Historia

¿Es bueno recordar el pasado?

Los pueblos que olvidan su Historia están condenados a repetirla.

Es esta una pregunta que, lanzada sin más al ruedo de la opinión, puede dar lugar a la adopción de las más variadas posturas dialécticas, ya sean de tipo pro-futurista o de índole conservadora, pasando por un palpable, abrumador y «real» presente.

Esto es inevitable.

El mundo de la conjetura y el de la expresión se asientan sobre un campo abierto a las especulaciones, tanto objetivas como subjetivas, sin importar, en la mayoría de los casos, si existe o no una auténtica convicción interior en aquello que se está manifestando. Me viene a la memoria, en este momento, la imagen de un famoso escritor español –al cual no daré el gusto de nombrar– que vive (o transita) «a la última moda» y que en una reciente entrevista declaró, con orgullo y satisfacción por su parte, que en sus Memorias no había escrito nada más que mentiras, una tras otra, agregando que tan solo había seguido el ejemplo de los demás porque «todo el mundo lo hace».

Este hombrecillo, escritor por error, amamantado a la sombra de la falsa originalidad, nos devuelve con su absurda actitud a la primera pregunta…

¿Es bueno recordar el pasado?

Si personalizamos este interrogante, nos daremos cuenta de que en muchas ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismos diciendo: «esto lo aprendí en mi niñez», o «cuando yo tenía x años me pasó tal cosa, y desde entonces…», o «nunca olvidaré el día en que…», expresiones tan humanas y naturales para nosotros que normalmente ni siquiera les prestamos la más mínima atención.

Pero ¿por qué pronunciamos semejantes frases? Es obvio que no podemos recurrir al condicionamiento verbal pues, en la mayoría de los casos, a medida que hablamos nos van acompañando las imágenes mentales de nuestras experiencias pasadas; nos vemos encarnados en nuestra niñez, en nuestros juegos, en nuestras travesuras y, más aún, nuestros recuerdos y vivencias psicológicas también acuden a la llamada que emitimos desde el presente.

Incluso es posible que ahora mismo hayamos contemplado durante unos instantes un fragmento de ese pasado físico, mental y psicológico que siempre nos acompaña «como la rueda de la carreta es arrastrada por el buey que la jala», o que siempre nos persigue, como decía un eslogan revolucionario del mayo francés: «joven, corre, que el pasado te persigue». Es claro, pues, que el pasado es un compañero de viaje que sabe mucho de nosotros y al que, en momentos difíciles, deberíamos recurrir y consultar más a menudo.

Pero el pasado es eso y mucho más. Es una constante que, alimentada por el tiempo, está creciendo continuamente hacia adelante y hacia atrás; es la conciencia universal de la Humanidad, que nos obliga a mejorarnos a cada paso y en la que se disuelve de forma casi inmediata nuestro pequeño pasado personal.

¿Cómo podemos entender esto?

Si bien es cierto que a lo largo de la Historia abundan los personajes históricos, ya sean héroes, líderes religiosos, hombres de ciencia, sabios, etc., también es cierto que de su vida, de su «pasado», recordamos aquello que ellos representaron, enseñaron e impulsaron. Solamente caemos en el culto exagerado a la vida personal en casos de puro fanatismo y de manifiesta decadencia, donde nos apartamos del mensaje y del ejemplo para fijarnos en los detalles de la personalidad y elevar la más simple anécdota al rango de «enseñanza». Tal ocurre con algunos jóvenes que se imaginan ser revolucionarios por llevar el cabello largo y el rostro cubierto por barba, igual que lo hiciera el Maestro Jesús; otros hay que llevando una túnica como el Buda Gautama creen aspirar a la santidad, y otros, mucho más sutiles, adoptan un lenguaje blando porque se supone que siguen al Señor del Amor, y utilizando susurrantes palabras llenas de «amor» y «bondad», desde siempre han perseguido y condenado a todos aquellos que se han negado a comulgar con sus métodos y sus principios.

Pero al hablar, por ejemplo, de Darwin… ¿qué recordamos?, ¿que quiso ser sacerdote?, ¿que amaba las armas de fuego?, ¿que era aficionado a la caza?

Al hablar de Platón, ¿recordamos siquiera su verdadero nombre?, ¿recordamos su época juvenil en la que se ejercitaba en las técnicas de lucha y pugilato?

Si es de Marco Polo de quien hablamos, nos deleitamos recordando sus viajes, sus narraciones, sus aventuras…, en fin, su vida; pero nos olvidamos de recordar su muerte, en la que los sacerdotes, como siempre, rodearon su lecho ansiando su retractación. El moribundo acertó a responder que «no había contado ni la mitad siquiera de aquellas maravillas mágicas que había visto».

¿Hacen falta más ejemplos?

A Napoleón se le recuerda por sus batallas, a Robespierre por la guillotina, a Madame Curie por sus descubrimientos, a Confucio por sus enseñanzas y a Shakespeare por sus personajes. Y a todos ellos se les recuerda por el impacto que han producido en la Historia.

Por tanto, si aceptamos que como seres individuales no podemos renunciar a nuestro pasado personal, hemos de aceptar que como seres humanos tampoco podemos dejar de lado el pasado entero de la Humanidad. Prescindir de ello sería como volver a empezar, cada día, a aprender a hablar, a andar, a comer, a aprender a amar. Aunque no tengamos presente al lavarnos cada jornada que lo hacemos gracias a los romanos, a sus termas y baños públicos, sería nefasto olvidar que hemos de cumplir con las elementales normas de higiene; al igual que, aunque no sepamos muy bien quién era Prometeo, todos sabemos que el fuego quema y nos da calor. Olvidarlo sería llamar a la muerte a nuestro lado.

Ante la pregunta ¿es bueno recordar el pasado?, se podría contestar: «es bueno no olvidarlo», pues sin quedar atrapado por los recuerdos agradables o dolorosos de experiencias y momentos ya vividos, es bueno no olvidar lo que nos enseñaron esas experiencias y esos momentos.

Quieran los dioses que las palabras de Merlín, el mago, se graben a fuego en el alma de los hombres del futuro y estos puedan, conociendo su Historia, construir un mundo nuevo y mejor para gloria de sus antepasados:

«De todos los males que habitan en este mundo el peor es el del olvido».

Créditos de las imágenes: Chris Lawton

JC del Río

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