Filósofos

Parábolas y enseñanzas del Buda

Comenzaremos con algunas parábolas que ilustran aspectos mítico-históricos de la vida de Siddharta Gautama, que, desde todo punto de vista, sirven para repetir una y otra vez los principios morales que sustentan lo que posteriormente iba a transformarse en la religión budista.

Un aspecto curioso de este sistema literario de parábolas es el que muestra que, a pesar de una casi asombrosa exactitud histórica, cada pueblo registra las anécdotas de acuerdo con su peculiar carácter, de tal manera que las parábolas japonesas son de carácter japonés, las chinas de carácter chino, y así sucesivamente, aunque unas y otras relaten el mismo hecho.

Como todas las religiones orientales son reencarnacionistas –tal y como fue explicado en una conferencia anterior–, muchas de las parábolas llegan a relatar ejemplos de la vida de Siddharta antes de que fuera Siddharta, en sus vidas anteriores, y se nos muestra, en diversos aspectos, la preparación “escolar” que un hombre debe tener antes de “graduarse” como Buddha, como Iluminado. Así, por ejemplo, el Lalita Vishtara nos cuenta la historia de la paloma y el halcón:

«Se dice que en cierta ocasión había un halcón, que era en realidad el Dios Indra, que estaba de acuerdo con los demás Dioses para comprobar si era factible que el Buda llegara a ser alguna vez Buddha. Es así que el halcón corría tras una paloma que estaba volando. La paloma se refugió en los brazos del que iba a ser Buddha y le pidió protección. El futuro Buddha se prometió a sí mismo no permitir que nada le ocurriese a la paloma. Pero he aquí que llegó el halcón y le reclamó la paloma, alegando que la había visto primero y que las palomas constituían su alimento. El Buda comprendió que también el halcón tenía su parte de razón. Entonces llegó a un acuerdo con ambos animales, según el cual la paloma iba a permanecer viva y el halcón iba a comer una porción de carne equivalente a la que tenía la paloma que perseguía.

El Buda hizo traer una balanza; en el platillo colocó a la paloma y con un cuchillo comenzó a cortarse carne de su propia pierna, que iba colocando en el otro platillo. Pero el Dios Indra, para probarlo, hizo cada vez más pesada la paloma, y el Buda se cortó, poco a poco, todas las partes de su cuerpo, y viendo que no podía igualar el peso de la paloma, se arrojó él mismo en el platillo.

En ese momento, y tras una serie de grandes convulsiones, se aparecieron los Dioses y le confesaron que no había sido más que una prueba».

Al igual que esta, muchas de las anécdotas hablan de renunciación. Otro ejemplo es la historia de la casa incendiada:

«Un riquísimo padre de familia poseía una gran casa, pero sus viejas paredes estaban carcomidas, sus pilares podridos y el techo muy seco e inflamable. Y sucedió que un día sintió olor a fuego. Salió precipitadamente de la casa, la vio abrasada por las llamas y se pasmó de horror, pues amaba tiernamente a sus hijos y sabía que, ignorando el peligro, jugaban en la morada.

Alocado el padre pensó: “¿Qué puedo hacer? Los niños son ignorantes y es inútil advertirles del peligro. Si no voy a salvarlos morirán y aun salvando a uno, perecerán los otros”. De pronto, se le ocurrió una idea: “A mis hijos les gustan los juguetes –pensó–; si les prometo unos magníficos, me escucharán”.

Y entonces empezó a gritar: “Niños, venid a ver la gran fiesta que os he preparado. Aquí hay juguetes para vosotros como nunca los habéis visto. Pronto, que si no, será tarde”.

Y he aquí que los niños salieron a escape de entre las ruinas. La palabra “juguetes” les había herido en su espíritu. Entonces el buen padre, en su alegría, les compró los más preciosos juguetes y cuando vieron la casa destruida, comprendieron la buena intención de su padre y loaron la sabiduría de su salvador».

El Tathagata sabe que los niños del mundo aman el falso brillo de los placeres mundanos y les describe la bondad de la Justicia, esforzándose también en salvar sus almas de la perdición y dándoles los tesoros espirituales de la Verdad. La parábola El ciego de nacimiento dice así:

«Había un ciego de nacimiento que decía:

 –No creo en el mundo de luz de apariencias. No hay colores, ni brillos, ni sombras. No hay sol, ni luna, ni estrellas. Nadie ha visto esas cosas.

Sus amigos le contestaban que no era así, pero él seguía firme en su opinión.

–Lo que pretendéis ver –respondía– no son sino ilusiones. Si los colores existiesen, yo los podría tocar. No tienen sustancia y no tienen realidad.

En aquel entonces vivía un médico, quien fue llamado cerca del ciego; mezcló cuatro elementos simples y le curó de su enfermedad».

El Tathagata es el médico y los cuatro elementos simples son las Cuatro Nobles Verdades. (En otra clave, los cuatro elementos de la personalidad).

La cruel garza engañada nos cuenta:

«Un sastre, que administraba por lo general las ropas para la congregación, tenía la costumbre de engañar a sus clientes y vanagloriarse por ello de ser más listo que los demás hombres.

Pero un día, habiendo concertado un negocio importante con un extranjero, dio con un maestro de fraudes, y sufrió una gran pérdida.

Y el Bienaventurado dijo: “No es esto un acontecimiento único en el destino de este codicioso sastre; en otras oportunidades (encarnaciones) ha sufrido reveses parecidos y al procurar engañar a los demás se ha perdido finalmente a sí mismo. Este mismo insaciable sastre ha vivido muchas generaciones antes que esta. En una de ellas vivió bajo la forma de una garza que había elegido casa cerca de un estanque. Cuando llegó la época de la sequía, dijo a los peces:

–¿No estáis inquietos por vuestra suerte futura? Ahora hay poquísima agua, acaso menos de la que hace falta para alimentaros en este estanque. ¿Qué será de vosotros si por esta sequía se seca por completo?

