Cierto es que, en los límites de brevedad impuestos a todo trabajo que se publique en una revista, no han de caber muchas interesantes características de tan extraña personalidad y aún menos su colosal obra de recopilación e interpretación hecha sobre textos antiguos de Oriente y Occidente. Pero nuestro enfoque filosófico, completamente descomprometido de fanatismos y rencores, recogerá de manera clara aspectos fascinantes de H.P.B. y de su entorno.
¿No ha de haber
un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir
lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir
lo que se siente?
Quevedo
Nació en Ekaterinoslav, ciudad situada en la orilla derecha del río Dnieper, que lleva sus aguas al Mar Negro, frente a Odessa, en Rusia, en la medianoche que va del 30 al 31 de julio de 1831. Es curioso que esta noche, para el pueblo ruso, es la equivalente a la Noche de San Juan en otras regiones de Europa occidental… Una noche mágica.
Fue primogénita de una noble familia. Por línea paterna, hija del Coronel Pedro Hahn y nieta del Teniente General Alexis Hahn de Rottenstern, de Macklemburgo, Alemania, establecido en Rusia; y por parte de madre, de la pariente del Zar, Helena Fadeéff. Su abuela fue la Princesa Helena Dolgorouki. Fue bautizada según los ritos de la Iglesia ortodoxa rusa.
Nacida prematuramente, su salud fue endeble desde muy niña. Creció reconcentrada en sí misma y silenciosa. Dotada de innegables poderes parapsicológicos innatos, el ambiente que la rodeaba, exageradamente inclinado a la superstición y a calificar de “brujería” todo aquello que fuese desacostumbrado, la aisló aún más en el seno de su aristocrática familia, prefiriendo la compañía de los servidores de su casa o de los niños pastores y errantes que llegaban a su puerta. Paseándose por el museo natural del palacio de sus padres, frente a cada animal disecado, improvisaba largas charlas sobre las características de ese animal en vida y lo que había visto. Se hizo especialmente odiosa al predecir, con absoluta certeza, el día de la muerte de algunos viejos parientes y amigos que frecuentaban sus salones. Lo hacía con la inocencia de una niña, pero al verse cumplidos los presagios, todos comenzaron a temerla.
Sus ayas de Ucrania la entretenían hablándole de hadas, gnomos y hechizos, pero pronto sintieron ante la niña verdadero terror, pues ella les anticipaba lo que le pensaban decir, leyendo sus pensamientos y provocando risas, ruidos y vientos a voluntad en las habitaciones solitarias. Tenía para ese entonces cuatro años.
Recibió la educación básica de una dama de la nobleza rusa de aquella época: leer y escribir en ruso, rudimentos de inglés y de francés. También estudió música y demostró una gran aptitud para ejecutar en el piano.
Muerta su madre, a los once años fue a vivir con su abuela, en Seratow, donde su abuelo era Gobernador Civil. De carácter difícil y salud tan endeble que frecuentemente se la veía como moribunda, vivía, según cuenta la misma H.P.B., “empapada en agua bendita”. Su abuela tenía un museo, de los más prestigiosos en Rusia en cuanto a historia natural, y la niña reencontró su infantil pasión por hablar sobre esas piezas, aun de las correspondientes a animales prehistóricos de los cuales se sabía en ese entonces más bien nada que poco. También a los once años la sorprendemos cabalgando a horcajadas, cosa prohibida para una señorita de encumbrada familia. A los catorce años cayó de su silla de montar y ante la vista de varios testigos se mantuvo en el aire, suspendida de manera increíble hasta volver al asiento.
Todo ello inclinó a la familia a casarla lo antes posible. Así, y pese a sus protestas, la desposaron a los dieciséis años con un anciano de setenta, Nicéforo Blavatsky, Sub-Gobernador de la provincia de Erivan, en Trascaucasia. Tres meses más tarde, la extraordinaria jovencita que llevaría por el resto de su vida el apellido de Blavatsky en memoria de aquel bondadoso hombre que pudo haber sido su abuelo, se escapó de palacio a caballo y luego, disfrazada de grumete, embarcó hacia Alejandría. Tardó diez años en volver a Rusia, para que su matrimonio fuese legalmente nulo.
