Un ladrón se introdujo en casa de Nasrudin. Tan pronto como este advirtió su presencia, se escondió en un rincón. El ladrón se lo llevó todo. Nasrudin asistió a la operación, siguió al malhechor hasta su casa y le abordó educadamente.
– Gracias, extranjero, por haber querido trasladar todos mis efectos y mis muebles – le dijo. Has hecho que abandonemos mi sórdido alojamiento en el que tanto mi familia como yo nos estábamos pudriendo. Ahora, vamos a poder vivir aquí. ¡Voy ahora mismo a buscar a mi mujer y a mis hijos para que disfruten sin más tardanza de tu generosa hospitalidad!
El ladrón, angustiado ante la idea de tener que cargar con toda aquella gente, le devolvió en el acto todos sus bienes:
– ¡Tómalo todo de nuevo – exclamó –, y guárdate para ti tu familia y tus problemas!
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