Vamos a hablar sobre vidriería y metalurgia, geografía y viajes, astronomía, astrología, primer uso de la brújula y de la pólvora, y de las primeras imprentas. Siempre —aunque desde el punto de vista tecnológico trataremos de recabar aspectos técnicos que nos permitan conocer más aún a las personas que los construyeron— nuestra finalidad no será conocer simplemente los objetos físicos, sino llegar a las personas que los plasmaron a través de ellos. A veces, en una simple pieza, en un simple instrumento —como puede ser un anillo, una campana o una columna— hay encerrados grandes simbolismos.
Los hombres de la Antigüedad, por lo menos de la Antigüedad conocida por nosotros, no tenían a su disposición todos los medios de expresión que tenemos nosotros, no poseían grandes tiradas de periódicos, impresos de millones de hojas en forma de libros, revistas o folletos. Su propia habilidad se resumía en plasmar en una sola imagen innúmera cantidad de ideas y de aspectos. Son dos posiciones completamente diferentes: el hombre actual tiene una alienación de tipo masificante, el hombre antiguo tenía una alienación de tipo individual. Cuando nuestros libros, pinturas, músicas o conferencias no son escuchadas por gran cantidad de público, consideramos que hemos fracasado; con el hombre antiguo ocurría lo contrario. Hubo grandes trágicos griegos que, al saber que sus obras de teatro eran escuchadas por las multitudes, las destruían, las quemaban, porque decían: «Malas serán si a todo el mundo interesan». En cambio, si cuando representaban una obra o leían algún tratado se iba toda la gente quedando solo dos o tres personas escuchando, decían: «Esta obra es buena, porque la mayor parte de la gente —que es la que gusta de las obras más burdas— se ha ido y son pocos los que me escuchan».
Esto parece una broma, pero no lo es, y demuestra ese encuentro de las diferentes alienaciones en la historia; lo que en el pasado era importante —y en esta parte estaría la relación— en la actualidad no lo es. Esto sería como dos conos de bases opuestas en los que nada más hay un punto de contacto; el punto de contacto es el hombre mismo, con su actividad, con su obra, pero el enfoque es completamente diferente. Pero ¿diferente por qué?, ¿diferente por oposición, diferente por antítesis?
En otra charla hablé sobre la teoría de la armonía por oposición. Los filósofos orientales creían que se podía lograr la armonía por oposición. Decían que el Universo y las cosas del mundo eran como una rueda, y que si esta rueda tuviese todos los radios en un solo lado, sería muy frágil, ya que la fuerza está en la oposición de los radios. Este símbolo de la rueda perdura en la India desde épocas remotísimas y la vemos incluso en el mismo budismo, uno de cuyos símbolos era la llamada «rueda de Asoka». Pero la rueda es mucho más antigua. Con la forma esvástica, por ejemplo, se encuentra desde el Neolítico. De ahí, entonces, que el mundo del pasado, el mundo del presente y los mundos que vengan en el futuro son como eslabones de una inmensa cadena. Nosotros, hoy, vamos a ver pequeños detalles de este otro viejo eslabón; vamos a hablar brevemente de estos problemas de la técnica antigua.
Vamos a comenzar, por ejemplo, con el vidrio. Comúnmente, en los tratados de divulgación, se dice que el vidrio lo descubrió el hombre por casualidad. Se dice que los fenicios, en la Antigüedad, estando en las costas del Mediterráneo, encendían grandes hogueras por la noche porque tenían frío; y que la arena con silicatos, al fundirse con el fuego, fue creando pastas de vidrio que ellos reaplicaron de manera industrial; así —dicen— se inventó el vidrio. Pero hay un problema: la moderna arqueología ha descubierto vidrio aun de la época predinástica egipcia, y cuando digo «predinástico» me estoy refiriendo simplemente al periodo anterior a la I dinastía.
Nosotros utilizamos palabras que a veces parecen técnicas pero que no lo son; por ejemplo, cuando hablamos de «metafísica». Aristóteles nos hablaba de meta ta physiké, es decir, de «más allá de lo físico». Y con eso ¿qué decimos? Es como si me preguntaseis: «¿Qué hay en la habitación del fondo?» Y yo os respondiera: «Lo que está más allá de la puerta». Vosotros diríais: «Ya sabemos que es lo que está más allá de la puerta, pero ¿qué es lo que hay?». Y respondo de nuevo: «Lo que hay es lo que está más allá de la puerta». Pero con eso no os digo nada: la palabra metafísica significa simplemente ‘más allá de lo físico’, pero con eso de ninguna manera decimos qué hay más allá de lo físico. Es igual que la palabra moderna parapsicología. ¿Qué quiere decir parapsicología?: ‘más allá de la psicología’. Pero tampoco con eso decimos nada, simplemente hablamos de una serie de fenómenos que escapan a la psicología común. En este caso ocurre lo mismo con la palabra predinástico. ¿De qué antigüedad estamos hablando? Es muy difícil saberlo.
Se han encontrado peces de vidrio de época predinástica que tienen la característica de ser de vidrio, pero que, además, dentro del cuerpo del pez hay ramificaciones de color. Imaginaos un pez de vidrio que tuviese una textura más o menos de harina —o sea, de un vidrio tipo lechoso—. Evidentemente, las personas que lo ven en un museo dicen: «¡Qué bonito es este pez de vidrio!». Lo que tal vez no sospechan es que para hacer vidrio de diferentes colores hacen falta diferentes temperaturas, porque el vidrio, en este caso, no está teñido, no está tintado, sino que son vidrios de distinto color, son de distinta textura y están uno dentro del otro.