Este período de su vida es muy oscuro. Contactó con espiritistas (que en aquel entonces estaban tan de moda como hoy los ufólogos o los santones) y recorrió numerosos países de Europa, África y América. Su familia, como el Conde de Vitte, la hizo víctima de grandes ataques y burlas. Su espíritu andariego y su juventud la llevaron, disfrazada de muchacho, a ser reportero de guerra en las tropas de Garibaldi en las luchas del Río de la Plata, entre el imperio portugués y los nuevos países hispanoparlantes. Una “reportera” de guerra en aquel tiempo era algo tan inusual que cuando se supo sufrió prisión por eso.
Fue una viajera incansable a pesar de su mala salud, que le hacía sufrir tormentos y angustias. Pero siempre al borde de la muerte, curaba rápidamente sin auxilios médicos y proseguía su marcha.
De carácter frecuentemente irascible, dotada de gran carisma y autoridad, no temía meterse en las más atrevidas aventuras en los lugares más remotos e incivilizados del mundo. Poseía el “don de lenguas” y así, no solo comprendía y hablaba los más extraños dialectos, sino que leía jeroglíficos egipcios, sánscrito, griego, latín y cuanto signo gráfico hubiese dejado el Hombre a través del tiempo. Sus poderes parapsicológicos se acentuaron con sus viajes, y chamanes y faquires llegaron a admirar sus proezas, que ella realizaba muy de vez en cuando y solo si le venía en gana hacerlo, defraudando así la curiosidad de muchos periodistas y espantando otras veces a gentes desprevenidas.
Sus artículos, casi siempre con seudónimo, llenaron las páginas de los principales periódicos de la época victoriana, en la que se vivía un clima propenso a la aventura y al exotismo de los lugares casi inexplorados que recorría H.P.B.
En 1875, a los cuarenta y cuatro años de edad y luego de haber conocido al entonces famoso periodista, el Coronel Olcott, funda en New York la Sociedad Teosófica. Se cuenta que, en la sesión inaugural, se materializó a la vista de todos un misterioso anillo en su dedo, que luego sería transmitido de mano en mano por todos los Presidentes de la Sociedad Teosófica. El autor de esta nota lo vio y tocó. Su piedra es extraña, tiene grabados signos parecidos al sánscrito y cambia de color frecuentemente.
Contrariamente a lo que se cree, aunque H.P.B. fuese cofundadora de la Sociedad Teosófica y trabajase para ella el resto de su vida, su primer Presidente fue Olcott, y ella manifestó de inmediato que, habiendo cumplido su misión, no se le considerase ya como Miembro de dicha Sociedad, pues no quería dañarla con lo que ella hiciese ni tampoco sentirse atada a compromisos con la gente.
Esta Sociedad resultó un éxito y se extendió rápidamente por todo el globo, teniendo su capitalidad en Adyar, India, gracias a una importante donación hecha por el Rajá de Benarés.
Acosada por las críticas y por su estado de salud cada vez más malo que le impedía, entre otras cosas, controlar los fenómenos paranormales que la rodeaban a toda hora, se dedicó a escribir sus obras; estas llegaron a tener tal éxito que su Isis sin velo se vendió totalmente en su primera edición antes de que saliese de máquinas, debiendo reimprimirse y durando la segunda edición en inglés veinticuatro horas.
La “Teosofía”, que marchaba a los hombros de la Sociedad Teosófica, impregnó a millones de personas, especialmente las de alto rango y condición artística, científica y filosófica, aunque siempre contó con la oposición de las instituciones oficiales, especialmente las inglesas, y con la aversión de la Iglesia católica y de anglicanos. También, más tarde, la combatiría la masonería, el espiritismo y los brahmanes de la India. H.P.B. tuvo gran cantidad de enemigos personales que la denigraron; el principal, R. Guénon. Sus críticas a los anarquistas y al gobierno de las mayorías, la hicieron también odiosa ante la vista de importantes medios de comunicación.
