Ciencia

Humanoides, mutantes y humanos

Esta tarde voy a tener el placer de conversar con vosotros sobre este tema tan de actualidad, referente a la probabilidad de que existan mutantes, de que existan humanoides, y a la posibilidad de ser humanos. Y digo la posibilidad de ser humanos, porque a veces llegamos a preguntarnos a nosotros mismos en nuestra intimidad, cuando estamos a solas: «¿Somos realmente humanos, en el pleno sentido de la palabra? ¿Hemos realizado nuestros sueños?, ¿los estamos realizando?, ¿estamos trabajando realmente por un mundo nuevo y mejor? ¿Estamos siendo tan buenos y tan generosos como querríamos ser? ¿Somos realmente humanos?». Cuando andamos por la calle y llevamos a hombros la saca de nuestro egoísmo, y vemos a gente que está tirada por los suelos, a personas completamente marginadas por sí mismas –que es la peor marginación de toda nuestra sociedad– ¿somos realmente humanos cuando pasamos de largo?, ¿somos realmente humanos cuando podemos participar en una obra de construcción y sin embargo asumimos una actitud contemplativa, estéril, egoísta y pequeña? Preguntémonos, entonces, si realmente somos humanos.

Por tanto, vamos a tratar de ver esta problemática de los humanos, los humanoides y los mutantes. Existe una enorme literatura en este momento que habla sobre la posibilidad de esas mutaciones, que generalmente se ven como deformidades. Cuando yo hablo de mutantes, en la imaginación de muchos de vosotros aparecerá un monstruo: alguien afectado por una radiación atómica, alguno que en vez de tener cinco dedos tiene tres, o una especie de monstruo que se acerca en las noches y bebe nuestra sangre. Desgraciadamente, nuestra esperanza rota se ha convertido en trozos de cristal en el camino, que nos hace sangrar el alma y ver toda mutación como algo malo, diabólico, como algo verdaderamente deforme. Sin embargo, mutación significa cambio.

Los antiguos alquimistas hablaban de una transmutación de los metales, una transmutación de los hombres. En el atanor, donde estaban los cuatro elementos, existía la posibilidad de esa transmutación, de mutar el plomo en oro, de hallar el lapis philosophorum, «la piedra filosofal». Nosotros creemos que existe esa posibilidad, la posibilidad de la transmutación. Creemos filosóficamente en la posibilidad de la evolución, de una evolución real, constante y dinámica. Y cuando digo evolución, no me estoy refiriendo a las teorías que luego cristalizaron en la corriente evolucionista del siglo XIX, con Darwin, según la cual la humanidad devendría de una especie de simio, de un Homo non sapiens que por necesidades del entorno –he oído estas palabras cuando estudiaba en la facultad– se hizo recolector y empezó a juntar las cosas que tenía alrededor. Cuando a su alrededor no quedaba nada más empezó a marchar y se hizo nómada; luego se hizo ganadero, se hizo agricultor, levantó la cabeza para coger las frutas más altas, se puso vertical y de ahí se separó de los demás animales.

Nuestra concepción es mucho más antigua, mucho más nueva y mucho más actual. No consideramos al hombre como parte del reino animal, sino de un reino diferente. No creemos que de la evolución del animal haya podido surgir el hombre. Vamos a tratar de explicarlo con palabras muy fáciles. Diríamos que un buen champán es la evolución de un buen vino y que un plato bien aderezado es la evolución de un trozo de carne; pero eso es la evolución de algo, no la transmutación. Un buen vino puede convertirse en champán, un trozo de carne puede convertirse en una magnífica vianda, pero no puede convertirse ni en un hombre ni en un ángel, ni en un dios, ni siquiera en una máquina. La evolución refuerza nuestras propias características y las agranda, pero no las transmuta, no las transforma. La evolución de un automóvil utilitario puede llegar a darnos un prototipo que vaya a 300 km/h pero no va a convertir a ese prototipo en un gato o en un edificio, hay diferencias esenciales, no solo cuantitativas, sino cualitativas.

