Símbolo del sonido primordial, vehículo de la palabra, de la tradición y de la magia en la antigua India. En las antiguas tradiciones está asociado al origen de la manifestación y al ritmo del universo.
Según la forma del instrumento, presenta distintas variedades, entre las cuales hay tres esenciales: en forma de reloj de arena simboliza la relación entre los dos mundos, superior e inferior; el tambor circular es la imagen del mundo, y en forma de barril se le relaciona con el trueno y el relámpago.
El sonido del “damaru”, el tambor-ampolleta de Shiva, simboliza el origen de la palabra universal, de todo lenguaje y forma de expresión. Sus dos partes son como dos triángulos, linga y yoni, cuyo punto de contacto es el “bindu”, el punto central, origen de la manifestación, a partir del cual se despliegan y desarrollan los ritmos cíclicos. Shiva Nataraja, el señor de la danza, de sonrisa imperturbable, porta un tambor entre sus atributos, y es quizá el dios con la figura más elegante y rica del panteón hindú. Los hindúes lo utilizan para explicar su existencia y su futuro. Su danza se plantea como el eterno baile cósmico de creación, preservación y destrucción. Y precisamente el poder de la creación está representado por el tambor que porta en alto en una de sus manos derechas, sobre el cual toca y produce las vibraciones de las que emanan los ritmos y los ciclos de la creación, mientras que el fuego que sostiene en su mano izquierda elevada, en una pose de media luna, evoca el poder de destrucción y renovación.
Obviamente el uso del tambor de guerra está también en relación con el trueno y el rayo en sus aspectos destructores. En la India este aspecto está asociado a Indra.
En la antigua China, el tambor o timbal está relacionado con el recorrido del Sol. El redoble del tambor acompaña al trueno y está asociado también al agua. En Laos el uso ritual del tambor invoca la lluvia bienhechora. Igualmente, el atabal africano sirve para pedir el descenso de los favores celestes.
En África es el instrumento por excelencia, es, según los estudiosos del continente negro, el “logos” de su cultura y se identifica con la condición humana, de la que es su expresión: su voz es la voz del hombre y también de la mujer, con el ritmo vital de su alma y con todos los remolinos encontrados de sus destinos.
Muy diferente del tambor, de sonido grave, profundo y misterioso, es el tamboril, de origen oriental, que evoca una música ligera y alegre, muy apropiada para la danza. En Grecia, la diosa madre Cibeles “gusta del sonido de los crótalos y tamboriles, así como del temblor de las flautas”, según se canta en los himnos homéricos.
Créditos de las imágenes: Lee Pigott
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