–Es verdad –dijeron los peces–, ¿qué será de nosotros?

–Yo conozco un lago hermoso que jamás se seca –replicó la garza–. ¿No os agradaría que os llevase en el pico hasta él?

Como los peces comenzaron a dudar de la honradez de la garza, esta les propuso enviar a uno de ellos a que viese el lago. Una gruesa carpa se arriesgó a correr la aventura en beneficio de todos, y la garza la llevó a ver un lago magnífico, devolviéndola sana y salva entre sus congéneres. Se desvanecieron entonces las dudas entre los peces, tornándose en una loca confianza en la garza, que se los llevó uno a uno del estanque, yendo a devorarlos sobre un magnífico árbol de esos que llaman varanas.

En el estanque hallábase también un cangrejo, y cuando hubo devorado todos los peces, la garza sintió ganas de comérselo, y le dijo:

–He transportado a todos los peces a un lago hermosísimo; ¿quieres que te lleve a ti también?

–Pero ¿cómo me agarrarás para llevarme? –preguntó el cangrejo.

–Te llevaré en el pico –dijo la garza.

–Me dejarás caer si me llevas así. No quiero que me lleves –replicó el cangrejo.

–No tengas miedo –dijo la garza–. Te llevaré seguro todo el camino.

Entonces el cangrejo se dijo: ‘Cuando esta garza coge un pez, a buen seguro que no le deja ir al lago. Sin embargo, si me llevase realmente al lago sería magnífico; pero si falla, le cortaré el cuello y la mataré’.

–Vamos, amiga mía –le dijo el cangrejo a la garza–, no serás capaz de sostenerme bien, pero nosotros los cangrejos tenemos una buena mano. Si me dejas agarrarte por el cuello con mis pinzas, iré a gusto contigo.

Y la garza, que no vio que el cangrejo trataba de engañarla, consintió. Entonces, el cangrejo se agarró a su cuerpo con las pinzas, tan sólidamente como un par de tenazas, y gritó: ‘¡Adelante, en marcha!’.

La garza, llevándole, le enseñó el lago, pero luego se dirigió al varana.

–Amiga mía –exclamó el cangrejo–, el lago está por aquí y tú me llevas por otro lado.

Entonces la garza le dijo que él no era su amo y, mostrándole el montón de raspas de pescado, le advirtió que lo iba a devorar.

–¡Ah! Estos se han dejado comer por su estupidez, pero si yo muero moriremos juntos.

Y diciendo esto, el cangrejo apretó con sus pinzas el cuello de la garza como aviso. La garza, sollozando, le pidió que le concediese la vida.

–Muy bien, baja, pues, y deposítame en el lago.

Así lo hizo, pero el cangrejo cercenó su cabeza como un tallo de loto”. Al terminar el Buda esta historia, añadió: “No es la primera vez que este hombre es engañado, también en otras existencias lo ha sido y de igual forma”».

No sabemos exactamente cuándo entró el budismo en China, ni por qué vía. Concordamos con la teoría de Von Glasenapp en el sentido de que lo más probable es que los primeros hayan sido los directos enviados de Asoka, pues es irreal pensar que estos enviados, lanzados hacia todas partes, bien pertrechados e imbuidos de infinito fervor religioso, no hubiesen seguido la relativamente fácil “ruta de la seda”, si por otra parte los hallamos en Europa y en África. Así, alrededor de la mitad del siglo III a.C., y a través de Asia Central, el budismo pudo haber penetrado y aun haberse establecido en China. Se debe tener especialmente en cuenta que las dimensiones de China fueron muy “elásticas”, siendo en aquella época incomparablemente más pequeña que en la actualidad.

Hay indicios de que al principio se confundió con las doctrinas de Lao Tsé, coincidiendo con la “Doctrina del Camino Recto” o Tao. En cambio, el confucianismo, con su culto a las religiones primitivas de China y su afición a las ceremonias, le fue siempre adverso. No olvidemos que la palabra Wu-Wei, en chino, significa “no acción” y la encontramos asociada al Tao, en el Tao-te-king. No es raro que las nuevas doctrinas, el budismo y el taoísmo (de Lao Tsé), se hayan asociado en algún sentido en contra del Chou-Li, el código de vida total que imperaba desde la dinastía de los Chou.

La tradición e historia china quieren que el budismo haya penetrado a raíz de un sueño profético del Emperador Ming-Ti, en el año 61. En su sueño vio “un hombre de oro que resplandecía como un Sol”. Hechas las conclusiones astrológicas, arribaron a la idea de que “el Cielo invitaba adorar a un nuevo Dios aparecido en tierras del Oeste”. A partir de ese momento se fue extendiendo y, en el año335, bajo la dinastía Tsin del Este, fue oficializado como una de las religiones del Imperio.

La invasión musulmana a India coincidiría con la gran decadencia del budismo. En China continuó fuerte. En el siglo VIII, el budismo se despojó de inhibiciones y fomentó, incluso, formas musicales y teatrales en gran escala.

Así continuó el budismo hasta las dinastías Ming y Manchú, cuando se fue debilitando en medio de cismas internos y ante el crecimiento del materialismo que asoló China con el advenimiento de la República en 1912, y más aún hoy en día.

Créditos de las imágenes: Juanma Clemente-Alloza

JC del Río

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