Antes de entrar de lleno en el tema de los presagios que, al parecer, tuvieron los naturales de México de la invasión que tendría lugar a principios del siglo XVI, es conveniente reflexionar sobre ciertas características de los pueblos que iban a vivir un encuentro, tan sangriento como fértil.
El hecho es, desde luego, extraordinario.
Ninguna de las grandes civilizaciones con características propias de un período Lítico Terminal habían podido sobrevivir al primer milenio a.C. ni evolucionar ni desarrollarse dentro de esa naturaleza. Tan solo en América se registra ese fenómeno.
La relación de los europeos con las altas culturas del Valle de México o de los Andes, cumple con la misma condición paradójica como si hubiesen topado con la Babilonia del II milenio.
Los españoles no se encontraron ante salvajes, sino frente a personas cultas y ceremonias, que parecían arrancadas de un relato del Antiguo Testamento. La diferencia cronológico‑psicológica fue abismal y un destino inexorable guió los pasos de vencedores y vencidos.
El por lo menos relativo aislamiento de América del resto del mundo, queda demostrado por la particularidad de sus sucesivas formas civilizatorias, muchas de ellas enormes y grandiosas, que se sucedieron recreándose, pero sin sobrepasar jamás algunos niveles técnicos imprescindibles para la elaboración de lo que nosotros llamamos “civilización”.
Tenían, por lo que hoy sabemos y en algunos aspectos, más cultura los mexicas que los españoles que los invadirían, especialmente en astronomía, botánica y zoología pero, salvo para objetos rituales, no empleaban la rueda, ni animales de tiro, ni carros ni bajeles, y por ello no podían tener embarcaciones pequeñas ni dadas a una travesía marítima.
Asimismo, en cosas de guerra no superaban la etapa propiamente lítica, con armas primitivas, de portación individual, careciendo de máquinas y de toda forma de artillería.
Lo que se ha dicho sobre la importancia del uso bélico de la pólvora como factor de triunfo de los españoles, es solo parcialmente cierto. El ejército de Aníbal o el de Julio César, también los habría derrotado inexorablemente.
En este trabajo trataremos y reproduciremos anuncios curiosos, algunos de carácter parapsicológico, que se dieron entre los americanos años antes del arribo de los europeos.
Nuestra dificultad inicial está en que los textos propiamente dichos se han destruido en parte o están extraviados y trabajamos con copias hechas tardíamente, cuando el holocausto había pasado.
Otra, no menos importante, es que no conocemos exactamente las antiguas escrituras americanas y algunas, aunque las tengamos ante nuestros ojos, son leídas e interpretadas solo parcialmente.
La referencia aparentemente más antigua que poseemos es el Libro de Profecías, llamado “Chilam Balam” por los quichés. En él se dice muy claramente que el final del ciclo vital de aquellos pueblos será cuando, desde el este, lleguen grandes embarcaciones impulsadas por los vientos y que lucirán en sus trapos propulsores (velas) grandes signos rojos cruciformes.
La moderna interpretación de que esto está únicamente en relación con el mito del retorno de Quetzalcoatl es, desde luego, puramente fantástica e irreal. El detalle evidencia una premonición, aunque el factor psicológico de la creencia de un retorno de los Dioses desde Oriente, bien sea referida a la promesa de Quetzalcoatl, o al recuerdo del continente sumergido en el océano, la Atlántida, a la que ellos llamaban “Aztlan”, tuvo gran influencia en la asombrosa rendición de un tan grande Imperio ante unos pocos cientos de hombres.
Vamos a transcribir los llamados “diez presagios funestos” que, al parecer, tuvieron los de México‑Tenochtitlán desde tiempos antes de la conquista.
Nos basamos en la versión extraída por el Dr. Garibay del nahuatl y de los textos informantes de Sahagún contenidos en el Libro XII del Códice Florentino y del Códice de Tlazcala o Historia de Tlazcala. Abreviaremos en beneficio del lector y de la naturaleza de esta revista. Respetaremos, no obstante, el lenguaje de la época de Sahagún y su propio orden de los “presagios”.
Diez años antes de venir los españoles, primeramente se formó un nefasto presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego… Ancha de asiento, angosta de vértice… bien al centro del cielo llegaba… en Oriente se mostraba… plenamente a medianoche… en el amanecer la hacía desaparecer el Sol. Por un año venía a mostrarse… cuando se mostraba había alboroto entre las gentes, que se lamentaban, pues por presagio funesto lo tenían.
Sucedió en México… por su propia cuenta ardió en llamas la Casa de Huitzilopochtli… lugar divino denominado “Tlacateclan” (Casa del Mando)… la gran cantidad de agua lanzada para extinguirlo, solo le enardecía y flameaba más. No pudo apagarse: todo ardió.
Un rayo hirió un templo… el de Xiuhtecuhtli… No había tormenta… solo lloviznaba… no se vieron nubes y tampoco hubo ruido, por lo que se tuvo por un fenómeno… por un presagio funesto.
Cuando aún había Sol, cayó un fuego del cielo… en tres partes dividido… salió de donde el Sol se mete… iba derecho viniendo adonde sale el Sol… como si fueran brasas, caían lluvias de chispas… larga se extendió su cauda… se oyeron grandes alborotos, como un sonar de cascabeles.
El agua del lago hirvió… pero no calentaba… solo parecía hervir en furia, como si en pedazos se revolviese… fue su impulso muy lejos, se levantó el agua… llegó a las casas y destruyó muchas casas… Nadie recuerda nada parecido. Hubo pánico.
Muchas veces se oía (aunque no se la veía) a una mujer gritando y llorando… Ella decía: “Hijitos míos, tendremos que irnos lejos”… “Hijitos míos… ¿Adónde os llevaré?”
