Los grandes mensajes que nos han dejado los maestros de sabiduría de todas las épocas y lugares nos señalan enseñanzas profundas que, para bien de la Humanidad, trascienden sus entornos temporales y geográficos. Por ejemplo, del Dhammapada chino extraemos un breve fragmento atribuido a Siddhartha Gautama, el Buda:
Sloka[1] 23: “No es llorando ni desolándose como se adquiere la paz del espíritu; al contrario, se acrecentará el dolor y sufrirá el cuerpo. Enfermará uno, palidecerá y, sin embargo, la muerte no se remedia por las lamentaciones”.
Sloka 24: “Los hombres mueren; después de su muerte su destino está regulado según sus actos”.
Sloka 25: “Que viva un hombre cien años, o que viva menos, siempre acabará por separarse de la compañía de sus parientes y abandonar la vida de este mundo”.
Sloka 26: “Aquel que busca la paz debe arrancar de su herida la flecha de la lamentación, de la queja y del disgusto”.
Sloka 27: “El que ha arrancado la flecha de su herida y se ha calmado, obtendrá la paz del espíritu. El que ha vencido el dolor, se emancipará de todo dolor y será bendecido.”
De la Biblia, Nuevo Testamento, en la recopilación de enseñanzas atribuidas a Jesús Cristo por Mateo Evangelista, leemos[2]:
“(24) Semejante es el Reino de los Cielos a un hombre que sembró semilla en un campo. (25) Mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, esparció cizaña en medio del trigo y se fue. (26) Pero cuando creció la hierba y llevó fruto, apareció también la cizaña. (27) Viniendo los criados del amo, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? (28) Él les dijo: Un hombre enemigo hizo esto. Dijeron los criados: ¿quieres que vayamos a recogerla? Les contestó: ¡No!, no sea que al recoger la cizaña arranquéis con ella el trigo. (30) Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega; al tiempo de la siembra diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en haces, para quemarla, pero el trigo recogedlo en mi granero.”
Estas y muchas otras «palabras de vida» fueron verticalizando al ser humano en su creencia en Dios, en sí mismo y en la armonía universal que refleja la Naturaleza.
Mas las grandes “masas éticas” necesitaron, en beneficio de los pueblos, una forma de “estética moral”, un “módulo de convivencia” que permitiese vivir y dejar vivir de la manera más placentera posible. Así surgió en el amanecer de la prehistoria la Moral propiamente dicha a nivel cotidiano.
Etimológicamente, la palabra “moral” puede ser interpretada como “costumbre” o conjunto de ellas. Constituyeron las adaptaciones del individuo a la sociedad para sobrevivir y fortalecerse. Fueron reglas útiles transmitidas a través de las generaciones que iban cambiando superficialmente con el ritmo de los tiempos y con los lugares.
Como el hombre no es perfecto, ni individual ni colectivamente, estas costumbres se alejaron muchas veces de las “masas éticas” que reflejaban la armonía natural y así se sucedieron nuevos “mensajes” y “mesías” que tradujeron al lenguaje corriente las grandes verdades y desataron movimientos históricos de renovado empuje en reemplazo de los ya caducos y envejecidos.
Lo fundamental era no perder de vista una axiología básica apoyada en “Lo Bueno” que, al decir de Platón, es también “Lo Justo” y “Lo Bello”.
El hombre moral era entonces el que regulaba inteligentemente su vida y no se dejaba consumir a sí mismo por las pasiones, pues como dice una antigua parábola oriental: “¿Qué pájaro se posaría sobre un árbol incendiado?”
Faltar a las normas y a las sanas costumbres era, entonces, considerado INMORAL, o sea, algo propio de hombres débiles que, conociendo la diferencia entre el bien y el mal –o “carencia de bien” – eran víctimas de su propia fragilidad al abandonarse a sus bajos instintos y maldades. Pero no se les impulsaba a ello y la sociedad, humana y ecológicamente constituida, los reprendía y les ofrecía caminos de expiación para reintegrarlos a su seno. Y si aun esto era imposible, los reprimía físicamente en defensa del todo y en la creencia de una justicia divina, de un mundo metafísico en el cual, el inmoral, considerado culpable, salía del círculo vicioso al cual se había precipitado.
Tales normas permitían una renovación constante de la sociedad y de las oportunidades de las sucesivas generaciones, pues, aunque uno o muchos hombres fuesen inmorales, se los señalaba como tales, y en la educación de los niños y los jóvenes entraba vigorosamente la reafirmación del bien sobre su carencia; la natural división de los sexos; la necesidad de producir para poder consumir; el reconocimiento de valores que, aunque no fuesen permanentes desde el punto de vista filosófico, no podemos negar que fueron útiles en su momento histórico. Desde los espirituales hasta los relacionados con la simple higiene corporal (abluciones, circuncisión) o la salud (prohibiciones alimentarias de animales frecuentemente enfermos, etc.)