El problema técnico aparece cuando notamos que algunos de los vidrios interiores tienen un grado de fusión inferior a los vidrios que los cubren, o sea, que no nos explicamos cómo hicieron este pez, porque cuando pusieron el vidrio exterior tendría que haberse fundido el vidrio interior. Eso es algo así como si vosotros recubrieseis de hierro fundido mantequilla sólida y os quedase luego bien separado el hierro de la mantequilla; no es posible, porque al echar la colada de hierro sobre la mantequilla, esta se volatilizaría. Es exactamente lo mismo, y, sin embargo, está en los museos.
Pero no solamente en el Antiguo Egipto, sino también en Sumeria y en Babilonia, los trabajos de vidrio son verdaderamente portentosos. Yo he tenido la oportunidad de tener en las manos una pulsera de vidrio de la V dinastía. Es un vidrio negro perfecto, y su tallado también es perfecto. Este también es un trabajo verdaderamente extraordinario y es difícil pensar de qué manera pudieron lograrlo, sobre todo porque para ciertas fusiones de vidrio de tipo metálico hacen falta temperaturas de más de mil grados. Temperaturas de más de mil grados requieren, en la actualidad, una especie de fragua con motor que tenga un inyector de aire. En aquel entonces lo único que podía haber similar a los inyectores de aire eran sistemas de émbolos que empujasen el aire, quizás una especie de fuelle metálico. Pero tenemos que pensar en las grandes dificultades de esta gente para poder plasmar esas obras verdaderamente maestras.
En la época romana se utilizaba el soplado de vidrio dentro de cestillas metálicas. Es lo que se vuelve ahora a utilizar en ciertas lámparas que tienen estructuras metálicas y a través de los huecos de estas estructuras el vidrio sobresale como si estuviese haciendo fuerza de dentro hacia fuera. Ese es el vidrio soplado dentro de una estructura metálica. Cuando este soplado se realiza en un objeto pequeño, las dificultades son relativas. Sin embargo, cuando el soplado se hace sobre objetos enormes, nos encontramos con que las dificultades son mayores, y hubo objetos de este tipo muy grandes. Vamos a citar uno.
Los historiadores dicen que Alejandro, durante la conquista de Persia, necesitó hacer ciertas reparaciones en los cascos de sus navíos. Para hacer estas reparaciones, no encontró mejor solución que hacer una campana de vástagos metálicos, algo así como la cúpula de una mezquita. En esos vástagos metálicos luego soplaron vidrio, y así crearon una gran cámara de vidrio. Pero imagínense, ¿con qué soplaron esto? Porque soplar una botella, soplar un recipiente, sí, es posible, pero soplar algo tan grande como esta habitación… y, sin embargo, lo hicieron. Esto se metía dentro del agua con una cadena —tenía unas pesas—. Todos sabéis que al tomar un vaso de vidrio, darle la vuelta, invertirlo y sumergirlo en el agua, esta cubre hasta cierto nivel del interior, porque se forma una burbuja de aire que queda apresada dentro del vaso, y que, al igualarse las presiones del agua y del aire, no permite al agua entrar. En esta gran campana pasaba lo mismo (este sistema de campanas se volvió a utilizar en los siglos XVIII y XIX). El agua subía hasta determinado nivel, donde había unos bancos cruzados, y ahí se sentaban los hombres, que salían, entraban e iban arreglando los cascos de las naves de Alejandro.
Pero el problema no es en sí la campana de buceo, porque las había de bronce, el problema es que esta era de vidrio para facilitar la visión, o sea, iban con la campana por debajo de las naves y veían dónde tenían que hacer las reparaciones. La cuestión está en que era de vidrio soplado y que estaba sostenido por esas varillas. Ahí es donde encontramos, otra vez, el problema técnico. Los que sabéis algo sobre la técnica del vidrio soplado, sabéis que hacer una ampolla de vidrio soplado de cinco metros de diámetro sería algo verdaderamente fuera de la posibilidad de una civilización que no contase con inyectores de aire y reguladores de la temperatura general, y, aparentemente, ellos no contaban con nada de eso.
Este dominio del vidrio que tenían los antiguos nos lleva a la creencia fundamentada de que tenían conocimientos de óptica. Todos vosotros habréis leído que Nerón miraba los juegos del circo a través de una esmeralda tallada de gran tamaño y que así lo veía más claro; también habréis leído en Séneca que, cuando algunos hombres ya estaban un poco viejos y no podían leer bien los manuscritos, llenaban unas esferas de agua y, mirando a través de ellas, podían leer perfectamente. También habréis visto que los cómicos de la época se burlaban de Sócrates y le recomendaban que siempre llevase lupas escondidas dentro de su ropa, de tal suerte que cuando se le presentasen los pagarés, sacase una lupa y los quemase con la luz del sol. Sócrates tenía un problema económico perpetuo (como filósofo, no ganaba mucho dinero), una esposa que no le comprendía y tres hijos que comían constantemente. Esto nos demuestra, aparte de la anécdota, que realmente era conocida la óptica de una manera bastante común en los tiempos antiguos.