Debemos hacer una diferencia entre la cantidad y la calidad. Si nosotros tenemos una manzana, dos, diez o miles de manzanas, ¿dejarán de ser manzanas por la cantidad? No, ni aunque logremos las mejores. ¿Les saldrán ojos, bigote, pelo, empezarán a conversar, harán poesía, música? ¿Os imagináis que de un simio, de una bestia, pueda surgir un Wagner, un Miguel Ángel, un Murillo o un Cervantes? De ninguna manera. Es evidente que hay otros elementos que han integrado ese proceso de evolución. De ahí que vamos a hacer una primera diferencia.

La evolución afecta a las formas de la vida. Aquello que está más allá de la vida, aquello que llamaríamos espíritu, no evoluciona; puede transmutarse, puede morir y renacer, pero no cambiar simplemente. Es la misma diferencia que en química hay entre mezcla y lo que puede ser una combinación. Nosotros negamos, para ir aclarando algunos puntos, la evolución a la manera darwiniana. Sí creemos que el hombre evoluciona en cuanto a su forma, pues existen restos óseos que así lo demuestran. Sabemos perfectamente que tanto el hombre como los animales evolucionan en cuanto a sus formas. Hoy no vamos a ver volar un pterodáctilo ni vamos a ver pasar un diplodocus. Obviamente, las formas animales han cambiado. Pero ¿qué nos asegura que aquello que volaba dentro del pterodáctilo no esté hoy volando dentro de un pájaro? ¿Qué nos asegura que aquello que estaba en el diplodocus hoy no pueda estar dentro de algún otro animal? ¿Qué nos asegura que la evolución afecta realmente a la parte interior? Realmente nada.

Las investigaciones más modernas demuestran lo que estamos diciendo. Los científicos actuales han hecho un descubrimiento importante –que para nosotros, los filósofos amantes del esoterismo y de la tradición, no es una novedad–: que los seres vivos son como robots programados, que genéticamente se va sucediendo a través de las generaciones una especie de programación que hace que se repitan de determinadas maneras las características de los animales, las características de los hombres.

Existen misterios en la naturaleza. Hay animales que han cambiado de forma; por ejemplo, un pterodáctilo en un pájaro o en un reptil; o un maquerodo en un gato; pero, por otro lado, se han encontrado en estratos del periodo carbonífero libélulas fosilizadas que simplemente eran más grandes que las de ahora. Es decir, que los insectos pertenecen a una línea de evolución no evolutiva, llamémosla así; deben tener algún tipo de evolución que hace que no haya cambiado su forma, sino simplemente que haya disminuido su tamaño. Tampoco han cambiado los pequeños seres como las amebas. Se han encontrado improntas de seres unicelulares de hace millones de años que son exactamente iguales a las actuales. Vemos, por tanto, un fenómeno: el de que en determinados seres ha habido un cambio en su forma y en otros no.

Esto reforzaría las antiguas enseñanzas de que en este mundo todos somos coetáneos, pero no contemporáneos. Es decir, que todos vivimos en un momento dado, pero no a la misma velocidad, no de una misma manera. Por ejemplo, yo tengo un gato siamés que se llama Zoro. Tan solo tiene cinco años; pero según los veterinarios y zoólogos que entienden de esto, equivale a la edad de treinta y cinco o cuarenta años en los seres humanos. Ya es casi viejo, cuando a los cinco años un hombre es un niño. ¿Qué ocurre? ¿Por qué se nos muere un pájaro en las manos y en cambio una tortuga o un elefante pueden ver a nuestros nietos y a los hijos de nuestros nietos? Es obvio que son programaciones diferentes impresas en esta especie de materia primordial sobre la cual nos diferenciamos. Faltan palabras en este idioma juglar que utilizamos para designar esta materia; los antiguos indos dirían âkâsha.

