Las teorías que sobre el desarrollo de las civilizaciones y, la antigüedad del Homo sapiens, elaboraron los “evolucionistas” y el materialismo, en general, a principios del siglo XIX, se derrumban estrepitosamente.
Los que fuimos y somos asiduos lectores de Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky, sabemos cómo, hace un siglo, tenía la autora que combatir contra las “evidencias” de la “ciencia oficial” sobre una menguada antigüedad del hombre, la no existencia de la Atlántida y la creencia de que la cultura humana no tenía más de 6000 años. Ciertos conocimientos como los astronómicos, se atribuían a núcleos civilizatorios griegos, cuando no romanos.
El Instituto Geográfico de Francia tiene publicado, desde hace unos años, un detallado mapa del fondo oceánico en el que figura un continente sumergido entre Europa, América y África. Las muestras sacadas de lava solidificada en contacto con el aire, de fósiles pertenecientes a animales de agua dulce, vegetales y animales terrestres de ese continente sumergido, han borrado todo absolutismo en las tan enseñadas teorías de la derivación continental, que hacían encajar los mapas de las costas occidentales de África y Europa con las orientales de América, a la manera de perfecto “rompecabezas”. Como aseguró H. P. Blavatsky, la Atlántida existió; solo falta descubrir restos humanos y culturales en esas tierras sumergidas. En este sentido, las pruebas aportadas en firme, hasta ahora son insuficientes, aunque es probable que en un futuro próximo se aporten y, para el año 2000, la evidencia sea completa.
La posibilidad de que Atlántida, con sus altas culturas, haya irradiado hacia el Este y el Oeste corrientes migratorias luego de los sucesivos cataclismos que comenzaron hace 850000 años y finalizaron con la Isla de Poseidonis, hace 11500, se está afirmando ante la demolición de las corrientes de opinión que pretendían que América había sido poblada a través del Estrecho de Bering y recorrida a pie por “cazadores y pastores” luego de la última Glaciación, y que Europa se pobló gracias a corrientes migratorias semejantes “indo‑europeas”.
El descubrimiento de numerosas ciudades, de gran antigüedad en la zona andina y el haber tenido que retroceder en más de 1.000 años las culturas del Área Chavinense, en América, demuestran que no fueron nómadas mendigos los que poblaron América del Sur hace pocos miles de años.
Los últimos descubrimientos de bisontes modelados en arcilla, en las faldas orientales de los Pirineos; los aún más recientes hallazgos en el yacimiento paleolítico de Ambrona, España, demuestran que hace cuatrocientos mil años el hombre convivió con especies extinguidas y, combatió contra los mamuts muñido de armas que llegaron a perforar sus resistentes cráneos. A su vez, en Niza, Francia, se hallaron hogueras extinguidas por la mano del hombre hace más de cuatrocientos mil años.
En Siberia, los arqueólogos rusos han hallado una piedra esculpida en forma de tortuga, en cuyo caparazón se reproduce el cielo del hemisferio septentrional tal como era hace 35000 años con toda fidelidad. Tan sólo se ha notado el fenómeno de que el artista‑astrónomo incluyó dos estrellas ahora desconocidas en el “Carro Mayor”.
El autor de este artículo vio con sus ojos un viejísimo templo, en Uxmal, México, coronado de esas tortugas de piedra que, según H. P. Blavatsky recordaban el Kurma Avatara hindú.
Esos descubrimientos, especialmente el siberiano, han descalabrado completamente las viejas ideas sobre la evolución de la cultura humana y han dado, una vez más, la razón a esa “mártir del siglo XIX” –como la llamara Mario Roso de Luna– que fue H. P. Blavatsky.
Créditos de las imágenes: National Geographic
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