En la Biblioteca de Nínive, que actualmente está en el Museo Británico, nos encontramos con el problema de que tiene más de treinta mil tabletas de las que apenas hay traducidas una tercera parte[1], no solamente por problemas del cuneiforme, que presenta catorce formas diferentes de escritura en los textos de la Biblioteca de Nínive, sino porque para los especialistas la temática de estas tabletas carece de interés. Se han hecho catálogos donde solo se han traducido los encabezamientos de las tabletas y tratan temas como ¿cuál es el origen de las estrellas?, ¿a dónde van las almas o de dónde vienen?, ¿por qué corre el viento?, ¿por qué calienta el fuego?, ¿por qué corren los ríos?, temas que, tal vez, a los que nos interesa un poco la filosofía, la metafísica y todo lo que sea el fruto de la Antigüedad, nos sugieren un universo de cosas misteriosas e interesantes. Esto, sin embargo, a la ciencia oficial le parece tontería y prefiere, en cambio, traducir una tableta en donde se habla de los pescados que se comían en Babilonia hace cinco mil años. Eso hoy tiene un gran interés.
Algo similar ocurre con los guías de Uxmal y de otras ciudades mexicanas que hemos visitado, que en lugar de mostrar los templos, te dicen: «Venga para acá, venga, mire, los mayas ya tenían inodoro, ya tenían letrinas, mire, vea las letrinas, fotografíese en las letrinas». Al principio nos da risa, y luego, nos amarga profundamente esa búsqueda de lo más vulgar, de lo más sucio, de lo menos válido, ese rechazo ante todo aquello que pudiese contener mensajes de tipo espiritual y profundo, pero ¡no!, mejor mostrar las letrinas. Es raro que hoy en día muestren, por ejemplo, en Chichén Itzá, el fabuloso instrumento musical hecho con piedra, una especie de gran xilófono; generalmente, van a mostrar los baños de vapor. Y, sin embargo, ese instrumento es capaz de dar hasta cuartos de tono, como comprobó la profesora Guzmán, que es pianista. Vosotros sabéis que la música occidental conoce desde hace poco los semitonos, pues antes estaba basada en otro sistema. Realmente estos antiguos poseían una técnica aplicada al sonido muy superior a lo que nosotros creíamos.
En la Biblioteca de Nínive se han encontrado unas tabletas muy pequeñas. Siempre se pensó que eran sellos, improntas dejadas por anillos. En las actuales investigaciones se ha descubierto, mediante poderosas lupas, que son tratados escritos en cuneiforme. Pero ahora tenemos un problema: quien lo escribió en cuneiforme no lo pudo hacer si no tenía una lupa potente porque ¿cómo podía saber, si no, lo que estaba haciendo? Es obvio que para hacerlo se necesitaron lupas. En la ciudad de Uruk, hace unos dos años, se encontró una enorme lupa que tiene más de treinta centímetros de diámetro; el problema es que la ciencia oficial discute actualmente si esto es una lupa, un vidrio utilizado para una ventana o si es alguna otra cosa.
En el siglo XVIII, en la Academia de Ciencias de París, hizo falta que cayese un aerolito a través del techo del edificio para que creyesen que había aerolitos, porque decían que piedras en el cielo no había y que, por lo tanto, no podían caer. Hubo personas inteligentes que creyeron que no existían los aerolitos, como Franklin, el inventor del pararrayos, quien lo negó hasta el final de su vida. Así, no os asombréis de que hoy los arqueólogos, a veces, ante una cosa obvia la nieguen de una u otra manera.
Volviendo a la parte del vidrio, vemos que existieron también en la antigua India vidrios maleables, que se podían recuperar a golpes de martillo. Cuando una copa de vidrio se abollaba, a golpes de martillo se la desabollaba. Sobre una de estas copas habla la viajera y estudiosa H. P. Blavatsky. En el siglo pasado encontró, en uno de los templos tibetanos, una gran copa de vidrio que estaba abollada y se lamentó de que esa copa tan hermosa estuviese en tal estado; además, se asombró porque el vidrio normalmente no se abolla, sino que se hace trizas. Ella pensó que era un defecto de fabricación, pero uno de los monjes le dijo que era una copa muy antigua, que bastaría tomar un martillo; la empezó a golpear y enderezó el vidrio. Hoy, que hemos entrado en la era del plástico, podemos entender un poco más esto. Vosotros podéis admirar hermosos vidrios polícromos que existen en el Museo Arqueológico, aquí en Madrid, pero los antiguos nunca dieron esas policromías; esas policromías las dio el tiempo, porque el vidrio romano, en este caso, tenía una composición completamente diferente a la del vidrio actual. Aparte de por la visión, mediante un análisis de los componentes podríais saber si un vidrio es actual o es romano. Yo os traje aquí la composición del vidrio actual en comparación con la del vidrio romano, por si alguno de vosotros tiene interés. Uno de los vidrios actuales tiene la siguiente composición: sílice 69,6%; cal 13,4%; sosa 15,2%; aluminio 1,8%. En el vidrio tipo pompeyano (vidrio romano) tenemos: sílice 69,43%; cal 7,24%; sosa 17,34%; óxido de aluminio 3,55%; óxido de hierro 1,15%; óxido de manganeso 0,39%. Es decir, los antiguos vidrios tienen una constitución metálica superior a los actuales. Se ha dicho siempre que era debido a las impurezas; pero no son impurezas, son elementos que servían para dar colorido.