Es evidente que estas diferenciaciones no obedecen tan solo a medios físicos. El pensar que a la jirafa le creció un cuello largo tan solo para comer las hojas en lo alto de los árboles, es desconocer el ámbito donde viven las jirafas, es decir, la sabana, donde no abundan los árboles precisamente. El pensar que las ballenas están debajo del agua porque es su medio más natural es un error, porque las ballenas son mamíferos, no peces, y si una ballena está mucho tiempo debajo del agua se ahoga, como nosotros; simplemente aguanta la respiración. ¿Qué la llevó a ir al mar?, ¿qué les llevó a otros seres a salir del mar? Este es un problema que nos hace pensar en un factor X, en un factor desconocido, en un factor diferente que ha llegado a mutar las sustancias y que no es tan solo un factor físico, sino que es más bien un factor metafísico, un factor psicológico, un factor espiritual.

Veamos un poco la historia de la humanidad. ¿Qué hace que miles de años atrás haya habido un grupo humano que se dedicó a levantar pirámides o que otro grupo humano se dedicase a levantar catedrales góticas o que ahora haya otro grupo humano que se dedique a hacer carreteras? ¿Ha sido la evolución física? No, nosotros físicamente somos prácticamente iguales que los franceses del siglo XII o que los egipcios de hace seis, siete u ocho mil años. ¿Por qué, entonces, ellos tenían otra forma de vida, otra concepción del mundo de la que tenemos nosotros? ¿Qué ha sido lo que les ha hecho cambiar? Indudablemente no es nada físico.

Me encontraba yo en París cuando se realizaron estudios sobre la momia de Ramsés II, y pude asistir a ellos en los laboratorios del Museo del Hombre, que es donde se hicieron. Ramsés II tenía la sangre como la nuestra. Creo recordar que era del grupo A y Rh+; su estructura ósea era exactamente igual que la nuestra, físicamente era igual a nosotros, incluso padecía de arteriosclerosis. Sin embargo, Ramsés II pensaba de una manera diferente a la nuestra, vivió y murió de una manera diferente a nosotros. ¿Cuál es ese elemento diferente? ¿La cultura? ¿Es que la cultura puede realmente crear esas modificaciones? Podría ser, porque además de una transmisión genética nosotros estamos transmitiendo cultura a las nuevas generaciones. No basta con tener un niño, hace falta educarlo. De la educación de ese niño surgirá un hombre o una mujer que sea parecido a nosotros. De alguna manera, tenemos elementos genéticos que no son solamente físicos, sino metafísicos que empleamos a través de la educación.

Pero tenemos que pensar que esa educación no basta, porque varios hermanos que son educados en su casa por la misma madre y el mismo padre, que van a la misma escuela, que están en las mismas condiciones, cuando son mayores uno se dedica a la ciencia, otro se dedica al arte y otro es drogadicto. Esto sucede en muchas familias. Dicen: «¿Cómo es posible? ¿Qué le pasa a mi hijo? Pero si yo soy una persona normal, si mi padre era una persona normal, si mi abuelo era una persona normal, ¿qué ha pasado con mi hijo?, ¿qué ha pasado con mi hija?». Si bien la cultura es un elemento que podríamos llamar de modificación, la cultura por la cultura en sí tampoco nos basta. ¿Por qué? Porque una cosa es dar cultura y otra cosa es recibir cultura.

El hombre no vive de lo que come, el hombre vive de lo que asimila. Si un hombre tiene frustrada su capacidad de asimilación, por más que le demos comida y bebida muere de inanición. En cambio, si un hombre tiene en buen estado su mecanismo de asimilación, bastará simplemente con darle agua y algunos granos de arroz, como en el caso de tantos pueblos orientales, para que viva perfectamente y no tenga ningún problema. Así que el hombre vive de lo que asimila, no de lo que ingiere. No es cuestión tampoco de dar una cultura masificante, una cultura a la manera burguesa donde todo el mundo tiene que hacer determinado curso, dar determinado examen, saber determinadas cosas, y conocer la lista de los reyes godos. Hace falta, además, que aquellos que reciben esa cultura tengan la capacidad de interpretarla. Interpretar la cultura es una muestra de inteligencia, de diferenciación, de diferenciación genética, pero en lo psicológico y en lo mental.

