Psicología

Amor platónico, amor sexual

Este complejo asunto que establecemos como una contradicción entre el amor platónico y el amor sexual puede parecernos de gran actualidad, pero en cuanto empezamos a bucear un poco en busca de datos, nos enfrenta con una notable sorpresa: la cuestión no tiene nada de moderna; es tan vieja como el mismo ser humano y parece haberse planteado desde que podemos recoger impresiones al respecto.

Otra de las sorpresas con la que nos encontramos es que la aparente contradicción disyuntiva, amor platónico-amor sexual, no existe, o al menos, filosóficamente hablando, es muy difícil poder encontrarla.

Lo que resulta positivo, como filósofos, es plantearse previamente qué es el amor. Y esta es una preocupación que tampoco tiene nada de nueva.

Desde siempre el ser humano se ha interesado por saberlo todo acerca del amor: qué significa, qué alcance tiene, cuál es su profundidad, cuál su significado. Y, sobre todo, la relación del amor con la felicidad. Es como si el ser humano, al encontrar el amor, hallase la felicidad al mismo tiempo. Parece como si buscase una panacea, una fuente ideal donde todos los problemas se resolviesen. Y, claro está, si relacionamos amor con felicidad, no tiene que extrañarnos que en todos los tiempos haya habido una búsqueda notoria, bien por el amor o por la felicidad si los consideramos concurrentes.

Decían los viejos filósofos que buscamos lo que no tenemos, ya que si lo tuviésemos no habría de buscarlo. Y que el ser humano ama lo que le falta, y porque le falta lo ama; como se siente incompleto, tiende hacia aquello que considera importante para sentirse plenamente humano en su totalidad.

Ahora nos acercamos más al tema que nos ocupa. Si buscamos lo que no tenemos y amamos lo que nos falta, es que desgraciadamente no tenemos felicidad y nos falta amor. Esta es la gran paradoja de nuestro siglo: cuanto más hablamos de algo, más denotamos la carencia de aquello de lo que estamos hablando. Hoy se llenan páginas y páginas acerca del amor, considerado en sus más diversos aspectos, pero cuando nos encerramos un poco en nosotros mismos para ver cuánto amor hay en nuestro interior, en la humanidad, en el mundo en el cual vivimos, la conclusión a la que llegamos es que hay poco amor; mucha palabra y poco sentimiento. Nos falta amor, y por eso salimos todos en su busca, y somos capaces de hollar cualquier camino, el que la moda nos ponga delante o el que el discernimiento nos pueda dictar, con tal de encontrar ese amor, esa felicidad, que estamos seguros de no poseer.

Un repaso a la historia nos permite comprobar el hecho de que al amor se le han dado distintas concepciones, y se le han otorgado distintas definiciones en diversos tiempos. Esto obedece a las ideas imperantes en cada situación histórica, a lo que cada uno ha necesitado en cada momento, al producto de su propia evolución; pero siempre nos movemos entre dos extremos: un amor espiritual, que es el que llamamos platónico, y un amor físico, el amor sexual. Pero no es suficiente una sola palabra, la palabra amor, para designar la infinita cantidad de relaciones que hay entre estos dos puntos, el espiritual y ese otro que viene a caer en la materia.

¿Es que basta una sola palabra? ¿Es que esa única palabra puede realmente llegar a decir todo lo que el ser humano puede expresar o quiere vivir al respecto?

Este es uno de los problemas más graves que nos plantean las lenguas modernas, ya que se han vuelto muy pobres en muchos aspectos íntimos, aunque sean muy ricas para designar todo lo técnico, todo lo material, todo lo científico. Resultan muy pobres para ahondar en lo profundo del ser humano. En los antiguos lenguajes, para expresar las distintas variedades de amor, había tantas palabras como variedades o capacidades de sentimiento existían en el hombre.

Hoy, una palabra, una sola, ha de designar mil cosas. ¿Es que acaso podemos definir el amor de una sola manera? ¿Hay tantas y diferentes definiciones? ¿O es que hay cientos de aspectos que debemos de considerar para hablar del amor?

Pensamos que el amor es tan rico que no se reduce a un problema de palabras ni de definiciones, sino que es una cuestión de infinitos matices que tal vez en toda la vida no llegaremos a abarcar por completo; pero podemos analizar algunas ideas, por no llamarlas definiciones.