Los romanos, incluso, tenían vidrieras y cerraban sus ventanas con vidrios. Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que solamente el emperador, en alguna ventana especial, podía tener vidrio. No; los romanos hacían un uso muy frecuente del vidrio, pero se han encontrado solamente pequeñísimos fragmentos, de ahí que se pensara que no hubiesen utilizado el vidrio. El vidrio tiene un problema, y es que nunca termina de estar en estado sólido, aunque sea sólido, pues tiene tendencia a licuarse, o sea, que este vidrio si lo dejamos mucho tiempo y hacemos un corte vertical, vamos a ver que la parte inferior se engrosa. Eso también lo podemos ver en los metales blandos, como por ejemplo el plomo; si miráis bien las coberteras de plomo de algunos techos de iglesias, junto con las pizarras, vais a ver que la parte inferior de la teja del techo es mucho más gruesa que la parte superior, y eso se debe a que el metal se ha deslizado con el tiempo y se ha engrosado abajo. Así, los vidrios romanos se engrosaron abajo y se debilitaron arriba, y como eran tan enormes, por su propio peso cayeron, además de por los deterioros sufridos con los años.
A Roma le han pasado por encima varias civilizaciones que la han destruido, que la han saqueado. Además, ya sabéis que en todo centro civilizado se siguen usando algunos elementos de los romanos. Estando el otro día en Salamanca, le decía a Delia que parece que el mismo material que existía en la época en que los fenicios y los cartagineses llegaron hasta esta ciudad es el que se sigue utilizando. He visto en casas, aparentemente construidas en el siglo pasado, que había de todas las clases de piedras que podáis pensar, hasta piedras romanas, que reconocemos por el clásico agujerito. Los romanos y los griegos tomaban las piedras que cortaban metiendo unas pinzas en esos agujeros. Por ejemplo, en el puente de Salamanca todas tienen los agujeros. Y en las calles también las encontráis, todas mezcladas. Los mismos materiales se siguieron reutilizando en las distintas destrucciones de Salamanca —sabéis que ha tenido varias destrucciones y que varias veces quedó prácticamente despoblada—. Podríamos pensar: «¿Dónde está la Salamanca que tomó Aníbal?». Le contaba un chiste a Delia, y le decía: «¿Sabe cómo se puede esconder un elefante en la Quinta Avenida de Nueva York? Pues llevando quinientos elefantes; si llevamos quinientos elefantes, entre ellos pasa desapercibido el que nosotros queremos, hay tantos que nadie lo ve». Esto es lo mismo. Como toda la ciudad está llena y cargada de cosas antiguas, nosotros estamos a lo mejor caminando y pasamos al lado de una piedra celtíbera o al lado de una piedra fenicia o de un símbolo mágico de los visigodos y no lo vemos. Lo mismo pasa en Roma. Ahora, de todas formas, nos han quedado muchos vidrios de la Antigüedad, algunos maravillosos y algunos muy enigmáticos, por esas características que os he dicho.
Pasemos brevemente a la metalurgia. A veces se ha hablado de la Edad del Cobre, de la Edad del Bronce, de la Edad del Hierro, pero desde las investigaciones de Toynbee, cuando hablamos de la Edad del Cobre o de la Edad del Hierro, preguntamos: «¿de dónde?» Porque la Edad del Cobre en Europa no es la misma que la Edad del Cobre en China, y no es la misma que la Edad del Cobre en América; el nivel cronológico es completamente diferente. Hay pueblos que hoy no han llegado todavía a la Edad del Hierro, y hay pueblos que, en cambio, estuvieron en la Edad del Hierro hace mucho tiempo. De Egipto se pensó incluso que no conocieron el hierro hasta la XVIII o la XX dinastía, y que las primeras muestras de hierro eran los famosos dos puñales que se encontraron en la tumba de Tutankhamón. Sin embargo, últimamente se han encontrado cinceles de hierro entre los restos de la Gran Pirámide de Keops que —según la ciencia oficial— tendríamos que colocar dentro de la IV dinastía, así que sería mucho más antiguo el conocimiento del hierro. Ahora la ciencia oficial también dice que sí, que eran de hierro, pero debía de ser hierro meteórico, o sea, aerolitos que habían caído y que habían sido trabajados para hacer estos cinceles.
Los científicos modernos no conocen la psicología antigua, pues ningún antiguo hubiese utilizado una piedra del cielo para hacer un cincel simple para cortar piedras. Además, se están encontrando tantos cinceles de hierro en el antiguo Egipto que no podemos pensar que tuvieran un verdadero bombardeo de meteoritos.
La verdad es otra, la verdad es que el hierro se ha conocido también desde época inmemorial y que la metalurgia ha estado siempre muy avanzada. Recordad a Platón cuando se refiere a la metalurgia que existió en la Atlántida; y que ubica el hundimiento de la isla de Poseidonis nueve mil años antes de su época, unos once mil quinientos años antes de la época actual; y dice que fue el último reducto que se hundió.
En cierta ocasión, el director internacional del Departamento Arqueológico de Nueva Acrópolis me gastó una broma. Me trajo un grifo y no me dijo que era romano. A simple vista me parecía simplemente un grifo viejo que hubiese encontrado por ahí, pues era exactamente igual a los actuales, incluso con la goma interior recambiable para que siempre tuviese buen ajuste… Y las cerraduras romanas, por ejemplo, también eran extraordinarias. En ellas utilizaron metales especiales y hay pequeños anillos para el dedo meñique que tienen un vástago chiquitito, como con una crucecita. Cuando veáis uno así en un museo o en una casa de antigüedades, debéis saber que más que anillos eran llaves, llaves que los romanos se colocaban en los dedos para no perderlas, e introduciendo el vástago dentro de una cerradura y girando el puño se abría la casa.
Así que hacían desde estas piezas metalúrgicas diminutas hasta enormes llaves para templos que llevaban al hombro varios hombres a la vez y que tenían forma de clavícula humana. La clavícula humana fue considerada sagrada desde tiempos muy antiguos porque tenía la articulación circular. En los animales no existe la articulación circular de las extremidades superiores. Ese sentido de la articulación circular del brazo, como el de la oposición del dedo pulgar, es algo que ningún otro ser lo tiene. Esto llamó la atención a los antiguos y lo reflejaron a veces en reproducciones para las grandes llaves de los templos.