Esto nos lleva a pensar que tal vez muchas veces, según dicen los antiguos libros, ha habido mutaciones dentro de la humanidad, que incluso afectaron a los animales y a las plantas. Vuelvo a insistir, ¿por qué hay mamíferos como la ballena que no puede estar siempre sumergida en el agua y sin embargo lo está? ¿Por qué hay animales como el murciélago que apenas pueden sustentarse volando, que además son prácticamente ciegos y, sin embargo, vuelan? De alguna forma algo mutó sus genes, su programa, que luego se mantuvo. ¿Por qué en los hombres ha habido tantas diferencias en lo cultural, en lo comprensivo y en lo vivencial? Tal vez en la antigüedad hayan existido ya estas mutaciones que pueden ser debidas a muchas causas.

Popularmente se siente temor a las radiaciones que pueden emitir determinados elementos con los que hoy estamos trabajando; los científicos lo afirman. ¿Por qué si no, tiran los desechos atómicos frente a Galicia, en una fosa atlántica o frente a costas que están prácticamente desguarnecidas, y no los tiran en el Támesis o en el Sena, si, total, están en bidones y no hay ninguna posibilidad de escapatoria de la radioactividad? Es evidente que ellos saben que existe ese problema y que podrían mutarse los programas físicos que rigen las formas de los cuerpos. Es un problema que debemos tener en cuenta, no para dejar de trabajar con el átomo, puesto que su utilización nos permite una fuerza como nos la permite la utilización del vapor o de los hidrocarburos, pero sí que debemos encararlo de otra manera, con menos egoísmo, con más humanidad. Debemos pensar que todos somos seres humanos, que todos sufrimos, que todos podemos ser víctimas del dolor.

Acabo de hablar de la posibilidad de una mutación por una causa física como son las radiaciones, pero hay fenómenos de mutación que corresponden a causas psicológicas. ¿Qué ocurre con los hombres que se dedican a matar a otros hombres? ¿Es normal acaso, como vemos con los terroristas en España, que a un hombre caído por una bala en la cabeza, alguien se le acerque y lo remate con otra bala en la cabeza? Pensemos humanamente. No lo veamos simplemente como algo que estamos leyendo en el periódico. Imaginémonos que somos nosotros quienes lo estamos haciendo. ¿De dónde sacaríamos fuerza y corazón para apoyarle de nuevo la pistola en la cabeza y descargarle otro tiro más a un hombre que se está desangrando en el suelo, que está dando sus últimos estertores? Aparte de las ideologías, de por qué se haga o de lo que se busque, ¿qué le pasa a ese hombre por dentro cuando hace eso? ¿Qué le pasa a un hombre, como en el caso del genocidio ocurrido en Beirut, que hemos leído en los periódicos en los últimos días, cuando iluminan con un reflector a una niña para que no se escape de las ráfagas de ametralladora? Si cuando vemos a un niño que tropieza y cae en la calle o en cualquier parte, aunque no tenga nada que ver con nosotros, nos agachamos para recogerlo y ayudarle… Eso es instintivo.

¿Qué es lo que nos rompe ese instinto superior? ¿Qué es lo que puede mutarnos psicológicamente hasta el extremo de llegar a esas enormes aberraciones? ¿Cómo puede ser que haya gente –yo he conocido, y vosotros también habréis conocido muchos– que goza tirando la comida pensando en todos los que se mueren de hambre en la India? ¿Qué es lo que hace que estemos detrás de los cristales cuando hace frío, bien abrigados, y a lo mejor veamos pasar a alguien tiritando bajo la nieve y nos parezca que es más cálido nuestro fuego, que es mejor? Como vemos, existen otras posibilidades de mutación dentro de nosotros, mucho más peligrosas que las que pueden partir de las radiaciones atómicas.