En 1885 decide radicar en Londres, donde se pone en contacto con Annie Besant, la condesa Wachtmeister y las Duquesas de Adlemar y de Pomar. H.P.B. es llamada entonces “la mujer más sabia de su tiempo”, y se dedica a su monumental obra: La Doctrina Secreta, basada en gran parte en apuntes de sus anteriores viajes. Sus distinguidas y cultas acompañantes cuentan cosas extraordinarias de ella, como ser lectura de libros a distancia, conversaciones a dos voces con seres invisibles, cartas llegadas de remotos lugares por medios extraordinarios y escritas en signos indescifrables aun para los peritos del Museo Británico, a los que, con extraño sentido de humor, H.P.B. les enviaba a veces alguna parte de su correspondencia.
Esta mujer, que había predicho el descubrimiento de Troya por Schliemann y afirmaba que en el siglo XX la gente vería a través de nuevos “espejos mágicos” (tele-visores), ya no podía retener el Alma en el cuerpo. Ella misma afirmó, alguna vez, que sus misteriosos Maestros le habían dado cinco años de vida “extra”, para terminar su Obra. Y la terminó, aunque el “séptimo libro” de Doctrina Secreta quedara en apuntes manuscritos recopilados luego para una “Sección” o “Escuela Esotérica” de la Sociedad Teosófica que funcionó hasta 1950.
En los últimos cuatro años de su vida logró controlar y suprimir los fenómenos paranormales que le habían acompañado en toda su existencia. Su actividad y ritmo de trabajo se volvieron febriles. Mientras la Sociedad Teosófica se había convertido en una potencia mundial desde todo punto de vista, ella se mantenía lo más aislada posible con las damas mencionadas, y de este período sabemos muy poco. Su casa de Lansdowne Road fue llamada la “Blavatsky Lodge”. Su figura se hizo tan mítica que se internalizó, terminando su vida, muy envejecida y enferma, carente de muchos cuidados elementales, ya que ni a sus compañeras de casa dejaba que colaborasen con ella, sentada en una silla y con un lápiz en la mano. Era el 8 de mayo de 1891. El médico que certificó su defunción la atribuyó a un tipo de gripe y al mal clima londinense. Su cadáver fue cremado y la casi totalidad de las cenizas se aventaron sobre el Támesis.
Su último fenómeno: los médicos la habían declarado fuera de peligro a las 11 de la mañana de ese 8 de mayo… Ella esperó que se fuesen, se levantó de la cama, se sentó en su mesa de trabajo y murió, tal cual lo había predicho días antes. Tan suavemente que quienes estaban a su lado no se dieron cuenta por largo rato.
H.P.B., como dijimos antes, escribió mucho y sobre los más variados temas para diarios y revistas, semanarios y seriales, sobre pueblos antiguos o alejados de la civilización occidental. Asimismo lo hizo sobre lo que hoy llamaríamos “parapsicología” y sobre ciertos ritos mistéricos que habían sobrevivido desde épocas inmemoriales.
De esta enorme y frecuentemente desordenada masa, extraeremos los tres mejores ejemplos:
LA VOZ DEL SILENCIO: Pequeño manual traducido y anotado por H.P.B., llamado en los Himalayas algo interpretable como Libro de los Preceptos de Oro. Según su traductora, pertenece a la misma serie que los Libros de Dzyan tibetanos. El original, que tuvo a la vista, estaba grabado en cuadrados hecho con chapa de oro. También menciona copias grabadas en discos de oro. La escritura de las copias suele ser tibetana, pero los antiquísimos originales lo están en ideogramas. Se leen de una manera especial (Lug, en tibetano) basada en números y colores. Estos criptogramas desembocan en un alfabeto de 7 colores, 60 letras sagradas y doce signos astrológicos. De antigüedad no precisada, es evidentemente pre-búdico, o sea, que el original cuenta con más de 2500 años… pero… ¿cuántos más? Los comentarios y copias son evidentemente posteriores, ya que citan a Sidharta Gautama.