Las grandes llaves de los templos eran llaves de empuje, no eran de rotación, sino que se colocaban y mediante una serie de movimientos iban subiendo un conducto y presionaban un resorte; ese resorte ponía en acción unas pesas y las puertas se abrían. Muchas veces se abrían aparentemente solas mediante un sistema de pesas, o bien mediante un sistema hidráulico; incluso, en algunos lugares, para lograr que los fieles que querían agua bendita la tuviesen aunque el templo estuviese cerrado, había unas pequeñas ranuras por las que el fiel tiraba una especie de monedas, unas fichas metálicas que daba el templo —tal como las que hoy usamos en los estacionamientos de los coches— y así, cuando era de noche y el templo estaba cerrado, si querían agua bendita, introducían las fichas en la ranura, ponían el tazón y salía el agua bendita. ¿Por qué? Muy sencillo. Había una mano mecánica, un platito, y cuando caía la monedita o esa ficha, esto se inclinaba; al inclinarse daba paso a una corriente de determinada cantidad de agua hasta que volvía a su posición normal, y así salía un vaso de agua bendita para beber, para ayudar a los buenos sueños, etc. Todo esto señala una metalurgia de bastante precisión.
Sobre geografía, mapas y viajes, tenemos el mapa de Piri Reis, que es una compilación del primer cuarto del siglo XVI y que, a su vez, es una compilación de un viejo mapa de época alejandrina. Se dice que es aún más antiguo, pues figura incluso la Antártida y ríos interiores de América. Existieron mapas complejos y muy acabados desde épocas remotas y eso nos hace pensar que tal vez los antiguos hayan tenido grandes comunicaciones que nosotros hoy ignoramos.
En la actualidad vosotros sabéis que la idea de que Cristóbal Colón fue el primero de esta parte de Europa en tocar América ya no se sostiene; sabemos que antes fueron los vikingos, y ahora incluso sabemos que antes de los vikingos, un navegante macedónico llegó a las costas de Brasil, aunque eso todavía no está muy divulgado.
Cuando se destruye el Imperio de Alejandro, hay una gran fragmentación, cada una de las ciudades-Estado entra dentro de lo que se llama la Edad Media griega. Porque hubo varias Edades Medias. Nosotros conocemos esta Edad Media, la última, pero en la Historia hubo otras edades medias anteriores; hubo una microedad media muy pequeña, que no duró ni un siglo, a la muerte de Alejandro. Pero antes hubo una más grande, que es en la época de Homero, cuando cayeron grandes civilizaciones, como la cretense y la micénica. Entonces, tardó cinco siglos, más o menos, en aparecer lo que llamamos nosotros la cultura helénica, con su pivote cultural sobre Atenas. Pero cuando muere Alejandro, hay una confusión, hay una microedad media. En ese momento, como en todos los momentos de crisis, hay hombres que quieren escapar, hay hombres que se quieren ir, y un capitán macedónico, con una flota, parte y nunca más vuelve. En los anales macedónicos no queda constancia de adónde llegó, pero hoy lo sabemos porque dejó su nombre en las costas de Brasil, cerca de Recife. Esto está siendo analizado por algunos técnicos y por gente que he conocido del Museo de Boa Vista. Se está viendo por qué razón ahí figuran nombres esculpidos en griego. Eso demostraría, en el caso de que se pueda desarrollar con exactitud esta tesis, que los griegos llegaron a América antes, mucho antes del Renacimiento y que las comunicaciones habrían sido establecidas desde mucho tiempo atrás.
Sabemos también por relatos y narraciones que los fenicios llegaron a distintas partes, dieron toda la vuelta a África, tuvieron contacto con China y con la India. Además, debemos pensar algo básico y elemental: vosotros más o menos conocéis las características de las carabelas que Colón utilizó para llegar a América, ¿no es cierto?, y la verdad es que todas no eran carabelas. Dos eran carabelas pero una era una carraca, otro tipo de nave con castillo en proa, la Santa María. A Colón no le gustaba mucho la Santa María, decía que tenía poca maniobra porque era una nave pesada.
En el Mediterráneo se utilizó siempre la vela latina o triangular. ¿Por qué? Porque no habiendo grandes recorridos dentro del Mediterráneo, se puede simplemente dar el viento de bordada, pero no habría oportunidad de hacer grandes recorridos con viento de popa, sino que se trabajaría con un sistema de bordada, se iría bordeando el viento. Pero Colón sale con este tipo de velas y tiene que parar en la isla de Gomera, en las Canarias, para hacer cambiar este tipo de velas por otro, las latinas cuadradas. Colón no puede pasar de las Canarias con las velas que llevaba, las velas del Mediterráneo. Tiene que utilizar nuevas velas; esas velas cuadradas son las que le permiten aprovecharse de las corrientes de tipo monzónico.
Las naves fenicias tenían doble juego de velas, tenían las unas y las otras. ¿Para qué tenían las velas cuadradas, grandes, enormes, si no era para grandes distancias? Además, ellos mismos narran todo esto diciendo que se guiaban mediante algo que fue llamado posteriormente por los árabes bailak. El bailak era un cubo lleno de aceite en donde flotaba un pez de metal; este pez de metal tenía la característica de girar siempre para señalar el Norte. Esto… ¡es una brújula!
