, por ejemplo, del siglo II, desarrolló esas teorías y consideró, igual que Plotino, al hombre como una parte de ese universo, de ese macrobios. Muchas cosas que creemos que tan sólo Oriente las tiene, también estuvieron en Occidente. Y otras cosas que parece que solamente Occidente tiene también estuvieron en Oriente. O sea que no podemos hacer un racismo espiritual.
Pregunta: Respecto a lo que usted dijo sobre los sindicatos querría decir que no debemos olvidar que gracias a ellos los trabajadores alcanzaron un nivel de vida que no tenían.
Respuesta: Yo comprendo lo que quiere decir de la necesidad que hubo de formar esos sindicatos para la protección de determinadas personas. Pero esa misma formación de sindicatos y patronales nos está demostrando una fractura dentro de la sociedad. Por ejemplo, en la sociedad medieval se utilizaba el sistema corporativista. En este sistema, el patrón y el obrero conformaban una suerte de familia, estaban juntos, había una unión humana y no se había estandarizado todo tanto ni se había tecnificado. Donde yo veo el problema es en construir grandes corporaciones que aplasten al individuo y que se encuentre compelido a hacer una huelga o a no hacerla. Yo digo que la libertad individual muchas veces está amenazada por esos grandes consorcios, por esos grandes sistemas, y que no siempre en la actualidad son tan necesarios como pudieron haber sido hace cien o ciento cincuenta años. En la actualidad es muy diferente.
Hay un tiempo estrictamente cronológico, pero también hay un tiempo social, un tiempo económico, un tiempo psicológico. En los últimos años ha habido un gran cambio. Hoy un hombre tiene muchas más posibilidades en ciertos aspectos, mucha más permeabilidad dentro de la sociedad, y entonces los sindicatos, cuando se politizan y mueven enormes masas humanas, se pueden convertir en un peligro para la nación y para los propios que los integran.
Pregunta: Hablar hoy en día de espíritu, alma y cuerpo, ¿no es un tanto anticuado y poco científico?
Respuesta: Yo hablé de los tres mundos: físico, psíquico y espiritual, para resumir. En realidad, podríamos hablar de más mundos, obviamente, de más divisiones. Ahora bien, yo creo que todos esos mundos, tres, siete o los que queramos, no son mundos separados, sino que son dimensiones de una misma realidad. Nosotros sabemos, y eso lo redescubrieron Einstein y otros, que no hay materia y energía, sino que es una conversión. Entonces, el espíritu sería lo mismo que la materia, lo que pasa es que la materia es concreta y el espíritu es inconcreto; no habría una oposición, no habría un dualismo, sino que habría un monismo filosófico que comprendería todo: materia, psique, espíritu, etc., todo junto. Ahora bien, nosotros debemos dar prioridad a la parte superior, donde habita la voluntad.
Pregunta: Querría plantearle tres preguntas. La primera es una cuestión ecológica: ¿El planeta se degrada por el materialismo del hombre? La segunda cuestión es si la desinformación y la incultura de las personas -véase si no las enormes masas de parias en el tercer mundo-, es la que provoca su propia alienación. Y la tercera cuestión es: ¿cómo reencontrar dentro de uno mismo un ser interior en esta sociedad tecnológica?
Respuesta: Las tres cuestiones, para mí, están relacionadas. El hombre falta a los principios ecológicos porque también falta a los principios de la educación, o sea, el hombre no está educado. El problema del tercer mundo que mencionaba, yo lo conozco, porque estuve muchos años en ese mundo. Mucha gente es muy ignorante, tiene a lo mejor una mística, una búsqueda, pero como nadie le enseña, como no tiene posibilidad, a veces porque son analfabetos, no pueden leer a Platón o el Bhagavad Ghitá, no pueden leer a veces ni la Biblia. Entonces, esa gente empieza a adorar cualquier cosa y caen en la magia negra o hechicería. O sea, el problema es total, la crisis es total. El hombre, en su faz actual, materialista, está ensuciando el planeta, contaminando las fuerzas naturales del planeta. Ahora bien, la humanidad también está contaminada. Hay dos mil millones de personas que no tienen una educación suficiente en todo el mundo.
Y la tercera pregunta, sobre el reencuentro del hombre consigo mismo, eso es fundamental, pero tenemos que dar una base de educación. De ahí que dentro de nuestra posibilidad, creamos Nueva Acrópolis o canalizamos la necesidad de Nueva Acrópolis para dar la posibilidad a la gente que va a la universidad, ya que a lo mejor no tiene posibilidades económicas de ponerse en contacto con los libros clásicos para que salgan de su ignorancia; y también despertarle en lo posible una admiración por la naturaleza, un respeto por todo lo bello, lo hermoso, que le permita un reencuentro consigo mismo, puesto que ese reencuentro es natural.
Por otro lado, muchos países, si bien son invadidos por las ideas que vienen desde otros focos, de Estados Unidos, de Francia o de cualquier lugar, si tuviesen una fuerza, una juventud que se opusiese a eso, no penetrarían. A nosotros nos llegan a lo mejor películas de cine pornográficas, de violencia o de formas determinadas políticas o sociales, ¿pero por qué las aceptamos? Si tuviésemos fuerzas, si tuviésemos una industria propia bien elaborada, podríamos hacer películas sobre tantos hombres y mujeres buenas que hubo en Portugal, y no nos haría falta ver la vida de Al Capone o la de algún otro mafioso de Nueva York.
De ahí que Nueva Acrópolis trate de reforzar en la juventud de Portugal su propia tradición, su propia fuerza, para que no sea penetrada por ningún virus de ninguna parte, que, por desgracia, como ustedes saben, ya los tenemos propios y más que suficientes. Nuevamente, gracias a todos.
NOTAS:
[1] Nota del Editor: en 2021 son ya 118 los elementos de la tabla periódica.
Créditos de las imágenes: Robert Metz
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