Gran parte de la información sobre los druidas nos llega de los griegos y romanos. Estos quedaron profundamente impresionados por su dramático sacerdocio. Su propio y original nombre, dru-wid-es, quiere decir “los que ven más allá”, denominación que podría aludir a visiones proféticas, a una cualidad clarividente, o a la más antigua visión chamánica durante el vuelo. Hay una historia de Mac Roth, un druida que fue enviado por el Rey Ailill a averiguar dónde estaban juntándose los ejércitos del Ulster. Por su informe, parece que voló por encima de ellos y observó sus movimientos sobre una gran porción de terreno.

Sin embargo, para un recuento más convencional de sus cometidos, debemos echar mano de César y de los informes que realizó para sus compatriotas.

Los druidas ofician en el culto de los dioses, regulan los sacrificios públicos y privados y dan normas sobre todas las cuestiones religiosas. Grandes cantidades de jóvenes vienen a ellos en busca de instrucción, y son mantenidos con gran honor por el pueblo. Actúan como jueces prácticamente en todos los conflictos, ya sean entre tribus o entre individuos; cuando se comete algún crimen, tiene lugar un asesinato o surge una disputa por una herencia o una frontera, son ellos quienes entienden en el asunto y señalan la compensación.

Se cree que la doctrina druida surgió en Bretaña y que desde esta fue introducida en la Galia; incluso aquellos que hoy quieren hacer un estudio profundo del tema, generalmente van hasta Bretaña. Los druidas estaban exentos del servicio militar y no pagaban impuestos, como otros ciudadanos.

Naturalmente, estos importantes privilegios eran muy atrayentes; muchos se presentaban voluntariamente para estudiar esta ciencia, y otros eran enviados por sus padres y familiares. Los alumnos debían memorizar un gran número de versos, tantos que a algunos les llevaba hasta veinte años de estudios. Una lección que les supo-nía gran esfuerzo inculcar era la noción de que el alma no perece, sino que después de la muerte pasa de un cuerpo a otro; los druidas pensaban que este era el mejor incentivo para el valor, porque enseña al hombre a no temer los terrores de la muerte. Mantenían largas discusiones sobre los cuerpos celestes y sus movimientos, el tamaño del Universo y de la Tierra, la constitución física del mundo, y el poder y las características de los dioses; los jóvenes eran instruidos en todas estas materias.

El griego Diodoro los consideraba grandes filósofos en lo que se refiere a asuntos de religión, y Plinio escribe de ellos que eran “adivinos y físicos”, parte de un grupo más amplio que denominaba “magos”.

Los druidas estaban versados en todos los estudios y tenían el don de la profecía; eran maestros de la hechicería y de la magia y podían producir brumas misteriosas, cambios de apariencia y otros encantamientos cuando fuese necesario. También podían imponer el geis, una especie de tabú mágico que era a la vez un mandato y una prohibición, y no podía ser transgredido sin incurrir en la pena de muerte o el deshonor.

Ward Rutherford, en su libro Los Druidas, hace la advertencia de que no eran en absoluto sacerdotes ordinarios, y piensa que la persona que los romanos tomaron como un sacerdote era más bien el jefe local, que a veces era considerado como Dios-Rey-sacerdote. Si tiene razón, y los druidas no eran meros sacerdotes, entonces hemos conservado una tradición extraordinaria que perduró durante varios milenios de chamán-sacerdote-mago, un grupo de hombres (todos los indicios parecen estar de acuerdo en que se trataba exclusivamente de hombres) que vagaban libremente sin que se lo impidieran ningunos límites tribales. Poseían conocimientos de Ciencia, Matemáticas, Botánica, Medicina y Astronomía; eran los encargados de la designación de los Reyes (el Rey viejo era a menudo muerto ritualmente antes de que fuese elegido uno nuevo); llevaban a cabo sacrificios rituales; enseñaban oralmente una doctrina secreta, así como conocimientos tradicionales, que prohibían terminantemente que se escribieran. Poseían un poder misterioso que el griego Laercio compara con los magis persas, los “caldeos” de Babilonia y Asiria, y las semillas del Hinduismo. La clave está en la inclusión de los magi –de los que proviene la palabra Magia–.

Rutherford señala también que el término “mágico”, tal como era usado entonces, designaba a un poseedor de Sabiduría. Los magis eran conocidos como los “sabios”, y es este aspecto del fenómeno druida el que falta a menudo en las consideraciones modernas.

Cuando Roma conquistó las Galias en el último siglo antes de Cristo, lo que César temió fue a los druidas y su influencia. Creía que si se unían contra él, no podría tener éxito. En consecuencia, introdujo medidas represivas contra ellos y fueron forzados a huir a regiones remotas como Inglaterra, Irlanda y Gales, don-de no serían molestados. El modo de vida celta continuó en Irlanda hasta el siglo XVI (mezclado con el Cristianismo) y hay serios indicios de que algunos druidas conservaron su influencia al menos hasta el siglo XVII -se cree que San Patricio habló con uno-, pero hacia la décima centuria se perdieron para siempre.

