La cercanía del 50º aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, nos ayuda a revisar algunos de estos derechos que consideramos inalienables. Entre ellos, el de estar debidamente informados de lo que sucede en nuestro entorno, en el mundo entero.
Damos por seguro que todos responderemos que sí a la información. No obstante, habría que analizar hasta qué punto no confundimos, o se nos induce a confundir, ese deseo o necesidad con una actitud trivial de espiar superficialmente sobre las cosas.
Según lo que vivimos a diario, más bien parece que buena parte de los sistemas de información buscan mantenernos en un estado de curiosidad fácil de satisfacer por cuanto no obliga a pesar sino a sumarse a corrientes emocionales establecidas. Lo bueno y lo malo ya vienen dados y juzgados de antemano.
Estamos saturados de lecturas banales, de páginas y páginas que no dicen nada, de noticias intrascendentes convertidas en estrellas a fuerza de repetición, como si no hubiera otra cosa más importante por conocer.
Estamos saturados de programas para pasar el rato, matando un tiempo que no nos sobra. Cansados de ver que la única atracción consiste en recurrir a lo burdo, cuando no grosero, a las gracias poco graciosas, a la burla de los ingenuos y al aplauso de los avispados.
Estamos saturados de escándalos que hacen temblar al mundo fundado en temas ridículos, que nos avergüenzan a todos por su exagerada divulgación y su escaso valor. Escándalos que no terminamos de saber si son ciertos o apenas un subterfugio más en la imparable lucha por el poder que sacude a buena parte de la humanidad.
Vivimos épocas iguales o peores a la de la quema de herejes, o aquellas de los circos romanos que tanto se critican. Hoy se muere bajo un montón de adjetivos encendidos de odio, mientras se hace de ello un cruel espectáculo.
¿No será, tal vez, que hay muchas informaciones verídicas que no se quiere o no se puede divulgar? Intuimos que no falta la corrupción, pero las que tienen peso, parecen silenciarse. A veces surgen escándalos, sí, pero misteriosamente se apagan antes de haber trascendido.
Sentimos que recibimos avalanchas de noticias, pero por momentos nos sentimos también manipulados, arrastrados en una única corriente de la que es difícil escapar.
Por eso reclamamos el derecho a estar informados. Y también, previamente, el derecho a la educación esmerada, a los conocimientos adecuados para poder discernir. Queremos saber comparar, relacionar, decidir. Queremos aprender a ser objetivos.
Entonces sí recibiremos cuantos datos correspondan, ni pocos ni muchos, sino los válidos y necesarios. Y si nos sobra el tiempo, reclamamos un poco de auténtica cultura, de esa cultura viva y sana que hoy tanta falta hace y que, de seguir así, será la gran noticia de algún otro siglo, que no del nuestro…
Queremos información, es nuestro derecho. Y es nuestro deber formarnos para estar informados de verdad.
Nota: Este pequeño artículo fue escrito en 1998, poco antes del 50 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Créditos de las imágenes: Pixabay
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Palabras muy ciertas, hoy nos agobia una profusión aluviónica de datos, cifras y opiniones muy diversas acerca de cosas que muy poco o nada sirven para contribuir al crecimiento espiritual de cada ser humano. Nuestra tarea es discernir y escoger de entre tanta información, aquella que nos sirva como un aliciente para ser cada vez mejores. Estar informado no quiere decir saber pensar, la función del hombre debe ser pensar bien, para el bienestar de todos; aunque con pocos datos, solo con los imprescindibles y necesarios para hacer bien las cosas.