¿Cuál es la causa por la que la mayoría de las investigaciones atómicas, llevan hacia lo bélico? Sabéis perfectamente que las cabezas atómicas que existen hoy en el mundo en ambos grandes bandos, ya sea el marxista o el capitalista, alcanzarían para destruir varias veces nuestro planeta, lo cual es completamente irracional. ¿Qué es lo que llevó a que en una humanidad donde hay mil millones de personas que no tienen qué comer, donde la mitad de la humanidad prácticamente no tiene instrucción, donde hay gente que vive bajo una simple hoja de palma, que es todo lo que tienen, que hasta beben el agua encharcada con las manos, que haya otros que teniendo la posibilidad de dar oportunidades a esa gente,  en lugar de dárselas, las empleen haciendo cabezas atómicas y armas que un día pueden llegar a destruir no solo a la humanidad, sino la naturaleza entera?

¿Dónde está la mutación?, ¿cuál es su peligro? El peligro de la mutación no está en que nos salga un dedo más o que no tengamos pelo o nariz. La mutación se produce desde el momento en que hay gente que se dedica a esos menesteres. La mutación física será horrorosa, pero la metafísica es la causa de todas las mutaciones físicas.

Estos animales de los que hablábamos, que habitaban la Tierra en otras épocas, se han transformado, a partir de cambios en sus programas genéticos y también debido a una necesidad, a algo que los tocó desde otra dimensión, por otro tipo de necesidad. El peligro que nosotros corremos no es tan solo el de ser mutados físicamente por las radiaciones atómicas, sino que el mayor peligro, el más inmediato y actual, es el ser mutados interiormente por una serie de venenos de tipo metafísico, más peligrosos, menos tangibles. Porque las escorias atómicas las podemos enterrar, sumergir, anular, pero las escorias de la maldad y del egoísmo humano, ¿dónde las ponemos?

Preguntémonos una cosa, de nuevo, y perdonad que insista. ¿Por qué se vierten materiales atómicos en la costa atlántica, por qué no se hace en otros lugares? Porque se sabe que Portugal o España no tienen fuerza suficiente como para poder responder. ¿Por qué no se vierten a las puertas de Moscú o en el puerto de Nueva York? ¿Cuál es la causa? El egoísmo, el «muera el otro y no yo». La causa es muy sutil. El envenenamiento que estamos sufriendo, esta posibilidad de convertirnos en verdaderos humanoides existe ya, aquí y ahora.

¿Qué es un ser humano realmente? Un ser humano es alguien que tiene la capacidad no solamente de crear genéticamente, sino de crear artística, científica, literariamente. Un ser humano es alguien capaz de dar la mano, no porque tenga el pulgar en oposición a los otros dedos, sino porque hay algo dentro de él que otros seres no tienen. Un ser humano es capaz de ayudar a otro, aunque no lo conozca; es capaz de doblar sus rodillas y rezar a un Dios desconocido, a un Dios enigmático, silencioso, que le habla desde antiguos textos, pero que él no ve, que no conoce, que tan solo presiente en el fondo de su corazón. Eso es un ser humano. Un ser humano es aquel que tiene capacidad de amar, de hacer actos heroicos, de poder enfrentar la vida, de poder enfrentar a otros hombres, a animales, a seres, a lo que fuere, en nombre de la verdad. Un ser humano es alguien que tiene el sentido del honor, que no se vende por todo el oro del mundo, que no se calla por todo el plomo del mundo. Ese es un ser humano.

Y ¿qué serán los humanoides? Los humanoides son simples caricaturas de los seres humanos, son los que están ensuciando nuestro mundo, no solamente física, sino psicológica y espiritualmente. Los humanoides son aquellos que nos recomiendan que seamos egoístas, que vivamos para nosotros mismos y no para los demás, que no tengamos nunca un momento de piedad ni de tensión ni de meditación profunda dentro de nuestra vida. Esos son realmente los humanoides, aunque, tal vez, de rostro sean perfectos, aunque tengan cinco dedos como nosotros, aunque tengan la nariz en el medio de la cara.