El chamán redescubierto

Los druidas no surgieron de improviso. Sus orígenes no sólo estaban ligados a la antigua India, sino que también eran el resultado de una muy larga tradición que se remonta hasta la Edad de Piedra y quizá más allá. La Deidad, el hombre y la tierra sentidos como uno sólo, los tres-en-uno, que iba a ser también un tema celta. El sentimiento hacia la tierra penetraba por medio de fuerzas divinas, y la unión, expresada en cada hoja y en cada piedra, era tan real para los celtas como para los pueblos más antiguos. También se hacía presente un cierto sentido de unidad con la vida animal. Anne Ross nos dice que el famoso druida Mac Roth llevaba puesta “la piel de un toro pardo desprovisto de cuernos” y “un sombrero de plumas de pájaro moteadas” y alas que le favorecían, con las cuales realizaba un vuelo chamánico. A partir de esto, podemos estar seguros de que la práctica del chamanismo aún se estaba llevando a cabo y de que el toro representaba el animal guardián con el cual el chamán en cuestión se identificaba.

Podemos recordar aquí el papel del chamán y lo que significaba. Era el que trajo el conocimiento de muchas dimensiones del ser. Por medio de su “viaje” o “vuelo” inculcaba en sus seguidores la noción de que todas las cosas tienen su ser tanto en esta dimensión de la vida diaria como en otras, de las cuales ellos podrían no haberse percatado totalmente. El chamán era el ejemplo vivo de alguien que podría moverse desde un nivel de conciencia a otro, y su autoridad se basaba en este poder.

La identidad del chamán con un animal sagrado está bien documentada en la época de los celtas. En muchas historias se convertía en toro, ciervo, verraco, liebre, pájaro o pez, y con esta naturaleza entraba en el “estado de soñar” en el que los aspectos de animal y Dios que existen en el hombre se unifican y emergen en una esfera fuera del tiempo. La tradición de tener un animal como guardián permanecía profundamente enraizada en la conciencia celta y el héroe vivía confiado en su poder. Esto representaba otra dimensión suya, y su ayuda era a menudo una expresión de agradecimiento por el respeto manifestado hacia esta fuerza.

El estrecho vínculo entre el hombre y el animal se manifestaba especialmente en los ritos de la gran entronización, aún practicados en el Ulster en 1185 d.C., cuando una yegua fue elevada al trono y el futuro Rey se le acercó a cuatro patas, “creyéndose una bestia”, uniéndose de esa manera con la yegua-diosa.

Los celtas también utilizaron el Arte para representar a los animales como guardianes de los espíritus. En Bretaña el verraco era un animal popular, que aparece en escudos (para protegerse) y penachos, y solos en pequeñas imágenes. En Iberia grandes piedras esculpidas como verracos fueron emplazadas dentro de los castros. El caballo y el toro fueron animales que también inspiraron fuertes sentimientos. Debido al “sueño del toro” del druida, un toro blanco fue sacrificado en Tara, en Irlanda, durante la elección de un Rey.

Una estatua de un toro de tres cuernos fue encontrada en Maiden Castle, mientras que la Galia favorecía al verraco de tres cuernos. Los poetas irlandeses de los primeros tiempos portaban mantos chamánicos y plumas de aves para mostrar su afinidad con algunos pájaros en particular, que pueden haber sido tomados por guardianes de los espíritus.

Reencarnación

La creencia celta en la reencarnación estaba implícita en su relajada actitud ante la muerte, una enseñanza druida. Los celtas aseguraban con firmeza que la muerte era una simple pausa en una larga vida y, consecuentemente, le tenían muy poco temor, según el testimonio de César: “las almas no fenecen, sino que después de la muerte física pasan de un cuerpo a otro; y esta creencia, así como el temor a la muerte, están, por ello mismo, desechados, lo cual aseguran que es el mayor incentivo para infundir valor” y Lucano añade: “el mismo aliento aún gobierna los miembros en un escenario diferente.

La doctrina celta de la reencarnación está bien descrita por Taliesin, el poeta-guerrero, en la Batalla de los Árboles. Él mismo aseguraba haber vivido muy variadas vidas, ya sea como humano o como animal, y haber presenciado la mayoría de los grandes acontecimientos de la historia de Irlanda.

Amergin, un poeta muy antiguo, parece ir en la misma línea, pero con la profundidad añadida de que “él formaba parte de la naturaleza de otras cosas y otras criaturas, y de que esto le ha unido totalmente con el Universo, en completa paz espiritual y superior en sabiduría”.

