Los primeros caracteres chinos pueden haber sido utilizados hace unos 5.000 años. Eran pictogramas que representaban los objetos y actividades más comunes de la vida en aquellos tiempos. La tradición atribuye a Huang Ti, el Emperador Amarillo, que se considera gobernó el país hacia el siglo XXV a.C., la primera sistematización de los caracteres chinos. La escritura de los caracteres se realizaba en un principio en conchas de tortuga y era usada para la adivinación. Posteriormente se utilizaron también en vasijas de bronce de uso ceremonial, con invocaciones a los antepasados. Los caracteres fueron evolucionando de forma un tanto indiscriminada, lo que obligó a que en el año 800 a.C. se hiciera una segunda sistematización.
Casi simultáneamente se pasó de escribir sobre tablillas de madera o bambú a utilizar un pincel para escribir sobre seda primero, y sobre papel posteriormente. Estos caracteres han sido los utilizados durante la larga historia de la cultura letrada china, y pasaron a Japón durante la Dinastía Tang. De estos caracteres han partido las sucesivas simplificaciones llevadas a cabo en China, tras la fundación de la República Popular, cuando con el objetivo de facilitar el estudio chino por la propia población se simplificaron más de 2.000 caracteres complejos.
El chino es una gran lengua de civilización que ha conseguido llegar a ser y seguir siendo el instrumento de cultura de todo el Extremo Oriente. La lengua china pertenece al tipo monosilábico. La escritura es figurativa. Respecto al monosilabismo, se considera probable que en una fecha muy antigua muchas palabras fuesen más largas de lo que son hoy y comprendiesen, además de la raíz, uno o varios afijos y tal vez hasta una desinencia. En el curso de los siglos, estos agregados se han reducido gradualmente.
La lengua ofrecía pocas comodidades para la expresión abstracta de las ideas. Su fortuna, como lengua de civilización, ha sido, sin embargo, prodigiosa.
El chino posee una fuerza admirable para comunicar un choque sentimental, para invitar a tomar partido. Lenguaje rudo y fino a la vez, completo y potente de acción, se ha formado con palabras en las que se enfrentaban voluntades astutas. Importaba poco expresar claramente las ideas. Se deseaba, ante todo, llegar a dar a entender su deseo. La palabra, en chino, no corresponde a un concepto, y no es tampoco un simple signo abstracto al cual sólo se le da vida con ayuda de artificios gramaticales o sintácticos. En su forma inmutable de monosílabo, en su aspecto neutro, retiene toda la energía imperativa del acto del que es el emblema.
Los chinos no parecen preocuparse de constituir un material de expresiones claras que valdrían únicamente como signos pero que, en sí mismas, serían indiferentes. Parecen aspirar a que cada una de las palabras de su lengua les invite a sentir que la palabra es acto.
En el arte de la palabra se exalta y culminan la magia de los alientos y la virtud de la etiqueta. Asignar un vocablo es atribuir un rango, una suerte, un emblema. La palabra manda sobre los fenómenos. La lengua china no se ha modelado de manera que parezca hecha para expresar ideas. Ha tendido a permanecer rica en valores concretos y, sobre todo, a no dejar disminuir el poder, efectivo y práctico, que pertenece a cada palabra.
Esta escritura es calificada de ideográfica, porque un carácter especial queda asignado a cada palabra. Los caracteres a los que se llama simples son relativamente pocos. Los llamados complejos son en mucho mayor número.
En los complejos se llega, por el análisis gráfico, a aislar dos partes. Una (simple) es calificada de radical; se le juzga capaz de dar una indicación sobre el sentido. La segunda (más o menos compleja), calificada de fonética, es considerada capaz de dar una indicación sobre la pronunciación. Evocan una palabra haciendo pensar primero (por su radical) en una categoría de objetos, y después especificando (gracias a la fonética) dicho objeto.