Vayamos al mundo de la mitología, a ese viejo mundo en que el ser humano parecía estar en contacto con los dioses, y tomemos un ejemplo de la mitología griega, tan afín a nuestros conceptos estéticos y éticos. Veamos qué es el amor, Eros para los antiguos griegos.

Según Platón, Eros era el más el más antiguo de los dioses. No se refiere al Eros que estamos acostumbrados a ver en la estatuaria o en las pinturas; no es ese duendecillo que parece tan simpático y que se muestra acechando a los seres humanos para tenderles una trampa. Es un Eros muy arcaico, el Amor Primordial, la fuerza primordial de la cohesión.

Dice la mitología que, cuando el mundo no existía, cuando todo era caos, cuando todas las cosas estaban en potencia, pero todavía no habían surgido, nace un impulso, una fuerza tremenda que es capaz de ordenarlo todo, de unirlo, de darle forma y vida. Esta fuerza es Eros, es el Amor, el amor primordial, el viejo Eros al que se refiere Platón. Y una vez que Eros ordena todo el universo, empieza a plasmarlo en distintos planos, como si fuesen distintos escalones que van descendiendo desde un altísimo y sutilísimo cielo hasta una Tierra muy concreta, visible y palpable, que es aquella donde nosotros nos encontramos. Eros se encarga de que en cada plano haya una forma especial de amor, que exprese el Amor de una forma apropiada a ese nivel.

Pero nosotros utilizamos la misma palabra para todos los niveles, para referirnos a una exaltación mística, al amor que el ser humano siente por Dios, a la necesidad que siente por tomar contacto con la divinidad; a una exaltación estética, por lo que nos llena de armonía o a esa pasión que sentimos por saber más y penetrar en los misterios de la Naturaleza. Y también es amor los múltiples estados de afección, cariño, apego a otros seres humanos, a una ciudad, a una casa, a un libro, a un animal.

Si, en cambio, concebimos todos los escalones que Eros creó en el universo, encontraremos las diversas formas de amor hasta llegar al que hoy denominamos amor sexual, el amor que se expresa entre uno y otro cuerpo, como si también los cuerpos de materia tuviesen necesidad de unión y de expresarse con este término tan amplio y rico que es el amor.

El viejo Eros, según la mitología, desciende, se plasma y se expresa en distintas formas, hasta que se convierte en el que ahora nosotros conocemos: el amorcillo, el Eros que acompaña a Afrodita con sus flechas, el que está esperando la menor distracción de los humanos para encender los corazones que no conviene encender, y para crear todos los problemas que llenan tantas páginas de la Historia.

Esto es lo que nos cuenta la mitología, unido además a conceptos teológicos y morales; pero dejemos aquellos dioses y volvamos al mundo actual.

Hoy se entiende por amor algo así como una inquietud psicológica, que se expresa fundamentalmente a través del cuerpo y del sexo, como si esta fuese la única posibilidad de expresión. Esto del amor sexual significa “estar al día”, reservándose la expresión del amor platónico para algo más vetusto y pasado de moda. El amor platónico es considerado como un rechazo del sexo y una regresión.

Este auge sexual, que parece estar en la cúspide de lo moderno, es el fruto de la liberación de las nuevas generaciones; una liberación que comenzó por dejar de lado todos los valores que ya no tenían sentido, valores que habían sido útiles en momentos anteriores de la Historia, pero que ya no decían nada a la juventud y que debían ser reemplazados.

Pero se actuó como tantas otras veces en la Historia: no se reemplazaron valores, sino que, sencillamente, se prescindió de los que había, se destrozaron. Luego, se vio que se tenía que vivir de una forma nueva, pero no se sabía cómo hacerlo. Esta liberación, que también se expresó en el amor, y fundamentalmente a través del sexo, no tardó mucho en convertirse en desenfreno. Y entendemos por desenfreno un actuar sin que la conciencia intervenga, sin inteligencia; un dejarse llevar por un sentimiento de afán de lo novedoso, de lo prohibido.

Recordemos aquella frase que fue definitiva en la Revolución del 68 en París: “prohibido prohibir”; cuanto más prohibido, más gusta, y si se prohíbe, es lo que se escoge.

El sexo era tabú, y deja de serlo a partir de ese momento.

Esta liberación trae aparejada también otra complicación: la finalidad del amor se pierde. ¿Es que el amor lleva a la felicidad? ¿Es que el amor sexual sigue teniendo como finalidad la felicidad, o lo que importa es un instante de satisfacción? ¿Comprendemos realmente la diferencia que hay entre felicidad y satisfacción?