Nos encontramos en una difícil conjunción histórica en la cual tenemos que aprender a luchar con las cosas válidas, y a sobrevivir. Nos encontramos ya, ahora, frente a mutantes, frente a mutados, frente a humanoides. Nos encontramos frente a fuerzas desatadas cuyos reflejos son tan solo la contaminación ambiental, la contaminación de las costumbres, la ruptura de las células familiares, la desintegración de los estados, la explotación de los hombres por los hombres, la negación del derecho al trabajo, del derecho al amor, del derecho a la justicia y a la paz. Nos encontramos ya, ahora, en presencia de estos seres gélidos, de estas especies que nos atacan de manera profunda. Estamos siendo víctimas de lo que podríamos llamar una ocupación ideológica por parte de estos humanoides y de estos mutantes. Estamos siendo víctimas de un intento de regresión dentro de nosotros mismos, pero no hacia el hombre interior, sino hacia la bestialidad.

De ahí que tenemos que afirmarnos en nuestros principios y darnos cuenta de que el peligro real no está en los efectos que puede tener la radiación de una bomba atómica, sino en que alguien la tire. Porque si nadie aprieta el botón, la bomba sola no va a salir. ¿Dónde está la contaminación? ¿En la cabeza nuclear? No, en la cabeza humana que ha ideado el botón y que va a apretarlo para que mueran millones de personas. Ahí está la real contaminación humana y contra esa contaminación, contra esos humanoides, contra esos mutados, mutantes y “mutadores” –porque nos quieren mutar a todos–, tenemos que guardar toda la fuerza espiritual que tengamos, y tener esperanza, tener fe en nosotros mismos y en el destino de la humanidad.

Yo no soy profeta, no pretendo serlo, soy una persona como vosotros, pero mi sentido histórico me permite vaticinar que es muy difícil que se utilicen las armas atómicas. En la Segunda Guerra Mundial ambos bandos tenían grandes cantidades de gases asfixiantes, que habían sido utilizados ya en la Primera Guerra Mundial, pero el peligro de que esos gases pudiesen llegar a las propias líneas y a sus propias ciudades merced a los vientos, hizo que ninguno de los dos bandos, incluso el que iba perdiendo, en sus momentos más desesperados, hiciese uso de ellos, de los cuales el bando perdedor tenía el llamado gas mostaza que pasaba a través de todos los blindajes y de todos los intersticios.

Hoy una guerra atómica nos llevaría a la destrucción no de una parte del mundo, sino de todo el mundo, puesto que los mismos vientos, la rotación de la Tierra, etcétera, llevaría esas partículas a todas partes. Así que tratemos de no luchar con fantasmas, no tenemos que luchar contra las bombas o contra los misiles, lo que tenemos que tratar de hacer es salvar a los hombres que están detrás de los misiles porque en los hombres está el peligro detonador de toda arma atómica y de toda arma que pueda llevarnos a una mutación.

Tenemos que llegar al corazón y a la mente de esos hombres para que sean curados, rescatados, y vuelvan de nuevo realmente a pertenecer a la humanidad. Para poder hacer eso, como remedio contra esta gran plaga, es necesario que enarbolemos nuestra fuerza espiritual. Yo sé, amigos, que estas palabras pueden parecer a veces sumamente infantiles. ¿Qué podemos hacer con la fuerza espiritual frente a un cohete atómico? Vuelvo a decir que el cohete atómico no se levantará si nadie toca el botón que lo lanza. No es sobre las armas atómicas sobre lo que debemos actuar, sino sobre los hombres que van a lanzar las armas atómicas. Debemos actuar de manera que podamos hacerles llegar todas aquellas cosas nobles y buenas que han olvidado. Debemos tratar de superar lo que vulgarmente podríamos llamar un gran pasotismo que existe en la actualidad en todos los países del mundo.