H.P.B. dice haber visto 90 placas originales. Logró memorizar 39. Conviene aclarar que los monjes custodios de este tesoro arqueológico y paleográfico, no consintieron en que se hiciesen copias. H.P.B. considera su contenido relacionado con los Upanishads y con el Bhagavad Gita.
Llamó a su recopilación “La Voz del Silencio”, pues era lo más aproximado a Nada, palabra sánscrita que significa “La voz insonora” y también “La Voz Espiritual”, correspondiente a otra denominación mucho más arcaica en lengua “senzar”, el lenguaje secreto de los antiguos Iniciados de Tíbet, equivalente al “Pir-Ammón” o “P’il-Amión” de los sacerdotes del antiguo Egipto. El pequeño tratado consta de 3 partes: “La Voz del Silencio”, “Los 2 Senderos” y “Los 7 portales”. Sus últimas palabras son “Bendiciones a todo cuanto vive”, traducidas más vulgarmente por “Paz a todos los seres”.
ISIS SIN VELO: En su prólogo, la autora se adelanta a las críticas diciendo: “Los sabios postizos nos atacarán furiosamente. Los clericales y librepensadores verán que no admitimos sus conclusiones, sino que queremos el completo reconocimiento de la Verdad. También tendremos enfrente a los literatos y autoridades que ocultan sus creencias íntimas por respeto a vulgares preocupaciones.”… “Algunos criticarán honradamente; los más con hipocresía; pero nosotros dirigimos la vista al porvenir”… “El mejor mote para nuestro escudo, al entrar en palestra es la frase del gladiador romano: ¡Ave César! Morituri te salutant”.
Esta obra es la primera de gran envergadura de H.P.B. Tenía cerca de 50 años cuando la terminó y su entorno era muy diferente del nuestro. La ciencia materialista y el “positivismo” arremetían triunfales contra toda expresión mística, religiosa y aun parapsicológica. Por otra parte, las grandes religiones se encasillaban en sus últimos dogmas. Ciertos descubrimientos filológicos y arqueológicos estaban sacudiendo fuertemente todo, pero no existía aún receptividad mental como para asimilarlos. La ciencia afirmaba que los aparatos más pesados que el aire no podrían volar jamás y que el fondo de los océanos, por la presión, estaba lleno de agua sólida. El imperio inglés, el más grande del mundo a fines del siglo XIX, mantenía un sistema colonial sobre Asia y África verdaderamente eficaz, mientras la religión cristiana, brahmánica o budista estaban a la defensiva y condenaban todo lo que podían, en su afán de detener el ateísmo creciente. Los grandes problemas sociales y económicos estaban aún sumergidos y despuntaban apenas bajo formas de atentados o de novelas sobre problemas humanos. Era un mundo relativamente estratificado y pacífico, de gran orden si lo comparamos con esta última parte del que nos tocó vivir a nosotros en el siglo XX.
Pero la “atmósfera” era tan estática que resultaba casi aplastante para los espíritus y H.P.B. recoge esa inquietud latente. Lo hace en su Isis sin velo, de una manera desordenada, casi caótica; mezclando relatos de viajes con eruditos estudios sobre ciencias y religiones. Allí se revela cierto fenómeno que aún no ha sido comprendido ni explicado satisfactoriamente. Esta mujer, a pesar de sus viajes y sus dones naturales, no habría podido, aparentemente, escribir jamás sobre tan variados temas y poniendo al pie de página sus fuentes de consulta (materialmente imposible que hubiese utilizado tantas) y datos precisos que, dada la vastedad del trabajo y los medios de la época, suponían haber movilizado un tremendo equipo de eruditos del que, obviamente, H.P.B. no disponía. Ante el éxito de Isis sin velo, muchos estudiosos que no estaban de acuerdo con ese alud de conocimientos naturalmente contrario a las ciencias y religiones de carril, intentaron demostrar la falsedad de sus fuentes. Mas entonces la sorpresa se convirtió en casi terror al comprobar que, en miles y miles de citas, no había una sola equivocada. Una anécdota poco conocida es que H.P.B. tuvo que salir en defensa de un famoso bibliotecario romano, pues fue acusado de haberle facilitado el acceso a secciones secretas de los Archivos Vaticanos. Se comprobó que H.P.B. no había pisado esos entonces muy reservados lugares… pero a la vez se constató que su libro contenía información que tan solo allí estaba, con nombres y fechas referidos a ciertos procesos de la Inquisición.
