A poco más de 40 km de la ciudad de México existe un complejo antiquísimo de tipo ceremonial, con características muy especiales. Su nombre, Teotihuacan, significa “la ciudad donde todo se torna Dios” o “la ciudad donde todos los hombres se tornan dioses”.
Hay una larga avenida, en uno de cuyos extremos está la pirámide de la Luna; a un costado, la pirámide del Sol; enfrente de ella, una serie de templos relacionados con la vida psíquica después de la muerte, y en el otro extremo, un gran cuadrilátero de construcciones, donde se ha conservado un fragmento de la pirámide de Quetzalcoatl.
Esto que nos parece hoy una gran avenida, porque los flujos aluvionales la han ido rellenando, fueron estanques de agua bordeados por las pirámides ya citadas, y en el centro de estos estanques existían islas, también con pirámides.
Este fenomenal esfuerzo arquitectónico era llamado “el camino de los muertos”, y hay dos versiones para explicar su nombre: una que los aztecas pensaban que las grandes pirámides eran tumbas de reyes anteriores a ellos; y la otra, que se le llamaba así haciendo referencia a los muertos en vida, o sea, a aquellos que habiendo renunciado al mundo se entregaron a un sacerdocio.
Teotihuacán era un gran centro religioso iniciático y un gran centro de formación artística, desde el punto de vista del arte antiguo, y de ahí emanaron una serie de corrientes civilizatorias.
De la época del primer milenio antes de Cristo es la pirámide de Quetzalcoatl o “serpiente emplumada”, símbolo del ser humano en cuanto que es hombre celeste que alguna vez vino a la tierra, que como serpiente se arrastra y que guarda en sus plumas el recuerdo de haber volado alguna vez.
Existen en esta pirámide imágenes de Quetzalcoatl y de Tlaloc, el dios de la lluvia, de nombre onomatopéyico y cuyo símbolo son dos aros.
Camino de la pirámide de la Luna, a la derecha nos encontramos con la gran pirámide del Sol, la más grande que existe dentro del continente americano, pues su base es de 200 metros y su altura actual de75 metros. Estuvo cubierta de estuco rojo, y una gran escalinata lleva a la parte superior donde hoy queda un montón de piedras, resto de un templo. Existen pasadizos que penetran en el interior de la pirámide del Sol, pero no se sabe a dónde van ni qué hay en su interior.
Si pasamos de largo una serie de construcciones menores, nos encontramos ante la pirámide de la Luna, que no llega a los 40 metros de altura, y sus caras son más empinadas y sus escalones más difíciles de subir. Estaba relacionada con los misterios de la muerte psíquica del hombre para el nacimiento del hombre interior.
A la izquierda está el templo de Quetzal-Papalotl, o pájaro mariposa, que simboliza el espíritu y la mente. Consta de un gran patio central con una serie de elementos astronómicos, con el signo del planeta Venus y de Quetzalcoatl. Las excavaciones han mostrado bajo las lápidas del patio un subsuelo formado de hojas de mica, de más de 30 cm. de grosor, y se dice que en este patio, los sacerdotes realizaban el fenómeno de la levitación.
Existe a la izquierda también una construcción con símbolos numéricos, y aparece así el caracol emplumado, símbolo del cero absoluto, del cero como principio y fin de todas las cosas.
El templo de Tlaloc, dios de la lluvia, tiene notables pinturas con la representación de la ciudad de Tlaloc, que es una ciudad celeste y terrestre. Hay montañas, gentes que suben a ella por una ladera, escenas costumbristas y gentes que bajan por la otra ladera hasta la Tierra, lo que hace pensar en la creencia en la reencarnación de los antiguos teotihuacanos.
Teotihuacán fue un centro religioso de mucha importancia. Sus murallas tienen piedras oscuras sobre piedras blancas: este es el símbolo del jaguar o del sol que todos podemos tener dentro. Se encuentran restos cerámicos, cabecitas de ofrendas, etc.
Teotihuacan fue repoblada en los primeros siglos de la era cristiana por otra cultura de tipo teotihuacano, hasta que en los siglos VI-VII, desaparece y cae en ruinas ante el embate de algunos pueblos bárbaros, llamados chichimecas.