El significado cósmico unido al ciclo de las estaciones y a los límites del tiempo tales como el día y la noche se encuentran en una historia del Libro de Leinster. Habiendo distribuido el Dagda todos los montículos de sidh de Irlanda a los Tuatha de Danaan, se le acercó Mac Oc en petición de algún terreno. “No hay ninguno para ti” le dijo el Dagda, “todas las divisiones han sido ya hechas”. “Entonces permíteme tener un día y una noche en tu propia morada”, le rogó Mac Oc.

Esto le fue concedido. Cuando el Dagda volvió veinticuatro horas más tarde, Mac Oc aún estaba en el sidh. “Vete ahora”, le dijo el Dagda, “pues tu tiempo ha acabado”. “Como puede observarse”, replicó Mac Oc, “el día y la noche son el mundo completo; y es eso lo que tú me diste”. Así, pues, el Dagda debió marcharse y Mac Oc se quedó en el sidh.

Tan sutil fluidez desconcertó a los lógicos romanos y desde entonces ha confundido a muchos estudiantes, pues no concuerda con los conceptos latinos o semíticos. Los celtas entendían sus propias vidas y el mismo Universo como guiados por simple movimiento interno. De este modo, no creían en la dualidad de lo bueno y lo malo, ni había lugares tales como el infierno, ni justicia que se administra después de la muerte.

El yin y el yang chinos, también representados por el blanco y el negro, son pares primarios y activos, tales como masculino y femenino, yo y otro. Cuando están perfectamente equilibrados, se produce una energía armoniosa llamada ch’i; cuando se encuentran en desequilibrio, opera una fuerza llamada sha, lo que indica que se han separado o no están en movimiento. Los celtas eran conscientes de una necesidad innata del ch’i, lo que puede ser la causa de que los druidas realizaran todas sus ceremonias al aire libre, cerca del agua o entre los árboles.

Sería inútil si pretendiéramos buscar entre los celtas, tan volátiles y de ideas rápidas, algo tan formalizado y estructurado como un principio o una refinada doctrina de la reencarnación. Quizá lo más parecido a una declaración doctrinal fue hecha por un héroe celta al hablar con San Patricio. Este le preguntó quién o qué era lo que le hacía permanecer así en su vida. La respuesta fue: “La verdad que hay en nuestros corazones, la fuerza de nuestros brazos y la ejecución de nuestras lenguas”. Los celtas vivían sus creencias y no las materializaban en objetos concretos. Su concepto del tiempo no era el nuestro. El trovador bretón empezaría siempre: “Érase una vez, cuando el tiempo no existía, y entonces…”. Ellos vivían de acuerdo a los mitos, que “no es el recuento de los hechos, sino el desarrollo de los mismos hechos”. Sus mitos podían ser comprendidos en cualquier nivel de la capacidad del oyente -como un completo cuento de hadas, como un cambio de forma con un objetivo mágico, como visitas a otros mundos o como una unión con la Deidad-.

El número tres

Posidonio nos dice que los druidas “enseñan muchas cosas a los nobles de Galia en un período de instrucción que podía durar hasta veinte años, reuniéndose en secreto en una caverna, en lejanos bosques o valles”. César añade que los druidas enseñaron en tríadas -versos de tres sentencias o frases-. Esta tradición se mantuvo en Irlanda hasta la conquista inglesa.

El número tres era de una importancia obsesiva para los celtas. Hay diosas y dioses de tres cabezas. Las diosas de la cosecha -la Matrona- son siempre representadas en tríadas, de la misma forma que el malvado Morrigan.

Los héroes también pueden aparecer tres veces en la misma aventura con diferentes nombres y personajes, lo que produce tal confusión que es una tentación dejar la historia completamente desesperado. Para nuestro mundo la magia esquiva, irracional y cambiante de los celtas está fuera de lugar, y sólo cuando apartamos nuestros límites y nos permitimos existir en una dimensión más intangible, aparece ese algo de su magia.

Quizá el más alto significado de los dioses de tres rostros y de la gran reverencia por el número tres tenga que ver con la creencia que encontramos también en el análogo Hinduismo. En este, los tres dioses llamados Brahma, Vishnu y Shiva forman una tríada que representa tres aspectos de la Suprema Realidad. Brahma es el creador, Vishnu el conservador y Shiva el destructor del mundo. Este último es necesario para la nueva creación. Podemos encontrar las tres actividades en nuestras vidas. El ciclo completo de la existencia simbolizado por una trinidad divina es común en muchas religiones antiguas. El símbolo celta para el tres-en-uno era el triskele, una espiral bidireccional similar al yin y al yang, pero con una tercera espiral añadida, la cual fue llamada por los alquimistas el Fuego Secreto. El triskele era un símbolo arquetípico de gran poder y fue representado en todo el mundo celta.

Créditos de las imágenes: K. Mitch Hodge

JC del Río

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