LA DOCTRINA SECRETA: Fue su obra capital. Sus temas se centran en el simbolismo de las antiguas religiones mistéricas y rescatan del “inaccesible” complejo de archivos y bibliotecas tibetanas toda una cosmogonía y una antropogénesis basada en el misterioso Libro de Dzyan. La tónica general de esta obra colosal ya no es polémica, como en Isis sin velo, sino abrumadoramente doctrinaria. La dimensión de la escritora se vuelve aquí tan gigantesca que muchos de sus críticos atribuyen la obra a un conjunto de personas y no faltan los que creen que tan solo con sus extraordinarios poderes pudo lograr tan fantásticas recopilaciones.
Su “columna vertebral doctrinaria” es la demostración de una Sabiduría atemporal que se ha asomado a través de diferentes filosofías y religiones; especialmente de los Misterios de la Antigüedad. Y algo más sorprendente todavía: la existencia de “Maestros” en todas las épocas de la Historia y de “Círculos Secretos” que habrían mantenido encendida la llama del Saber, la Cultura y la Civilización en los momentos más oscuros de la Humanidad. Asimismo afirma la existencia de otras “Humanidades” anteriores a la nuestra y de continentes en donde habitaron. Se refiere a las distintas experiencias que la actual Humanidad tuvo que afrontar cuando aún no estaba en grado “humano”. Las Almas habrían pasado por etapas de “vivencia” mineral, vegetal y animal antes de habitar el planeta Tierra, en otros planetas de los cuales el último habría sido convertido en la actual Luna terrestre, de la que afirmaba que era más vieja que la Tierra, dato que el actual análisis de las piedras traídas de la Luna confirmó sin lugar a dudas. Narra cómo los hombres se fueron transformando hasta llegar a su actual estado, ayudados por un especial “descenso mental” de ciertos Seres provenientes de Venus. Explica todo el proceso cósmico como ideación de la Mente Divina; la inmortalidad del Alma, que reencarna periódicamente en busca de nuevas experiencias, y la liberación de la moral mecánica a través de la “Recta Acción”.
Ve al Hombre como un complejo sistema, no solo físico, sino también constituido por otros cuerpos sutiles. La actualización de corrientes de energía en estos cuerpos sutiles, otorgaría poderes que nada tendrían de milagrosos, sino que serían simples potencializaciones de elementos naturales. Pero advierte sobre los grandes peligros de poner en práctica estos poderes hasta que un estado de purificación y de conciencia lo permitan. Para H.P.B. los atractivos poderes parapsicológicos no son dignos de la preocupación del verdadero filósofo, pues este busca la Verdad y no nuevos instrumentos de egoísmo. Debemos destacar que las enseñanzas de H.P.B. sobre este tema son visceralmente contrarias a las creencias del “neo-ocultismo” actual, que pone en primer plano de atención la obtención de poderes parapsicológicos y de experiencias paranormales. H.P.B. no admira a los derviches ni a los brujos; admira a Platón y al Buda; a Pitágoras y al Cristo.
A través de su obra capital, La Doctrina Secreta, se revela como una estudiosa de peso que compara y analiza las más altas corrientes del pensamiento y de la fe. Otra vez, al pie de sus páginas, aparecen sus citas exhaustivas, la fundamentación total de todo lo que menciona y su afán pedagógico de otorgar al lector el derecho a la investigación sobre las mismas fuentes que ella, misteriosamente, ha utilizado. E insistimos en el misterio de su fundamentación, pues es humanamente imposible que una sola persona y con la educación primaria recibida, haya podido canalizar tal masa de conocimientos, muchos de los cuales rebasan aún nuestras sofisticadas fuentes informativas.
