Hoy vi la Primavera. Es cierto que pude haberla visto en todos los años anteriores, pero el vivir apresuradamente nos hace pasar por alto las maravillas más grandes de la Naturaleza.

La Primavera que hoy vi se desprendió como un hálito sutil y luminoso de entre un conjunto de árboles. Me dejé arrastrar por mi imaginación, y no me costó nada identificar esa figura esplendente con los rasgos delicados que Botticelli pudo imprimir a su propia Primavera. Y, por los milagros que se dan en el mundo de la imaginación, la Primavera se volvió hacia mí, dejando a su paso una estela de enseñanzas.

Me recordó cuánta es la semejanza entre el sueño y la muerte, y cómo ella tiene el poder para vencer a uno y a la otra; allí donde se cree que ya nada más existe, se levanta el milagro de la resurrección.

Me recordó el porqué de viejas tradiciones relativas al misterio del sol: es que el primer rayo del primer día de Primavera, (y del primer día del año, en realidad), trae la fuerza especial de lo nuevo, lo puro y lo bueno. Es el primer aliento después de una largo periodo; es la primera luz después de una continuada oscuridad.

Me recordó el valor de la Belleza, pero de una belleza que no es de formas pletóricas, sino de líneas simples y apenas esbozadas: una belleza primaveral, adolescente, sencilla y natural. Y supe que ella es Primavera, es mujer, es bella y todas las mujeres, como hijas suyas, deberían imitarla en su gesto mágico de estetismo.

Me recordó la sonrisa del despertar, que es la misma de un niño cuando abre los ojos en la mañana. ¡Ah, el valor de una sonrisa en este mundo, que es puro invierno de dolor y agresividad…!

Me recordó la calidez del gesto bondadoso y tierno; la posibilidad de brindar ayuda y afecto a quien lo necesite: la posibilidad de no medirse en generosidad.

Supe entonces algo más sobre el misterio de la eternidad: la belleza, la ternura, la pureza, la generosidad, son elementos de la eternidad. La eternidad no es un infinito vacío, triste y frío, donde nada se puede hacer excepto dejar correr las horas. La eternidad es un constante revivir, un redespertar a cada minuto, un volver a empezar en cada instante.

La Primavera es eterna: una vez al año ella llega a nosotros y se hace visible en luz y flores, en calidez y sonido. Pero basta con esa presencia para que, durante el resto del año, guardemos la semilla de su secreto: despertar cada mañana, vivir cada día, aprovechar cada hora y guardar la frescura necesaria para renacer cada día; dar un paso hacia la plenitud que, en las estaciones del año, se llama Verano.

Para quienes caminamos, para quienes todavía no podemos más que soñar con la realización absoluta del Verano, para quienes necesitamos del apoyo amigo de una mano: ¡para todos nosotros ha llegado la Primavera!

Créditos de las imágenes: Steven Zucker

JC del Río

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