Los que trabajan en las redes (¿pescadores?) cogieron cierto pájaro como si fuese grulla… Tenía color ceniciento… le llevaron a mostrar a Moctezuma, que estaba en la “Casa de lo Negro” (casa de estudios mágicos)… Había llegado el Sol al mediodía… había como un espejo en la cabeza del pájaro, como una rodaja de huso, como en espiral y en rejuego y tenía como perforada la medianía… allí vio estrellas Moctezuma y lo tuvo por muy mal presagio… Cuando vio por segunda vez la cabeza del pájaro, vio allá en lontananza, como si muchas personas vinieran de prisa… se daban empellones… traían como unos grandes venados, que a muchos los traían a cuestas (en México no se conocían los caballos; la descripción del Emperador es asombrosa)… al momento llamó a los magos, pues lo tuvo por mal presagio. Les contó lo que había visto en la cabeza del ave, pero cuando ellos miraron no vieron nada.
Nacieron muchos hombres deformes… figuras monstruosas, de dos cabezas y un solo cuerpo. Llevaban estos deformes a la Casa de lo Negro y allí las veía Moctezuma… luego desaparecían.
El noveno y décimo presagios no están tan claramente expresados; se refieren a fenómenos celestes ocurridos en Tlaxcala. Se relatan grandes claridades en el cielo unas tres horas antes de que el Sol naciese. También describen unos extraños remolinos de polvo, enormes, que se alzaban sobre las sierras cercanas. Las gentes no habían visto ni recordaban fenómenos de esa naturaleza, que se sucedían sin cesar, y es de apreciar que todos estaban muy confundidos y temerosos. Llama la atención que los sabios, magos y astrónomos no asesorasen al pueblo sobre un posible origen natural de estos fenómenos, ya que su conocimiento de astronomía referente a cometas y lluvia de aerolitos, así como a tornados y trombas, era, en su tiempo, superior al que se utilizaba en Europa; pero una como fatalidad colectiva los inmoviliza.
De alguna manera, estos pueblos habían llegado al máximo de sus posibilidades de desarrollo y carecían ya de empuje y visión de futuro.
Esto no justifica, de ningún modo, las malas artes que emplearon los conquistadores para apropiarse de oro, plata y demás riquezas, ni tampoco la nefasta influencia de los curas que los acompañaban, hombres fanáticos que mandaron quemar templos y bibliotecas. Pero es muy difícil juzgarlos desde nuestra perspectiva. Eran civilizaciones tan diferentes que, inevitablemente, se veían como aberraciones… mayormente.
Tanto, que hizo falta una bula papal para que en España se reconociese a estos seres como humanos, dignos de ser bautizados cristianos católicos.
España cargó y carga con la “leyenda negra” de la conquista americana y, en gran parte, es desgraciadamente cierta, pero quien fue motor de genocidios fue la Iglesia de la época, intransigente en la creencia de que era la dueña de todas las Almas por Derecho Divino. Estos actos deplorables estaban obviamente apoyados por la descomunal ambición de los conquistadores, ambición que a la larga empobreció a España, pues era tal la riqueza que venía de “las Indias” que no se desarrollaron industrias como en el resto de Europa, ni se atendió debidamente a la administración de los bienes ni al contrabando que de ellos se hacía, y ni siquiera a la escolta de los buques que, con tantas riquezas, eran presas de piratas y corsarios ingleses, holandeses, franceses y demás asociaciones y “hermandades” privadas.
Citamos estos desastres materiales porque, en el tema que nos ocupa, repercutieron sobre la información de que disponemos de tan apasionante cuestión como la de los “presagios”.
Pueblos que florecían esplendorosos hace apenas cinco siglos, nos son, en muchas facetas, más desconocidos que los griegos y romanos. Y aun las gestas, en verdad heroicas hasta lo increíble, que los españoles desarrollaron en estas tierras de América, luchando no solo contra enemigos humanos que los centuplicaban en número, sino contra las adversidades de la Naturaleza –la altura y el clima– han quedado sepultados bajo el gran “paño negro” de una censura que mutiló todas las documentaciones.
Los prodigios que narramos son de tal magnitud que nos es inevitable tener a muchos de ellos por ciertos.
Una buena pregunta es: ¿hasta dónde la Naturaleza nos anuncia los grandes cambios en la Humanidad?… ¿Somos tan importantes como para ello, en el concierto cósmico?
Desgraciadamente esta buena pregunta no tiene una buena respuesta. Pero sabemos que en muchas otras ocasiones de grandes cambios históricos, se anunciaron prodigios y fenómenos celestes inusitados. Lo que no sabemos es si, por el contrario de lo que se cree vulgarmente, no es el Cielo el que responde a los fenómenos humanos, sino todo lo contrario: siendo la Humanidad parte de la Naturaleza, simplemente respondería a las influencias cósmicas con sus éxitos y con sus fracasos… siempre relativos, pues los humanos no sabemos exactamente cuándo un acontecimiento es para bien o para mal, quedando todo librado a un juego de opiniones y de perspectivas.
Sea como fuere, hemos tratado de esbozar este tema de los “presagios” como elemento que pueda despertar en el inteligente lector la curiosidad por saber más respecto a este acontecimiento enorme que fue la integración de América al resto del mundo. El recuerdo del V Centenario no estará completo si no se ven los acontecimientos desde los dos “bandos” o perspectivas. Más que culpar o disculpar, hay que colocarse con objetividad en las características especiales de este fenómeno.
Es la única manera de conocerlo realmente, en la esperanza de que estas rememoraciones sirvan para rescatar mucho material perdido o simplemente olvidado, en ambas márgenes del océano Atlántico… y del pensamiento de los hombres.
Jorge Ángel Livraga Rizzi
Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis de España n.º 194, en el mes de junio de 1991
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