Para indicar la pronunciación de los caracteres chinos se utiliza la romanización pinyin, que es la transcripción en caracteres latinos de los sonidos de los caracteres chinos. Además, el chino es un idioma con cuatro tonos. Primer tono: alto y sostenido. Segundo tono: ascendente. Tercer tono: descendente-ascendente. Cuarto tono: descendente.
El ejemplo más común para ilustrar la importancia de los tonos es el del sonido ma: En primer tono significa mamá, en segundo preguntar, en tercero caballo y en cuarto insultar.
La escritura china pudo ser utilizada por poblaciones que hablaran dialectos -y hasta idiomas- diferentes, pues el lector leería a su manera lo que el escritor había trascrito pensando en palabras del mismo sentido, pero que podía pronunciar de manera completamente diferente. Independientemente de las pronunciaciones locales, esta escritura es un admirable órgano de cultura tradicional, y ha servido poderosamente para la difusión de la civilización china.
Los chinos, cuando hablan y cuando escriben, se expresan uniformemente empleando fórmulas consagradas. Componen sus discursos con ayuda de sentencias que encadenan rítmicamente. Sentencias y ritmos concurren a investir de autoridad las explicaciones y las frases. Éstas buscan, sobre todo, un efecto de acción.
La literatura china es una literatura de centones (el centón es una obra literaria compuesta de expresiones ajenas). Cuando tratan de explicar o describir, los autores más originales se sirven de historietas estereotipadas y de expresiones convenidas, sacadas de un fondo común. Este fondo es muy abundante y, por otra parte, apenas si se aspira a renovarlo. Una buena parte de los temas que han gozado de un favor permanente se encuentran en las producciones más antiguas y espontáneas de la poesía china.
En el Che king se ha conservado un lote importante de poemas antiguos. No poseemos ninguna obra china auténtica que sea sensiblemente más antigua. Este clásico contiene exclusivamente piezas anteriores al siglo V a.C. La elección de las poesías, según la tradición, es debida a Confucio. El Maestro sólo habría admitido en su antología poemas inspirados por la sabiduría más pura.
Los centones poseen una especie de fuerza, neutra y concreta, que puede de manera latente particularizarse hasta el infinito, aun conservando, en las aplicaciones más singulares, su poder de invitar a la acción. Las expresiones convencionales, capaces de sugerir acciones, pueden servir también para describir, y hasta con un vigor singular.
La eficacia de las fórmulas es también la primera finalidad de las poesías cantadas en el curso de las ceremonias sagradas. Declarar triviales las “odas” del Che king (cuyos temas han sido repetidos indefinidamente por la poesía religiosa) es no comprenderlas. Los poemas del Che king que están escritos en la lengua más proverbial son seguramente aquellos en que están significados los pensamientos más sutiles. La misma regla se aplica a las obras de todos los tiempos y géneros. Las poesías más ricas en expresiones consagradas son las más admiradas. En ninguna de ellas abundan tanto las fórmulas convencionales como en esa especie de meditaciones místicas en las que el lirismo chino da su nota más alta. Confucio fue un maestro en el sabio empleo de estas fórmulas. Con ellas consiguió mostrar lo que son los ritos y la equidad, conforme a su idea del historiador.
Expresiones proverbiales pueden servir para trazar el retrato físico y moral de los personajes cuyo ideal constante fue señalar su parecido con tal o cual héroe típico. Pueden servir, también, para relatar los acontecimientos de manera adecuada si las acciones de los hombres buscan siempre moldearse en las formas del ceremonial. Las biografías pasan por ser las partes más vivas e instructivas de los Anales chinos. Hay grandes probabilidades de que, en su mayor parte, deriven de elogios fúnebres. Se supone que de todos los autores, aquellos que deberán poseer en el más alto grado el genio del proverbio son los filósofos.
