El culto al dios Dionysos en Grecia no se ha perdido. Diversas tradiciones que reviven o rememoran el mito existen aún, no solo en Grecia, sino, en general, en todos los países de la cuenca del Mediterráneo, ocultas en las más apartadas aldeas, en cofradías semisecretas, disfrazadas de cristianismo. Un ejemplo de tales tradiciones “paganas”, más o menos cristianizadas, lo tenemos en el caso de los Anastenárides de Tesalónica, los “pisadores del Fuego de Dionysos”, aunque en otras diversas aldeas de Tracia, al norte de Grecia, también se encuentran restos de los viejos milenarios cultos de la Hélade.
No es, sin embargo, tema de este artículo hablar sobre los restos vivos de su culto, sino sobre su mismo mito, su realidad simbólica y mística, que puede hacernos vivenciar, con mayor conocimiento que el que da el mero rito, su presencia y su reino en nuestro corazón. Para ello, nos basaremos principalmente en las tradiciones y fragmentos que han quedado conservados de los Misterios órficos, en los cuales Dionysos representaba el papel de la gran víctima inmolada, el gran Cordero de Dios, motivo que, posteriormente, sería tomado por los cristianos para entroncar su Cristo-Mesías con la antigua tradición iniciática.
Comenzaremos por el primero. Las narraciones órficas nos cuentan que Deméter, viniendo de Creta, ocultó a su hija Perséfone en una gruta en la isla de Sicilia, dejándola vigilada por dos serpientes. Allí, la joven diosa, hija de Zeus, tenía un manto, no se sabe si para su madre o para su padre, donde estaba bordada la imagen del mundo entero. Mientras hacía este trabajo, su padre Zeus, transformado en serpiente, se le acercó, según algunas versiones enroscado alrededor de una higuera[1], y de este contacto nació el dios Dionysos, al que las tradiciones órficas de los Misterios consideraban sucesor de su padre Zeus, al que destronaría, y sexto Cosmócrator o Monarca del Mundo. El nacimiento del nuevo dios se realizó en la oscuridad de la caverna, donde, según se le representa en algunos dibujos, estaba la cuna con el recién nacido dentro, ornada la cabeza con cuernos de macho cabrío (en relación con Perséfone) o portando una máscara de hombre maduro y barbado. Este Dionysos “Kerasforos” (el que lleva cuernos) puede guardar mucha relación con Misterios nocturnos del macho cabrío, relacionado con Satanás (en griego, Eosforos, o sea, el que trae la luz, y en latín sucede lo mismo con Luci-Fer), el carnero topador de las tinieblas que abre camino a la luz, Misterios que ya en época romano-cristiana degeneraron y pasaron al medioevo como el culto al diablo, en forma de chivo, en los aquelarres.
Otras versiones órficas más antiguas nos representan al dios niño sentado ya en el trono real, mientras dos Curetes bailan desnudos con sus espadas alrededor, y una mujer sostiene un espejo delante del rostro del niño, el cual no cesa de reír al contemplarse en él. Esta era una vieja ceremonia en los Misterios de la Gran Madre Rea y de los Korybantes, como nos relata Platón en el Eutydemo.
La historia que nos narran los himnos órficos (H: 34) añade que alrededor del niño estaban sus juguetes, los cuales se convertirían en símbolos de los nuevos Misterios del sexto Emperador del Mundo. Estos juguetes, de gran significado esotérico como representación del mundo y del nuevo poder, eran los siguientes: dados, pelotas, trompos o peonzas, manzanas doradas, una antorcha y un vellón de lana que, junto con el espejo donde se refleja (¡inadvertido!) el dios, forman el conjunto de los siete elementos. Pitágoras y los platónicos en general tomarán estos juguetes simbólicos en sus claves matemática y astronómica para elaborar su cosmogénesis esotérica.
Sigue el mito órfico y nos narra que, estando el niño dentro de la cueva jugando y riendo con sus juguetes, entraron de improviso dos titanes, o según Diodoro de Sicilia dos Curetes, con la cara cubierta de yeso blanco como si estuvieran muertos, pues venían del mundo inferior, donde los había aprisionado Zeus. Cayeron sobre el niño divino y lo despedazaron en siete fragmentos (H: 210) que arrojaron a una cazuela (H: 35) que estaba sobre un trípode, para que se cocieran. Después, pasaron los pedazos por siete pinchos de asador y empezaron a asarlos al fuego. Se trata del sacrificio de la Gran Víctima, del Gran Carnero, como nos lo recuerdan los cuernos con los que nació el nuevo Cosmócrator del mundo futuro.