Las cosas nobles, buenas y verdaderamente brillantes son olvidadas, son dejadas de lado, suenan a viejo. Nosotros tenemos en nuestra filosofía otro concepto de lo que es joven y de lo que es viejo. No se es joven por tener menos o más arrugas, no. La juventud es un acto de conciencia, la juventud es interior, es la dimensión de nuestros sueños y el alcance de nuestra voluntad. Aun aquellos que tengan ochenta o noventa años, si tienen sueños en su corazón, si creen en el mañana, si pueden levantar un niño que cae, si no se conciben poniendo un reflector sobre alguien que corre para que lo ametrallen o haciendo un daño como volarle la cabeza a un hombre que está en el suelo, son jóvenes, son nuevos, son hombres.

Y todos aquellos que, aunque tengan la tez muy tersa se conciben haciendo esas atrocidades o apretando ese botón que cambiaría todo ese orden, todo ese sistema, esos no son niños, sino viejos; y más que viejos, son muertos. Aquellos que cuando cierran los ojos pueden escuchar el canto de los pájaros, aunque no los haya, aquellos que cuando cierran los ojos pueden sentir el frescor de los ríos aunque no tengan uno cerca, aquellos que cuando cierran los ojos pueden sentir el clamor de una humanidad que pide un mundo nuevo y mejor aunque no tengan gente que esté gritando junto a ellos, esos son verdaderamente hombres, porque el hombre no es esta máquina que tenemos puesta, sino que es algo interior, es algo superior.

Cuando yo estudiaba medicina recuerdo que, en mis prácticas obligadas con los cadáveres, los tocaba y sentía cómo eran. Notaba huesos, notaba una especie de tubitos que eran las venas y las arterias, una suerte de cuerdas que eran los músculos, y me daba cuenta de que estaba tocando una máquina, una máquina donde los tubos sustentadores eran los huesos, donde los paquetes de venas y nervios eran como cables eléctricos de transmisión de estímulos de tipo eléctrico, magnético… Esto es una máquina, nada más que una máquina, que incluso puede ser corregida por medios físicos.

Yo ahora uso gafas porque soy miope. Si mi cuerpo fuese tan importante, si fuese algo «super-espiritual», ¿podría corregirse con dos trozos de vidrio? Indudablemente, no. Si este cuerpo se puede corregir con dos trozos de vidrio, si esta lengua me ayuda a formar palabras que pueden llegar incluso hasta los amigos que están en la otra sala a través de un aparato electrónico, como es este micrófono, aparato que me está complementando a mí en el sentido físico, si estas otras son máquinas para dar luz, démonos cuenta por tanto que lo importante está más allá de estas máquinas, y que el peligro no está en su mutación, sino que el peligro se encuentra en la mutación ya lanzada de aquellos principios espirituales, mentales y psicológicos que nos mueven. Ese es el verdadero peligro.

Debemos recrear una serie de elementos clásicos, y no son clásicos por ser viejos, sino porque perduran. Debemos construir un mundo nuevo y mejor donde haya más amor, donde haya trabajo para todos, donde haya justicia para todos, un mundo en el cual las banderas sean lazos de unión entre los hombres y no barreras que nos separan, un mundo en el cual personas de distinto sexo no luchen y se burlen entre sí, sino que se unan amorosamente para la gran creación que es vivir dentro de la humanidad. En Nueva Acrópolis es lo que estamos haciendo e intentando día a día, hora a hora. De ahí que nos llamemos nueva acro-polis, «nueva ciudad alta». Queremos una ciudad alta de moral, alta de bondad, alta de belleza, y dado que en todos los hombres y mujeres potencialmente está el bien, la belleza, la verdad y la vida, simplemente tenemos que despertar a cada uno de estos hombres, y esa es vuestra misión, la de cada uno de vosotros; vosotros que hoy, en una tarde de lluvia, en un sábado desapacible habéis llegado hasta aquí para escuchar a este humilde filósofo.