Los chinos también utilizaban la brújula en forma de una figura llamada «el Señor del Sur», no solamente en los buques, sino también en los carros. Los carros tenían en una de sus partes una figura de persona colocada sobre un pivote y con la mano extendida; la llamaban «el Señor del Sur», puesto que siempre señalaba el Sur. Es evidente que eso también es una forma de brújula.
Cuando las invasiones bárbaras amenazan Europa, a partir de los siglos V y VI, hay algo que llama la atención a los europeos, y es que los bárbaros, cuando avanzaban, aun sin tener caminos, sabían hacia dónde ir. Tenían unos carros cerrados que no dejaban ver a nadie en su interior, pero los augures, metidos en los carros, les servían de inspiración de hacia dónde tenían que ir. Es muy probable también que tuvieran brújulas. Los fenicios también las mencionan, y las mismas fuentes griegas mencionan que los griegos también poseían algo así. Recordad que la nave de Ulises no se perdía en la tormenta porque tenía una figura de Hera en la proa que podía guiar en la tormenta y sabía siempre hacia dónde estaban las Islas de los Bienaventurados, que ellos colocaban al Norte. Además, hasta nos hace pensar que esta nave de Ulises era una especie de recuerdo de otras naves más avanzadas, tal vez de alguna civilización perdida.
Recordemos también la nave de Jasón, Argos, que parece que tenía una suerte de radar, pues cuando había grandes nieblas, el mascarón de proa de la nave hablaba avisando cuándo había rocas en el agua. Claro, esto traducido y leído en los siglos pasados parecía una tontería o absolutamente imposible. Pero hoy nosotros sabemos que hay mecanismos, ya sea de radar o acústicos, que avisan cuando hay una roca delante de una nave; de ahí, entonces, que no sea muy improbable la existencia de estos grandes viajes marinos y también por vía terrestre.
Os había prometido hablar también de la imprenta. Los sumerios imprimían de una manera muy simple. Pero había un enigma, y es que se empezaron a encontrar muchas tabletas iguales. Un sistema de sellos simples no podía ser porque son tabletas muy grandes. Las nuevas investigaciones nos permiten saber el sistema empleado: el mismo mecanismo de un mimeógrafo.
Imaginad el mecanismo de una multicopista: en la parte de atrás se pone la tableta de un barro especial para hacer cerámica; fresco aún, se da vueltas a un cilindro de piedra que tiene grabadas todas las letras en bajorrelieve o en altorrelieve, según como queráis que salga. Se rueda el cilindro haciendo presión sobre el barro y entonces queda perfectamente impreso. Después, se pone en un horno y ya queda la cerámica hecha. Así, no podemos decir que Gutenberg descubriera la imprenta. Lo que descubrió Gutenberg —y lo descubrió para Occidente— fueron los tipos móviles de la imprenta. Nosotros decimos que Gutenberg descubrió la imprenta, y no es así, pues los romanos ya tenían imprenta. Lo que pasa es que no tenían imprenta de tipos móviles, sino que tenían sistemas de sellos de presión; que presionaban y levantaban. Lo que descubrió Gutenberg, en el área del Mediterráneo, fueron los tipos móviles, porque hasta entonces, evidentemente, tallar en madera uno de estos clichés era un trabajo extraordinario y era mejor escribirlo a mano.
Sin embargo, los chinos conocían los tipos móviles desde tiempos muy remotos. Cuando Marco Polo va a China, se queja de que le habían querido pagar con unos papeles sin valor, porque aquí, en las ciudades europeas, nosotros solamente teníamos metales, se pagaba con oro o con plata. En China tenían unos papeles impresos que valían y la gente cambiaba oro por esos papeles. Se rieron mucho los venecianos de este sistema chino, y ni se les ocurrió imaginar que todo Occidente lo iba a aceptar poco tiempo después. Lo que nosotros conocemos por «pesetas» son papeles que tienen un valor porque nosotros se lo acreditamos, porque confiamos en que existe una Casa de la Moneda, un Banco, un Gobierno que da un valor a eso, porque si no, el papel en sí no tiene ningún valor. Ello nos permite, sin embargo, por un sistema de símbolos en papel, retener cantidades que, si las llevásemos en especie o en metales, serían muy pesadas. Pensad en una gran transacción, una compra de gran cantidad de terrenos, una transacción comercial entre compañías o entre países: se necesitarían transportes metálicos enormes. En cambio, ahora, los metales están simplemente puestos como reserva. Este sistema ya lo conocían los chinos hace varios miles de años.
La otra mención que os quería hacer sobre esto es que se han hecho estudios en Nueva Jersey sobre unas máquinas tipo computadoras encontradas en el mar Egeo que habrían servido para hacer una serie de cálculos astronómicos y que demuestran la perfección en metalurgia alcanzada por los griegos.
Los griegos no solamente habían heredado una serie de elementos de toda la parte asiática, sino también un gran dominio de la metalurgia. Uno de esos aparatos está en el Museo Arqueológico de Atenas. Es una enorme caja llena de cantidad de reliquias. Se pensó que era un joyero, que eran cuentas de joyas que habían quedado allí y que, al haberse descompuesto el hilo que las unía, habían quedado sueltas; pero una serie de investigaciones demuestran que no, que eso es un aparato complejísimo para hacer cálculos, una especie de calculadora, de microcomputadora mecánica que tiene, evidentemente, unas proyecciones enormes. Su estudio nos demuestra un gran avance metalúrgico; nos demuestra una serie de relaciones en el sentido de comunicación de fuerzas, por ejemplo, de distintos tipos de tornillos, ruedas de comunicación cuadradas, con un cálculo de deslizamiento y de fricción que producían pérdidas de fuerza en caso de error. Hoy se está estudiando y todavía no podemos tener nada realmente elaborado[2].
