En nuestra última estancia en México tuvimos la ventura de conocer personalmente a don Manuel Porrúa, caballero de raigambre asturiana dedicado a los libros, como su fama internacional lo muestra, y además científico y coleccionista de rara sensibilidad. Su amabilidad nos permitió examinar varios centenarios códices mayas y adquirir para las Bibliotecas Acropolitanas de España y de Francia un facsímil del Códice Porrúa y abundante material explicativo y de análisis de la múltiple pieza arqueológica, desgraciadamente desconocida por el gran público, que, salvo del Códice de Dresde, del Trocortesiano y del Peresiano, carece de información suficiente.
El Códice Porrúa está confeccionado sobre 105 fragmentos de piel de mamífero, probablemente una forma arcaica de manatí, de cuyos trabajosos análisis se desprende una antigüedad que oscila entre el siglo II a.C. y el IV d.C. Las piezas son de formas variadas y tamaños diferentes, raspados de restos epidérmicos y de panículo adiposo, que no han sido curtidas con sales crómicas, aunque pudieron haberlo sido con taninos. Una de sus caras está teñida con una sustancia café-rojiza y sobre esta superficie están dibujados, con pigmento negro, variados signos jeroglíficos y representaciones misteriosas. El análisis técnico ha sido hecho por el Dr. F. Bonet, Jefe del Laboratorio de Zoología y Anatomía Comparada del Instituto Politécnico de la ciudad de México, en 1953.
Muchas piezas, a simple vista, se presentan como trozos de cuero de gran dureza y antigüedad, sin muestras de dibujos. Estos aparecieron con rayos infrarrojos, con iluminación por reflexión y con procedimientos de contacto, iluminándolas por transparencia, mediante rayos X. Todo este ciclópeo trabajo ha permitido una recuperación casi completa de este libro protohistórico de la cultura maya.
Aunque este extraordinario documento ha sido estudiado y expuesto parcialmente a los especialistas en el XXXIII Congreso Internacional de Americanistas, sigue presentando múltiples enigmas, pues el conocimiento de los “jeroglíficos” mayas es aún incompleto y en cuanto a sus dibujos figurativos y abstractos es prácticamente nada lo que se sabe sobre seguro.
Obviamente, los aportes que puedan producir los estudiosos acropolitanos de este maravilloso documento, están aún lejanos, pues asumirán años de estudio y dedicación; pero en este breve artículo queremos presentarlo a nuestros lectores, dando a conocer aunque sea unas pocas características. Es de nuestro especial interés el destacar su enigma y profundo esoterismo, pues los métodos de analogía nos permiten deducir elementos relacionados con la astrología, antropogénesis, cosmogénesis, historia y religión mayas.
En la Pieza N.º 25, aparece una suerte de templo piramidal desde donde parte un largo camino que termina en un laberinto cuadrangular, donde aparece una rueda de 23 dientes, que el investigador Domingo M. Paredes descifró como una síntesis-clave de intrincados problemas astronómicos de la muy precisa cronología maya, especialmente en lo relativo a los solsticios y los equinoccios; haciéndola girar, por ejemplo, 8 vueltas, nos da 184, o sea, la diferencia exacta en días de solsticio a solsticio. Las mismas investigaciones demostraron que la rueda sirve para calcular la periodicidad de las manchas solares, deducidas, tal vez, por sus efectos sobre los fenómenos de la naturaleza observados cuidadosamente, sacando estadísticas a través de los siglos, y simbolizada por la Rueda Mística de los Katunes. Asimismo se han deducido las revoluciones sinódicas de Mercurio, llamado por los mayas “Estrella-Avispa”.
La portada de nuestra revista ha sido ilustrada con la N.º 26, referente a la muerte, a la “resurrección” espiritual y al poder de las Evocaciones a la manera del llamado “Libro de los Muertos” egipcio.
Obviamente, estas interpretaciones son “de bulto” y tan solo una exhaustiva investigación y nuevos aportes provenientes de varios otros códices que están por salir a la luz, podrán dar una idea más o menos coherente de buena parte de esta milenaria sabiduría de un pueblo: el maya, aún tan poco conocido.
Viene a nuestra memoria cuando hace unos años estábamos en las ruinas de Palenque y, asombrados ante la belleza críptica de los pocos edificios excavados, nos quedamos luego perplejos al observar que el horizonte estaba recortado por docenas y docenas de pirámides aún cubiertas por la selva.
Cuando a fuerza de machete llegamos a una de ellas, comprobamos que en nada desmerecería, talados los follajes, desescombrada y reparada, ante cualquiera de las famosísimas conocidas y que el sensacionalismo de moda en los años 70 quiso verlas como tumbas y túmulos a desconocidos astronautas prehistóricos.
Cerramos nuestra nota con la esperanza de que, esfuerzos como el del Sr. Porrúa, sean dignamente aprovechados de una manera seria y consciente, para colaborar en una nueva Ciencia, en una nueva Historia que se desembarace de los “tabúes” impuestos por los materialistas y positivistas del siglo XIX cuyas sombras, desde lo arqueológico hasta lo político, aún oscurecen nuestras existencias. Tan solo conociendo el pasado humano en su real dimensión espiritual y material podremos elaborar un futuro, no solo nuevo, sino mejor.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Publicado en Revista Nueva Acrópolis núm. 29. Madrid, Junio de 1976.
Créditos de las imágenes: Revista Nueva Acrópolis
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