Ciencia

La ciencia y el esoterismo ante los cataclismos geológicos y las glaciaciones

Uno de los aspectos del latir vital de nuestro planeta son precisamente estas etapas rítmicas de desgaste-renovación que experimenta periódicamente la corteza terrestre.

Cuando H. P. Blavatsky escribió La doctrina secreta a finales del siglo XIX, muchas de sus afirmaciones resultaban sorprendentes al oído de la pujante ciencia moderna de su época. Ha pasado algo más de un siglo y, desde entonces, la misma ciencia ha evolucionado de manera tal, que ha modificado sus esquemas y mentalidad en la rápida marcha de los nuevos descubrimientos. Algunos de ellos reivindicaron afirmaciones vertidas en los escritos de La doctrina secreta decenas de años antes, y puede que otros, más recientes y futuros, lo hagan igualmente con otras de aquellas enseñanzas valientemente defendidas por la que fuera considerada como una de las grandes esoteristas de la época.

A las puertas del siglo XXI, algunos, que no tememos considerarnos humildes discípulos suyos, retomamos las palabras de la Maestra ante la incomprensión de la que se vio rodeada: “… pero nosotros escribimos para el futuro…”. Y es de ese “futuro” de donde volvemos, una vez más, sobre sus enseñanzas para seguir reivindicando la tradición de La doctrina secreta.

Son numerosos los comentarios de H. P. Blavatsky referidos a la historia natural de la Tierra en relación con antiguos continentes desaparecidos, arcaicas formas de vida y otros aspectos de cambios geológicos acaecidos durante millones de años. Todo ello le acarreó burlas y críticas a pesar de que, ya entonces, estaba suficientemente claro que la Tierra tenía bastante más antigüedad que los cuatro mil años bíblicos, y que debíamos contar por millones.

Los nuevos sistemas de datación desarrollados en nuestro siglo ampliaron los tiempos, tanto, que empezamos a hablar de cientos de millones. Se conoció mejor la antigua fauna y flora de pasadas eras geológicas y la historia de nuestro planeta abrió algo más la espesa niebla que ocultaba su desconocido pasado. Sólo el hombre y su origen pareció estancarse en esta carrera; se le concedieron algunos cientos de miles de años más y sigue pendiente de un supuesto mono que evolucionó vertiginosamente, de modo misterioso, en medio de una imponente glaciación y que, no conforme con vivir en zona cálida, irrumpió entre los hielos, habitó en cuevas, se hizo carnívoro y aprendió a dibujar excelentemente. También, de misteriosa manera, su laringe comenzó a articular palabras, la columna se enderezó y sus manos se convirtieron en delicados instrumentos de precisión; todo ello en un tiempo récord de poco más de un millón de años.

No obstante, el concepto sobre nuestro planeta ha variado considerablemente en los últimos años. No solamente el estudio de ecosistemas biológicos nos hablan de la Tierra como un gran viviente que mantiene su propio equilibrio vital; también los ritmos periódicos que se suceden en ella manifiestan el latir constante de un ser vivo; momentos de intensa actividad geológica y etapas en que parece reposar plácidamente se suceden a lo largo de prolongados periodos geológicos. Nuestra Tierra ha dejado de ser una pelota de roca inerte acercándonos a los conceptos más antiguos que la consideraban un ser con energía y vida propios, que respiraba, asimilaba, envejecía y se transformaba con la edad.

Sabemos de antiquísimos y remotos tiempos donde continentes, mares, montañas y llanuras se distribuían de forma muy diferente a la actual. También los climas, la flora y la fauna han variado considerablemente a lo largo de la evolución del planeta.

Uno de los aspectos del latir vital de nuestro planeta son precisamente estas etapas rítmicas de desgaste-renovación que experimenta periódicamente la corteza terrestre. La piel de la Tierra sufre renovaciones periódicas, al igual que la de sus criaturas. Nos dice H. P. Blavatsky en Doctrina secreta: “Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”.

Cuando observamos un fenómeno, podemos tener cinco preguntas importantes: ¿qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, y ¿por qué? Solemos tratar de responder a las cuatro primeras con todos los datos que podemos relacionar, ignorando la quinta: ¿por qué?, a qué razón o necesidad se debe la existencia del fenómeno o, dicho de otra manera, cuál es su finalidad y necesidad. Es una rémora que arrastramos de la concepción de un universo mecanicista; un pesado fardo difícil de abandonar, que aún pende sobre las espaldas de nuestra ciencia, abocada a una actitud excesivamente analítica y que no se complementa con una visión de síntesis unificadora.

