Estamos cerca de entrar en enero, el mes dedicado desde épocas lejanas al Dios Jano, formidable figura de doble faz, una que mira hacia el pasado, y otra que apunta hacia el futuro. Para Jano no hay presente; el presente es apenas el fugaz instante que divide lo que se fue de lo que viene, sin fijarse ni detenerse en ninguno de los dos.
Para enero tampoco hay presente: una cara recuerda el año transcurrido, y la otra cara es esperanza de lo porvenir. Y esta dualidad parece imprimirse igualmente en los hombres, tomando a veces la forma de una indecisión que impide reconocer claramente el camino a seguir.
Pero la dualidad de Jano tiene su parte positiva y su parte negativa; una para imitarla, la otra para rechazarla. Lo malo de la dualidad es la incertidumbre, el no saber qué hacer ni a qué fuerzas ceder. Lo bueno de la dualidad es la posibilidad de construir hacia delante sin despreciar la experiencia de la historia pasada.
Pretendiendo extraer siempre lo mejor de las cosas que nos rodean, Jano nos ofrece una enseñanza: no cifrar los sueños tan sólo en el presente, pues nada es duradero cuando se apoya en la fragilidad de un minuto que vuela y pasa. Para soñar hay que tener buen material de ideales con que conformar las nuevas imágenes: el pasado las aporta con su rica carga de ejemplos y sapiencia. Para soñar hay que saber qué es lo que se quiere y adónde se quiere llegar: el futuro sonríe de este modo a quienes ansían arribar a él con una finalidad certera. Y –paradojas de Jano– principios y fines se advierten muy semejantes en cuanto nace en el hombre la necesidad de lo bueno y lo absoluto: quién dio origen al Universo habrá de ser la meta del mismo Universo, por lo cual el concepto de Dios refulge neto en las mentes y en los corazones.
Dios no es una abstracción que aparece tan solo en letra de molde en los libros, ni palabra que se pronuncia rápidamente en las oraciones habituales. En Dios cabe todo: los grandes principios y los grandes fines, y los pequeños fines y principios que dan sentido a las labores de cada día. De Dios se desprende perfección, y hay mil formas y largos caminos para llegar a ella. El mirar, pues, atrás y adelante, seguros de lo uno y de lo otro, es también manera de hallar a Dios y promover la perfección.
Quitemos de nosotros la mala imagen de Jano: dos rostros no son indiferencia. Dos rostros no son ignorancia de fines y principios. Dos rostros no son ambigüedades. Dos rostros son dos posibilidades y no ninguna, que desgraciadamente solemos confundir dualidad con nulidad, en cuanto preferimos aparecer sin rostro alguno, desfigurados como el fútil instante del presente. Dos rostros tiene enero, y como enero la vida entera: la suma de todo lo hecho, y la responsabilidad de todo lo que aun resta por hacer.
Créditos de las imágenes: Quinn Dombrowski
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