Iniciamos un año nuevo, y en todos los órdenes tenemos la inmediata tentación de renovar, limpiar y mejorar todo aquello que nos circunda. Los filósofos también sentimos la necesidad de limpiar nuestro mundo interior, para que las escorias del pasado superado, dejen lugar a las nuevas experiencias que habrán de construirnos hacia un futuro más válido.
Así, nos hemos propuesto empezar los días de 2002 meditando acerca del significado profundo de los compromisos humanos, y del temor angustioso que le impide al hombre hacerse cargo de dichos compromisos.
Todo hombre fiel a sí mismo sabe que debe otorgarle un sentido a su existencia, de modo de pasar entre los vivos y transitar hacia los muertos, dejando una estela escrita de obras imperecederas. Para ello, este hombre debe comprometerse, debe firmar un pacto con la vida, con su Yo, con Dios, por cuanto deberá unirse a una Idea para servirla, para luchar por ella, en una palabra: para vivir y para morir por esta idea. Esto es un compromiso. Esto es verdadera Unión. Esto es Amor. Esto es Fuerza y Valentía. Esto es lo que, llevado a cabo, borra la angustia y el temor de no saber para qué ni por qué corren los días, aunque corren indefectiblemente llevándonos, aun en contra nuestra, hacia los bordes de un misterio que llamamos muerte, y que tampoco soluciona el malestar interior del Hombre indeciso.
Los hombres suelen temer a los compromisos porque suponen que las promesas totales le quitan en cierta forma algo de su libertad. Pero, ¿qué libertad se puede perder cuando no se sabe para qué se vive? ¿Acaso lloraríamos por perder nada? Y entre dejar correr la vida en aras de una perpetua indecisión, en pos de un ideal soñado pero nunca concretado, más vale un compromiso sincero con la Idea que resuma nuestros anhelos, aunque nos equivoquemos, aunque suframos, aunque tengamos que volver a empezar una y mil veces. Porque de este modo habremos aprendido algo: que somos capaces de entregarnos, que somos capaces de servir a algo más puro y elevado que a un simple sueldo monetario, y que si bien podemos equivocarnos, sabremos al menos cuáles son los sitios por los cuales no nos conviene volver a pisar.
A través de los dolores es como el hombre aprende, aunque no siempre es necesario el dolor para llegar a aprender. Recurramos a esa Acrópolis Ideal, construida con las almas y la sabiduría de los mejores hombres de la Historia, y entonces habremos hecho rendir el esfuerzo de quienes nos precedieron en beneficio de nuestro propio crecimiento. Pero subir a esta Acrópolis es un compromiso: es un compromiso con los hombres que la construyeron, un compromiso con la Deidad que iluminó a estos hombres, un compromiso con nosotros mismos que nos volvamos herederos de estos hacedores de montañas espirituales, y un compromiso con la historia que dependerá de todo lo que nosotros creemos en este momento.
Acrópolis es el producto de hombres que saben asumir sus compromisos: Acrópolis es la plasmación de aquellos compromisos que transforman en Hombres a los que saben que no hay mayor libertad que la de entregarse a un Ideal superior.
Créditos de las imágenes: Nueva Acrópolis México
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