Recordando a los antiguos filósofos estoicos, que a su vez lo recogieron de enseñanzas más antiguas, todo suceso responde a las leyes de finalidad y necesidad. Suceden por algo y para algo. Las enseñanzas tradicionales, considerando a la Tierra como ser vivo y en evolución junto a todas sus criaturas, nos hablan de una necesidad de renovación periódica en la Tierra, que es una de las causas a las que se deben las diferentes transformaciones geológicas en la misma.

Orogénesis y glaciaciones

Es una apreciación general y bastante evidente que los periodos glaciales tienen una coincidencia con los movimientos orogénicos que levantan cadenas montañosas y elevan antiguos fondos marinos.

Sabemos de la existencia de cuatro grandes movimientos orogénicos: Huroniano, acaecido en el Precámbrico, Caledoniano en el Silúrico, Herciniano en el Pérmico y Alpino en el Pleistoceno. También, la existencia de cuatro grandes periodos glaciales sucedidos al final de cada uno de los movimientos orogénicos. Es decir: cuatro etapas de grandes transformaciones que terminan con un periodo glacial. Cada una de estas etapas ha estado marcada por un cambio evolutivo en la fauna y flora del planeta que ampliamente lo pobló en los periodos cálidos y tranquilos; si bien hay especies, sobre todo los insectos, que han sobrevivido sin evolución a lo largo de las edades, la mayoría han sufrido fuertes modificaciones o han desaparecido para dar paso a otras nuevas. ¿Debemos dar la razón a La doctrina secreta cuando nos afirma que El globo entero entra periódicamente en convulsiones, habiendo sufrido cuatro? Evidentemente, sí.

La teoría de la tectónica de placas puede darnos aceptables razones sobre los plegamientos, pero ninguna hasta ahora ha dado con la causa de los grandes periodos glaciales, que a intervalos se han sucedido en el planeta.

Veamos qué nos dice Doctrina secreta al respecto: “… los periodos glaciales se deben a la perturbación (…) del eje”. Asociando esta última afirmación con la indicada anteriormente de que “…acarreado todo por revoluciones geológicas terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”, observamos que esta perturbación del eje que se dice ocurrir al final de los grandes movimientos sería la causa de que al acabar el proceso sucediera una glaciación.

Se supone que previamente a un levantamiento orogénico se producen rupturas, hundimientos, movimientos de las placas, etc. Es decir, el preludio de la sinfonía está compuesto de fuertes cataclismos, rupturas que cicatrizan posteriormente; al final de los trabajos y esfuerzos de la crisis, un silencio de hielo se extiende por el planeta, que reposa.

¿Existe algún dato aportado por la ciencia actual que permita asociar el movimiento del eje con las glaciaciones? La respuesta es afirmativa.

De las tres primeras glaciaciones sabemos poco debido a su enorme antigüedad; invariablemente sucedieron en el hemisferio sur las tres. Sus restos están repartidos por Sudáfrica, Brasil, Australia, India y la Antártida. De la que podemos hablar es de la última, la cuarta, que por su proximidad nos puede aportar mayores datos.

Durante el periodo de más de millón y medio de años pasados, los hielos manifestaron un ritmo regular de avances y retrocesos. Esto sugirió la idea al yugoslavo Milutin Milankovich en 1920 de relacionar los ciclos de la última glaciación con ciertos movimientos de la Tierra, construyendo una teoría matemática de dichos ciclos.

Los datos que barajó fueron:

a) Movimiento de precesión del eje terrestre, que tiene un ritmo de diecinueve y veintitrés mil años alternadamente.

Este movimiento, también llamado de libración, se debe al cabeceo del eje que, como si fuera una peonza, describe un círculo sobre el polo, de manera que el norte geográfico va cambiando paulatinamiente hasta volver de nuevo a la posición primitiva. En realidad, debido a este movimiento, la Estrella Polar va cambiando con el largo periodo del ciclo. Dentro de catorce mil años, por ejemplo, la polar será la estrella Vega de la Lira.

La velocidad de rotación del eje influiría directamente en la duración del ciclo de precesión. Si disminuye esta velocidad, el cabeceo aumenta.

b) Movimiento de inclinación del eje respecto a la eclíptica, con un ritmo calculado de cuarenta y un mil años, donde cambia la inclinación de 22º a 24,5”.