Aparecen nuevas complicaciones, como aberraciones sexuales de todo tipo, puesto que cuando hay libertad sin límites, lo que antes era prohibido y apetecible deja de interesar. Es la psiquis la que necesita emociones cada vez más fuertes. Y cada vez se acorta más la edad en que los jóvenes necesitan experimentar estas emociones. Antes, los jóvenes tenían contacto con el amor, con el sexo, a una determinada edad. Los romanos hablaban de unas edades específicas para otorgar a los varones su toga viril. Las niñas eran mujeres cuando la naturaleza así lo imponía. Hoy ya no existen esas edades. Hoy nos asombramos escuchando ciertos comentarios de los niños que nos dan la sensación de que la infancia es un desesperado compás de espera para lanzarse a vivir la vida. Porque vivir la vida es experimentarlo todo de buenas a primeras y llegar a viejo a los veinte años diciéndose: “¿y ahora qué?”.

Así fue como nos pusimos a la vanguardia en la moda, y habiendo decidido que el Amor con mayúsculas, el amor ideal, era poco menos que imposible, ocupamos su trono convenientemente ayudados por excitantes de todo tipo: psicológicos, físicos, drogas, películas, revistas y otros artilugios. Le dimos su sitio al amor sexual, al simple placer sexual, que no nos atrevemos a llamar amor.

Esta fue la gran revolución.

Pero ahora surge otra pregunta: “Y el amor platónico, ¿qué?”.

A veces se cree que el amor platónico, denominación que proviene de un filósofo griego, indica que los antiguos griegos no tenían ningún dilema al respecto. Sin embargo, la verdad fue otra. Problemas con respecto al amor, y dualidades como la que aquí planteamos, las hubo siempre, también en la época de Platón. Y tal como Platón aportó sus soluciones y sus respuestas, y como filósofo intentó ofrecer un camino a los seres humanos, nosotros tratamos hoy de abordar este tema.

Platón afirma que si el amor se expresa en todos los planos del universo, es lógico que también se exprese en el plano físico. Solemos caer en la simpleza de pensar que, para el amor platónico, todo lo que no fuera sexo era automáticamente rechazado, y no es así. En la época de Platón también había hombres y mujeres que se buscaban y se amaban, y trataban de expresar el amor bajo todas las formas posibles. Pero si el amor se expresa en todos los planos del ser humano, intentemos, a través de un esfuerzo inteligente, que se destaque más en los superiores, en la captación de los elementos a los que tiende el alma, por encima de los instintos inferiores.

Y no es que los instintos tengan nada de malo. De lo que se trata es de destacar una cosa por encima de la otra; si somos seres humanos que hemos dejado atrás el estado de los vegetales y el de los animales, y hemos llegado a este otro que nos caracteriza, hemos de tener, por lógica, algunos caracteres distintivos propios. Si reconocemos como propios del animal los instintos, no es que el ser humano no los tenga, sino que ha de tener algo más, por encima de ellos. Y esto es lo que Platón postula en sus diálogos: la búsqueda de una expresión del amor que sea propia del ser humano y que le permita encontrar una felicidad humana; no una felicidad de animal, no una felicidad de árbol o de piedra, sino de auténtico ser humano.

Platón era un romántico, y no detenía allí su explicación. Decía que en el amor, la búsqueda de características, a veces inferiores y a veces superiores, era un problema muy viejo que enfrentaba la Humanidad.

Nos cuenta –con su clásico estilo del mito, cuando alguna verdad es demasiado grande para ser captada intelectualmente– que hace muchos miles de años, cuando el Dios primero gestó nuestro universo, comenzaron a dividirse las almas de los hombres, hasta llegar a los miles y miles de almas que habitan sobre la tierra. Estas almas que se fueron dividiendo, sentían como si hubiesen perdido algo, como si a cada una le faltase su mitad. De allí el concepto de las almas gemelas, y del amor como esa necesidad que sentimos todos los humanos de encontrar aquello que una vez formó parte de nosotros, pero que ahora no encontramos.

El amor era, ni más ni menos, que la búsqueda de la unidad perdida, de la armonía por oposición, porque a todos nos falta una mitad; la semejanza está dada en la afinidad espiritual, aquella que hizo que alguna vez dos almas fueran una, por lo que necesitan encontrarse otra vez.