Cada uno de vosotros, cuando dejéis esta casa, recordad que tenéis un faro interior con el que podéis alumbrar, que nadie es demasiado viejo, que nadie es demasiado joven, que nadie es demasiado ignorante, que nadie es demasiado pequeño, que nadie es demasiado pobre, que nadie es demasiado rico ni demasiado fuerte ni demasiado débil. Que en cada uno de vosotros está la fuerza poderosa de la raza humana, la humanidad que esperamos, la que conforma el hombre nuevo, el mundo nuevo.

Cuando volváis de nuevo a la calle, a esos lugares tan diferentes de esto, cuando os encontréis con los mutados y los mutantes, no les temáis ni sintáis ningún desprecio. Tratad de que ellos vean en todos vosotros, por el ejemplo, por la palabra y por la acción la esperanza que el mundo les ha negado. Tengamos en nuestro corazón firmemente implantada la esperanza.

El mundo de mañana será mejor si cada uno de nosotros es mejor, si cada uno se propone ser mejor, si trabaja para serlo y se atreve a decir que podemos ser mejores, que podemos superar todo materialismo, superar todo aquello que nos está envenenando. El mundo debe volver a tener ríos que canten, el mundo debe volver a estar limpio. Tenemos que volver a poder caminar por las ciudades, de noche y sin temor, tenemos que poder aparcar un automóvil sin miedo a que nos rompan los cristales y nos roben todo. Tenemos que reconstruir el mundo, porque el mundo en cierta forma lo hemos destruido con nuestra propia inercia.

Que nuestra fuerza de voluntad y la que traen los que son más jóvenes, los que tienen dentro de su alma ese poder extraordinario de la Afrodita de Oro, hagan la verdadera transmutación del mundo, para que nuestro Señor, el Rey del mundo, nos ayude a todos en estos momentos difíciles, dé fuerza a nuestros brazos, capacidad a nuestra mente, emociones puras a nuestro corazón, capacidad también a aquellos que están equivocados para volver otra vez a la senda, porque los estamos esperando, los estamos esperando con los brazos en cruz, crucificados en una materia emponzoñada, pero con los brazos en cruz como gesto de amor.

Nosotros, los filósofos, somos los que en esta noche de los tiempos encendemos de nuevo una lámpara y señalamos el camino hacia el cual se puede marchar, un camino en donde no hay terrores, en donde no existe el mal, un camino en donde hay esperanza y bien, porque cada uno de vosotros lleváis una semilla del bien en vuestras manos. No la dejéis caer nunca.

Lo más triste que he encontrado en todos mis viajes, en las ciudades que he visitado, no son los cementerios donde están los muertos, es decir, las máquinas que han dejado de funcionar; lo más triste son los cementerios de sueños, los sueños rotos, que como pájaros sin alas se fueron quedando dentro de cada uno de nosotros. Que aquellos que son físicamente más jóvenes se atrevan a vivir sus ilusiones y sus realidades, que aquellos que son físicamente más viejos se atrevan a reencontrar la fuerza moral y espiritual que un día les hizo soñar en la vida, sonreír, amar, andar, y que puedan comunicarlo a todos los demás seres del mundo.

Volvamos a ser otra vez seres humanos. No temamos a ninguna mutación, no temamos a nada. Lleguemos no a las bombas, no a las armas, lleguemos a los hombres que están detrás de las armas. Nuestra misión tiene que ser una misión humanista. Enseñémosles que hay esperanza, que hay vida, que hay amor y que hay Dios. La diferencia fundamental entre un hombre y un animal no está en su programa genético, sino en que el animal se inclina tan solo para coger su alimento; en cambio, el hombre puede inclinarse no solo para coger su alimento, sino también para pedir por todos los hombres del mundo a Dios, nuestro señor.

Créditos de las imágenes: kuloser

JC del Río

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