En los himnos órficos 34 y 35 se nos narra que el mismo Zeus se apareció a la mesa de los titanes asesinos, atraído por el olor del asado; el gran dios golpeó a los titanes con un rayo y los arrojó al Tártaro, ofreciéndole a Apolo los restos de los fragmentos de Dionysos, los cuales el dios de la luz fue a enterrar en Delfos bajo su propio trípode mántico, hecho que pone en relación el oráculo de Delfos no ya solo con el luminoso dios solar Crisocosmos (el de los cabellos áureos), sino también de modo más esotérico con el Dionisos telúrico y oscuro de la caverna donde su madre había tejido el velo del mundo.
Otra versión órfica (H: 37,2) nos dice que los titanes habían comido al niño dios cuando Zeus les lanzó su rayo. Entonces quedaron carbonizados (alegoría de la destrucción por el fuego del 5.º mundo) y de sus cenizas fueron formados los hombres. Según esta enseñanza órfica, los hombres se componen, entonces, del barro amasado con las cenizas de los titanes (raza anterior) y las cenizas del asado y devorado Dionysos (espíritu nuevo). Sin embargo, en el himno 214, se completa la narración del mito. De los siete trozos, sólo uno no se redujo a cenizas, y de las restantes cenizas surgió la vid, con cuyo jugo se amasaron para dar origen a los hombres.
Durante el banquete de los titanes estaba presente una diosa; según el himno, Palas Atenea, la cual ocultó a los titanes el séptimo trozo, echándolo a un canasto. Zeus lo tomó bajo su protección y más tarde lo confió a la diosa Hipta[2], que llevaba el cesto con su preciosa carga sobre la cabeza. En el himno 199 se dice que este trozo era el Cradicios Dionisos, que en griego viene a significar el corazón de Dionysos. Más tarde, este cesto sería símbolo de la Iniciación, donde se ocultaban los siete juguetes de Dionysos, los cuales constituyeron siempre el “corazón” de los Misterios. Otra interpretación etimológica, también correcta, hace derivar el nombre de Cradiario de la palabra Crade, que significa “higuera”, y que estaría en relación con un objeto sagrado construido de madera de higuera, que se encontraba, según otra versión, en el cesto de la diosa Hipta. Posiblemente fuera un falo de madera que, como refiere Plutarco en su Ética, 365 α, Dionysos mismo había tallado.
Diodoro de Sicilia refiere que cuando los restos cocidos de Dionysos se enterraron en la tierra, su madre, Deméter[3], los desenterró y los volvió a unir (como en el mito del desmembramiento de Osiris en Egipto, que es vuelto a la vida por Isis). Sólo un trozo quedó perdido u oculto.
Versiones tal vez más esotéricas son referidas en los Misterios iniciáticos de Eleusis, a los cuales pasó la tradición órfica. El Iniciado Esquilo, en su tragedia Prometeo nos dice que el padre de Dionysos no era Zeus, sino Hades, y ese era el secreto que Prometeo conocía, aparte de profetizar que el recién nacido Dionysos derrocaría al padre de los dioses del trono olímpico. Y, ciertamente, Perséfone, cuando comió el grano de granada (símbolo de los Misterios), ya no quiso volver al reino del día y del Sol, y en la caverna oscura del Hades, del reino de los “muertos sin retorno” (Iniciación), va a dar a luz al Dionysos cornudo, Dionysos el oscuro. En la antigua mitología griega hay versiones y representaciones de Zeus y Hades como dos aspectos de una misma divinidad: el celeste y luminoso de Zeus, y el telúrico, oscuro y misterioso de Hades-Plutón, los cuales, junto con Poseidón como regente del reino medio de las aguas y las tierras flotantes (continentes y seísmos), van a conformar una tríada o triple Logos. Así pues, Hades es señalado como un “Zeus telúrico” y engendrará al “Dionysos telúrico” u “oscuro”, que no llegará a crecer para ver la luz del día, sino que será sacrificado niño como gran víctima. Luego, resurgirá a través del segundo Dionysos, hijo de Semele (permutación de la palabra Selene, Luna en griego) y de Zeus. Así, tendremos a un Dionysos el Mayor, el primero, y a un Dionysos el Joven o tardío, el segundo, relacionado con el vino y las bacantes de los antiguos cultos dionisíacos, cuyas deformaciones posteriores originaron los erróneos conceptos que aún hoy existen sobre las orgías y celebraciones rituales del culto de esta deidad.
En su carácter de Dios oscuro y telúrico, rector del mundo subterráneo inferior (en latín, inferior origina la palabra infierno), Hades tiene también el nombre de Zagreb, que significa “el gran cazador”, denominación que también es utilizada para su hijo y sucesor esotérico, Dionysos.