Aunque suene a romántico, tiene el encanto del que todos participamos, aunque no solemos expresarlo abiertamente; todos vamos por la vida pensando que, alguna vez, con un poco de suerte, encontraremos nuestra alma gemela, que aquella mitad que alguna vez perdimos vuelva a aparecer.

Platón nos advertía que en esta búsqueda constante tuviésemos cuidado, porque el amor suele disfrazarse, y hay un Eros celeste y otro terrestre. El celeste es aquel que impulsa a las almas a encontrar a esa otra alma que alguna vez fue parte de ella misma. El terrestre –ya vemos que este problema existía en su época– sólo busca el goce, la satisfacción sexual, el instinto, sin importarle en absoluto los medios que haya que poner en juego para lograr esa satisfacción.

Pero el Eros terrestre, ese amor que solo se fundamenta en el cuerpo que desgraciadamente envejece, enferma y muere, no alcanza la felicidad. Platón era muy ambicioso en su planteamiento de que el amor es mucho más que el amor. Amor es sabiduría, amor es energía y amor es vida en todos los planos que nosotros conocemos, en todo lo que percibimos como vivo, incluso las piedras. Platón afirma, y con él todos los clásicos, que hay una forma especial del amor que es la energía: una cosa está viva porque hay energía en ella, hay cohesión, inteligencia, armonía. Y en todo el mundo del conocimiento, hay una forma especial de amor que es la sabiduría, que no es simplemente querer acumular datos, sino el ansia de saber, de penetrar en los secretos, de inquirir en el porqué de las cosas.

La energía que es amor no es estrictamente materia, y ya los científicos actuales han marcado la diferencia entre ambas, aunque sean convertibles la una en la otra.

Y la sabiduría no es intelecto, aunque pueda parecer que haciendo funcionar el intelecto somos muy sabios.

De aquí que, si queremos apresar esa idea tan particular que tiene Platón del amor, tendríamos que concebir previamente la energía, la fuerza, antes que la materia; antes la sabiduría profunda que la simple acumulación de datos.

Platón expone una escala de valores que todavía encontramos muy apropiada para nuestro mundo: para llegar a la esencia del amor –explicaba a sus discípulos–, no hay que preocuparse si todavía se está a la altura de la tierra, si la materia y sus leyes nos atrapan; eso no tiene nada de malo si aprendemos a descubrir la escalera de ascenso. Junto con él, muchos filósofos nos explicaron cómo hacerlo y dónde está el secreto.

Empezando por los cuerpos bellos, por poco que los observemos, vamos a advertir algo muy importante: que la belleza del cuerpo radica en algo más importante y más sutil. ¿Nunca nos ha ocurrido a nosotros descubrir este especial y encantador secreto? ¿Quién puede definir cuándo una persona es bella? No nos pondríamos nunca de acuerdo en los cánones que nos permitieran determinar con exactitud qué persona es bella y cuál no lo es.

En general, decimos que alguien es bello cuando tiene algo, que no es solo su cuerpo, no es solamente la forma, ni la estatura, ni el color de los cabellos, ni siquiera el color de los ojos; es un alma bella lo que se refleja a través del cuerpo.

Podemos advertir, siguiendo a Platón, que no solamente hay almas bellas, sino también acciones bellas. Hay gestos, hay hechos, hay sentimientos que llenan el alma por completo, y advertimos que la belleza está más allá de un cuerpo y aún más allá de un alma, y que hay acciones, hechos, energía, vida que también trasuntan belleza.

Podemos percibir también cuánta belleza hay en las leyes de la Naturaleza; qué perfectas, qué armónicas, qué bien dispuestas están; podemos volcar nuestro amor en la ciencia, en el arte. Y un paso más allá, coincidiríamos con los platónicos y neoplatónicos en que, prescindiendo de los cuerpos, de las almas, de las acciones, de las leyes y de la ciencia, llegamos a lo Bello en sí, la Idea pura, la belleza abstracta, limpia e impecable.

Según Platón, lo Bello es igual a lo Justo, a lo Bueno, a lo Verdadero; y el amor busca, porque lo necesita, lo bello, lo justo, lo bueno, lo verdadero, lanzándose tras de ello.