Se entiende por eclíptica el plano por el que la Tierra se mueve alrededor del Sol, es decir, el plano de la órbita terrestre. Recibe este nombre por ser el “lugar” donde se producen los eclipses. El eje de rotación, está más o menos vertical respecto a este plano. Actualmente describe un ángulo de 23,5º.

c) Excentricidad de la órbita terrestre, es decir, cambio de la órbita terrestre de más circular a más elíptica con ciclos de entre noventa y cien mil años.

Parece que nuestro planeta cambia periódicamente la forma de su órbita. Tal vez también lo hagan los demás planetas. Esto repercute en mayor o menor cercanía al Sol durante el ciclo anual.

Milankovich concluyó que la combinación de estos tres movimientos habría producido los periodos de avances y retrocesos de los hielos en la cuarta glaciación. Tiempo después, el descubrimiento de las pruebas del oxígeno isotópico permitió descubrir en los fósiles unos ritmos glaciales muy semejantes: cien mil, cuarenta y tres mil y diecinueve mil años; ritmos en que los hielos se extendían para volver a disminuir, produciendo etapas de deshielo interglacial, más cálidas, aun dentro de la misma glaciación.

Nos resulta evidente la característica cíclica del fenómeno; no solo en cuanto a la ritmicidad de los grandes periodos glaciales, sino también dentro de los mismos, donde se establecen otros pequeños ritmos. Como el último deshielo se produjo hace más o menos entre doce y diez mil años, nos encontramos actualmente en una época interglacial; pero no sabemos si acabó la cuarta glaciación o nos encontramos solo en uno de sus periodos cálidos. Esta ignorancia resulta del desconocimiento de la “vida” propia de una glaciación, ya que no sabemos cuántos periodos interglaciales contendría y de qué tipo cada uno. Sea como fuere, existen bastantes evidencias de la relación de las etapas glaciales con los movimientos del eje terrestre por lo que otra vez hemos de dar la razón a La doctrina secreta.

Quedan sin explicar, como ya decíamos, las razones que desencadenaron las grandes glaciaciones, pero siguiendo las sugerencias de las enseñanzas antiguas, tal vez deberíamos indagar en otros movimientos más significativos del eje terrestre. Tal vez haya ciclos mayores en los movimientos del eje que desencadenen los grandes periodos glaciales.

Como no puede descartarse la existencia de estos otros ritmos mayores, desconocidos aún para nosotros, es mucho lo que no sabemos, pero, respecto a los pequeños ciclos dentro de una glaciación, tenemos una constatación bastante evidente de que la Tierra pasa por etapas sucesivas periódicamente y de que este aspecto de su vida repercute significativamente en los cambios y periodos geológicos.

La teoría de la tectónica de placas y la deriva continental dan explicación sobre el porqué de la persistencia de los hielos en el hemisferio sur en las tres glaciaciones anteriores. Aunque más bien parte de estos datos para deducir que los continentes se situaban bastante más hacia el sur, de manera que los territorios de la futura Norteamérica, Europa y el norte de Asia eran ecuatoriales.

Solo después de la deriva hacia el norte, estos continentes pudieron helarse; esta sería la razón de que los hielos solo estuvieran presentes en el hemisferio norte desde hace unos diez millones de años.

Hasta aquí todo parece encajar, pero se presentan algunos problemas: por ejemplo, los restos fósiles encontrados en la Antártida, vestigios del listrosaurio, reptil semejante a un hipopótamo, restos del laberintodonte, anfibio extinguido semejante a un cocodrilo que solo se supone en zonas cálidas o, al menos, templadas, este último a ¡solo 525 km del Polo Sur! Tendríamos que pensar que, en una época, la Antártida se encontraba no solo libre de hielos, sino con clima cálido. Pero, observando el hipotético mapa de Pangea, la Antártida estaba situada demasiado al sur para poder tener un clima cálido. No vemos que la sola deriva continental, sin considerar fuertes cambios en la posición del eje pueda explicar convenientemente los grandes cambios climáticos.

Podríamos continuar preguntándonos: ¿cómo se desencadenan los grandes movimientos geológicos? Doctrina secreta nos habla de una disminución en la velocidad de la Tierra como causante directa de los cataclismos.

Al respecto existe una antigua teoría, hoy poco difundida y menos aceptada, que cree que es este el motivo de las orogénesis. Se trata de una corrección sobre la teoría contraccionista formulada por Dana en 1847, que establece la posibilidad de que los plegamientos se efectúen por variaciones en la forma terrestre desde menos esférica a más. Como se sabe, la esfera contiene el mayor volumen en la mínima superficie. Si el volumen no cambia, como así parece haber sucedido, al hacerse la Tierra más esférica, la superficie disminuye y por tanto se “arruga”, produciéndose a la vez hundimientos en otras partes.