GLOSARIO TEOSÓFICO: obra póstuma e inconclusa. La confeccionó como microdiccionario de términos utilizados en su Doctrina Secreta y extraídos de lenguas occidentales y orientales, especialmente antiguas. Desafortunadamente ha sido impreso luego de su muerte con agregados no siempre correctos o a la altura de su armazón original. En este pequeño libro, H.P.B. demuestra conocer más de 30 lenguas a la perfección, con sus correlaciones.
Como hemos explicado, H.P.B. la fundó conjuntamente con el Coronel y periodista H.S. Olcott, el que fue su primer Presidente. De alcance internacional, mientras vivió H.P.B. no pudo evitar una gran ligazón con ella. Hasta la muerte de Olcott, cuyo cuerpo consumió una enorme pira de madera de sándalo el 17 de febrero de 1907, la Sociedad se mantuvo, aunque trabajosamente, en sus carriles originales. Su segundo presidente, A. Besant, no pudo evitar que la Sociedad tomase extraños caminos y promoviese al joven hindú desconocido, llamado luego Krisnayi y más tarde Krishnamurti, como a un prototipo de Avatara o nuevo Cristo. Este hecho, si bien canalizó a millones de personas a interesarse por la Sociedad promotora del fenómeno místico y mostró facetas extraordinarias (como la de este hombre que, siendo aún un niño de diez años escribió el delicioso libro A los pies del Maestro y, poco más tarde, El Sendero), terminó catastróficamente al rebelarse Krishnamurti contra estos principios y proseguir independientemente su pregón filosófico-sofístico, en la información de la inutilidad de las sociedades… a través de su propia sociedad promotora-editorial.
De la Sociedad Teosófica se separaron figuras como R. Steiner, que fundó la Antroposofía, y de la cantera de Doctrina Secreta extrajeron sus enseñanzas la Escuela Arcana de A. Bailey y multitud de asociaciones con un marcado tinte religioso-mistérico. Dentro de la misma Sociedad surgieron cofradías como la “Iglesia Católico-Liberal”. El espíritu filosófico-investigador que primase en H.P.B. se fue perdiendo en un marasmo de misticismo oriental, culto a la personalidad, temor a la juventud, todo ello matizado con una desorganización interna pletórica de contradicciones administrativas.
Más tarde rigieron los destinos de la Sociedad, Arundale, Jinarajadasa y Sri Ram, a quien el autor de este artículo conoció personalmente en su juventud, cuando este dirigente teosófico era ya anciano. La Sociedad Teosófica hacía tiempo que había entrado en retroceso y sus locales albergaban, salvo las lógicas excepciones, a personas muy poco calificadas intelectual y económicamente, lo que desde un punto de vista fáctico es fatal para toda asociación humana. Sri Ram era un sabio y él mismo comprendió que la Sociedad que estaba teóricamente bajo su gobierno, ya casi no respondía a estímulo alguno; carecía de medios de difusión adecuados y sus numerosos locales en unos cuarenta países del mundo estaban casi desiertos. No obstante, se esforzó por mantener lo que quedaba y murió en Adyar, India, a la semana de haber dictado su última conferencia, dando ejemplo de tenacidad y valor ante la adversidad. Hoy aún existe la Sociedad Teosófica, pero su volumen humano e influencia ideológica en los finales del siglo XX es solo la sombra de lo que fue hace cien años.