Pasemos ahora, brevemente, a analizar los llamados “juguetes” de Dionysos. Refiere el Dr. Jinarajadasa en su obra «Fundamentos de teosofía» que una de las pruebas de los Iniciados en los Misterios de Eleusis era la de buscar y descifrar el contenido de “la cesta sagrada”, donde se encontraban los juguetes del niño divino. Estos juguetes resumirían los secretos del universo.
Por la tradición órfica y eleusina sabemos algo del contenido simbólico de la cesta. En primer lugar, había dados. Se habla en plural, lo cual indica que al menos serían dos, quizás como estos que nos han quedado aún hasta hoy en relación con la suerte de los dados y los juegos de azar. Por otra parte, el cubo es símbolo del universo, del macrocosmos, y con dos cubos se pueden formar los otros sólidos platónicos regulares.
A continuación, se nos mencionas esferas o pelotas, también en plural, lo cual tiene su importancia desde el punto de vista celeste astronómico.
En tercer lugar, encontramos las peonzas, también aquí en plural. Parecen estar en relación con el movimiento circular (π) y el cubo o dado, tomado ahora en su mitad, en singular. Representa el movimiento en espiral del eje del cubo-tierra como peonza.
En cuarto lugar, nos dice la tradición órfica que había manzanas doradas (XρνσαÌηλα). En griego antiguo, lengua homérica, se utiliza la misma palabra para designar a los corderos. En La Odisea, Homero la emplea varias veces. Aquí estaríamos ante un símbolo doble donde tanto la fruta como el animal dorado (no olvidemos que Dionysos es simbolizado como un carnero, fecundador de la oveja como pareja del dios carnero) tienen un significado esotérico innegable, difícil, sin embargo, de desentrañar.
Quinto lugar ocupa la antorcha, objeto este que no nos refiere de manera directa la tradición órfica, sino que se cita de modo indirecto en las ceremonias y rituales de Iniciación, pues es la luz con la que se entra en la caverna para, en la penumbra, buscar a Perséfone, que esconde al futuro sexto Emperador del Mundo en su seno.
Otro elemento tradicional en el ceremonial órfico y eleusino era el vellón de lana. El mito de los argonautas y el vellocino de oro nos pone, de nuevo, en contacto con esta vieja tradición. El vellón del carnero de oro, de las manzanas-ovejas de oro, que vimos anteriormente, es el sexto objeto sagrado de los Misterios, el sexto juguete de Dionysos.
Finalmente y en séptimo lugar, tenemos el espejo, donde se reflejan las cosas inadvertidas y la imagen de Dionysos que tanta risa provocaba al neonato Dios, según refiere la tradición órfica.
En cuanto al segundo Dionysos, bastante más conocido a través de la mitología clásica griega, poco más diremos, pues sus diversas peripecias, persecuciones y aventuras podrían llenar un libro entero. Solo diremos que, según el mito narrado por Higinos, Zeus preparó una bebida especial con el corazón de Dionysos (tal vez se refiera a la higuera, la palabra (Kαρδια, corazón) por deformación de (Kραδη, higuera) y entonces la bebida tendría, quizás, alguna relación con el higo), la cual dio a beber a la hija del rey Cadmo, quedando como resultas de ello embarazada de Dionysos. En otras versiones se hace referencia a la fabricación de otra bebida mágica de Dionysos con una combinación de miel, según se deduce del mito de Dionysos y Melikerter, que en griego significa “cultivador de miel”.
Hoy, pasados ya miles de años desde aquellos antiguos mitos y tradiciones, Dionysos no es niño ya. Crece en la oscuridad y se prepara para renacer, para salir de la caverna, resurgido de sus cenizas gracias a aquellos que las riegan con el vino de su esperanza, su entusiasmo y su acción, trabajando por un mundo nuevo y mejor, para honrar así al sexto Cosmócrator del mundo: a Dionysos Zagreus, el Oscuro.
[1] Esto nos recuerda al mito bíblico de Eva y la serpiente de Lucifer. En algunas pinturas y grabados de la época medieval la serpiente no ofrece a Eva una manzana sino un higo, y el árbol es una higuera.
[2] El nombre de Hipta tiene su origen en Asia Menor, y es una forma de la Gran Madre del Mundo, Rea.
[3] Diodoro de Sicilia refiere que en cuanto al nacimiento de Dionisos, no se sabe exactamente a quien atribuir la maternidad, si a Deméter o a su hija Perséfone. En el himno órfico 145 se dice que Zeus engendró a Perséfone con la diosa Rea. Deméter aparecerá después como tercera forma entre la madre y la hija, identificada con una o con la otra, según las diferentes versiones.
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