Como los analistas, también los filósofos chinos son narradores de anécdotas. En las obras de todo género se hallan empleadas hasta la saciedad las mismas anécdotas -por lo que un lector occidental que lea por primera vez una obra china experimentará casi indefectiblemente una impresión de cosa ya leída-. Estas pequeñas historias difieren a veces en ciertos detalles de ordenación o de estilo: a veces sólo subsisten los temas, el paisaje, tiempo y lugar, y los personajes varían; lo más frecuente es que se tomen textualmente, y su forma parece estereotipada. Dichas anécdotas estereotipadas forman un fondo al que recurren los autores más originales. El éxito de estas fábulas se debe a la fuerza neutra que se desprende de ellas. Disponen al espíritu a aceptar una sugestión. No hacen penetrar en él ideas determinadas desde el principio. Ponen en juego la imaginación y la hacen dócil, mientras que el movimiento general del desarrollo la invita a encaminarse en una dirección definida. El pensamiento se propaga del maestro al discípulo sin que se le procure a éste el menor esfuerzo y sin que, por otra parte, se le consienta la menor facilidad de evasión. No está llamado a aceptar las ideas, en su detalle y en su sistema, después de haber sido admitido a examinarlas analíticamente. Dominado por una sugestión global, se halla aprehendido de golpe por un sistema entero de nociones.
En la prosa escrita el ritmo no es menos esencial que en la poesía. Es el ritmo el que liga el discurso y permite comprenderlo. La música y el ritmo son los grandes medios de acción de que dispone un orador chino.
En el chino escrito (si se lee simplemente con los ojos) nada haría distinguir como dominante una locución entre las demás; tampoco se advertirían de manera clara las diversas subordinaciones de estas últimas. Para comprender, es preciso que la voz puntúe y halle el movimiento en la frase. Esta es la razón por la cual, desde la Antigüedad, la enseñanza ha consistido en una recitación hecha por el maestro y repetida por los alumnos. Para hallar el sentido lo esencial era, pues, conocer la puntuación.
Para componer en chino no hay otro remedio que recurrir a la magia de los ritmos. Las obras chinas se reparten en géneros. Lo que determina su clasificación es el tipo de inspiración (que parece solidaria de una actitud moral definida) y el sistema rítmico: este último parece imponerse a la manera de una actitud de conjunto y corresponde a cierto modo de ver el mundo y la vida. Por ejemplo, en el aspecto particular del antiguo género fu, nadie ha experimentado jamás la necesidad de definir otras reglas que los caractericen: se enseña a componer un fu adiestrándose en captar la esencia rítmica del género. Esta esencia es tenida por significativa como un modo particular de actividad espiritual. No es susceptible de transmitirse por vía dialéctica.
No se comprenderá a un autor chino mientras no se descubran los secretos rítmicos por medio de los cuales señala y entrega su pensamiento oculto. Ningún autor, por otra parte, llegará a darse a entender si no sabe utilizar la virtud de los ritmos.
El chino ha podido convertirse en una poderosa lengua de civilización y en una gran lengua literaria sin preocuparse de la riqueza fonética ni de la comodidad gráfica. Ha logrado conservar en las palabras y en las sentencias un valor emblemático enteramente concreto. Ha sabido reservar sólo al ritmo el cuidado de organizar la expresión del pensamiento. Casi como si pretendiera ante todo sustraer el espíritu al temor de que las ideas se hagan estériles si se expresan mecánicamente y de manera económica. Ha permanecido rebelde, con obstinación, ante las precisiones formales, por amor a la expresión adecuada, concreta, sintética. La lengua china no parece organizada para anotar conceptos, analizar ideas o exponer discursivamente doctrinas. Ha sido moldeada por entero para comunicar actitudes sentimentales, sugerir conductas, convencer, convertir. Estos rasgos conforman una lengua de civilización y el instrumento de cultura que ha soportado más fácilmente la más larga prueba.
I Ching, versión de Richard Wilhelm.
El Pensamiento Chino, Marcel Granet.
Manual de escritura de los caracteres chinos, Pedro Ceinos.
El alma china a través de sus caracteres, Bernardo Acevedo S.J.
Créditos de las imágenes: Peter Griffin
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