Según afirma Mircea Eliade, el simbolismo de la espiral es bastante complejo y de origen incierto, pero se puede decir que, para la mayor parte de las tradiciones antiguas, las espirales son el símbolo de la creación y evolución de todo el Universo. Este podría describirse de forma esquemática como conjuntos espiralados que van generando los mundos y sus ciclos de nacimiento y muerte, de evolución o involución, según las distintas variantes en las múltiples combinaciones de la existencia. Los últimos descubrimientos confirman que unos 2/3 de todas las galaxias existentes incluida la nuestra aparecen con esta forma geométrica de crecimiento partiendo de un punto central, e incluso las relacionan en su desarrollo con el número “phi” el llamado “número de oro” de los antiguos griegos y sus enigmáticas series matemáticas.
En el sistema jeroglífico del Egipto antiguo, la espiral designaba las formas cósmicas en movimiento, la relación entre la unidad y la multiplicidad manifestadas. También los primeros habitantes de Europa las dejaron grabadas en cuevas y piedras: muchos menhires y dólmenes lucen espirales, atribuidas más tarde a la cultura celta debido a que ésta las solía utilizar para adornar sus utensilios y joyas rituales.
En la mitología griega se distinguía entre la espiral creadora o dextrógira, atributo de la diosa Atenea, y la destructora o levógira, torbellino hacia la izquierda atributo de Poseidón. Para este pueblo, el umbral entre el mundo de los hombres y el de los dioses estaba simbolizado por el monte Helicón, residencia de las musas y cuya cima estaba siempre envuelta en nubes, que representaban la frontera entre la Tierra y el Cielo. La subida simbólica por las laderas del Helicón se hacía rodeándolo con un movimiento en espiral, cuyo diámetro se iba reduciendo a medida que uno se acercaba a la cima. Esta ascensión espiralada que permitía llegar así, poco a poco, al punto más alto, significaba haber logrado conquistar el propio centro o síntesis, acceder a la unidad de lo divino en uno mismo (el entusiasmo de lo dionisíaco) desde la multiplicidad del mundo terrestre. A través de la práctica de las artes, sobre todo de la música (inspirada por Apolo, padre de las musas que allí habitaban) y la dialéctica (el método socrático para alcanzar el conocimiento de uno mismo), o sea, por el ejercicio de la voluntad que nos permite ir trabajando durante esta subida la intuición de lo divino y la razón puramente humana, uno se integraba al llegar a la cumbre con su propio Ser interno. Tras este simbólico ascenso y haciendo luego el camino inverso de descenso, el candidato volvía renacido y con nuevas fuerzas para integrarse en el mundo, siendo ahora un poco más sabio para poder transmitir sus experiencias a los demás.
Galaxias, tornados, conchas, desagües, semillas aladas en forma de hélice como la del arce que con su suave vuelo en espiral va polinizando las flores para generar nuevas plantas, tallos espiralados para poder trepar enredándose en otros, capullos cuyas hojas están primorosamente plegadas en espiral ascendente como una promesa de perfección y belleza que alcanzará su plenitud en la flor… Toda la Naturaleza parece estar en continua obsesión por la forma espiralada. Siempre que en el Universo hay un movimiento de expansión o contracción, se produce una espiral, lo que nos recuerda la famosa frase de Pitágoras: “Dios, cuando crea, geometriza”.
Créditos de las imágenes: Joanbanjo
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