El hombre de nuestro siglo XXI se ha hecho a la idea de que debe “hacer” todas las cosas nuevas y desde un principio, y así, desde hace tiempo, trata de forjar un Ideal que le ayude a sobrevivir. Sin embargo, y debido a la aceleración de los tiempos que nuestra misma cultura provoca, el hombre del siglo XXI no puede ya perder sus instantes en “inventar” cosas nuevas. Su mismo sentido de practicidad que le lleva a desenvolverse tan bien en el mundo de la materia, debería indicarle la forma de ahorrar energías y atesorar inteligencia en los mundos espirituales. Entonces, para nuestro hombre, se impone un aprovechamiento total de la experiencia habida, en cuanto ella tiene de útil y aplicable.
El principal problema por el cual el hombre del siglo XXI no puede vivir un Ideal, es que tiene miedo. La máquina, la técnica, han avanzado tanto, que ahora el hombre, su creador, teme a sus mismos hijos. El hombre teme a la máquina porque ella tiene la fortaleza de lo inexorable. El hombre teme los cambios, aunque aparentemente se declare partidario de ellos, y los teme porque en el fondo no sabe qué poner en el lugar de lo que cambia o destruye. El hombre teme a su vida interior, teme quedarse a solas consigo mismo, porque las máquinas no le dieron tiempo a descubrir que existía… y ahora se trataría de convivir con un extraño. El hombre teme el Misterio, y como lo desconoce, lo niega. También el hombre teme a la evolución, porque evolución implica sacrificio, esfuerzo de crecimiento. El hombre que teme camina despacio, porque necesita apoyarse fuertemente en la materia. El hombre que teme finge valor y desprecia la experiencia del pasado, lo cual no es más que una forma de reconocer que él no podría hacer otro tanto…
Necesitamos hombres sin temor, seres humanos que, llegado el caso, pudieran destruir pero siempre para poner algo mejor en lugar de los elementos gastados, e insistiendo en que, si no hay superación, no tiene sentido la destrucción. Necesitamos personas con valor para reconocer el legado de la experiencia pasada, sin necesidad de fingirse nuevos, seguros, aunque apoyados en un edificio sin base.
Para poder vivir un Ideal, tenemos que concebir aquellos Arquetipos o “viejos tipos”, viejas ideas, capaces de configurar un buen sistema de vida, noble, virtuoso, humano y divino a la vez.
Tal vez por ello tendríamos que partir del análisis del Ideal Religioso, ya que la religión, en su sentido de “unión”, puede estar más allá de toda iglesia, tratando de que el hombre vuelva a encontrarse consigo mismo, y por ende, con Dios. En última instancia, lo que diferencia al ser humano de los animales no es únicamente su capacidad de pensar, sino su capacidad de concebir una lógica superior a su entendimiento, un Algo más allá de toda comprensión, pero que llama a la adoración y lleva a la superación de sí mismo. Esto sería, en amplios términos, religión o “reunión”. El hombre tiene necesidad de la religión, no por torpeza ni por miedo, sino porque la idea de Dios forma parte del mismo hombre, y como sea, es necesario buscarla y hallarla.
Todo Ideal Religioso desemboca en un Ideal Filosófico-Moral, siendo la filosofía la búsqueda del conocimiento de la verdad, y la moral el más firme apoyo sin el cual no pueden plasmarse ninguno de los otros principios. Desgraciadamente se ha menospreciado tanto el valor de la moral, que hoy se confunde con mojigatería o simplemente buenas costumbres: pero debemos seguir tras las huellas de la profunda moral que demarca por dónde y cómo debe caminar el hombre si quiere hallar su tan soñada verdad.
Nada mejor para hallar la verdad, que dejar hablar en nosotros al sentido común, “el menos común de los sentidos”, pero para que este sentido florezca hace falta desarrollar la paz y la serenidad en nosotros, de modo que la voz interior pueda ser escuchada. Se nos dirá que es imposible, que en este mundo ruidoso no cabe la posibilidad del silencio: pero recordemos que, por ejemplo, las artes marciales orientales surgieron en cuanto los hombres, privados de armas, tuvieron que ingeniarse para usar sus propias manos en defensa de la vida. Así, nosotros podríamos aprender a hacer silencio en medio del ruido.
Y si el Ideal Religioso y el Ideal Filosófico-Moral cunden, es evidente que el Ideal Político no habrá de ser menos perfecto. Recordemos que la política fue siempre la conducción de las «polis», los pueblos, hacia etapas de superación y mayor perfeccionamiento, tanto material como espiritual.
Sin embargo, hoy, la política no es ideal ni se puede habar de un ideal político, porque han surgido mitos denigrantes que entorpecieron la visión de los hombres. Uno de estos mitos es el de la falsa libertad, y por la falsa libertad el ser humano se atribuye el derecho de “hacer lo que quiere”, sin recordar que primero debe saber qué es lo que quiere hacer. El libre albedrío implica previamente la posesión de discernimiento, y discernir es saber elegir… rara cualidad en el mundo actual, es el que todos los seres sufren ante la indecisión y la angustia.
Si el Ideal Político de conducción sigue las rectas sendas, entonces el Arte y la Educación también se encaminan por donde ellas deben ir. Así, el Arte simbolizaría impulsos estéticos y no simples instintos, y la Educación se convertiría en un apostolado y no en un comercio.
Por último, recordemos que en el antiguo Egipto se hablaba de cuatro caras para poder ascender a la pirámide: Religión, Arte, Sabiduría y Poder. De modo que los hombres tendríamos múltiples oportunidades de hallar un sendero por el que desembocar finalmente en la comprensión de la Divinidad que está en la cúspide. No se trata de proponer la búsqueda por la búsqueda en sí, sino una búsqueda que necesite hallar lo que anhela.
Nada hay más triste que el espectáculo de los sueños muertos, en aquellos hombres que no supieron proteger ni alimentar a estos sus vástagos de espiritualidad. El ser humano teme matar hombres, o lo considera un crimen, pero ni siquiera se preocupa por la muerte de sus sueños, de aquellos que alguna vez se atrevieron a florecer en su corazón, pero que fueron aniquilados en nombre de un necio materialismo que, de todas formas, no puede proporcionar ningún alimento eterno.
El siglo XXI pide hombres fuertes, capaces de soñar, sí, pero también capaces de plasmar sus sueños poniendo en juego lo mejor de su voluntad. Plasmar un sueño no es simplemente imaginarlo: esto otro hay que hacerlo… De modo que terminaremos afirmando que este Ideal que proponemos y queremos para nuestro siglo, para nuestros hombres, es un IDEAL FUERTE PARA HOMBRES FUERTES.
Créditos de las imágenes: George Hodan
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