Esto es el amor platónico: es encontrar la parte del alma que nos falta, en una persona, sí, pero en una persona que representa para nosotros todo lo bueno, todo lo bello, todo lo verdadero, todo lo justo.

Desde este punto de vista, cambian muchos conceptos, incluso aquellos acerca de la generación, ya que el amor puede tener como finalidad dicha generación, pero hay distintos tipos de fecundidad, y no solo se pueden fecundar cuerpos nuevos, sino que se pueden generar otros muchos elementos: ideas, sentimientos, virtudes. Así, ese amor que nos presenta Platón brilla, ya no como un imposible o como una contradicción del amor sexual, sino que se nos antoja un tesoro que está al alcance de la mano si nos atrevemos a ir a por él.

Curiosa es la vida y curiosos son los ciclos de la Historia, que siempre será maestra para nosotros, pues nos están dando una nueva lección. ¿Qué pasa con las más jóvenes generaciones? Estas nos deparan una sorpresa. Después de realizar muchos congresos, encuentros, lecturas, estadísticas y encuestas, resulta que a los jóvenes les entusiasma otra vez el amor platónico, la fidelidad, el romanticismo, la pareja única; y curiosamente, ya se atreven a expresarlo.

Hoy lo más moderno es lo platónico, no lo sexual. Hoy los jóvenes se están volviendo conservadores. Hoy, para ellos, empiezan a tener valor aquellas cosas que se habían dejado de lado hace tiempo. Hoy, la revolución sexual ha perdido valor, porque sus consecuencias fueron terribles, y todavía las estamos viviendo. Estas consecuencias son el fracaso de las parejas: hoy te quiero y mañana quién sabe; me importas o no me importas; tú eres una circunstancia más; divorcios a granel; angustias de todo tipo porque, aunque nadie quiera reconocerlo, todo el mundo quiere amar verdaderamente. Ante todas estas consecuencias, los jóvenes modernos se plantean una nueva revolución; dejar de lado la vieja, y promover una nueva re-evolución, dar otra vez la vuelta a la rueda de la Historia y ver las cosas desde un nuevo punto de vista.

Ya no se trata solo, como lo planteen algunos autores, de que esta nueva revolución de la juventud radique en la castidad –aunque podría serlo como contrapartida a la cantidad de excesos habidos–, sino que está marcada por la búsqueda de algo profundo, algo estable, en que otra vez importa amar a una persona que represente algo para nosotros, algo fundamental. Importa que ese amor sea duradero, que sea para hoy, para mañana y para toda la vida; y no importa si uno envejece junto a la persona que ama, porque los cuerpos se gastan, pero el amor no.

Este es el gran descubrimiento que, en las postrimerías del siglo XX, y como respuesta a la pretendida liberación del amor sexual, viene a ponernos poco menos que al lado de Platón.

Otra vez resulta que el amor sexual es la consecuencia, o en todo caso, una forma de expresión, pero no el punto de partida de la relación entre dos almas, entre dos seres humanos. Ahora resulta que el amor sexual es el complemento de una unión mucho más íntima y más real, que lo psicológico empieza a estar por encima de lo biológico. Hoy es mucho más importante que exista comprensión entre dos personas, que pueda haber diálogo, ternura, compañerismo, que se puedan compartir las cosas fundamentales de la vida.

Y si hemos llegado a que lo psicológico supere a lo biológico, no nos extrañe que en poco tiempo más, lo espiritual supere a lo psicológico, es decir, que ternura, comprensión, diálogo y cariño den paso a uniones que no se rompan con los años.

Que renazca lo espiritual significa que, por encima de todas las cosas, los seres humanos descubran que hay inmortalidad, que la generación y la fecundidad consisten en dar lugar a una vida, y que, después de todo, no es más que la vida inmortal que late en cada uno de nosotros.

Desde el punto de vista del amor platónico, que abarca lo espiritual y físico, recordemos algo fundamental: que el que ama se enriquece, porque busca lo que no tiene e intenta recobrar aquello que le falta. Y desde el punto de vista del amor platónico podríamos agregar un consejo que viene a decir: “Recuerde el que ama que el Amor le otorga un no sé qué de divino, porque el que ama lleva a Eros consigo”. Hay un dios dentro de todo aquel que es capaz de amar.

Recuerde el que ama, recordemos nosotros: hay en nosotros un no sé qué divino, un Eros, un Amor con mayúsculas.

 

Créditos de las imágenes: Timo Stern

JC del Río

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