Tras más de 25 años de estudio y reflexión sobre sus obras, estamos en condiciones de poder afirmar que no. H.P.B. no consideraba a Cristo como “Único Hijo de Dios”, pero sí como una Encarnación Divina, adaptada a su tiempo histórico y digna de la mayor devoción. Tiene muchas palabras de alabanza para el Señor del Amor. Sus críticas, filosófica e históricamente fundadas, se refieren a las distintas Iglesias que en su nombre destruyeron tantas obras artísticas y culturales, quemaron, mataron y torturaron a tantas gentes. Señala esos errores, no solo en la Iglesia católica, sino también en la anglicana, ortodoxa, calvinista, etc. También su ígnea pluma arremete contra los judíos, a quienes acusa de intransigencia y racismo; contra los brahmanes, de quienes dice que llegaron a falsear sus libros sagrados, transformando la palabra “Gnañi” (Sabiduría) en Gnani (Fuego) con el fin de hacer que las viudas fuesen arrojadas a las piras funerarias de sus esposos muertos y quedarse así con sus herencias. Tampoco quedan libres sociedades secretas como la masonería, de la que dice que ha perdido su primitivo sentido, para ofrecer un espectáculo carente de sentido y de simple apoyo entre sus miembros demasiado preocupados en negocios y politiquerías.
No eran su principal preocupación, en parte por el entorno “victoriano”, muy diferente al actual, que le tocó vivir. Enfocó el problema pocas veces; en general, desde el punto de vista platónico, recomendando una sociedad humana regida por filósofos o por Reyes-sabios, el estilo de los de la “Edad de Oro”. Su afirmado sentido jerárquico extraído de la Naturaleza, le dictaba que a las ovejas debe conducirlas un pastor, y no una o varias ovejas, que en la práctica no saben del sendero más que el resto. Se quejó de los que llamaba “naranjeros”, los terroristas de su tiempo, que arrojaban bombas esféricas parecidas a ese fruto. Tenía especial rechazo por los anarquistas, que en los finales del siglo XIX promovían y ejecutaban los más crueles atentados.
Dejamos voluntariamente para el final esta pregunta. No podemos contestarla totalmente. De carácter casi rabiosamente humano, era, sin embargo, un ser excepcional, con frecuentes características sobrehumanas; no solo por sus poderes parapsicológicos, sino por su inteligencia y su valor, que despreciaba toda crítica y que no transigió jamás con las conveniencias “diplomáticas” de este mundo.
Sus profecías, expresadas en tono nada solemne, nos asombran por su exactitud. Su personalidad nos desconcierta. Mezcla de aristócrata y revolucionaria, de mística e intelectual, de increíble aventurera disfrazada de hombre y de gran dama en la corte del Zar, parece reírse divertida de quien quiera apresar una imagen concreta de ella.
Algo sí podemos afirmar, y lo hacemos con la más completa convicción que nace de nuestra reflexión filosófica acropolitana, completamente descontaminada de partidismos y sectarismos, en la cruda búsqueda de la verdad allí donde se halle. Y es que H.P.B. fue un enigmático pero portentoso puente entre el Pasado y el Futuro, a través de un Presente que le fue adverso pero que jamás logró vencerla. Figura de excepción, la Historia un día la reconocerá como la pionera de ese Hombre Nuevo que hoy nosotros soñamos. Un Hombre que no solo crea, sino que tenga a Dios por evidencia natural e irreversible; que sepa que los “milagros” son solo fenómenos que aún no alcanzamos a comprender, pero que nada se hace contra la Naturaleza ni contra la Voluntad Divina; que tenga lo bello por encima de lo feo; lo bueno sobre lo malo y lo justo por más válido que su contrario. Que sea valiente sin temeridad; fuerte sin prepotencia; alegre sin grosería; libre sin libertinaje; místico sin gazmoñería; sensible sin debilidad; humanista y generoso pero sin claudicaciones dictadas por los sentimentalismos. Que sepa llorar, reír, vivir y morir. Que no tema el futuro porque conocerá su pasado. Que no tema a otros hombres porque se conocerá a sí mismo. Que se sepa inmortal a través de los eones y simple mortal en esta tierra. Que ame y realice la paz con todos los Seres y todas las Cosas, sin temer la guerra. Que su poder nazca de su Alma y no de sus medios materiales.
Cuando venga ese Hombre Nuevo, estamos seguros de que algo le deberá a ese enigma que se llamó H.P. Blavatsky.
Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis de España, n.º 84, mes de Junio del 1981
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el ultimo texto debería llevarse a cada persona de este planeta! gran articulo, un placer leerlo.