Luego del paso de los chichimecas aparecen los toltecas. Se dicen herederos de los antiguos teotihuacanos, y su rey–sacerdote es una reencarnación del de Tulán, la capital del mítico Aztlán, el continente de los hombres superiores, que estuvo situado en el océano Atlántico. Los toltecas fundan la ciudad de Tula, y en ella existen estatuas de guerreros llamadas atlantes, que tienen en sus manos instrumentos parecidos al ankh egipcio, pero que son una suerte de propulsor o lanzadardos (llamado atlatl) para lanzar jabalinas, con sentido ritual o mágico. Atrás llevan un nudo, emblema fundamental de esta cultura, con forma de ocho, que representa los cuatro elementos, y en el centro, en el cruce, está simbolizado el quinto sol, el que podría dominar a los otros cuatro elementos, el que podría triunfar sobre todos los inconvenientes. Este nudo lo encontraremos después entre los aztecas, en la llamada “guerra florida”, en los misterios de primavera.
Los toltecas hicieron desplazamientos que llegaron hasta Chichén-Itzá, en el área maya.
Según testimonios españoles, los toltecas conocían los astros, el arte de curar enfermedades e interpretar los sueños, tallar piedras y construir edificios, y enseñaron la escritura a los demás hombres. Parece ser que dentro del pueblo tolteca había una suerte de fraternidad tolteca que era la que poseía todos estos grandes conocimientos, al igual que los druidas entre los celtas.
Tenían grandes elementos teológicos y su panteón estaba muy elaborado, aunque casi todos ellos procedentes del antiguo panteón de Teotihuacán. Tenían el Señor del Fuego, padre de todos los dioses; el Señor de la Lluvia, que lo era también de la vida psíquica; la “Serpiente Emplumada”; el Señor de las Flores y de las fuerzas interiores de renovación, el Sol del Temblor de Tierra, o la llama que está escondida dentro de todas las cosas; la Gran Diosa de la Naturaleza, o la Gran Madre del Mundo; el dios Colibrí; “Nuestro Señor el Desollado”; o el dios del “Espejo Humeante”; etc.
Los aztecas fueron un pueblo de guerreros que resume una serie de culturas anteriores, como hicieron los romanos y los incas. Ellos decían de los dioses que les habían mandado fundar una ciudad en el sitio en donde encontrasen un árbol con una serpiente encima, y sobre ella un águila. Encontraron la señal en una zona pantanosa y allí nació la actual ciudad de México, alrededor del siglo XIII-XIV, desapareciendo los aztecas en el siglo XVI, aproximadamente 200 o 300 después.
Daban una gran importancia a la educación y formación del carácter de los jóvenes. Tenían una suerte de universidad de tipo religioso, compendiada por 4 casas, vías o formas de educar, y de ellas salían los caballeros humanos, los caballeros jaguares, los caballeros serpientes y los caballeros águilas, los superiores, ya en el cuarto peldaño, en contacto con el Sol Interior.
Buscando en las ruinas de la antigüedad, en todas estas viejas culturas, hallamos siempre el viejo dilema de la humanidad, más allá de los símbolos, el viejo dilema del hombre interior.
En la filosofía Zen, un discípulo pregunta a su maestro: “Señor, ¿de dónde vienen las estrellas, de dónde vienen los vientos, de dónde vienen todas las cosas del universo?” Y éste le responde: “Del mismo lugar de dónde viene tu pregunta”.
En la raíz de todas las preguntas está la pregunta básica, la gran pregunta fundamental, que se hace el hombre sobre sí mismo y sobre la naturaleza, que subyace a través de todas las civilizaciones más allá de las murallas, de los vasos, de los vidrios, de los bronces; hacer la pregunta primera, buscar la respuesta primera: “¿Qué soy?, ¿qué es todo 1o que me envuelve?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?”. Esta es la gran pregunta que está detrás de todas las cosas.
Buscar esa pregunta es verdaderamente el trabajo del hombre interior. Todos buscamos una realidad, todos amamos una realidad, todos somos filósofos porque todos deseamos conocer. La sola pregunta nos hace crecer interiormente y en la misma pregunta está ya la respuesta.
Créditos de las imágenes: Anton Lukin
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