Para poder calcular las posiciones planetarias, el profesor Derek J. de Solla Price dedujo que la máquina trabajaba conforme al ciclo de Sirio, lo cual hace suponer que el calculador sea probablemente un modelo reducido de otro egipcio más completo y mucho más antiguo. Es sabido que un gran número de astrónomos griegos aprendieron su ciencia en Egipto y, en este contexto, se cita especialmente a Metón.
Estos descubrimientos han revolucionado la concepción científica del mundo antiguo, tanto que el mismo Price dijo en una reunión en Washington en el año 1959: «Hallar una cosa como esta es como encontrar un avión de propulsión en la tumba de Tutankhamón».
También en la Universidad de Boston, en Estados Unidos, se está elaborando un estudio sobre Stonehenge, sobre esas grandes piedras que no se sabe de qué época son. Se han realizado estudios fotométricos con los que se han alimentado computadoras modernas, registrando que existe un sistema de relación entre las piedras. Hoy en día se sabe que la Luna, cada cincuenta y seis años, presenta unos tintes especiales. Eso está registrado en Stonehenge; en sus mediciones, en sus relaciones están estudiados esos y otros procesos.
Lo cual nos hace preguntarnos: ¿qué conocimiento tenían del Cosmos los antiguos? ¿Qué conocimiento tenían los antiguos de lo que hoy nosotros llamamos astronomía? ¿Y de eso que interesa tanto hoy, que es la astrología? ¿Cuál es la astrología que conocían los antiguos? Hay muchas ciencias perdidas; una de ellas es la astrología. En ese sentido pienso como los antiguos, cuando decían que cuando todo el mundo habla de una cosa es porque esa cosa decayó, no es tan simple como para que todo el mundo la pueda entender.
Evidentemente, muchos científicos actuales se burlan de la astrología, ¡con toda la razón del mundo! ¿Por qué? Porque se dice: «El que haya nacido bajo el signo de Leo hoy va a hacer un buen negocio.» Parece evidente que dentro de la población mundial puede haber cientos de millones de personas que hayan nacido bajo el signo de Leo. ¿Cómo todos ellos van a hacer un buen negocio? Y si los juntáramos a todos en un lugar, ¿cómo iban a hacer todos un buen negocio?, ¿cómo se hace un negocio en que ganen todos? Eso es muy difícil. De tal suerte, se han hecho grandes críticas a la astrología.
Además, no están lejos de mi memoria ciertos estudios básicos que se hacían en Argentina y en toda Sudamérica: se levantaban cartas astrológicas perfectamente, pero con todo el material del hemisferio norte. Nunca se les ocurrió pensar que había que invertir todo el proceso porque ellos estaban en el hemisferio sur, pues los cálculos de primavera para Europa o Estados Unidos van a ser de otoño en el hemisferio sur. Con toda esa suma de imprecisiones, de tonterías, con la popularización en diarios y demás, decían: «Hoy usted va a tener un buen día para el amor», u «Hoy va a tener tales predicciones un poco oscuras». «Hoy, usted recibirá algo que lo va a alegrar». Todos tenemos cada día algo que nos alegra y algo que nos entristece. Eso es como la adivina que se pone a leer las líneas de las manos y dice: «Oye chico, tú has sufrido en la vida». Y hay algunos que dicen: «¡Cómo sabe esta adivina!». Todos hemos sufrido en la vida, todos tenemos algún momento alegre y todos tenemos algún momento triste. Con todo eso, ¿qué se quiere decir?, ¿que la astrología es inválida? No, al contrario, fue válida. La astrología era una de las tantas ciencias sagradas de la Antigüedad.
La astrología la conocieron todos los pueblos de la Tierra. Podrían preguntar por cualquiera y yo les diría que sí, que la conocían. En América, por ejemplo, hay un libro muy antiguo llamado el Chilam Balam, «El Libro de los libros, de los Maestros»; es un tratado de astrología. Los primeros compiladores españoles que acompañaban al padre Landa tradujeron algunos párrafos ayudados por indígenas y pudieron llegar a la conclusión de que los mayas habían previsto la llegada de las naves españolas mucho tiempo antes. Por sus sistemas de horóscopos habían llegado a la conclusión de que grandes naves de madera con signos cruciformes en sus velas arribarían trayendo a hombres barbados cubiertos de metal, que tenían el relámpago y el rayo en las manos, y entonces sería la muerte para todos los que estaban allí.
Ese Chilam Balam habla también de los Makabes o Señores del Hacha, señores del hacha de doble filo, el famoso fasces lictoris, insignia del cónsul romano que se componía de un hacha con el mango rodeado de un haz de varas. El fasces lictoris —Makabes para los mayas— era el símbolo del poder y la fuerza, el símbolo de la transformación mística, del poder de la ordenación de los hombres.
