Esta definición clara y concisa, de cara a la verdad, es frecuentemente olvidada en el uso vulgar del vocablo y en la interpretación superficial del concepto. Así, suele entenderse por «actitud ecléctica» la de los pusilánimes e indecisos, esos tuertos del alma que ven las cosas, pero sin la posibilidad de percibir la profundidad y perspectiva de las mismas. Para ellos, «eclecticismo» es bizantinismo dialéctico y diálogo en redondo, sin arribar ni arriesgarse jamás a una definición fecunda.
Si a uno de estos cultores del falso eclecticismo se le enfrentase con dos personas: una que afirmase que dos más dos son cuatro, y otra que, sostuviese que dos más dos, son seis, saldría del paso insinuando que dos más dos bien podrían ser cinco. Tímidos y abúlicos, fundamentalmente egoístas, no se arriesgan en la defensa de lo cierto, aunque son proclives a la crítica destructiva de todas las aseveraciones, por lógicas que sean.
Hoy, más que en otras ocasiones históricas, hace falta un verdadero eclecticismo, con escasa silogística y solera conceptual. En las cosas fundamentales, un artificial y cómodo «centrismo» suele ser una actitud de cobardía y una muestra de ignorancia.
El sentido común nos dicta que nadie acepta un automóvil que funcione a veces, un huevo medianamente fresco, un reloj que en ocasiones adelante y en otras atrase. Para las cosas importantes urge definirse: se está vivo o se está muerto; se ama o no se ama; es de día o es de noche. El eclecticismo no comprende la indefinición en menoscabo de la realidad. El eclecticismo, si es verdadero, es un acceso a la verdad; y una vez descubierta esta verdad se la debe mostrar, afirmar y proclamar, pese a quien pese y caiga quien caiga.
Eclecticismo no es la eterna duda cartesiana, sino la laboriosa afirmación platónica; no es la angustia de Kafka, sino la voluntad de ser de Schopenhauer; no es la contemplación abúlica y descomprometida sino la historicidad de la juventud que sabe por qué vive y por qué muere.
Cuando el Nuevo Testamento rechaza a los tibios, sabe por qué lo hace. El agua caliente cocina los alimentos; la fría calma la sed; pero la tibia sólo sirve para fomentos y lavados de estómago.
En este mundo conflictivo en donde el materialismo arremete contra todo lo digno y bueno, los falsos eclécticos son sus colaboradores más temibles, pues con sus posturas pseudopacifistas y pseudofilosóficas atentan contra las fuerzas verticales de la verdadera filosofía y del verdadero eclecticismo.
Debemos ser eclécticos, pero de los verdaderos, de los activos buscadores de la verdad; de esos que, cuando la encuentran, la descubren y la proclaman sin concesiones a la enanocracia intelectual, a la conveniencia ni a la moda.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Créditos de las imágenes: Escarlati
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Entre varias opciones, tras una contemplación serena, sin prejuicios y objetiva, elegir la mejor, ¡ese es el camino hacia la luz y la verdad! No saber qué elegir por falta de discernimiento, es hallarse en la penumbra o en medio de la neblina. Elegir lo peor por seguir la llamada de los instintos, o el látigo de los temores, es hundirse en la oscuridad. Y como dice el profesor Livraga, el "eclecticisno" que no es tal, sino indiferencia cómplice, es el reino de los tibios y dubitativos, a los que tanto el cielo como el infierno escupen pues no los quieren en sus filas.
Magnifico artículo, como dice el profesor Livraga "El eclecticismo, si es verdadero, es un acceso a la verdad; y una vez descubierta esta verdad se la debe mostrar, afirmar y proclamar, pese a quien pese y caiga quien caiga"; esta actitud ante la vida nos empuja a luchar por un mundo que claramente es mejorable y que está lleno de injusticias que la gente mira para otro lado para no arriesgarse a corregirlas, pues ya sabemos cual es el destino de muchos grandes hombres que lucharon por la verdad sin amedrentarse. ¡Es hora de defender un sano eclecticismo!!!