De tal manera, en todas las civilizaciones que recordamos, ha habido un concepto de moral, que, aunque lejano de la perfección, evitaba caer en monstruosidades, y el que lo hacía era declarado “inmoral”, “carente de moral”. Con lo cual se reconocía, por aceptación o por negación, la existencia de una moral. Y los medios de comunicación y las personas responsables y detentadoras del respeto de la sociedad, procuraban, en general, mantener la moral y no favorecer ni propulsar a los inmorales.
La sociedad consumista y materialista de siglo XX había creído, en los primeros decenios, haber superado en mucho a todas las formas anteriores de vida y rematar su siglo con una versión corporeizada de los “cómics” norteamericanos de Flash Gordon: fines de semana en la Luna, vacaciones en la galaxia de Andrómeda, imperio del Derecho sobre la fuerza, un gobierno mundial, erradicación total del hambre y la ignorancia, una moneda y un idioma universal. Una moral de respeto mutuo coronaría el todo. Salvo unos pocos “piratas” en busca de metales radiactivos, no habría malvados en el mundo.
La realidad es muy otra.
La moderna arqueología nos demuestra que hubo muchas civilizaciones anteriores a la nuestra que, si tal vez no alcanzaron todos nuestros avances técnicos, sí llegaron a cumbres filosóficas, religiosas y artísticas que nosotros estamos muy lejos de vislumbrar. Incluso, en algunos casos, se ha podido comprobar que tenían conocimientos científicos que no poseemos, y que habían logrado en el campo que hoy llamamos “parapsicología” avances que nos son inconcebibles. Asimismo, que habían desarrollado sistemas político-sociales mucho más prácticos y funcionales que los nuestros.
La realidad nos golpea en la cara: No estamos en la cima absoluta sino en uno de los tantos peldaños evolutivos. Y para colmar el vaso, nos hemos equivocado en muchas cosas. Desde el desarrollo de una megamaquinaria que ha envenenado el planeta, pudriendo sus aguas, sus aires y sus tierras, hasta la pérdida de los valores trascendentales que hoy tratan de rescatar mal que bien, mil y una sectas y agrupaciones de corte místico.
En lo concerniente a la moral, cada vez hay menos “inmorales” o transgresores de la armonía universal conscientes de ello, y son reemplazados por una nueva forma de degenerados: los “AMORALES”.
Los “amorales” son los que no tienen ni conocen moral alguna. No poseen costumbres ni tradiciones. Son desesperados engendros de un mundo que naufraga y se enciman unos sobre otros en las más absurdas posiciones logrando tan sólo morir haciendo el ridículo. El honor y la dignidad han quedado circunscriptos a pequeños grupos humanos que son simientes de un tiempo nuevo más luminoso y menos sangriento.
Lo malo está señalado; lo peor es que la amoralidad encuentra eco en los grandes medios de difusión por 500 o por 1.000 pesetas. Es la comercialización más infame de las debilidades humanas. ¿Este es el siglo XX que nos prometía el positivismo del siglo XIX?
Hemos caído en la amoralidad. En una absoluta inconsciencia de lo bueno y lo malo, de lo bello y lo feo, de lo natural y lo artificial. Y la AMORALIDAD es mucho peor que la INMORALIDAD, pues por lo menos ésta tenía una conciencia teórica de su desviación. En la AMORALIDAD no hay conciencia; tan sólo egoísmo y aberración.
El amoral es un hombre o mujer que ha dejado de serlo para robotizarse convirtiéndose en una máquina de carne sin ilusión, sin amor y sin futuro. Es una chatarra herrumbrada y quejosa, una pulpa de humanidad.
Quienes los explotan, los anuncian y les permiten la humillación diaria, son aberrados totales, perversos engendros de la cloaca social en que se nos trata de precipitar.
Ante el fracaso de este sistema de vida en lo individual y en lo colectivo, ante las aberraciones sexuales y los genocidios, ante la miseria progresiva disimulada con falsas estadísticas y la escalada del terrorismo, ante el desempleo y el auge de los intermediarios, elevamos nuestra voz en contra de la amoralidad en todos los campos.
Notas
[1] Estrofa de verso indio.
[2] San Mateo 13: 24-52 (Parábola del trigo y la cizaña).
Créditos de las imágenes: engin akyurt
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