Es muy hermoso ese tratado de astrología, porque también tiene su poesía cuando dice que llegarán nuevos siglos en donde volverán los Makabes y entonces ya no habrá amores de tres días, ni amistades de tres días, ni Gobiernos de tres días, ni contratos de tres días. Fijaos bien que una de las principales crisis —lo digo con el sentido clásico, no peyorativo—, uno de los principales problemas que tenemos nosotros es que todas las cosas perduran nada más que un instante. Es difícil encontrar en este mundo un amor que dure, una amistad que dure, un gobierno que dure; todas las cosas pasan y se van, todas las cosas parecen hechas de agua o de arena, cuando se intentan apresar, escapan entre las manos. Pero hay algo dentro de nosotros, hay algo con sed de eternidad que querría que las cosas no pasasen tan fácilmente, que querría que por lo menos algunas cosas perdurasen. Porque así como es hermoso ver correr el agua de un río, pero verlo desde un puente o desde un bote, es también hermoso ver cómo corre la vida y pasa, pero desde un lugar permanente: es hermoso ver lo efímero de las cosas desde un lugar que no es tan efímero.
La astrología antigua trata de captar los grandes destinos o las grandes vertientes cósmicas, trata de alcanzar eso y lo hace con principios muy simples. Había tres tipos de astrología dentro de la Antigüedad clásica occidental. Primero, una astrología nominal, que estudiaba los nombres, las relaciones mecánicas, el tamaño, el peso de todos los astros; es lo que entendemos hoy por astronomía. Luego, una astrología natural, que estudiaba la parte de la vida del Cosmos, cómo se formó el Cosmos, cuándo va a morir el Cosmos, cómo se reproducen los astros; porque la ciencia actual no se pregunta eso. La ciencia actual ve que se reproducen los pájaros, los hombres, los peces, y no se le ocurre pensar que se reproducen también los astros. Sin embargo, la ciencia antigua se había preocupado también de eso, de medir las etapas de sueño y de vigilia del Cosmos, de vida y de muerte de todo el Cosmos. Y hay una tercera astrología —que también la ciencia conoce algo—, que es la astrología judicial, aquella que habla de la predicción del futuro. En Egipto, por ejemplo, se utilizaba la astrología para predecir el futuro y para conocer cuál era la evolución de los dioses. Pero se trabajaba no solamente con lo que hoy llamamos el panorama horizontal, el estudio de los planetas y de los astros que pasan por las distintas casas zodiacales, sino que se utilizaba también el llamado zodiaco vertical que comprendía las estrellas.
En Egipto utilizaban ciento once estrellas fijas y se decía que uno de los corazones astrológicos del Universo estaba en la estrella Sirio. A la estrella Sirio la llamaban Sothis, que quiere decir ‘Iluminación’, ‘Sagrado’. Estaba relacionada con los misterios de Anepu. Anepu en griego era Anubis, y sabréis que su símbolo era una estrella pentáculo, de cinco puntas. Esta astrología de tipo vertical trataba de investigar no tan solo el derrotero, la marcha y el destino de los cuerpos, sino el de las almas, las unidades más perdurables. Los egipcios creían también en la reencarnación, que el alma pasaba varias veces por cuerpos. De tal suerte, entonces, había un horóscopo para el cuerpo, pero fundamentalmente lo que importaba era el horóscopo para el alma. Los cuerpos serían como distintos días o como distintos momentos en su larga trayectoria de alma.
Cuando estuve en Estados Unidos, en el Observatorio Griffith, me divertí con un aparato gracias al cual se ven los rayos cósmicos, una especie de pecera de cristal donde se ve cómo caen los rayos cósmicos. Pero lo curioso es poner una mano sobre el aparato y ver que debajo de la mano hay rayos que la atraviesan y otros que no; hay rayos que pasan el papel y hay rayos que no; hay rayos que pasan el metal y rayos que no. Bueno, constantemente, ahora mismo, hay rayos cósmicos, descargas cósmicas, que están llegando, que están pasando toda esta habitación, que nos están chocando y nos están traspasando; estamos constantemente bañados en esas descargas cósmicas.
Como veis, estamos como siempre ante los enigmas, ante los misterios; pero el filósofo sabe abrirse paso a través de estos enigmas, a través de estos misterios, y, ayudado por la investigación desprejuiciada, abre puertas de esperanza hacia la comprensión de esos mundos que nos precedieron y que acrisolan un saber que nos es propio y que tenemos que reconquistar. Reconocer su saber, sus logros, sus conquistas nos va a permitir una mejor apreciación de nuestra realidad. El hombre no cambia tanto, cambia su apreciación de las cosas.
Jorge Ángel Livraga
[1] Se calcula que el total de tabletas cuneiformes en todos los museos del mundo es aproximadamente de 500 000. Existen importantes colecciones en Bagdad, Ankara, París, Berlín y Londres. El Museo Británico tiene más de 130 000 tabletas cuneiformes, de las cuales unas 30 000 son de la antigua Nínive. Desde el hallazgo de la «Biblioteca de Nínive» por Layard en 1849, el desciframiento ha avanzado, aunque lentamente, gracias al método y los trabajos de Oppert (1864).
[2] El profesor Livraga hace referencia a la «máquina de Antikythera» o «calculador de Rodas», encontrada en 1900 cerca de la isla de Antikythera por un buceador. Un estudio en profundidad no llegó hasta 1951 de la mano del profesor Solla Price. Este investigador descubrió dentro del objeto hallado —una caja cuadrada de bronce— una treintena de engranajes y un mecanismo diferencial, además de tres cuadrantes móviles con grabaciones de los signos zodiacales y los meses del año, las fases de la Luna y las posiciones relativas de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. La posición de los cuadrantes reveló que fue ajustada por última vez entre los años 86 y 85 antes de nuestra era.
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Buenas noches. Dice allí que este artículo es de una conferencia de hace casi medio siglo, ¿hay alguna actualización? Tal vez con los medios modernos de comunicación y tecnología se puedan conocer más detalles de los casos expuestos o acceder a fotos de lo que se menciona. Gracias.