Hoy día creen los científicos que la Tierra ha cambiado su velocidad de rotación disminuyendo desde tiempos antiguos. Hubo épocas en que el día duraba poco más de cinco horas, otras en que el día duraba aproximadamente veintidós horas y parece que sigue disminuyendo alargándose los días una milésima de segundo al siglo. Este hecho se piensa que pudo variar la forma de la esfera, más abultada antiguamente en el ecuador y achatada en los polos, de manera que tenía forma más elipsoide. Hoy está menos achatada y más esférica; de manera que podría ocurrir que la velocidad de la Tierra esté relacionada con variaciones en su forma y que esto último afecte a la corteza.

Como toda teoría, no sabemos de su certeza, y la tectónica de placas da una aceptable explicación a las orogénesis y movimientos en la corteza. Las teorías suelen ser fraccionarias y dan explicaciones a partes del enigma pero no a todos los sucesos. Además, tienen cierto gusto por la exclusividad y la oposición con otras explicaciones, en lugar de tratar de complementarse. Cada suceso tal vez sea mucho más complejo de lo que alcanzamos a imaginar y sean muchas las variantes que se combinan para producir los efectos observados. Tal vez exista una tectónica de placas junto con otros muchos movimientos en nuestro planeta que afectan conjuntamente para producir los cambios geológicos.

Ciclos de las rocas

En los seres vivos que conocemos, el crecimiento se produce en los extremos; extremos de los huesos, de la piel…, cercanos a las articulaciones o uniones, que son relativamente cartilaginosos en la infancia, endureciéndose posteriormente, cuando se detiene el crecimiento.

Estableciendo una lejana semejanza, la Tierra, que también parece crecer, tiene zonas de crecimiento en su piel externa. Zonas donde se produce nuevo suelo y que responden a grandes grietas situadas en algunas dorsales oceánicas, como la atlántica, lugares que manifiestan una actividad de expansión de la corteza terrestre. También existen otras grietas donde el suelo desaparece, se funde y se renueva, eliminando océanos y cicatrizando posteriormente la grieta con plegamientos montañosos. Pareciera que esta piel de la Tierra está en continuo reciclaje y transformación por las fuerzas ígneas e internas del planeta. De manera que las rocas tienen un larguísimo ciclo que las lleva de la erosión y sedimentación, pasando por transformaciones diversas, a una renovación por el fuego. Como la mayor parte de este proceso sucede en el fondo de los océanos, estos son más jóvenes que muchas de las tierras emergidas. El proceso es continuo, pero parece actuar con mucha mayor fuerza por empujes periódicos, etapas de febril actividad renovadora.

¿Sería posible que en largos periodos se sumergiesen ciertas tierras precisamente para ser renovadas, emergiendo las que ya han cumplido el proceso?

Si añadiéramos a esto un cambio también en la inclinación del planeta, podríamos explicarnos las revoluciones geológicas junto a los cambios climáticos por los que parecen haber pasado distintos continentes.

¿Le tocará su turno de luz y calor a cada nueva tierra emergida? ¿Necesitará el planeta un merecido descanso después de tanto esfuerzo y duerme bajo un manto helado?

Volvamos a las palabras de H.P.B.: “Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc. Acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”.

La vida de nuestro planeta madre aún nos reserva muchos enigmas sin resolver. No sabemos, por ejemplo a qué responden las inversiones del campo magnético que se han dado a lo largo de su historia; un cambio del sentido de la polaridad del norte al sur y viceversa; o los constantes y rítmicos desplazamientos menores del eje magnético; tampoco por qué este eje magnético y el de rotación no coinciden. ¿Se relaciona el magnetismo terrestre con los cambios geológicos? Los especialistas del futuro tienen en qué ocuparse y creemos que la nueva ciencia desarrollará formas apropiadas para acercarnos a un mejor conocimiento de la vida de nuestra Tierra…

Bibliografía

La doctrina secreta. H.P. Blavatsky, vol. III y IV.

Los ritmos de la vida. Philip Shitfield y otros, 1981, 1994.

Atlas Mundial. Plaza & Janés, 1989.

Ciencias de la Naturaleza. A. Landete, 1971.

Deriva continental y tectónica de placas. Scientific American, 1974.

Créditos de las imágenes: Yosh Ginsu

JC del Río

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